sábado, 9 de septiembre de 2017

La voz de las tormentas y otras historias de brujería.






- ¿Las brujas hacen daño?

Parpadeé, como deslumbrada por el sol. Miré a Flor sin saber que decir, como si su pregunta no encajara en la luz radiante de esa tarde en el patio de colegio, en medio de la algarabía de las niñas que jugaban a nuestro alrededor. Me quedé muy quieta, con las manos apretadas a los costados, el corazón latiendo tan rápido que me llevaba esfuerzos respirar. No sabía por qué me había inquietado tanto la pregunta, pero lo había hecho. Sentí que un escalofrío me recorría la espalda y la garganta se me cerraba por un nudo amargo.

- ¿Daño cómo?
- Como...hechizos que te hagan cosas horribles - insistió Flor. Se le veía muy pequeña, con su falda azul añil y blusa blanca. El cabello castaño cayéndole en brillantes rizos sobre los hombros. Pero había algo adulto en su expresión seria, en sus grandes ojos verdes mirándome preocupados. Para ella, la pregunta era seria, algo que le asustaba lo suficiente como que se atreviera a hacerla. Retrocedí un paso, un movimiento imperceptible, lento pero que en mi mente, tuvo la resonancia de un relámpago. ¿Flor creía que yo podría lastimarla? La mera idea me dio un leve retortijón de pura angustia en el estómago.

- No...no creo - balbuceé. La verdad, nunca había pensado en algo semejante. Claro que, había leído los mismos cuentos que Flor y había visto las mismas películas y sabía que en la mayoría de ellas, la bruja era un personaje maligno capaz de cometer las cosas más terribles y sanguinarias. Siempre nos hacía reír esa imagen, la de la bruja con piel verde, uñas largas y sucias, vestida en harapos. ¿Por qué ahora Flor me preguntaba algo semejante? ¿Por qué le producía temor una idea así?
- ¿Crees o lo sabes? - volvió a preguntar. Retrocedí un paso más. Vaya, esto era grave.
- Yo nunca te haría daño. O mi abuela. Tu lo sabes.
- Sí, eso lo sé - sacudió la cabeza - pero ¿que hay del resto?
- ¿Quienes?
- No lo sé. Tu y tu abuela no son las únicas brujas del mundo.
- ¿De donde sacas esas ideas?

Flor no respondió. Se inclinó, tomó su cuerda de saltar y se la enredó en la muñeca, con un movimiento lento y cuidadoso. Evitó mirarme. Me quedé sin aliento, sin saber que hacer o que decir. En realidad no tenía la menor idea de lo que ocurría.

- Una de las amigas de mi mamá le dijo que una bruja le hizo mucho daño - dijo entonces. Lo dijo como si todas las palabras se le escaparan de los labios entrecerrados. El rostro se le coloreó de verguenza y noté que tenía los brazos rígidos, como si intentara contener algún movimiento brusco - que...

Se levantó. Me dirigió una mirada directa, cansada. Una mirada vieja. O a mi me lo pareció al menos. Tomó su morral y se lo echó al hombro. Parecía avergonzada, desconcertada. La expresión extrañamente vulnerable.

- Si esa otra bruja pudo hacerle daño a la Señora González, también tu puedes ¿No? - dijo. Y eso era todo. Lo noté tan claro como si me lo hubiese dicho palabra por palabra. Eso era lo que le preocupaba y le dolía. La posibilidad de la traición, algo tan abstracto y confuso que no entendí de inmediato. ¿Qué era lo que le provocaba tanto terror? ¿Qué era lo que le abrumaba de esa manera? ¿El hecho que alguien más pudiera dañar y que eso podría significar que también yo podría hacerlo? Pero ¿Cómo? ¿Qué imaginaba que podía hacer?  Sacudió la cabeza - se lo hizo, algo horrible. Ella se lo dijo a mi mamá. Las brujas pueden hacer esas cosas. Y no me lo dijiste.

