lunes, 18 de marzo de 2019

Crónicas de la nerd entusiasta: La oscuridad y los secretos de un mundo mágico: Todo lo que debes saber sobre el documental “Leaving Neverland” de Dan Reed.






La imagen forma parte de la cultura pop de una manera tan profunda que resulta reconocible para casi cuatro generaciones: el hombre delgado y ágil, que lleva puesta una chaqueta de plástico roja, baila con asombrosa habilidad en una calle llena de la multitud de zombies en harapos. El hombre sacude los hombros, se desliza a través del pavimento como si careciera de peso. El grupo de criaturas que le siguen imitan sus movimientos con impecable refinamiento. La canción se convierte en un estribillo rápido, pegajoso y que termina estallando en todas las emisoras radiales del mundo el El 23 de enero de 1984. Para marzo del mismo año “Thriller” se convirtió en un fenómeno de popularidad de proporciones desconocidas y a Michael Jackson, en el cantante pop más conocido del siglo XX. Una figura estelar de proporciones por completo nuevas, acababa de nacer.

Michael Jackson fue famoso la mayor parte de su vida. En una entrevista, el cantante afirmó que “no recordaba un sólo día de su vida sin que alguien le hubiese fotografiado o hecho preguntas”. No se trataba sólo de una estrella pop, sino el símbolo de toda una cultura que Jackson encarnaba a la perfección: Jackson descubrió el poder del videoclip, dio pasó a la Era de MTV y otros tantos canales de música, abrió la posibilidad de convertir el pop en un conjunto de referencias de carácter generacional. Fue el rostro de Pepsi Cola, incluyó en sus videos musicales a las grandes estrellas del espectáculo de la época, incluso escribió y llevó a cabo la primera gran iniciativa de caridad con colaboración de lo mejor del mundo de la música mundial. “We are the World” no sólo se convirtió en uno de los grandes éxitos musicales de todos los tiempos, sino que además, demostró el poder de Jackson dentro de la industria. Producida por Quincy Jones y grabada por un gran grupo de más de treinta músicos famosos con la intención de recaudar fondos para el USA for Africa (United Support of Artists for Africa), se convirtió en un éxito rotundo y brindó a la figura de Michael Jackson de un aire de mítica leyenda musical. Corría el año 1985, hacia casi un año que Jackson había alcanzado el absoluto estrellato con su quinto disco en estudio “Thriller”, el album que se convirtió en el más vendido de la historia. De pronto, la figura de Jackson era el símbolo de un tipo de poder y fama difícil de definir en sus alcances e implicaciones.

Pero detrás del brillo, había una historia trágica y levemente siniestra de la que nadie hablaba demasiado. Michael Jackson y sus hermanos, habían sido parte de una banda familiar, en la que el más joven de la familia había entrado a formar parte a los cinco años. Se hablaba del padre tiránico, la madre indiferente, el grupo de hermanos sometidos a extenuantes rutinas de ensayos y presentaciones. Del maltrato que Michael Jackson había sufrido desde la infancia e incluso, hubo disparatados rumores que insistían que su privilegiada voz de soprano se debía a una castración química a la que su padre Joseph Jackson — manager del grupo “Los Cinco de Jackson” y después del cantante como solista — le había sometido durante la niñez para conservar su magnífica voz después de la adolescencia. Las habladurías provenían directamente del entorno de los Jackson y más de una ocasión, saltaron a los tabloides amarillistas, en la forma de pequeños fragmentos de información “privilegiada”. Pero el triunfo de Jackson era tan extraordinario que la crónica negra sobre su durísima infancia quedó oculta bajo la larga lista de éxitos y logros. Para cuando alcanzó los veinticinco años​, Jackson había sido incluido en dos ocasiones en el Salón de la Fama del Rock and Roll como el único bailarín de música pop y rock. De hecho, toda su carrera hacia el estrellato, está plagada de récords imbatibles y todo tipo de hitos históricos: desde varios récords guinness en la venta de sus sencillos y álbumes , hasta convertirse en el primer artista en la historia en tener un top 10 en el Billboard Hot 100 en diferentes momentos de cinco décadas diferentes. Jackson no era sólo un hombre público: era la encarnación del sueño americano convertido en algo mucho más poderoso y extraordinario.

