sábado, 16 de septiembre de 2017

Vientos de primavera y otras historias de brujería.




Mi abuela solía decir que todas las mujeres son mágicas. No sólo por su habilidad para crear sino para asumir el poder natural de su cuerpo para construir el futuro. Recuerdo esas palabras mientras enciendo una a una las velas del circulo, mientras invoco el canto del viento, el sabor del fuego, el silencio de la Tierra. Mientras la voz del agua me recuerda quién soy o mejor aún, quien deseo ser.

No es sencillo llamarte bruja, mucho menos cuando la palabra parece sugerir una idea grotesca y casi dolorosa. No lo es en medio de esa visión que menosprecia el símbolo y la metáfora, esa extraña belleza del espíritu salvaje que vive en cada mujer. ¿Quién es una bruja en esta época? Pienso mirando el lento espiral de humo que se alza desde el caldero repleto de ramas y hojas. ¿Quién es una bruja en medio de este pragmática mirada del mundo? ¿Este cinismo secular que forma parte del pensamiento corriente? ¿Quién es una bruja en una época descreída y en ocasiones dolorosamente árida?

Lo es la que sostiene la vida. La médico, la doula, la curandera, la madre, la que protege y ama. Lo es la mujer que crea y construye su vida a base del poder de sus pasiones, de su amor y desamor, de su asombro y poder de convicción. La mujer que celebra su vida como la mejor obra de arte. La mujer que avanza a pesar de las dificultades, la que celebra ser capaz de asumir el valor y el poder de sus decisiones, la que la celebra la vida, la que respeta sus aspiraciones, la que enarbola su poder para asumir su responsabilidad y el poder de lo que piensa. Lo es la que tiene la certeza en el camino que se labra a solas, el que sigue con paso firme, el que asume con toda la energía silenciosa de su propia devoción por el cambio y la transformación.

Sonrío mientras la llama de las velas que me rodean parpadean, lanzando fragmentos de luz liquida a mi alrededor. Y la oscuridad retrocede, se hace espacios secretos de luz y sombra. Pienso en la belleza de la sabiduría que nace de la osadía, de esa necesidad de aprender y crear, a pesar del miedo pero sobre todo, por el miedo. De ese debate insistente y perenne sobre quienes somos y quienes deseamos ser. Esa luz y sombra en la mente de toda mujer que lucha, de todo espíritu que se quema en sus prodigios íntimos, que sueña con crear y aprender.

¿Quién es bruja en esta época? Me lo pregunto de nuevo. ¿Quién lleva ese poder misterioso de no atenerse a razones, de rechazar toda imposición, de permitirse la impaciencia, el miedo, la capacidad de creación? ¿Quién es una bruja en una época que da todo por sentado? ¿Qué cree imposible lo inexplicable? ¿Que deambula entre los fragmentos de conocimiento olvidando el enorme poder de la intuición? ¿Quienes somos las mujeres que continuamos luchando con las manos abiertas para soñar y conservar la esperanza? ¿Las que levantan el lápiz, la cámara, el pincel, cincel, las ideas para proclamarse libres? ¿Quienes son las mujeres que bailan en la oscuridad? ¿Que celebran el placer y el dolor? ¿Que aprenden de la carne, del sudor, del olor del amor y del odio? ¿Que nunca dejan de construir a cuatro manos, en una feroz batalla de pensamientos, el futuro y lo irracional, la belleza de lo perdido?

Una bruja crea, se transforma, restaura, renace, se transforma así misma. En fuego, en silencio, en gritos, en jadeos, en gemidos, en palabras que se pronuncian y las que se guardan en silencio. En todas las puertas abiertas y cerradas de su mente e imaginación. En los rituales diarios, en esa convicción que la naturaleza propia y ajena enseña. En esa magia secreta de la sonrisa, de la complicidad, del corazón que se debate, de la inquietud y el desconcierto. Porque una bruja aprende equivocándose. Una bruja jamás acepta lo evidente, lo incontestable. Una bruja es rebelde de puro deseo, franca por la libertad absoluta de las ideas. Independiente por el mero hecho de negarse a aceptar que nada tenga poder sobre lo que elabora más allá de su propia visión de lo que crea. Una bruja jamás desmaya, nunca deja de insistir, jamás se detiene. Sigue avanzando con el viento el rostro, con la lluvia entre los dedos. A pesar de la oscuridad, en medio del dolor y el terror. En la frontera del miedo.