Me quedé boquiabierta, sin saber que responder a eso. Flor se encogió de hombros y sin mirarme echó a correr. La miré alejarse, pensando que debía seguirla. Que debía correr hacia ella, detenerla, explicarle. Incluso gritarle, pensé con una rabia caliente y muy definida calentandome las mejillas. ¿Qué se supone que quería decir eso? ¿Qué intentaba insinuar? No entendía absolutamente nada de lo que había querido decirme pero sí tenía algo muy claro: Flor estaba convencida que yo podía hacerle daño, que cualquiera de las mujeres de mi familia podían dejar su sonrisa amable a un lado para lastimarla. Una especie de secreto inquietante en medio de todos los secretos. Allí, de pie bajo el sol, comencé a preguntarme si era así. Si podría suceder algo semejante. Si mi abuela o mis tias alguna vez habían utilizado todo ese conocimiento que  guardaban celosamente en libros y en pequeñas invocaciones para...

¿Para qué? me pregunté con un sobresalto. Solté un jadeo de angustia. ¿Qué era exactamente lo que había sugerido Flor? ¿Qué tipo de poder tenía una bruja? Hasta entonces, yo sólo sabía que una bruja era una mujer sabia, una mujer con grandes conocimientos, una que buscaba la verdad a diario, que se hacia preguntas. Una mujer de corazón audaz, de espíritu salvaje. ¿Cómo podía hacer daño eso? ¿Cómo podía...?

No lo sabía. Me llevó esfuerzos admitirlo, pero era la simple verdad. No lo sabía. No tenía idea de lo que podía o no hacer una bruja, de las cosas que podía llevar a cabo con todos esos conocimientos, esa manera de ver el mundo. Mi abuela solía decir que la magia era una manera de construir el mundo a tu alrededor. ¿Podías utilizar esa misma capacidad para...dañar? me pregunté obsesivamente ese día, sentada al fondo del salón de clases, garabateando líneas sin sentido en mi cuaderno. Unos cuantos pupitres más allá, Flor se negaba a dirigirme la palabra, incluso mirarme. ¿Qué podía hacer una bruja? ¿Que...?

- ¿Que te pasa niña?

La voz de la bisabuela me sobresaltó. Tenía la impresión que había transcurrido muchos días desde que había salido de la Escuela y regresado a casa, pero en realidad sólo habían transcurrido algunas horas. Flor ni siquiera se había despedido de mi. Había corrido por la calle hacia el automóvil de su mamá y se había subido en él sin mirarme, dando un portazo. Me sentí un poco estupida, allí de pie en mitad de la calle, mirándola alejarse. ¿Qué había hecho para disgustarla de esa manera? Cuando mi abuela vino a recogerme, me obstiné en no decirle que me ocurría. ¿Cómo explicarle aquello si yo apenas lo entendía? De manera que me refugié en un silencio malcriado de labios apretados y dedos tensos. Justo como la bisabuela me había encontrado al entrar en la cocina para buscar su taza de te de las tardes.

Siempre me había sobresaltado un poco mi bisabuela. Era alta, estatuaria y a pesar de su edad - unos bien llevados sesenta o unos pocos setenta - caminaba muy erguida, con las hombros rigidos. Tenía la piel pálida y pecosa, el cabello cobrizo, brillantes ojos verdes. Pero algo en ella era definitivamente inquietante: esa sonrisa maliciosa que siempre bailoteaba en sus labios, esa cierta dureza ósea de sus facciones angulosas. Además, ella misma solía llamarse así misma "La Terrible", la verdadera bruja temible de la familia. Y yo le creía: no costaba hacerlo además, mirándola caminar con su bastón de roble, el cabello entrecano recogido en una trenza apretada, los ojos observandolo todo con una atención casi cruel. Si existía alguna bruja inquietante, esa sin duda era mi bisabuela.

- Tuve una pelea con mi amiga Flor - le expliqué. No era cierto por supuesto, yo no había peleado con Flor, pero ella evidentemente no quería saber nada de mi, de manera que no tenía otra manera de explicar el asunto - ella...

Bisabuela se sentó con gestos lentos en la mesa de la cocina. Me observó atenta, con su media sonrisa maliciosa en los labios. Me sentí pequeña y torpe, ante esa atención dura, esa extraña belleza. Apreté la taza de café con leche entre las manos.

- ¿Ella qué?
- Me dijo que...bueno, ella quería saber si las brujas podemos hacer daño.
- Ya veo.

