lunes, 20 de junio de 2016

ABC del fotógrafo curioso: ¿Por qué es necesaria la experimentación fotográfica?




Hará unos diez años, uno de mis profesores de fotografía me recomendó tomar fotografías con una cámara estenopeica. Para entonces, atravesaba la que debió ser una de mis peores crisis artísticas: había llegado a la conclusión que mi trabajo fotográfico comenzaba a repetirse y ese pensamiento me atormentaba a toda hora. Cuando se lo comenté, el profesor no tuvo mejor idea que darme aquel extraño consejo.

— ¿Una estenopeica? — pregunté.
 — Sí, así de insólito como suena. Construye tu cámara artesanal y prueba que puedes hacer con ella.
El concepto no me era desconocido: había pasado buena parte de mi infancia construyendo cámaras en botes de hojalata y cajas de zapato, con algunos resultados interesantes. Pero se trataba sólo de eso: un experimento autodidacta que jamás me había ofrecido verdaderos resultados. Comencé a resistirme a la idea — quise explicar al profesor por qué no me interesaba en lo más mínimo la estética accidental y apresurada de la estenopeica — cuando levantó la mano y me interrumpió con un gesto firme. Suspiré, conteniendo mi natural impulso para el debate.

— Cuando fotografiar nos resulta sencillo, algo estamos haciendo mal — me dijo entonces el profesor — y volver a lo básico, suele ser una forma inmediata de recordar eso y además, sacar provecho a todo lo que pueda enseñarnos. Es una método básico de complicar lo que resulta tedioso por sencillo. Intentalo.
Le prometí lo intentaría aunque debo admitir, no tenía mucha intención de cumplirlo. Aún así, desesperada y afligida por el bache creativo que atravesaba, decidí tomar el consejo. Luego de varios días de titubeos, tomé un una vieja caja de madera y construí mi primera estenopeica en años. Me sorprendió lo mucho que me conmovió hacerlo y además, comprender que buena parte de lo que había aprendido de la fotografía, se lo debía a cajas parecidas a las que sostenía en la mano, con su aspecto rudimentario y torpe. Por varios días, la llevé a todas partes y fotografié a golpe de inspiración y accidentes. Intenté olvidar mis propios límites, requisitos, incluso esa obsesiva necesidad mía de controlar hasta el mínimo detalle de las imágenes que captaba la cámara. Finalmente, decidí revisar el resultado.

Me sorprendió lo que encontré: Sobre el papel fotosensible había una serie de capturas extravagantes que me sorprendieron por su extraña belleza. No sólo se trataba de una visión por completo nueva de lo cotidiano, sino también una percepción renovada sobre lo que me rodeaba. Mi vieja calle — que conocía de memoria desde la infancia — tomaba un aspecto casi siniestro en los golpes de luz y sombra que la estenopeica había captado. Rostros, árboles, siluetas, tenían un aspecto original y casi irreconocible bajo la extraña perspectiva de mi experimento. Asombrada, miré las imágenes por horas.

Me dediqué por semanas enteras al nuevo procedimiento. Construí varias estenopeicas que llevé a todas partes y me ayudaron a fotografiar de una manera insólita que hasta entonces, no había considerado posible. De pronto me sentí muy libre, muy asombrada por lo que podía hacer y todo lo nuevo que podía ofrecerme la fotografía, a pesar de mi larga década de experiencia en ella. Por último, reuní el resultado y disfruté de ese recorrido temporal y físico por la fotografía como algo más que lo aparente. Me sorprendió como pocas veces lo han hecho lo fresco del resultado que encontré en el conjunto de imágenes, lo mucho que me estimuló las posibilidades que podrían mostrarme y sobre todo, esa vuelta tuerca a la fotografía, cuando creía que no tenía mucho más que ofrecerme.

— La fotografía, como todo arte, se basa en la iniciativa — me dijo mi profesor cuando le mostré el resultado fotográfico que había obtenido y le hablé de mi renovado entusiasmo visual — todos solemos hacer las cosas de la misma manera y por las mismas razones. Variar un poco el punto de vista te permite salir de ese límite autoimpuesto que muchas veces nos define sin querer. Y ese redescubrimiento siempre tiene resultados fascinantes y satisfactorios.

Recordé sus palabras mientras un precioso libro sobre la fotografía experimental de la autora Kevin Meredith, que dedica su atención a un tema del cual se habla mucho pero en realidad se sabe poco: Las Toy Cameras. Me sorprendió no solo la complejidad del tema — a pesar de la creencia popular que la fotografía experimental no tiene mayores misterios — sino los resultados concretos que pueden obtenerse de la mera experimentación, incluso con las cámaras más sencillas y esquemáticas. Y es que parte de la magia de esa fotografía sin reglas — o no al menos las comunes — es esa necesidad de recrear los espacios y temas comunes de una manera nueva, las infinitas revisiones de temas concretos de formas por completo inesperadas. Me cautivó además descubrir la gran mayoría de los fotógrafos de renombre, poseen un trabajo personal y muy interesante, basados en plataformas inusuales y donde recopilan no solo un poco de su propia manera de ver el mundo, sino ángulos inusuales de su trabajo regular. De manera que me encontré reflexionando el motivo por el cual la fotografía experimental, lleve el nombre que lleve, produce tanta desconfianza y sobre todo, es tratada con tanta arrogancia, por algunos fotógrafos que se llaman así mismos puristas.