Pero de la misma forma que los rumores de su infancia, una serie de comentarios sobre su extraña vida personal, comenzaron a propagarse entre tabloides amarillistas y después, algún que otro artículo de cierta relevancia pública. La piel del cantante se hizo más clara a medida que se hizo adulto, por lo que se le acusó de usar procedimientos químicos para blanquearla, de la misma manera que se hizo notorio que Jackson se había sometido a un considerable número de procedimientos quirúrgicos para transformar su rostro. Desde afinarse la nariz hasta cambiar la estructura de su rostro en general, Jackson parecía transformarse frente a los ojos del mundo, que juzgó sus excentricidades como parte de su obsesión con la perfección y quizás, la presión mediática a la que se encontraba sometido desde su niñez. Jackson ignoró los comentarios y siguió siendo fuente de una continúa controversia, que jamás logró explicar lo suficiente y que incluso, llegó a utilizar como parte del mito de su figura pública. Para la última década del siglo pasado, Jackson siguió siendo una extraña figura mitad de un éxito resonante y un evidente aislamiento que le convirtió en una figura trágica, que la mayoría del público admiraba a pesar de su extravagante comportamiento e historia.

No obstante, en el año 1993, la percepción sobre la figura de Michael Jackson cambiaría para siempre luego de ser acusado de abuso infantil. El escándalo estalló de inmediato y de pronto, la casi ingenua figura del cantante de aspecto aniñado que procuraba rodearse de niños, una moderna encarnación del mítico Peter Pan, se transformó en algo más siniestro. En la primera acusación, Jackson fue señalado de cometer “abusos graves” contra al menos tres niños, asiduos visitantes de su Rancho “Neverland”. Después se habló de sus hábitos y su manifiesta conducta pederasta, un rumor insistente durante años debido a su costumbre de rodearse de niños pequeños tanto en su rancho Neverland como en los largos meses de giras que llevaba a cabo en compañía de un singular séquito de “amigos especiales” que con frecuencia no incluía a los padre de los invitados. Los rumores sobre la conducta sexual de Jackson de pronto saltaron de los habituales tabloides a la prensa especializada. Se habló sobre todo tipo de conductas perversas de Jackson con varios de los niños que solían frecuentar el Rancho e incluso, los que le acompañaban durante sus conciertos y giras. No obstante, la mayoría de las acusaciones fueron desestimadas: dos llegaron a cuantiosos acuerdos económicas. Para cuando los rumores surgieron con mayor fuerza en el año 2005 y desembocaron en un nuevo juicio, el jurado le declaró inocente de todos los cargos. Pero los rumores persistieron y al momento de su muerte en el año 2009, eran más insistentes que nunca.

Durante la última década, el debate sobre la conducta sexual de Jackson y sus consecuencias continuó siendo motivo de análisis y la conclusión al exhaustivo análisis de sobre su vida pública, parece encontrar una conclusión en el documental “Leaving Neverland” del director Dan Reed, el cual analiza desde el punto de vista de las víctimas, la conducta criminal de Jackson. Basado en los relatos de James Safechuck y Wade Robson, dos de los niños — ahora adultos — que formaban parte del grupo que solía acompañar a Jackson en giras y frecuentaban los terrenos de Neverland, el documental muestra no sólo el mundo privado de Jackson, sino las circunstancias y el alcance de los abusos a que fueron sometidos por más de diez años por el cantante. Dan Reed muestra no sólo el testimonio de Safechuck y Robson, sino también las implicaciones del silencio, complicidad y manipulación del entorno de Jackson, que actuó como círculo de protección para los abusos cometidos por el cantante. “Leaving Neverland” no se trata sólo de un análisis sobre los actos criminales cometidos por Jackson al amparo de la fama, sino también, del hecho evidente que su conducta fue ocultada, protegida y disimulada por todos los que conocieron las circunstancias, entre los que se cuentan su familia y por supuesto, productores, músicos y gran parte del equipo técnico de Jackson. Además, el documental — que ha sido criticado y ha levantado una oleada de controversia desde su estreno — deja claro un hecho aún más preocupante: la responsabilidad de las familias de las víctimas al ocultar información sobre la conducta de Michael Jackson y los alcances de sus actos criminales.

