sábado, 19 de marzo de 2016

La Sonrisa de la bruja y otra historias de brujería.




El circulo de velas me rodea y de pronto, mi desnudez me hace sentir profundamente frágil y vulnerable. Como si la luz parpadeante, me hiciera más consciente de mi cuerpo, de mis pequeñas imperfecciones y secretos. Tomo una bocanada de aire, con las manos apretadas contra el pecho y trato de imaginar un cielo interminable tachonado de estrellas rodeándome. Un infinito sin nombre y sin confín, dándole sentidos a mis pensamientos. Y pienso que mi desnudez lo celebra, que hay algo mágico y poderoso en esta sensación de plenitud que me rodea. Una libertad diminuta y misteriosa. Una íntima forma de crear.




- ¿Una historia de terror? - pregunté incómoda. Gloria soltó una de sus risitas maliciosas.
- Claro, debe haber alguna en tu casa.

No supe qué responder a eso. Nos encontrábamos en el jardín antipático de mi abuela- la sabia, la bruja - correteando de un lado a otro entre risas. Me detuve, con la respiración agitada y una rara sensación de incomodidad. Gloria se quedó de pie con los brazos en jarra, mirándome con los ojos muy abiertos y curiosos.

- ¿Me vas a decir que esta casa tan enorme y tan rara no hay cuentos de fantasmas? - insistió.
- Gloria, de verdad...
- ¿Tienes miedo?
- No.
- Entonces ¿Hay historias de fantasmas?

Me encogí de hombros, echando una mirada sobre el hombro a la fachada de mi casa. ¿Una casa rara? Me pregunté mirando sus ventanas vulgares, su techo a dos aguas lleno de tejas rotas y descoloridas por el sol, la enorme puerta de madera un poco destartalada. Jamás me había parecido que la vieja casona familiar fuera distinta a cualquiera del resto de las casa que la rodeaban. Una construcción muy vieja, de paredes húmedas, rodeada por un jardín frondoso y construida de manera algo improvisada. El pensamiento me desconcertó.

- Pues que yo sepa... - balbuceé - Gloria de verdad...

Sacudí la cabeza, incómoda. La verdad, no sabía por qué me inquietaba tanto la pregunta de Gloria. De sobra sabía que la mayoría de los vecinos de la calle llamaban a la casa de mi abuela "El solar de la bruja" y que alguno de ellos, evitaban incluso pasar por la calle de al frente por puro sobresalto. Eso siempre me había ocasionado más risa que otra cosa y las historias sobre lo misteriosa que les parecía la propiedad familiar la mayoría de las veces, me  provocaban carcajadas. Pero ahora que Gloria lo mencionaba...tragué en seco. Esto era distinto y sabía muy bien por qué: Gloria pertenecía al mundo de la escuela, de las amigas que quería tener, del mundo que no sabían nada sobre brujería y brujas. Por algún motivo, a medida que me iba haciendo mayor, la diferencia era más evidente y me preocupaba más, como si hubiera dos fragmentos de mi vida que no pudieran encajar de ninguna manera con el mundo que me rodeaba. Más de una vez, entre preocupada y abochornada, me pregunté si no era un poco hipócrita, sentirme tan orgullosa de llamarme Bruja y a la vez, que me incomodara tanto lo que alguien pudiera pensar sobre el tema.

- Bueno...la verdad no conozco ninguna - insistí en voz baja - sólo historias sobre puertas que se cierran o sonidos extraños, pero nada importante ni interesante.
- ¿Me las cuentas?
- Pero son tonterías.
- ¡Yo las quiero escuchar!

Gloria aguardó, con los ojos muy abiertos y asombrados. Tomé una bocanada de aire, intentando ordenar mis pensamientos. Me dejé caer en las raíces del enorme árbol de mango de la casa, intentando ganar tiempo. Gloria se apresuró a sentarse a mi lado, impaciente.

- Oye, toda bruja debe tener historias interesantísimas que contar ¡Y yo las quiero saber! - dijo con su habitual petulancia - ¿No es eso en lo que creen las brujas? ¿En fantasmas? ¿Aparecidos? ¿El...demonio?

Me quedé boquiabierta y sin saber que responder. Como siempre, no dejaba de sorprenderme las cosas que otra gente pensaba sobre la brujería y la forma como comprendía el mundo. No sólo se trataba de una visión sobre el tema la mayoría de las veces exagerada y estrambótica, sino que además contradecía directamente las creencias en las que me estaba educando. Miré a Gloria, que continuaba esperando respondiera a sus preguntas, con expresión entusiasmada y terca y me pregunté como podía explicarle la forma sencilla y casi cotidiana como se comprendía la brujería en mi casa. Esa noción tan íntima y poderosa de la magia que había aprendido a comprender y respetar.

