miércoles, 29 de agosto de 2018

La provocación como forma de arte: todo lo que debes saber sobre la obra fotográfica de Nobuyoshi Araki.





En la fotografía, una mujer con los brazos amputados y el torso desnudo mira con fijeza a la cámara. Su hermoso rostro plácido es de una belleza inquietante: los ojos muy maquillados brillan bajo la luz directa de la imagen, los labios que esbozan una media sonrisa cínica. Sobre el pezón izquierdo, lleva una salamandra que parece avanzar sobre la piel blanca e impoluta. Una quietud franca y casi violenta que golpea al espectador con la fuerza de cien ideas distintas, imposibles de elaborar entre sí, de comprenderse desde un único sentido. Al final, la fotografía parece provocar una ligera confusión, la sensación irreal de un objeto artístico a medio terminar. Quizás el objetivo real de Nobuyoshi Araki como creador visual.

Para Araki, la fotografía es un acto ritualístico. Una forma de expresión en la que confluyen la belleza y la crueldad en un delicado equilibrio que expresa un mensaje muy claro: hay una noción sobre lo hermoso, lo notorio, lo provocativo y lo temible, que se encuentra a medio camino entre algo tan elaborado como un lenguaje y lo visceral. Araki considera de capital importancia no sólo elaborar un discurso basado en el impacto y la sorpresa — lo desagradable, lo imprevisto — sino además, construir una idea elemental sobre la imagen como hecho y circunstancia. No hay una sola imagen del fotógrafo que no produzca una emoción definida. Ya sea repulsión, asombro, excitación e incluso miedo, las imágenes del fotógrafo provocan en el espectador la percepción real de la imagen como un trasfondo visual. Más allá que su intención sea provocar o al menos, convertir la idea de la belleza y el temor como una noción controvertida, Araki supera los escollos tradicionales de la fotografía para encontrar algo más profundo. Una idea desigual sobre el propósito de la imagen como documento estético.

Por supuesto, para Araki la fotografía también se trata de un acto prolífico: el fotógrafo tiene un abultado trabajo de casi tres décadas de extensión, compuesto por casi 4000 imágenes. No obstante, hay un hilo conductor que une y sostiene cada una de las fotografías, como si a pesar del asombroso número de imágenes, el fotógrafo no tuviera la menor duda sobre la conformación y la configuración última de su trabajo.

La fotografía de Araki lo abarca todo: desde monstruos imposibles creados a través de ataduras y posturas semi sexuales retorcidas, hasta percepciones sobre lo erótico desde un punto de vista por completo nuevo. Están los desnudos integrales de su obra ‘A’s Lovers’, sus anónimos modelos favoritos captados en cientos de posturas distintas post coitales y también, en el mero acto de la desnudez sugerida. Con ‘Kinbaku’, asume el rol del observador obsesionado con el fetichismo y muestra a mujeres atadas con cuerdas. Sin embargo, quizás su serie más interesante es “Sentimental Journey / Winter Journey” que abarca y documenta la vida con su esposa Yoko, su principal modelo y musa, desde su luna de miel en 1971 hasta su muerte en 1990. La colección es impactante, de una belleza conmovedora y por supuesto, de una necesidad de provocación desconcertante. La mirada documental y artística de Araki está cerca del perfomance: nada está fuera de la cámara de la pareja, como si la vida en común de ambos fuera una elaborada puesta en escena. Hay una imagen de la esposa en el momento del orgasmo; otra en el lecho de muerte. La última fotografía de la serie es la sombra del propio Araki, sujetando un ramo de flores.

La visión artística de Nobuyoshi Araki es incómoda. Tal vez se trate de su mirada inquietante sobre la imagen o algo mucho más profundo — indefinible — que hace su visión fotográfica polémica, provocadora. Cualquiera sea el caso, Araki ha construido una interpretación estética que expresa una visión de la mujer, el sexo y el erotismo que parece rozar el sutil límite de lo crudo, lo pornográfico y lo simplemente reaccionario. Nacido en Tokio en 1940, Araki concibe el arte como algo más que una experiencia sensorial. Hay un elemento anómalo en su propuesta, en ese desafío esa visión del arte como esencialmente creador: sus fotografías intentan de hecho destruir esa normalidad borrosa que rechaza a partir de la metáfora. Y esa búsqueda de re dimensionar el símbolo en una idea cruda e intima es lo que hace el trabajo de Araki esencialmente poderoso.