No obstante, el documental evita analizar de inmediato las responsabilidades legales y omisiones morales en el caso de Jackson y se concentra directamente, en el daño emocional y físico con el que sus víctimas han tenido que lidiar durante la mayor parte de su vida. Tanto Safechuck como Robson, narran con terrible detalle todo tipo de agresiones sexuales, sufridas a manos de Jackson en un período de cinco años y que según el testimonio, fueron conocidas — y ocultadas — por quienes rodeaban al cantante. Jackson convenció a ambos niños que las aberraciones sexuales a las que eran sometidos, era parte de una relación “romántica” que debían mantener en secreto. Dividido en dos partes, el documental no sólo engloba la conducta criminal de Jackson sino las condiciones que permitieron ocurriera durante casi dos décadas. Una perspectiva inquietante que analiza el uso de la fama de Jackson para ocultar su conducta criminal y también, la retorcida perspectiva que el cantante y su entorno, construyeron una sofisticada maquinaria para captar posibles víctimas y además, asegurarse de su silencio.

Por supuesto, la mera idea resulta asombrosa e incluso, por momentos casi increíbles. Pero a medida que el documental avanza, se hace cada vez más claro que los crímenes de Jackson tiene una inmediata relación con la forma en que se percibía su figura: El cantante no sólo se convertía en amigos de los niños y sus familias, sino además en su benefactor — económico y también, en influencias en el mundo del espectáculo — , lo que creaba un vínculo aún más profundo y desconcertante entre sus víctimas y el cantante. La dependencia emocional y monetaria era absoluta: las fotografías de la época muestran al cantante sentado en medio de un círculo de niños y padres sonrientes. Al menos tres de los menores de las imágenes, fueron víctimas y partes de los casos que llegaron a diferentes juzgados estadounidenses.

Porque Jackson “era más grande que la vida” y era esa visión lo que englobaba el abuso y también, la conexión violenta que le unía a sus víctimas. La frase se repite una y otra vez en el documental, repetida por las víctimas y también, la exhaustiva investigación del director sobre el momento histórico que propició y facilitó los crímenes de Jackson. Por entonces — entre el año 1987 y 1992 — Jackson era la celebridad más poderosa del planeta, la más mediática y con mayor influencia del mundo del espectáculo. Y también la más querida: Reed muestra a las multitudes que le aclamaban con los brazos extendidos, los conciertos repletos de fanáticos que coreaban el nombre de Jackson en frenesí de pura admiración. Pero a la vez, la imagen del Jackson que sólo conocían sus víctimas se entremezcla la imagen idealizada. Reed no deja de recordar en cada oportunidad posible que bajo la imagen radiante del bailarin de asombrosas habilidades y un carisma extraordinario, se escondía un depredador sexual que usaba esas mismas cualidades para atacar a sus víctimas. La combinación resulta desconcertante y por momentos, insoportable. Los testimonios de las víctimas se superponen a imágenes de conciertos y videos. Poco a poco, ambas líneas narrativas crean algo más abrumador y ambicioso, pero sobre todo impactante. El mítico Michael Jackson se transforma poco a poco en un pederasta con un poder e influencia infinitos, en un hombre con un poder de manipulación temible que sólo hasta ahora se muestra en toda su dureza.

Por supuesto, “Leaving Neverland”, depende por completo del testimonio de Robson y Safechuck: la narrativa entera se enlaza con la credibilidad y el poder para sostener su testimonio de ambas víctimas. Y logra hacerlo: las narraciones de ambos — llenas de escabrosos detalles — resultan no sólo convincentes sino que se complementan entre sí. De la misma manera en que lo hicieran en un artículo de Vanity Fair del año 1994, ambas víctimas logran describir para el espectador una retorcida serie de abusos, cometidos bajo el contexto de una confianza artificial y creada a base de la presión, la manipulación y en cierta medida, del amor. Para las víctimas, Jackson demostraba su amor a través de los crímenes sexuales a los que les sometió. Más adelante, comprobar que habían sido sólo parte de un grupo mucho más grande de víctimas, les destrozó intelectual y moralmente.

