jueves, 17 de marzo de 2016

El escándalo y la polémica: La imagen como documento ineludible

Fotografía de James Nachtwey



La fotografía es, por necesidad —y tal vez por definición—, esencialmente polémica. Y lo es, por su capacidad para captar tanto la realidad en estado puro —el documento visual sin interpretaciones— y también la visión del fotógrafo, esa otra dimensión del discurso visual que puede confundirse y de hecho, puede ser, una declaración de principios muy concreta. Una idea que pueden parecer muy semejantes pero no lo son. Y es que el discurso visual siempre será un equilibrio entre lo que se muestra y se sugiere, lo que se mira y se interpreta y más allá, lo que se asume como real dentro de un planteamiento visual.

Porque la fotografía, incluso la más realista y cruda, es una opinión. Lo es desde su mismísimo origen: desde el momento en el que fotógrafo toma decisiones estéticas que transformarán lo que capta en algo más, que construirán una idea paralela sobre lo que se observa, lo que ocurre o se muestra. Es inevitable, por tanto, que la fotografía sea una construcción de argumentos visuales cuidadosamente elaborados por el fotógrafo. Una revalorización de la realidad o mejor aún, esa redimensión de lo que superpone a la evidente. Y el limite parece ser muy difuso: la fotografía —como documento y visión del hecho cotidiano— parece poseer por necesidad dos miradas que convergen en una misma idea: La circunstancia, que se capta y se deconstruye en códigos y a la vez, lo objetivo e inobjetable. Quizás, la grieta entre ambos conceptos sea justamente la polémica, el escándalo, la provocación subjetiva.

Y es que la imagen que se capta como versión de la realidad, siempre apuntará a lo subjetivo de la opinión del observador. Un debate de ideas que se plantea en símbolos visuales de los que probablemente no todos seamos conscientes, pero que podemos comprender en el mensaje que se muestra —o se sugiere— de manera sutil y casi imperceptible. Lo fragmentario esa opinión colectiva parece sugerir que nuestro planteamiento de la realidad de delimita a través de pequeños trozos de historias que confluyen en la fotografía de manera natural. Por lo tanto, lo que una fotografía nos produce —desde la indiferencia anónima al sentimiento más evidente— no es otra cosa que una idea unificadora de esa variedad infinita de percepciones que se tiene sobre lo visual, como elemento disgregador.

Se asume la fotografía como discurso ambiguo. De hecho, es esa ambigüedad lo que sostiene la mayoría de las veces el discurso fotográfico. Esa capacidad de ir de un lado a otro de los limites del observador para crear algo totalmente nuevo. Otra vez, la idea del observador como esencia de ese argumento del ideario ¿La polémica antecede entonces a la fotografía? ¿La fotografía solo capta su cualidad ineludible? parecen conclusiones obvias a un dilema que abarca lo esencial de la imagen como ideario moderno. Recientemente, durante la la muestra internacional de fotoperiodismo World Press Photo, la imagen del rostro de Juan José Padilla —torero que sufrió una peligrosa cornada y que fue retratado por el fotógrafo Daniel Ochoa de Olza— fue censurada por el ayuntamiento de Barcelona como publicidad del evento, justamente por la polémica que podría suscitar la imagen. En pleno debate sobre lo taurino, el rostro mutilado del Torero tiene mucho más implicaciones de las que podría suponerse. Sin duda, un juego de reflejos entre el lenguaje fotográfico y esa subjetividad inevitable del que observa y analiza la imagen que mira a través de lo complejo de su propia interpretación de lo real.

No obstante, la polémica fotográfica parece sobrepasar lo puramente subjetivo de la opinión del otro. Esta claro que la imagen siempre apelará a la diversidad, a la connotación simple de las emociones que puede despertar o a la opinión en estado puro. Pero, ¿qué ocurre cuando el fotógrafo construye un discurso visual que tenga como principal interés no solo esa conversación sutil entre el símbolo y su posible significado sino que además, busca directamente una reacción? Casos abundan: desde la tétrica pornografía de Nobuyoshi Araki (creada con un preciosismo y un un extraordinario nivel técnico) hasta la frontalidad vulgar de Terry Richardson, el escándalo crea un lenguaje propio que se basa en la subversión de lo común y lo considerado normal. Sin duda, la fotografía intenta refundar la realidad en una serie de códigos abiertos a opinión, que se deslizan en esa dualidad entre lo que forma parte del ideario cultural y algo mucho más confuso, una frontera entre lo que imaginamos puede ser y lo que es en realidad. De nuevo, la búsqueda de conjunto de metáforas visuales que puedan contener esa necesidad de transgresión del lenguaje hacia el código de lo evidente y consecuente. Una manera de transformar lo cotidiano en algo mucho más poderoso y profundo.

Se dice que nuestro cerebro solo es capaz de registrar y recibir una serie limitada de imágenes, y que el resto, las coyunturas entre ambas cosas, son imágenes que nuestra imaginación construye para completar los espacios vacíos. Un planteamiento interesante que deja abierta la posibilidad a que la fotografía pueda formar parte de esa memoria cultural tan amplia como irregular. ¿Por ese motivo el rechazo visceral que nos producen algunas imágenes? ¿Es esa la razón que de nuestra atracción inmediata e irremediable por otras? Nadie podría decirlo con seguridad, pero el análisis somero de lo que la fotografía busca como objetivo, siempre definirá los borrosos limites entre lo que deseamos, lo que nos satisface, lo que se crea y lo que se teme. ¿La imagen entonces es una fuente de creación lúdica? En su oportunidad se dijo lo mismo sobre la pintura y se sugiere lo mismo con la cinematografía. No obstante, la fotografía tiene un mayor peso en esa versión de la realidad que suponemos existe, que creemos puede construirse, que asumimos real. ¿Se deberá a la inmediatez? ¿Será parte de esa argumentación precisa sobre los elementos que forman parte de nuestra mente y que expresamos a través de símbolos lineales de difícil interpretación? Nadie puede decirlo con seguridad, pero aún así, el poder de la imagen prevalece, se construye así misma y al final, es un documento de singular importancia justamente por lo que no es: la realidad en sí misma.

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