martes, 11 de septiembre de 2018

Crónicas de la lectora devota: El Infierno de Edelmiro de Golcar Rojas.




En el libro “Las Cortesanas, sexo y poder” del autor Paul Tournier, el autor pondera sobre la capacidad del sexo — la prostitución y la manipulación sexual — como elemento preponderante del poder y el la forma en que se magnifica la percepción sobre lo poderoso. La idea, elaborada con maestría a través de descripciones más o menos elementales sobre el peso del deseo y la lujuria en el ámbito político, resulta aleccionador. Tournier asevera que “Todo político tiene un lecho caliente en el misterio del cual depende su reputación” y desde esa versión del miedo y la condena voluntaria, hay una percepción conceptual intrigante: ¿Hasta que punto lo sexual se hilvana con la noción sobre el poder para crear algo más elaborado, duro de digerir, profundamente hilvanado con la naturaleza humana?

Golcar Rojas analiza la idea y la retrotrae a la realidad Venezolana en su libro “El infierno de Edelmiro”, en el que el autor analiza bajo un ritmo ágil y levemente inquietante, los entresijos entre los secretos del poder y de la alcoba. Entre ambas cosas, Rojas analiza de manera maliciosa y profunda, la concepción del sexo — o sus secretos — bajo el auspicio de lo poderoso. En un trasfondo tan parecido a la realidad Venezolana que resulta reconocible de inmediato, Rojas se toma la libertad de construir la percepción sobre el sexo, los prejuicios y el dolor que sustrae el miedo al poder hacia una connotación más elaborada y compleja. Analiza el hecho mismo del secreto y el sexo como una combinación peligrosa que se desliza debajo de una mirada atenta sobre los vaivenes de la noción sobre el prejuicio y el hecho mismo de la política — esa unión de las fuerzas notorias de una sociedad corrompida — hacia algo más voluptuoso y casi violento.

Por supuesto, la propuesta de Golcar no es novedosa y tiene antecedentes inmediatos. Ya Mario Puzo había analizado las infinitas vertientes del uso y construcción de las relaciones de poder, pero usando el secreto — y también la noción de lo peligroso — como una mirada afín y conveniente sobre la forma frágil en que nuestra cultura percibe la connotación del secreto político o mejor dicho, lo que queda al margen de la esa idea primaria sobre su importancia. La primera escena de la película “El Padrino” define el ritmo y el resto de la historia: Vito Corleone, entre la oscuridad y la sombra de su estudio privado, aguarda. La cabeza medio inclinada, el rostro aparentemente apacible. Se encuentra tranquilo tranquilo el Don, quizás porque afuera, se celebra con gran pompa, el Matrimonio de su hija Connie. Y como bien agregaría Mario Puzo al comentar “No hay mejor día para un Siciliano que la boda de una hija”. Pero la imagen idílica, oculta lo esencial de una historia que parece contarse a palabras entrecortadas: Frente a él, Bonasera, amigo personal de Don Vito, inclina la cabeza, tenso y angustiado. Los hombros rígidos. Habla sin apenas despegar los labios. Un lamento monocorde que a Don Vito le cuesta escuchar. El temor y la vergüenza abrumándolo. Pero Don Vito espera, paciente. Es una de sus cualidades.

— Y me pides eso hoy, en la boda de mi hija — responde por último, luego de escuchar lo que Bonasera tiene que decirle. El hombre lo mira, parpadeando. La piel cetrina pálida y seca. La humillación bordeando la expresión.

— Sí, porque sé que no me lo negarás.

— Hablas de matar a un hombre — insiste — eso es algo muy grave.

— Lo sé — responde Bonasera. Y espera. El Padrino inclina la cabeza. La oscuridad de la habitación se hace dolorosa, sofocante. No obstante, la tensión parece ser una respuesta en si misma. Porque Bonasera lo sabe, nadie tiene que decírselo, que el Padrino lo escuchó y responderá. De una forma u otra, recibirá lo que exigió, entre susurros y lágrimas en los ojos. Justicia.