El documental entero es un retrato de un tipo de crimen que se relaciona directamente con la mirada de la niñez bajo del ojo del espectáculo que resulta preocupante: Safechuck y Robson conocieron a Jackson en medio de concursos y comerciales. Formaban parte del circuito de audiciones desde desde muy pequeños y ambos estaban acostumbrados a complacer a los adultos y sobre todo, a los que tenían algún tipo de poder y relevancia en el ámbito al que deseaban pertenecer. El documental plantea la inquietante hipótesis que el círculo del espectáculo, condiciona la posibilidad de abusos por el simple motivo que se educa a los niño para obedecer y amoldarse a las exigencias de adultos con autoridad. Para las víctimas, los avances sexuales de Jackson eran parte de una idea más amplia sobre la obediencia, la aceptación del maltrato e incluso, una retorcida concepción sobre la competencia. “Sentí celos” admite tanto Safechuck como Robson, cuando hablan de la llegada de nuevos niños al círculo de Jackson. “Creí era el único” añaden, ambos con idénticas expresiones de miedo, frustración y angustia, incluso treinta años después de lo ocurrido.

Reed, como director, decide tomar la vía más directa para contar la historia y deja claro de inmediato que el documental no se tomará concesiones con respecto a la culpabilidad de Jackson. No hay “supuestos” en medio de la gran cantidad de situaciones que las víctimas describen, a pesar que el núcleo de la película es lo suficientemente controversia como para suscitar la inevitable discusión: Safechuck y Robson fueron parte de las víctimas que declararon en el juicio del 1993 y afirmaron que Jackson era del todo inocente de las acusaciones que se le imputaban. Treinta años después, admiten que se encontraban presionados, aterrorizados y sobre todo, convencidos del “amor” que Jackson les profesaba. El documental no ignora la cuestión y la clara de entrada: Ambas víctimas fueron aleccionadas por Jackson que de revelar lo sucedido irían a la cárcel. Una y otra vez, Michael Jackson les convenció que su vida y libertad, dependía de la capacidad de sus niños “favoritos” para mantenerse en silencio. “No imaginaba la posibilidad de acusarle” explica Safechuck con la voz temblorosa. “Imaginaba que iría a la cárcel y que yo también lo haría” dice Robson, que durante todo el documental tiene el rostro pálido y angustiado, que le hace parecer muy joven y desvalido. La narrativa del documental elabora una teoría sobre la contradicción y sostiene la versión que el abuso infantil, incluye también un tipo de manipulación difícil de comprender para un adulto y que explicaría el testimonio de ambos niños, luego de años bajo la influencia de Jackson. Una y otra vez, el director se asegura de dejar claro que la compulsión por ocultar un “secreto vergonzoso” es lo que suele sostener el dominio de un depredador sobre sus víctimas. Una mirada al comportamiento de Jackson que sorprende por su verosimilitud y solidez.

El documental no tiene otro objetivo que mostrar el dolor de las víctimas o al menos, en eso insiste su director. Y lo hace: Safechuck como Robson son el rostro de los al parecer, cientos de niños de lo que Michael Jackson abusó y que condenó a un tipo de trauma que se extiende en el tiempo como un peso emocional y mental con el que muy pocos pueden lidiar. Safechuck lo deja claro: Pasó buena parte de su adolescencia y primera juventud atormentado por la culpa, el miedo y la repugnancia. Lo mismo que Robson, aterrorizado por la posibilidad de ser “encarcelado” y después, bajo el ojo público que cuestionaba las dolorosas experiencias de su vida. Tanto como el otro, resultan reivindicados en “Leaving Neverland” o eso intenta el documento entero, que enfila todo su hilo discursivo hacia el debate del Monstruo que se escondía detrás de un talento extraordinario. Y esa es quizás la mayor interrogante que se esconde bajo todo lo que plantea el documental: ¿Quién era Michael Jackson en realidad? Quizás nunca lo sabremos. O al menos, tendremos que atenernos a su gran acto público: su extraña muerte, tan parecida a un suicidio sin serlo. Una declaración de aparente culpa imposible de comprender a la distancia pero que quizás revista cierta simbología que llevará años comprender a cabalidad.

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