- No, la verdad las brujas no creemos nada de eso - respondí al cabo - la verdad, ni una sola bruja de verdad en el mundo te dirá que cree en demonios o cosas parecidas.

Gloria dejó escapar una bocanada de aire, como si mis palabras la hubieran golpeado en pleno rostro. Comenzó a sacudir la cabeza, como si lo que acabara de decir fuera del todo inaudito para ella. De hecho, parecía tan decepcionada y enfurecida que a pesar de mi malestar, no pude evitar sonreír.

- ¡Pero yo leí que las brujas de hace mucho tiempo invocaban demonios! - me espetó, comenzando a enfurecerse - ¡Que iban a los bosques para invocar a espíritus malvados! ¿No es eso lo que hacían?
- No - dije parpadeando de puro asombro - Gloria, las brujas no creemos en los demonios ni nada parecido. Ni siquiera forma parte de nuestras creencias.

Apreté los puños, intentando contener la creciente cólera que comenzaba a colorearme las mejillas. ¿Demonios? ¿Espíritus malvados?  Intenté recordar lo que mi abuela siempre decía cuando alguien hacía preguntas semejantes - "Más vale la duda que la certidumbre errónea. Encuentra la paciencia para explicar" -  pero no resultaba sencillo pensar  de esa forma, cuando ese tipo de preguntas las hacía una buena amiga, alguien que solía venir a casa y conocía a las mujeres de tu familia. ¿Cómo podía pensar algo semejante? Me pregunté abrumada. Gloria había escuchado a mi abuela hablar sobre la brujería, sabía algunas de nuestras costumbres y tradiciones. ¿¿Cómo podía considerar cierto algo como lo que acababa de decir?

- Los Demonios, el diablo y cosas semejantes son creencias cristianas - dije finalmente, con voz aceptablemente calma - lo dice la Biblia y las tradiciones de la Iglesia, que no son las nuestras. Gloria, ninguna bruja te hablará sobre espíritus demoníacos o cosas así...porque no cree en ellos.

Gloria se quedó callada, con la expresión de quien recibe un bofetón en pleno rostro. Sacudió la cabeza, como si intentara aclarar sus pensamientos. Me pregunté qué estaba pensando, que otras ideas tenía sobre mi familia y mis creencias, que hasta entonces no me había comentado. Tuve deseos de gritar y enfadarme de verdad, sacudiendo los puños, exigiendo me las dijera. Pero por supuesto, no lo hice. En lugar de eso,  me obligué a permanecer sentada a su lado, mirándola con toda la tranquilidad que fui capaz de reunir. Abuela estaría orgullosa de mí, pensé con cierta amargura.

- Pero una vez ví en un libro que las brujas iban desnudas a los bosques para...- carraspeó la garganta - para ya sabes...con los demonios. Corrían sin ropa y llevando una escoba para atraerlos.

Me dolió escuchar una de nuestras tradiciones re convertida en aquel cuento de horror. No sólo porque se tratara de un ritual muy viejo y respetado en la Brujería, sino porque sabía que Gloria me decía la verdad: en muchos libros, se solía dibujar a las brujas corriendo por los bosques para disfrutar del sexo junto a criaturas infernales salidas directamente de la imaginación de algún monje medieval especialmente lascivo. Me pregunté, casi sin querer, cuantas de las tradiciones de la Brujería, se habían transformado en la excusa perfecta para satirizar y estigmatizar lo distinto, lo singular, lo que la Iglesia y la cultura rechazaba por desconocido. Era un pensamiento triste y doloroso. Una perspectiva sobre las ideas en las que creía desalentadora.

- Una bruja cree que el mayor tributo que puede hacer a sus creencias es llevar a cabo un ritual sin ropas. Se llama "ir vestida de cielo" - le expliqué a Gloria, que me miraba con ojos redondos - la desnudez no es mala ni es buena.  No tiene que ver con espíritus o seres demoníacos. Significa algo sobre tu libertad personal y las de tus ideas. Estar sin ropas, es una manera de mostrarte pura, fuerte e integra frente a lo que crees. No es un...atentado contra el pudor, algo indecente o algo semejante. O al menos las brujas, no lo vemos así.

