viernes, 27 de noviembre de 2015

Proyecto "Un género cada mes" Noviembre - Novela: El héroe discreto" de Mario Vargas Llosa.




Vargas Llosa suele describirse así mismo como un eterno observador. Un hombre dedicado al oficio de mirar y traducir la realidad en palabras. Y no se trata sólo por su propio placer o por un mero debate sobre su capacidad para crear: Para Vargas Llosa lo de escribir es una declaración de principios. Una expresión deliberada de lo que cree puede ser el mundo que le rodea. Un idealismo clásico sujeto a un pensamiento mucho más profundo y demoledor: el hecho de existir a través de la palabra. Por ese motivo, Vargas Llosa escribe para enfrentarse al vacío, al dolor, a la simplicidad, así mismo. De continuar avanzando hacia lo que asume pertinente y sobre todo, hacia lo que desea expresar como origen de todos sus argumentos. Para el escritor nada es sencillo: hay una complejidad sugerida y perenne en todo su discurso creativo, pero también en esa comprensión emocional sobre su propia perspectiva de la verdad. Esa noción redentora y constructiva sobre el hombre y su circunstancia. El que somos y hacia donde nos dirigimos.

No es de extrañar por tanto, que  para Vargas Llosa el quehacer literario desborde las fronteras de lo artístico e intelectual para alcanzar la frontera de algo mucho más nítido. Un método de redención y también, el autodescubrimiento de la identidad. “Un pueblo contaminado de ficciones es más difícil de esclavizar que un pueblo aliterario o inculto. La literatura es enormemente útil porque es una fuente de insatisfacción permanente; crea ciudadanos descontentos, inconformes. Nos hace a veces más infelices, pero también nos hace mucho más libres” dijo Vargas Llosa  al recibir el doctorado ‘honoris causa’ de la Universidad de Salamanca, la más antigua de España. Lo hizo respondiendo sus propios cuestionamientos, analizándose desde la periferia, como un personaje más: ¿Para qué sirve la literatura? ¿por qué se escribe literatura? y ¿cómo se escribe una novela?

La respuesta pareció abarcar el mundo entero. Todas las artes e implicaciones que parecieron converger en puntos semánticos evidentes: La palabra lo es todo, existe en todas partes, es cada cosa hecha y soñada, pensada y proscrita. Porque la literatura no sólo pare el mundo sino además la crea y la sostiene a través  de una relación privilegiada con el lector, con la creación y todas las implicaciones entre las ideas. Una y otra vez, Vargas Llosa parece concebir la escritura como un principio, más que un hecho moral y sobre todo, una expresión consecuente de la idea esencial de lo que somos y lo asumimos existe como expresión del arte. “Me gusta mucho el cine, veo unas dos películas por semana, pero estoy convencido de que las ficciones cinematografías de ninguna manera tienen ese corolario lento, retardado, que posee la literatura en el sentido de sensibilizarme respecto a lo que son las deficiencias de la realidad y hacerme sentir la importancia de la libertad”, explicó durante la alocución, quizás analizando el hecho del arte por el arte y sus repercusiones como una expresión ideal “No hay nada más entretenido que un poema o una gran novela, pero ese entretenimiento no es efímero. Deja una marca secreta y profunda en la sensibilidad y la imaginación”. Una idea que no sólo sostiene la capacidad de Vargas Llosa para asumir la capacidad esencial del peso de lo literario, sino sus repercusiones a futuro.



Tal vez por ese motivo, hablar sobre Mario Vargas Llosa - como escritor y como figura pública - siempre será un asunto espinoso. Y es que gracias a su frontal visión del mundo, se ha convertido en uno de esos personajes de los que nadie tiene una opinión tibia: o lo admiras o lo detestas. No hay puntos medios ni tibios en este creador nato convencido del poder de la palabra o mejor dicho, de la necesidad de esgrimirla como arma intelectual esencial. No existe un punto medio para definir su obra y mucho menos su predilección por la opinión crítica, una especie de personal enfrentamiento contra ciertas ideas que no todo el mundo comprende demasiado.  No es algo casual, por supuesto: en su rol de intelectual comprometido, Vargas Llosa continúa encarnando esa figura romántica del escritor como defensor incansable de las ideas o mejor dicho de los argumentos intelectuales y no siempre lo más populares. Neoliberal confeso y además, crítico de ese socialismo romántico latinoamericano en plena renovación, se encuentra desde hace más de una década en el ojo de huracán, debatiéndose entre su visión de un mundo contradictorio y su visión elemental sobre una corriente de ideas que rechaza de manera frontal. Al final, Vargas Llosa parece encarnar uno de sus propios personajes: Visceral, contestatario y siempre dispuesto al enfrentamiento dialéctico, su mayor transgresión es justamente su capacidad para la contradicción.

