lunes, 6 de junio de 2016

ABC del fotógrafo curioso: La fotografía como expresión personal





¿Por qué fotografiamos? ¿Qué nos hace fotografiar lo que fotografiamos? ¿Qué nos obsesiona tanto como para conservarlo como imagen? ¿Hasta qué punto fotografiar es una disciplina técnica más que una forma de arte? ¿O puede ser ambas cosas? ¿Dónde se encuentra esa frontera entre lo que construimos como lenguaje visual y nuestro punto de vista sobre la individualidad que toda obra artística supone? ¿Quiénes somos al fotografiar? ¿Quiénes intentamos ser? ¿Hacia dónde miramos? ¿Qué nos define en la imagen?

Me hago esas preguntas con mucha frecuencia. Tanto, como para que obsesionen y hagan que cada una de mis fotografías intente no sólo resolver esos interrogantes sino que además las profundicen, a la manera como cualquier discurso creativo puede hacerlo. Pero más allá de eso, la fotografía es una mezcla de ideas y referencias, una percepción sobre lo que nos rodea que se sustenta en lo que elaboramos y sustentamos como discurso visual. Más allá de eso, la fotografía es también un trozo de identidad, una historia compuesta de imágenes. Una percepción concreta sobre lo que nos produce miedo, placer, admiración y asombro. En otras palabras, la fotografía es una mirada muy amplia sobre un lenguaje visual muy particular.
De niña, creía que la fotografía era cosa de magia. Y lo creía con toda la buena fe apasionada de la infancia: tomaba la cámara, miraba a través del visor y de pronto, tenía la sensación que realidad se convertía en algo más brillante e intrigante. Era como si el mundo entero tomara un nuevo significado por obra y gracia de la cámara: Los árboles no eran sólo árboles, sino también una metáfora de mi niñez inquieta y floreciente. El cielo azul de mi ciudad se volvía una extensión brillante, donde cambia el verano eterno de una época entrañable, la sensación de portento que por mucho tiempo me pareció casi natural. Pero más allá de eso, la fotografía fue mi puerta y mi ventana, mi forma de mirar, la risa contenida, la alegría de crear y construir ideas. Un sueño compartido en luz y sombra.

A veces miro hacia atrás y me sorprende el hecho que he fotografiado durante casi toda mi vida. Recuerdo muy pocas cosas que no estén relacionadas con el impulso de fotografiar, de conservar un instante para siempre, de documentar lo mejor que puedo —o mejor dicho, de la forma más fidedigna posible— mi historia. Una experiencia visual que me ha llevado a recorrer de un lado a otro muchos terrenos fotográficos disímiles, en la búsqueda de algo concreto que aun no descubro ni tampoco puedo explicar por completo. ¿Justificación? ¿Una idea concreta sobre hacía donde me dirijo? No sabría decirlo.

De manera que crecí convencida que la fotografía es un ejercicio imprescindible para expresarme y más allá de eso, desmenuzar mi discurso íntimo como una serie de símbolos concretos. Un recorrido reflexivo no sólo sobre el hecho fotográfico sino también, su profundidad e importancia en la manera como asumo mi capacidad artística. Se trata también de un evento espiritual en el que la imagen resulta un elemento esencial en un mirada insistente y cómo dibujo mi paisaje interior. Y es que no amo la fotografía como recurso visual y artístico, sino como parte de mi vida. Un testigo ineludible de la mayoría de mis momentos trascendentales. Tal vez por ese motivos la fotografía es parte de nuestro lenguaje esencial, crea ideas y formas de expresión. Un reflejo de quienes somos y quizás, quieres queremos ser.