En el mundo del Padrino, todas las decisiones se toman de esa manera: en medio de exigencias a medio decir, sin testigos, con el poder de Vito Corleone como único limite. Porque en el Mundo de la Mafia todas las decisiones están más allá del bien y del mal. Lo legal y lo moral parecen tener muy poca importancia ante la actuación de la mano de hierro de Vito Corleone, de su retorcida visión del mundo. El Padrino es la única válida y sus órdenes incuestionables. Golcar Rojas invade el mismo terreno pero a través de los secretos que podrían destruir — o no — la concepción misma del poder en un país ficticio asediado por el prejuicio. De la misma manera que Puzo, Rojas administra la idea sobre el bien y el mal moral sobre las decisiones que se entremezclan en medio de un clima político y social que sostiene la comprensión de la moral desde una reflexión difícil de definir. ¿Es el Presidente Berroterán algo más que un símbolo sobre los males y temores de un país aferrado a una moral provinciana que se excusa detrás de una idea general sobre lo ético? ¿O es, de la misma manera que lo describió Mario Puzo en su libro más conocido, el símbolo de un tipo de retorcida intención de lo poderoso y lo consciente que se elabora como algo más amplio? Cualquiera sea la respuesta, es evidente que Rojas elabora una hoja de ruta hacia el miedo consciente y el poder como arma, que además, debe luchar y batallar contra la debilidad de la carne, la ferocidad del deseo y algo mucho más elemental y doloroso que se elabora como una versión de lo profundamente espiritual que sorprende por su eficacia y delicadeza. Entre todas estas cosas, la conmoción sobre el hecho mismo que el secreto — sexual, de alcoba, del sentido originario de lo esencial de la historia — asume una comprensión engañosamente simple sobre lo obsceno, lo profano, el amor y lo que prospera bajo el secreto. Todo lo anterior, mientras el mapa país se sacude de un lado a otro, parece hundirse bajo los sacudones imposibles del dolor y sobre todo, crea y construye una idea persistente sobre lo que el poder puede ser como una expresión de la capacidad humana para radicalizar el hecho de la voluntad y la violencia como una forma de diálogo interno.

¿Donde se encuentra el límite entre el poder, el sexo y las profundas implicaciones que parecen mezclarse entre ambas cosas? En una ocasión, Pamela Digby, nuera de Winston Churchill y considerada la gran cortesana del siglo XX aseguró según el libro Life of the Party: The Biography of Pamela Digby Churchill Hayward Harriman de Christopher Ogden que el poder para los hombres el “era otro afrodisíaco, el más poderoso quizás” . ¿Y que es entonces el secreto del sexo que sostiene y contiene el poder como una percepción nuclear sobre lo ético y lo moralmente accesible? Desde Aspasia de Atenas hasta Pamela Pamela Digby Churchill Hayward Harriman e incluso la misteriosa María Virginia de Golcar Rojas — que logró llevar a la Presidencia a un joven e improbable Bill Clinton — es quizás un triunfo de la imaginación, de la voluntad y la perseverancia, gracias a esa tentación incesante, esa promesa de lujuria apenas siempre sugerida, que cada mujer parece simbolizar. Y es que después de todo, el sexo puede ser no sólo un vehículo de éxtasis carnal, sino el medio más directo para lograr un ambiguo y misterioso éxito intelectual.

Hace unos años, la filósofa Beatriz Preciado — experta en la llamada “política del cuerpo” y autora del magnífico ensayo “Pornotopía” — reflexionó sobre el poder del sexo — como símbolo y alegoría social — en medio de las décadas que transformaron la historia reciente. Para preciado, el señuelo del sexo — que vende y es irresistible para la psiquis colectiva — muestra sofisticada de hedonismo que además, fructifica sobre la idea del poder como una versión de lo inteligible de las relaciones humanas y sobre todo, su manera de expresar el peso de lo erótico sobre la percepción de lo poderoso. Golcar Rojas lo hace y “El Infierno de Edelmiro” se convierte en una búsqueda incesante no sólo del tiempo y la época que le toca vivir desde una perspectiva de la autoridad pervertida, sino también, una precisión sobre lo ético rayano en lo sensual y ese es quizás, su mayor logro.

Claro está, en “El Infierno de Edelmiro” las referencias cruzadas son obvias: desde la forma en que utiliza el sexo — y el secreto sexual — para ponderar la realidad, el futuro y la incertidumbre de un país ficticio hacía la búsqueda de la noción del sexo como poderoso, recuerda de inmediato esa concepción histórica de lo sexual como elemento sustancial del discurso sobre la memoria intrínseca de la cultura occidental. Golcar medita no sólo sobre los límites de la ética sino también de esa ambigua capacidad del ser humano para disculparse así mismo, para justificar la ruptura con su identidad social a través de la depravación. Somos monstruos elementales, diría Sade, pero también testigos elocuentes de nuestra propia barbarie con la justificación del deseo. Somos esclavos de nuestros deseos, diría Edelmiro, consumido por el deseo y la confusión. Ideas análogas que se manifiestan con enorme consistencia en el “Infierno de Edelmiro”.

Rojas ataca puede los principios y costumbres de una sociedad hipócrita que censura lo que considera sórdido, pero que a la vez, se siente irremediablemente atraído por lo prohibido. Con “El Infierno de Edelmiro” esa necesidad del desgarro social y el ataque a la ética frágil, se hace aún más evidente. Era una época que caricaturizaba y dogmatiza la sexualidad en una fórmula simple de convenciones sociales agobiantes: La mujer y el hombre cumplían un rol social rígido, carente de verdadera dimensión y parecen destinados a formar parte de una concepción cultural tan severa como insustancial. Con su prosa limpia, inteligente e intuitiva y su marcada y evidente necesidad de destruir lo meramente simbólico y sustituirlo con opinión, Golcar Rojas crea un espejo de la sociedad que crea y se construye a sí misma a través de sus dolores y miserias, trasciende lo puramente anecdótico para convertirse en un abanderado de una cierta revolución de las ideas. Tal vez su mayor logro argumental.

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