Y sin embargo, Vargas Llosa es ante todo un escritor. Prolífico como pocos, expresa la controversia e incluso lo simplemente ideal a través de un ingente trabajo periodístico, artístico y sobre todo, lo puramente literario. Incombustible y sobre todo, comprometido con la necesidad de construir un nuevo tipo de literatura latinoamericana comprometida con ideas concretas, es uno de los autores con mayor influencia en nuestro hemisferio. Para bien o para mal, Vargas Llosa representa al escritor que se reconstruye en cada obra y aún más, se cuestiona en cada nueva creación literaria. No es casual, por supuesto que que como observador de una latinoamericano en constante transformación, sus libros parezcan el reflejo de una sociedad joven, adolescente y a medio construir. Una idea de cultura resquebrajada por los bordes.

Tal vez por ese motivo, el lector consecuente se pregunte cual es el mensaje que Vargas Llosa quiere transmitir en su último libro "El héroe discreto". Porque ciertamente, el autor dejó a un lado sus conocidos preciosismos autorales y construyó una obra que ha sido llamada "sencilla" y criticada duramente por "vacilante". Una mirada crítica a un Peru que pudiera confundirse con cualquier otro país de Latinoamericano. Un país transformándose desde lo esencial, creciendo y haciéndose cada vez más cínico y mucho menos utópico. Una sociedad en pleno tránsito desde la niñez cultural hacia algo más abstracto y poco definido. ¿Que desea mostrar Vargas Llosa con una historia local, con tintes casi vulgares, una historia común? El cuestionamiento es válido, claro está. Pero a la vez, es quizás tan insustancial como esa pequeña visión de dos ciudadanos de una historia prestada tropezando con la realidad.

Claro que, con Vargas Llosa nada es sencillo, mucho menos aparente.  El azar, la casualidad aparente, entreteje una historia con muchos traspiés y momentos bajos, que es también es una historia que nos recuerda que Latinoamérica aun se mira así misma con inocencia. Que alimentados por el culebrón de la sangre caribeña, miramos la realidad con un inevitable punto de melodrama. Que nuestra identidad parece diluirse entre las pequeñas vicisitudes de una historia compartida. Que somos hijos de un gentilicio común de tierra y cielo, que se diluye y se fragmenta en esa expectativa de lo quienes somos - como ciudadanos continentales - más allá de la frontera y dentro de ella. Y Vargas Llosa lo refleja con toda precisión en una narración que ha sido catalogada como "broma barroca" y que incluso ha sido acusada de soporífera. Lo es, probablemente. También es incómoda, documental. Una combinación azarosa de preguntas y planteamientos que nunca terminan de definirse bien, de asumir una directa respuesta a lo que se mira como evidencia cuestionable.  Aún así, es una historia entrañable, de esas que quizás se olvidan con facilidad. Allí su debilidad: porque de Vargas Llosa se espera cualquier cosa, se exige dureza y crítica. Pero nunca este juego de pequeñas intrigas sin verdadera resolución. Sin duda,  una historia para los nostálgicos de las pequeñas escenas de lo cotidiano, de esa manera de contar la realidad que en ocasiones olvidamos es tan válido como las grandes epopeyas.

Probablemente, nadie recordará al "Héroe Discreto" como uno de los mejores libros de su autor. De hecho, es bastante probable que algún distraído olvide mencionarla al hacer un recuento de sus obras. Pero para el recuerdo, esta obra menor, en toda su sencillez de documento histórico de un presente brumoso, es quizás la manera más evidente de demostrar que el mundo de las pequeñas cosas tienen un valor casi anecdótico, frágil y en ocasiones insustancial. Pero aún así, sobrevive en las promesas de redención que jamás llegan a cumplirse y más allá, en la simplicidad de una interpretación venial de la realidad.

1 comentarios:

Ybelisse Colina dijo...

Por favor ¿me lo puedes enviara al correo: ybelissecolina@yahoo.com ? Gracias Aglaia..Besos.

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