Bisabuela siguió mirándome. Parecía encontrarse a punto de soltar una carcajada o así me lo pareció. Me encogí de hombros, incómoda.


- Bueno, eso.
- ¿Y que te parece a ti?
- Que no, claro  - me apresuré a decir, escandalizada - que ninguna de nosotras podría...
- Oh, mi niña querida, claro que podríamos. Y claro que lo haríamos - dijo de pronto. Sonrío: un gesto blanco y nítido que me sobresaltó. La miré incrédula.
- Pero no...
- Pero no ¿Qué?
- ¿Tu le harías daño a alguien? - le pregunté escandalizada. Bisabuela ladeó la cabeza y esta vez, soltó una pequeña carcajada. Pulida, metálica. El olor de su perfume, cítrico y muy fuerte, me llegó en una lenta vaharada. Tuve una conciencia muy clara de su magnífica presencia física, de su cuerpo alto y delgado, de su cabello abundante, incluso su melena cobriza entrecana cayéndole sobre los hombros. Nunca había entendido muy bien a la bisabuela. En en ese momento, me pareció una completa desconocida.
- Tu y yo, cualquiera. Hija ¿De donde has sacado la idea que todo es tan simple como el bien y lo que temes? - dijo - Nada es tan simple. Nunca podría serlo. Pero tu eres una niña, como tu amiga y lo comprenden de esa manera...
- Pero...
- Niña, hacer daño es un acto de voluntad. Y la voluntad, el libre albedrío, las decisiones son matices del espiritu humano - me contestó - Hablas de la capacidad de dañar como si se tratara de un atributo de las brujas, de las mujeres o incluso de determinadas personas. Pero todos, sin excepción podemos hacer daño. Todos.

No entendí todo lo que dijo. Tenía diez años y aún para mi, el mundo era supremamente simple, cortado a la medida de la luz y de la sombra. Pero aún así, las palabras de la bisabuela me sobresaltaron, me asustaron. La contemplé, hermosa y ajada por la edad, con la fina red de arrugas cubriéndose el rostro lozano. Había sido una célebre belleza en su juventud, todos lo decían. Una belleza cruel, había dicho mi abuelo una vez. Me pareció que ahora podía entender la frase.

- Flor me reclamó nunca le dije que...  - sacudí la cabeza. No sabía como explicarlo - que nunca le dije las brujas podíamos hacer cosas terribles. O algo así...
- Flor es una niña, con las expectativas y la comprensión de una niña, como tu - dijo Bisabuela - miras el mundo según tu experiencia, pequeña y a trocitos, como un rompecabeza de los sencillos. Pero hay rompecabezas mucho más complejos. Mucho más extraños intrincados, que te van a llevar mucho esfuerzo armar. Ambas visiones son válidas, una depende de la otra. Comprendo a Flor y también el motivo por el que no puedes entenderla.

Tomó una de las naranjas de la cesta de la mesa. Eran naranjas enormes, olorosas. Mi abuela tomaba cada mañana un vaso de jugo de naranjas. Tenía la creencia que era una gran manera de comenzar el día. "Es como beber luz" solía decir, con esa inocencia suya. En las manos de bisabuela, la naranja tenía un aspecto extraño, desvalido. Imaginé a la bisabuela aplastando la naranja entre sus dedos, apretando, apretando. Parpadeé. Ella me miraba, divertida.

- Escucha niña, te preocupas demasiado. Y temes demasiado. Eso no está bien, ni a tu edad ni a ninguna otra - dijo. Tomó un gajo de la naranja, la mordisqueó con deleite - lo que le ocurre a tu amiga Flor es que idealizó a la bruja. Te conoció a ti, a tu abuela, a tus primas. Le pareció hermoso y exótico el hecho que se llamaran brujas. Pero de pronto descubre que no todo es tan inocente, que no todo es tan sencillo. Y siente miedo. Y tu también claro. Ahora lo estás sintiendo.

Me encogí de hombros. No sabía que responder a aquello. De hecho, si tenía miedo. Comencé a pensar en cuales de todas esas historias sobre las brujas eran ciertas. Cuales de todas esas aterrorizantes narraciones sobre mujeres terribles que asesinaban y causaban daño a placer eran reales. Podían serlo, me dije con un sobresalto. Nada evitaba que...