Porque para Araki la fotografía es un vehículo de transgresión, una visión muy directa sobre el temor, el deseo y la lujuria que no siempre tiene una formula única de manifestarse. Desde la pintura al porno más crudo, Araki quiere provocar — indudablemente — pero más allá, quiere reconstruir esa linea de lo que consideramos sagrado, inaudito, en perenne discusión y comprensión. Su lenguaje visual intenta subvertir la moral a través de la estética: y lo hace de la manera más dura que puede concebir. ¿se trata tal vez de una rebelión sustancial contra la conservadora cultura japonesa donde creció? Con toda probabilidad es uno de los motivos de esa visión cruda de Araki sobre el sexo y la mujer, la intimidad y la expresión de yo. Todas sus obras parecen hablar sobre lo mismo, una obsesión de infinitas implicaciones sobre el poder, la insatisfacción, la sexualidad y la represión moral.

La obra de Araki es un sacrificio ritual. No hay una sola de sus fotografías que no inspire un sentimiento elemental y primitivo. No hay una sola de sus propuestas que no parezca insultante, una linea obvia entre lo repugnante y un tipo de belleza casi tétrica. Araki expresa la culpa cultural, la interpretación de su visión de su herencia estética a través de una mitología personal inexplicable: mujeres, reptiles y flores. La vida y la muerte mezclada con una ideario erótico surreal que parece trascender la mera retórica. Para Araki, el sexo y la muerte es la misma cosa: una expiación directa de esa visión de lo que asumimos es la consciencia individual. El acto fundamental del erotismo es una distorsión y perdida de la identidad, una caída tumultuosa en el dolor. Tal vez por ese motivo, las mujeres de Araki siempre miran a la cámara con una fragilidad atormentada. Atadas, golpeadas, marcadas, parecen padecer n dolor infinito y misterioso que no nos atrevemos a definir pero que es perfectamente comprensible. Y en ese sufrimiento exquisito, hay tanto de belleza como de lujuria mal contenida. Una obsesión lúdica por la fina linea que separa el dolor y el tormento como expresión de sexualidad.

Araki suele insistir en que “No me gusta que la gente borre sus imágenes tan fácilmente. Buenas o malas, ya se han tomado y deben significar algo para nosotros” y hay algo de esa permanencia de la memoria en sus imágenes. De joven, recorría las calles de su Tokio natal cámara en mano, fotografiando todo lo que podía, o mejor dicho, todo lo que lograba capturar su imaginación. Encontró en esa Tokio de la postguerra sucia y empobrecida, una metáfora del renacimiento de Japón y lo plasmó en una serie de fotografías que luego le permitirían obtener su primer reconocimiento importante: el premio Taiyo. Y es que sin duda, para Araki, esa ciudad herida, destruida por las bombas incendiarias, convertida en una pesadilla diminuta, era lo más cercano a su concepto de belleza que pudo encontrar. Una rara mezcla de alegría — las fotografías muestran niños jugando entre los escombros — y más allá, la Tokio real, retorcida y sobreviviente, alzándose a su alrededor. Una nostálgica poesía urbana pero siempre con el dolor moviéndose al fondo.

La muerte y la vida rozándose, confundiéndose entre sí.

Muy probablemente, la Obra de Araki sea también una reflexión nada disimulada sobre la trascendencia. Tal vez de allí proviene su recurrente necesidad de mostrar los órganos femeninos como flores, ese erotismo nada sutil que se confunde entre la decadencia y lo grotesco. Como si en el mundo de las imágenes de Araki, ambas cosas estuvieran íntimamente relacionadas. Tal vez lo están: El Araki niño tenía por patio de juego los jardines del Templo Jokanji, donde por décadas enteras se enterraron de manera anónima casi 25.000 cortesanas y prostitutas del distrito japonés de Yoshiwara. De adulto, y aún obsesionado por el recuerdo de la muerte y la lujuria que parecía evocarle el recuerdo, regresó cámara en mano y fotografió las flores marchitas que coronaban las tumbas sin nombre. Sin saberlo, Araki había encontrado otra manera de manifestar la belleza de una manera que resulta cuando menos destructora. Lo erótico como un misterio casi peligroso. Más tarde escribiría: ”Las flores huelen a muerte. Me siento atraído por ellas porque se marchitan, y me invade una sensación erótica al verlas decaer”. Toda una declaración de intenciones sobre su visión del mundo y más allá, de su obra.

0 comentarios:

Publicar un comentario