Y canto para esa bruja que vive en cada mujer, para ese espíritu indomable, inmenso e inabarcable que se alimenta de todos los silencios, que remonta ese paisaje extraordinario de los que aprendemos, soñamos y merecemos. De lo que sostenemos en las palmas abiertas, lo que la Luna Llena recibe como prenda. Para esa idea primitiva y antigua del conocimiento que nace y se renueva cada vez que se enseña. Porque ¿Qué otra cosa es una bruja sino una maestra, una sacerdotisa poderosa, una mujer que encuentra y busca conocimiento? ¿Qué otra cosa es una bruja sino una hija del Sol y de la Luna Llena, una mujer que baila para el mar, que celebra bajo las estrellas, que danza para sus historias y enarbola su propio valor como estandarte? ¿Quien es una bruja sino una mujer que batalla con las palabras, que crea magia con su sabiduría, que asume la capacidad de soñar y crear como una forma de elevarse a las estrellas? ¿Quién más es una bruja que una guardiana de viejos secretos, de pequeñas páginas perdidas en el tiempo? ¿De ritos e invocaciones cantadas y aprendidas a la luz del fuego? ¿Quién más es una bruja que esa mujer atemporal, poderosa, cruel y a la vez bondadosa, la personificación de la osadía, del dolor mínimo de la perdida, de la capacidad prodigiosa de vencer sus propia debilidad?

Levanto las palmas al Infinito tachonado de estrellas y sonrío. Por el poder de todas las mujeres que me precedieron, por la identidad que me heredaron, por el conocimiento que intento perpetuar. Por esa intuición en lo trascendental y personal. Por esa íntima capacidad para elevarse sobre las grietas de la memoria. Por la confianza en la intuición que nace de la tierra y el mar. Por esa necesidad de extender los brazos y proteger. De recorrer caminos desconocidos, de volar con el pensamiento, la imaginación y el corazón. Con el fuego brotando entre los dedos. Con la sangre antigua cantando viejas glorias. Con el temor y la curiosidad por lo desconocido avanzado en la Oscuridad del conocimiento y la razón.

¿Quienes somos las brujas? me pregunto bailando desnuda bajo la luz de la Luna Llena. ¿Quienes somos las mujeres destinadas a perdurar, a soñar y a perseverar incluso ante los peores dolores? ¿A escuchar el llamado del Infinito en nuestro espíritu? ¿Quienes somos las brujas en esta época de contradicciones y pequeños sufrimientos? ¿Quienes somos las brujas justo ahora, cuando la palabra parece perder significado en cientos de hojas perdidas y encontradas? ¿En lo pliegues de la memoria Universal?

Somos las mujeres que luchamos, nos enfrentamos a lo terrible y lo poderoso, somos las que asumimos el poder imperecedero de tener esperanza. De llevarla entre las manos, como un tesoro silencioso. De crear y asumir lo que somos, el nutrir, enseñar y sanar. Ese mirada compasiva, fuerte y personal que señala el horizonte del amanecer del espíritu. La audacia de resistir en medio de las sombras, de encontrar la belleza y la luz en medio de la oscuridad.

E invoco, el poder que vive en mi espíritu. Que me une a esa vieja herencia, a esa tradición que trasciende mi rostro. Cada vez que invoco las viejas sonrisas olvidadas, los nombres de ese vinculo misterioso que me une a la sabiduría de la tierra que nace, del viento que recuerda historias, del fuego que purifica, del agua que bendice. Un tiempo en mi espíritu. Una nueva forma de soñar y alcanzar el infinito en mis párpados cerrados.

Un forma de magia sin nombre ni confín.
Una sonrisa enigmática a une a cada Bruja que danza y sonríe a la luz del Infinito a una antigua forma de belleza.

El poder infinito que vive en su interior.

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