- Pensé que ser bruja era algo bonito - dije en voz muy bajita. Bisabuela me escuchó con sus ojos verdes brillando de interés - que era...como que ser la mejor abuela del mundo, la mejor mujer. Que...
- Y de pronto te das cuenta que hay muchas por medio ¿No? - dijo - ¿Que no todo es tan sencillo?
- ¿Lo bueno es sencillo?
- Lo bueno es parte de la complejidad. Hablas que Flor está preocupada porque hay brujas terribles o que pueden hacer cosas reprochables, pero no te preguntas quienes pueden hacer ese tipo de cosas en realidad...
- ¿Quienes?
- Todos - dijo mi bisabuela. Suspiró, tomó otro gajo de naranja - en Brujería, se habla de la regla de consecuencias. Nadie te prohibe hagas nada, porque la naturaleza de la magia es dual. Nadie te dirá "No hagas esto" o  "eso es peligroso o dañino", porque eso sería interferir con tu voluntad. Y la brujería es poderosa en la medida que la bruja tome decisiones propias, que sea capaz de crear el mundo a su alrededor a su medida. ¿Que quiere decir eso? que siempre tomas decisiones, a todo momento y a todo nivel.  En la  Brujería se insiste decidas que hacer con tu conocimiento, con tu manera de admirar el mundo. Con tu manera de asumir las consecuencias de lo que haces.

"En la antigüedad, muchas brujas utilizaron su conocimiento sobre hierbas para envenenar, para causar daño. Lo hacían con el convencimiento que hacian lo correcto para si mismas o para su pueblo. O quizás, no había nada que las hiciera tomar la decisión de obrar así. Lo hacían porque lo deseaban. Porque era parte de su visión  del mundo. Pero utilizaban su poder de decisión para hacer lo que hacian. Y sabían también , que habrían consecuencias.

"Ser bruja no hace que tus decisiones sean mejores o peores. No te hace terrible por necesidad ni bondadosa por idealización. Toda bruja asume su poder para comprenderse así misma con enorme profundidad. Una bruja, sabe que toda decisión es una expresión de sus creencias, que cada paso que da, es un reflejo de lo que construye y aspira. Y que toda decisión tiene consecuencias. Inmediatas algunas, a la distancia otras. Una bruja está consciente sobre eso y lo asume como parte del valor de su pensamiento".

Sentí que la cabeza me daba vueltas. Era como si de pronto, la luz y oscuridad en mi forma de ver al mundo se llenara de infinitas variaciones de gris. Siempre había creído que la bondad era una cualidad absoluta, y que también lo era la maldad. Ahora la sensación era que no podía entender el mundo a través de esa sencilla visión. Incluso con diez años, la sensación de la complejidad del hombre y del mundo me abrumó, me angustió, me aplastó.

- O sea que podemos hacer daño - balbuceé. Recordé lo que había leído en los libros de las Sombras de la casa. Las propiedades de plantas y metales, las advertencias de lo que podía ocurrir si llegabas a combinar cualquiera de esas cosas de manera incorrecta. Y de pronto, comprendí que lo incorrecto también era una decisión, una visión del mundo. Me recorrió un escalofrío. Comprendí mejor a Flor en su sobresalto. Era como descubrir algo podrido en medio de lo que habías creído era un jardín extraordinario.

- Entonces la magia puede ser terrible - murmuré. La bisabuela masticó lentamente el último gajo de la naranja. El olor de la fruta flotó en la luz del sol, se hizo lozano, exquisito. Pero no pudo tranquilizarme.
- Puede ser lo que la bruja es y la bruja toma decisiones - me dijo - Niña, esto es algo que debes entender y debes agradecer, tienes la capacidad de decidir. Siempre, en todo momento, por todos los sentidos. Es bueno decidir, porque haciéndolo, te haces más sabia, creces en aprendizaje. Te miras a ti misma con mayor profundidad. Decides que no hacer y que hacer.