Lomografía, fotografía experimental o cualquiera sea el nombre que le demos al estilo visual, es indudable que celebra la capacidad creativa de la disciplina hasta un extremo resulta intrigante y que resulta beneficioso no para aquellos que intentan crear un lenguaje fotográfico — o mejor dicho, uno lo suficientemente intrigante como para sorprendernos — sino para quienes la imagen es un lenguaje personal.

* De la Estenopeica a la Lomo LC-A:
Como comenté más arriba, construí mi primera estenopeica cuando era una niña. Era una caja de té mal montada y pésimamente rematada, que dejaba entrar la luz por todas partes pero yo la adoré. La construí siguiendo las instrucciones de un viejo libro de fotografía que encontré en la biblioteca Nacional de mi ciudad, del autor Rubén Uquillas y aunque al principio tuvo resultados cuanto menos desastrosos, los siguientes intentos me permitieron lo que siempre llamó, esa otra visión de mi lenguaje visual. Porque aunque las fotografías que obtuve estaban llenas de extraños reflejos de luz y tenían un aspecto extraño y sin sentido, sentí que de alguna forma, ese proceso artesanal, esa vuelta de hoja a lo que se supone es tradición y meta de la fotografía ( mostrar una imagen nítida, reconocible ) me dejó desconcertada. El resultado de aquellos negativos me demostraron las posibilidades, las inmensa belleza de esa visual anárquica que te permite la fotografía experimental.

Continué haciendo experimentos parecidos con el paso del tiempo: forzar el ASA de rollos vencidos o simplemente dobles exposiciones simples. Y siempre me sorprendió el resultado inesperado, la sorpresa visual que me deparó cada nuevo experimento. Con el tiempo, comprendí lo que tantos fotógrafos antes que yo y lo que probablemente seguirán comprendiendo muchos después de mí: la fotografía es un arte personalísimo, donde tu necesidad de búsqueda personal y recreación de lo conocido, tiene un lugar especial en tu búsqueda de un lenguaje visual individual.

Unos cuantos años después, descubrí la Lomografía, que no es otra cosa que la revisión de todos esos pequeños experimentos e ideas conjugados en algo tan amplio como inusual: un estilo de fotografía que recopila todos los experimentos e ideas que antes solían aplicarse por separado bajo una idea única. La lomografía, como tal, no es solo un estilo visual reconocible, que bebe de fuentes tan dispares y abiertas como la fotografía experimental, modelo de estenopeica y la fotografía tradicional propiamente dicha, sino que además, crea un estilo de vida basado en toda esa apertura de conceptos, de sistemas visuales, que permite no solo la recreación del hecho fotográfico como una nueva forma visual, sino de permitir al fotógrafo reinventar su propia mirada personal. Porque sin duda, si algo identifica y conceptualiza la Lomografía, es la libertad. La libertad respecto a normas, la búsqueda de una idea visual que pueda ser replanteada para obtener resultados cada vez más hermosos e íntimos. Y sin duda, tal vez replantea la idea de la fotografía como lenguaje visual. ¿Hasta dónde podemos llegar en nuestro lenguaje visual? ¿Cual es el límite concreto entre la regla que delimita la imagen y busca una nueva tendencia dentro de sí misma? Se trata de una serie de preguntas que probablemente solo den lugar a más cuestionamientos, lo cual resulta no solo interesante sino además, valioso para el eterno debate sobre los planteamientos esenciales de una arte técnica en constante evolución como lo es la fotografía.

La experimentación fotográfica es necesaria: No solo te permite retomar un poco esa magia del film, que muchos consideran de manera equivocada una reliquia artesanal poco relacionada con la fotografía actual, sino que además, crea un hecho fotográfico único: el replanteamiento de lo que consideramos concreto y dogmático, en busca de ideas nuevas que nutran no solo nuestro lenguaje fotográfico sino nuestra particular visión del mundo de la imagen. Una nueva manera de crear.

¿Y en cuanto a mi? Sigo llevando en mi cartera mi Diana Mini, cargada con el sempiterno rollo ASA 100 en blanco y negro. Cada vez que necesito renovar, reconstruir y encontrar una mirada nueva a mi punto de vista fotográfico, recurro a lo experimental y tradicional, como una forma de comprender lo que deseo crear y cómo lo hago. Continuo soñando con encontrar esa imagen inusitada, esa manera de interpretar la realidad de una forma única. ¿Es una moda todo esto? Probablemente, pero no es por cierto, una manera interesante de plantear la idea fotográfica comenzar a comprenderla no sólo como una disciplina rigurosa sino como una idea social, una forma cultural? Conserva la idea, crea la imagen, habla de tu mundo. Un día a día visual.

C’est la vie.

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