Me imaginé que dirían las monjas bigotonas del colegio al que Gloria y yo asistíamos si me escucharan hablar de esa manera. Ellas, que estaban tan obsesionadas con el largo de la falda, los botones bien cerrados de las blusas y los labios maquillados. Gloria debía estar pensando en algo semejante porque se echó a reír casi con tristeza.

- Es una idea bonita - comentó entonces en tono cauteloso - pero no creo que mucha gente la entienda así. Ir desnuda...no...es algo natural o bueno. No entiendo por qué tus creencias lo ven así.

En una ocasión, había hecho una pregunta semejante a mi abuela. No podía entender como la brujería insistía en que el cuerpo desnudo era sinónimo de libertad y poder, cuando la mayoría de la gente creía justo lo contrario. Abuela soltó una de sus carcajadas atronadoras, viéndome tan preocupada por el tema.

- Llevar ropa es una decisión cultural, una forma de expresar tus tradiciones y la cultura en la que te educaste. No hay nada impúdico en el cuerpo desnudo. Lo hay en la manera como lo sociedad donde naciste lo asume y lo interpreta - me explicó, a pesar que yo era una niña de nueve años y no entendía la mayor parte de lo que decía - en otras palabras, el cuerpo es algo hermoso y mostrarlo, es una decisión personal. No un tema de tabú o de temores.

No es fácil comprender una idea así, cuando eres tan pequeña. Pensé en lo mucho que ofendía a la gente que una mujer o un hombre aparecieran en las películas sin ropa. A pesar de qué era aún muy pequeña, sabía muy bien que no era algo normal ni bien visto, mostrar el cuerpo y mucho menos, de la manera libre y despreocupada como mi abuela sugería.

- Pero es...irrespetuoso y también...indecente - insistí a mi abuela - no es algo...bueno...ya sabes.

Tenía una idea muy confusa sobre la desnudez, pero si tenía muy claro que el cuerpo y como se cubría era algo muy serio para la mayoría de la gente. Mi abuela me dedicó una mirada un poco triste.

- La decencia y el respeto son ideas culturales. Son distintos para cada cual y para la brujería, no hay nada censurable en mostrar su cuerpo - me explicó - pero sí, entiendo que para mucha gente, no es natural ni mucho menos bello. Esa idea se llama prejuicio y nace de la creencia que el cuerpo puede ofender o incitar al pecado. Es una idea religiosa muy vieja y que por siglos, se ha mantenido intacta.

Recordé esa conversación mientras intentaba explicarle a Gloria sobre el tema. Ahora, con casi quince años, entendía un poco lo complicado que debió resultarle a la abuela explicarme algo semejante. Me estaba resultando incómodo y no sólo por el hecho de hablar sobre la desnudez, hablarle a Gloria sobre esa percepción sobre el cuerpo humano de la Tradición de la Diosa, tan distinta a la de muchas religiones, tan contradictoria a la forma como ella lo asumía. Sacudí la cabeza.

- Cada uno de nosotros comprende lo que le rodea de una manera personal y distinta - dije - y eso es bueno: es como si el mundo fuera distinto para cada uno de nosotros. Para la brujería, no existe nada de malo en tu cuerpo desnudo. Es una forma de celebrar que eres parte de la naturaleza, del ciclo de las cosas buenas y malas que ocurren en el mundo, de la vida y de la muerte.

Gloria no respondió de inmediato. Se mordisqueó las uñas, mirando la fachada envejecida de mi casa, como si la analizara con nuevos ojos. Pensé si no sería así, si escuchándome, no comenzaría a pensar que tal vez La brujería - y las brujas - no era tan inofensiva como había creído. Tan inocente, bonita y audaz. Lamenté ese pensamiento. Me dolió incluso. Me preparé para escucharselo decir.

Pero en lugar de eso, ella simplemente sacudió la cabeza y suspiró. Parecía preocupada, desconcertada e incluso triste. Como si tuviera cientos de pensamientos que manejar y le estuviera llevando esfuerzo hacerlo.

- O sea que para ti...para ustedes, no existe nada como demonios o cosas terribles. Y tampoco el pecado o algo así. Por eso no te parece mal ir desnuda ¿No? O cosas así - preguntó. Y lo hizo con una curiosa inocencia, como si no supiera donde encajar esa información. Me encogí de hombros, mirándola con cierto cansancio.

- El pecado, los demonios y todo lo demás, son ideas cristianas. Para ti es real porque lo crees - respondí - pero para mí...