La luz del sol era cada vez más fuerte, más brillante. Era uno de esos días soleados de Mayo, tan calurosos que la cocina de mi abuela parecía reverberar ardiente y quemante. La sensación era extrañisima: el frío aire de la montaña bajando muy rápido y atravesando la casa y el sol, brillando más allá. Y entre ambas cosas, la oscuridad y la sombras. La tranquilidad de este silencio de la enorme casa sonmolienta. Decidir, todo se trata de decidir, me dije. Pensé en todas las veces en que me había contenido de gritar y de pelear en el patio de colegio cuando Gloria me llama "La loca de las escobas". Lo hacía porque había decidido no era tan importante lo que Gloria dijera, que podía reirme de ella, jamás mostrarle lo herida que me hacia sentir sus burlas. Una decisión, me dije, cuando podía tomar cualquier otra. Miré a la bisabuela, un poco más animada.

- O sea que una bruja puede decidir ser siempre buena y ver las cosas siempre luminosas - le pregunté. Bisabuela asintió con un gesto.
- Una bruja es un ser humano educado para cuestionarse. Y sí, puede aspirar al bien y hacer cosas constructivas. Puede hacerlo como cualquier otro ser humano - dijo. Luego me dedicó uno de sus guiños maliciosos, tan distintos a los de mi abuela. Todo su rostro bello pareció hacerse ductil, exquisito y también...un poco inquietante - pero que aburrimiento eso, la verdad.

Soltó una carcajada, burlándose quizás de si misma. Pero yo continué mirándola desde la distancia, arrobada, desconcertada, subyugada por esa extraña cualidad suya. ¿Una bruja terrible? me dije. ¿Qué quería decir eso? Decisiones. Una decisión entre cientos de otra.

Flor me miró sorprendida cuando me planté delante suyo. Dejó a un lado el cuaderno donde estaba dibujando y espero. La noté un poco incómoda, como si temiera lo que yo pudiera decir o hacer.

- ¿Alguna vez te he hecho algo feo? - pregunté. Flor parpadeó.
- ¿Que? No...
- ¿Mi abuela te ha hecho algo que te de miedo? - insistí. Flor se encogió de hombros.
- Ya tu lo sabes, tu abuela hace las mejores galletas del mundo y cuenta las mejores historias.
- ¿Por qué crees entonces que alguna de nosotras puede hacerte algo horrible?

Flor se pasó la lengua por los labios resecos, en un gesto nervioso. Se encogió de hombros, con el cuaderno apretado contra el pecho. Se veía pequeña, extrañamente vulnerable.

- Mi mamá me contó que una amiga del trabajo le había robado. Que siempre había confiado en ella, pero había tomado una de sus cosas favoritas - dijo entonces - y me dijo que...uno no sabe jamás en quien debe confiar. Por eso me contó también lo de la bruja esa que...

Sacudió la cabeza. Continué de pie, expectante. Varias de las niñas del patio nos miraban. Escuché a Gloria reir por lo bajito. "¿Qué cosa loca habrá hecho la loca?" canturreó. Decisiones, pensé. No la escuches. Decisiones. Siempre se trata de eso.

- ¿Tu me harías algo así? - dijo entonces Flor. Tenía los ojos húmedos, muy brillantes. Estaba conteniendo las lágrimas - ¿Tu...me harías algo...?
- ¿Que crees tu?
- Que no.
- Porque nunca haría algo así

Me quedé de pie, aguardando, aunque no sabía que. Flor suspiró entonces y con uno de sus movimientos desmañados, se levantó del suelo. Sonreía, otra vez su sonrisa donde faltaban dientes, esa expresión suya tan entusiasta como simplemente feliz. Me dio un abrazo flojo, desmañado. Gloria, más allá, se burló en voz alta pero pareció perder interés, como si la escena entre tierna y simple le fastidiara un poco. La escuché correr, alejarse, entre gritos y alborozo. Decisiones. Siempre decisiones.

- Yo lo sabía pero...
- Tenias miedo.
- Sí.
- No importa. El miedo siempre está, así dice bisabuela.
- Oye, ella si que me da miedo.
- Y a mi también.

Reímos juntas. El sol alto y radiante. De nuevo, tuve la sensación que el mundo era esencialmente hermoso y bello. Una gran jardin brillante. Pero ahora, también sabía que había algo más profundo, una leve variación de la idea de la bondad. El pensamiento me intrigó, me desconcertó. Me cautivó.

Y aún lo hace.

C'est la vie.

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