El caso es que comenzar a fotografiar siendo tan niña, me pone en una situación singular: he fotografiado en muchos formatos, he leído todos los libros de fotografía a mi disposición, he investigado y aprendido técnicas, he recibido clases y lecciones de extraordinarios fotógrafos y al cabo de todo este tiempo, he recorrido un camino tan sustancioso como personal. Me encuentro siempre en constante aprendizaje y crecimiento. Me esfuerzo por construir una idea de la fotografía que crezca y madure conmigo. En ocasiones me sobresalta un poco —pero de esos magníficos sobresaltos que son más una idea abstracta que otra cosa— comprender que la fotografía es de hecho, una parte de mí misma, de mi manera de pensar y de ver el mundo. Es una parte gigantesca de mi espíritu: uno de mis formas de creer y ser.

Hago todo este comentario porque en un mundo donde la fotografía se asocia con técnica, el arte fotográfico, esa idea que te hace soñar y crear, en ocasiones queda relegada más allá de lo que te hace analizar la idea visual en si misma. Hay una repercusión muy íntima de esa necesidad de construcción de un lenguaje visual, eso de analizar de dónde provienen tus fuentes, de donde nace la necesidad de crear, de donde proviene ese deseo intrínseco de soñar. Y es probablemente esa crítica, ese desmenuzar cuidadosamente la idea, lo que hace que analices tu trabajo fotográfico —el de siempre, el de antes, el del futuro— no como piezas proclives a interpretación, sino como partes de un todo enorme, fragmentado entre tu historia personal, lo que abarca tu manera de ver el mundo y la forma más certera y coherente de estructurar formas de creación en tu mente y tu manera de interpretar la realidad.

¿Qué es la fotografía? He hecho esta pregunta muchísimas veces a través de los años. He recibido todo tipo de respuestas, pero algunas están más cerca de lo que creo que otras. Una vez, se la hice a un buen amigo, fotógrafo deportivo, quién después de meditarla me respondió:

«Lamentablemente, si es en Venezuela, tiene mucho que ver si ganas dinero con la fotografía, de manera que si trabajas en la profesión es tu trabajo», contestó. Le escuché mirándolo con detenimiento: G. es un reportero gráfico que tiene la particular capacidad de captar en una imagen metáforas visuales que suelen impresionarme. Hay más allí que lo económico, pero me lo dijo desde el punto de vista de la experiencia, del que trabaja todos los días con la cámara como recurso de construcción profesional. Tomé nota mental de sus palabras y, de hecho, medité sus implicaciones: La fotografía en abstracto es un lenguaje, pero en práctica es una manera de ver el mundo.

Después se lo pregunté a uno de los hombres más inteligentes que he conocido, mi profesor de Coolhunting. Siempre bromista y extravagante, M. escuchó mi pregunta con súbita seriedad y se inclinó hacía mí, en un gesto casi intimidante.

«La fotografía es un lenguaje. Es la manera como construyes ideas basándote netamente en tu sensibilidad visual —dijo entonces— es el arte de recrear las ideas, de construir una manera de manifestar visualmente sus deseos, sentimientos y preocupaciones. Una forma de construir metáforas visuales».

Esa respuesta se acercaba más a mi opinión personal, pensé regocijada. Pero seguía pareciéndome incompleta. La fotografía es algo más que únicamente metáfora, es una creación eminentemente espiritual que se manifiesta a través de una idea de parecer técnicos. Continué por supuesto, meditando toda idea, toda aseveración al respecto y de hecho, me encontré releyendo mis libros favoritos sobre la fotografía: la gran Susan Sontag, Barthez, Ansel Adams y su exquisito preciosismo visual. Miraba también durante horas documentales sobre la vida de grandes fotógrafos, intentando encontrar la respuesta. Recuerdo haber pasado noches enteras, escuchando la voz exquisita de Cartier Bresson, hablando sobre el momento decisivo, explicando a grandes rasgos, su experiencia visual. Y me pregunté como sería su recorrido, ese largo camino visual que le había llevado a tomar esas decisiones a nivel conceptual sobre si mismo. Una extraña manera de plantearse el arte técnica por excelencia.