Quise explicarle que todas esas ideas, parecían relacionadas con una idea esencial sobre el bien y el mal que una bruja no comprendía. Que ninguna bruja creería que la maldad y la bondad de dependían de algo más que su voluntad y capacidad para decidir cómo construir su vida, su forma de crear y de percibir el mundo. Que para una bruja, la naturaleza era fuente de infinita sabiduría y de belleza y que por tanto, nada que pudiera provenir de ella podía ser comprendido como una idea absoluta. Quise hablarle de las infinitas graduaciones de la belleza, de las ideas y de los pensamientos en que la brujería creía.  Que no había nada esencialmente bueno o malo, sino una combinación de ambas cosas en cada uno de nosotros. Quise hablarle sobre como una bruja creía que el poder creativo, que la Divinidad y todas las ideas que sostenían nuestra conciencia espiritual e individual, tenían que ver con un equilibrio entre ideas contrarias, contrapuestas. Que había un conocimiento infinito, enorme y profundo en  la capacidad de la mente humana para comprender que cada idea es relativa, poderosa en lo esencial e igual importante que otra.

Pero supe que quizás, Gloria no me entendería. No de inmediato, pensé con un suspiro. Que para ella, el bien y el mal eran ideas contrarias y para siempre separadas por un abismo. Que ambas percepciones de la realidad estaban destinadas a contradecirse, a enfrentarse entre sí. Y que quizás por ese motivo, para ella era tan sencillo comprender y aceptar ideas como las del bien y el mal sin matices. Esos demonios de la imaginación que tanto le preocupaban.

- No es sencillo ser una bruja ¿No? - dijo de pronto. Me quedé muy sorprendida por la frase. Gloria lo notó y tomó una lenta bocanada de aire, como intentando ordenar sus ideas para explicarlas - me refiero a que...siempre tienes que decidir ¿Verdad? No hay nada...seguro o cierto. Eso no es fácil.

Me quedé un poco desconcertada. Miré mi casa y de pronto recordé, las largas conversaciones que solía sostener con abuela, esa insólita mirada suya la realidad. Esa insistencia sobre la verdad y lo aparente, esa noción de la Brujería sobre la capacidad de la bruja para crear a través de su capacidad para comprender lo que le rodea desde el don de su voluntad. Recordé todas las veces en que había leído en los Libros de las Sombras de la familia, la importancia de la individualidad, la identidad, la capacidad para pensar y reflexionar sobre las ideas trascendentales. Esa formidable idea sobre la personalidad y el poder de la esperanza que sostenía todas mis creencias. Una bruja jamás se conforma, jamás abandona la lucha. Una bruja jamás deja de hacerse preguntas y cuestionar. Una bruja es una eterna alumna, busca la verdad con el poder del temor y de la espiración por la verdad.

- No, no lo es - dije con una sonrisa. Gloria me dedicó uno de sus guiños maliciosos que tanto me hacían reír.
- Y menor si debes ir desnuda por allí.
- Mucho menos, claro.

Reímos juntas. Gloria se levantó y dando un salto, se sujetó de la rama más baja del árbol. Se empujó hacia arriba y empezó a encaramarse por el tronco, con una agilidad que me sorprendió.

- ¡Vamos! ¡Si llego antes que tu a la copa me tendrás que contar una historia de fantasmas! - me retó. Entre risas, extendí los brazos y comencé a trepar entre las ramas resbaladizas.
- ¡Pero no me sé ninguna!
- ¡Que bruja tan necia!


Reímos juntas otra vez y pensé, que no estaba tan mal no estar de acuerdo siempre, que ella no pudiera comprender mi manera de pensar o yo el suyo. Que quizás eso era parte de la necesidad de crear y construir una forma de ver el mundo, entre lo bueno y lo malo, un matiz a medias en las que ambas pudiéramos estar de acuerdo. Una forma de soñar.


***

Desnuda, en medio del círculo de velas, levanto los brazos al infinito. Y pienso que hay una fuerza insólita y enigmática en esa decisión de cuestionar lo evidente, de crear  través de mis creencias, de enfrentarme a la certeza siempre que puedo. Y es que ser una bruja no es sencillo, me digo, entonando las viejas invocaciones con una sonrisa, pero también es la forma más poderosa en que puedo comprenderme.

El nombre que me define.
La mirada al Infinito que completa.
La mirada de las estrellas, en mí.

0 comentarios:

Publicar un comentario