Seguí sin tener una respuesta concreta. Cuando comencé a cursar un taller de foto-poesía en la escuela donde me eduqué, me sorprendió que la vieja pregunta surgía de una manera casi inquietante: La profesora G., una bella dama de la fotografía que ha tomado lo visual como una forma de expresión, ponderaba sobre el poder de la imagen. No solo como vehículo de creación sino como sustento concreto de ideas y conceptos. La escuché, repasando mis dudas y cavilaciones, y encontré algo tan interesante como singular: una arista sobre la fotografía que no solo la humaniza, sino que le brinda sentido a todo lo que era de hecho la poesía visual.

«La fotografía es una manera de reconocerte a ti mismo, un espejo que construye realidades y fantasías, verdades y sentimientos —explicó con una sonrisa—, nunca te ves de manera tan clara como cuando fotografías».

Otra idea que había venido analizando desde tiempo atrás, pensé. Pero ¿es suficiente eso para llamarte fotógrafo? ¿Es suficiente para llevar el estandarte de un creador de imagen?

Más tarde, el mismo día, conversaba con una de las asistentes al curso, una periodista de viajes cuyas fotos de paisaje personalmente me parecen espléndidas. Ya lo decía Ansel Adams: el paisajismo es una de las pruebas más duras del fotógrafo y la más frustrante también. Pero eso no parece ser el caso de A., quien tiene la capacidad para recrear una belleza casi irreal en paisajes que en otros ojos, solo serían una porción de tierra. Lo cierto es que A. es uno de esos fotógrafos autodidactas que tienen la capacidad de expresar la belleza de una manera natural. Y para ella, no hay duda sobre ello.

«Nunca he hecho un curso básico —dijo sonriendo con su habitual ternura— ni tampoco tengo luces. Solo tengo un lente de buena óptica. Lo demás es corazón».

Sonreí. Había una cierta ingenuidad irrevocable en sus palabras, pero sin duda, había mucho que analizar sobre eso. Porque sus fotografías eran espléndidas, había en ellas una obsesión por la luz notable, un sueño maravilloso en colores y sensibilidad que no se aprende en ninguna. Instintivo, pensé con cierto asombro. Del espíritu, natural.

Y la pregunta sigue allí. Incluso todos los días en que tomo mi cámara y fotografío sin cesar, con una sensación de placer tan enorme como íntima. Y sigue sin respuesta. Me parece que es idóneo que así sea. Lo siento cada vez que revelo uno de mis rollos, cuando disfruto simplemente de mi capacidad para crear imágenes. ¿Qué es la fotografía? ¿Interesa brindarle un concepto a esta emoción, a esta manera de crear? Realmente he descubierto que no. Solo sé que la fotografía es parte de mi lenguaje personal, que me ha obsequiado un tipo de conocimiento sobre la vida tan profundamente exquisito que es parte de mi manera de construir mi lenguaje más personal. Es mi regalo, la forma en que concibo el mundo y después de tantos años, sonrío de purísima satisfacción, rodeada de mis cámaras y negativos, de mis fotografías y mis libros, agradecida de este sueño que comenzó hace tanto tiempo y que hoy, le da forma y sentido a mi vida.

Supongo que la gran lección que he aprendido durante todos estos años es esa: Crecer como fotógrafa me ha hecho una gran estudiante del arte de construir mi mundo visual y sobre todo, comprender que la manera más idónea de amar la fotografía —el lenguaje visual más privado— es simplemente aprendiendo el valor real del mundo de la imagen que se levanta, se construye, se sueña cada día. Una manera de vivir.

Y tu que me lees ¿Te lo preguntas? ¿Te cuestionas que te hace fotografiar y llamarte fotógrafo? Quizás hacerlo te permita no sólo comprender mejor ese intimo impulso de re construir el mundo a través de tu personal opinión sobre él sino también, asumir el poder de los símbolos que creas, que profundizas, que asumes como propios. Una mirada a quienes somos - como autores - y también, como vinculo con el lenguaje que se crea a sí mismo y que sostiene nuestra identidad.

C'est la vie.

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