domingo, 2 de febrero de 2014

La casa de la bruja: entre recuerdos, sonrisas y pequeñas historias.





Las puertas de la casa de mi abuela eran todas muy bonitas. O así me lo parecían, con sus cerraduras de cobre antiguo y sus pequeños grabados florales en las esquinas. En realidad no eran ninguna maravilla de tallado artesanal, sino que tenían un aspecto pulido y muy cálido. Y sabía que las había tallado mi abuelo, en uno de sus arrebatos de hombre de mil talentos. Él mismo me lo había contado mientras pasaba la lija sobre una de ellas - la vieja puerta desvencijada que daba al jardin desde el estudio - y la preparaba con barniz para tallar las hojas de Parra que mi abuela había escogido para la pieza.

- Para las mujeres como tu abuela, todos los objetos de la casa tienen un especial significado - me explicó. Me gustaba la voz de mi abuelo: era educada, bien timbrada e inteligente. Era una voz que sugería cosas interesantes que decir y pensar. De hecho, era siempre así, de manera que a mi me gustaba escucharle - Especialmente las puertas. Para una bruja, una puerta y una cerradura tienen montones de significados distintos.

Que idea tan bonita, pensé, recorriendo de arriba a abajo la casa de mi abuela para mirar las puertas con toda atención. No eran solo hojas de madera sin más: cada una de ellas tenía personalidad. La de su habitación, tenía una bella cerradura de bronce muy vieja y pesada, con su picaporte de mango labrado con flores de lis. Me gustaba la sensación que me daba al tocarla, el mental frío deslizandose con una suavidad asombrosa. La de la cocina, por otro lado, era todo un primor, con su claraboya de cristal manchado y sus pequeñas florecitas talladas en la base. Tenía un rodapies de roble duro que hacia un curioso sonido al abrirse, un pequeño chillido que siempre me hacia reir.

Pero mi favorita de todas, era la de la biblioteca. Era maciza y con la madera veteada, como si nadie se hubiese preocupado mucho por lijarla bien. Pero a mi me encantaba justamente por eso: apoyaba la mejilla contra la madera y deslizaba los dedos con los ojos cerrados y las palmas abiertas, percibiendo los desniveles y muecas de la madera. Era una sensación muy rara, como si la madera pudiera hablarme, con sus pequeños secretos escondidos entre las tablas nudosas.

- Tal vez es así - dijo tia E. cuando le comenté aquello. Era una mujer muy romántica y soñadora, a un estilo un tanto antiguo y siempre escuchaba con mucho agrado mis desbordes de imaginación - Las puertas tienen un viejo simbolismo en la magia: se supone son accesos a otro mundo. Muchos pueblos consideraban una puerta como un lugar sagrado: desde el dintel hasta las llaves. Guardianes de lo intimo y lo privado.

Que curioso pensamiento ese. Pensé en algunos de los cuentos de vampiros que había leído: por extraño que parezca, ninguno de ellos podían cruzar el umbral de la puerta sin el permiso expreso de quien habitaba la casa. Me pregunté si esa simbología tenía relación con lo que comentaba mi tia. Era una idea sugerente, una especie de imagen asombrosa de un objeto que siempre había considero muy sencillo.

- La mayoría de los ritos de protección incluyen de alguna manera las puertas - explicó mi tia - En Italia se cree que colgar una calabaza en la parte exterior de la puerta principal de la casa te protegerá de temores y terrores nocturnos. En Irlanda, se decía que un circulo de tiza en la madera de la puerta, ahuyentaba a las almas perdidas que vagaban por la tierra al filo de la medianoche. Las campanas colgadas en los picaportes, alejan a los enemigos y a quienes desean hacerte daño.

Me sorprendió profundamente lo que mi tía me contaba. Había una cierta reverencia en la idea de la puerta que protegía, del umbral que separaba el mundo hostil más allá de la privado, lo preciado y lo intimo. Era una interpretación preciosa de la idea del hogar, de ese circulo intimo donde todos nos sentíamos protegidos. Imaginé como sería antes, siglos atrás, cuando no existía la electricidad y la noche tenía ese aspecto medroso que despertaba pesadillas y temores. Imaginé a la madre, con una sonrisa, dibujando un simbolo en la madera para proteger y cuidar, para expresar esa sensación de profunda dulzura de las paredes que simbolizan esa calidez de la familia. Mi abuela sonrío con ternura cuando le conté lo que pensaba.

- Antiguamente, la casa era el lugar donde podías descansar y finalmente, sentirte protegido - comentó, mientras separaba con cuidado las hojas de albahaca que yo sabía, después utilizaría después para rellenar las almohadas y aromatizar las sábanas recién lavadas - el mundo era un lugar peligroso y como dices, la casa simbolizaba lo bueno, lo cálido. Por supuesto, más allá de eso, la magia tradicional veía en las casas, algo mucho más enorme: Una visión sobre la propia necesidad de nuestro espiritu de brindar poder a un lugar querido.

- Pero ¿Por qué se consideraba la puerta algo realmente mágico? También había ventanas, y otras cosas - comenté.

- Las puertas representan la visión del hombre sobre su capacidad para protegerse así mismo y a sus seres queridos de los riesgos que pudiera encontrar más allá de lo que consideraba suyo . me explicó - No solo se trataba de la puerta, sino también la casa completa: hace dos o tres siglos, a una familia podía llevarle años terminar la suya. Y las viejas creencias se aseguraban que el proceso estuviera bendecido por los viejos Dioses en los que creían. Por ejemplo, clavar tres clavos en en forma de triángulo, con uno de los clavos hacia arriba, simbolizaba que los dioses y espíritus bondadosos que cuidaban de la huerta protegerían las tierras bendecidas en su nombre. Mucho después, el símbolo se convirtió en sagrado y pasó a formar de todo tipo de creencias y tradiciones esotericas. Pero su origen, es tan humilde como sentido: Proteger el hogar de todo peligro.

Recordaba haber visto el simbolo en todas las puertas de la casa. El más grande, era el de la puerta que daba al jardin. Los tres clavos en circulo tenian cabezas doradas y formaban una bella forma geométrica sobre la madera pulida. Un poco después, me encontré acariciandolo con cuidado, imaginando a las mujeres y hombres de siglos atrás, confiados en que algo tan sencillo, podía simbolizar una idea tan poderoso.

Pero es que el poder de proteger y llenar el hogar de buenas perspectivas parecia provenir de todas partes. Leyendo entre los libros de las Sombras de mi prima M., gran amante de la herbolaria, descubrí que muchas tradiciones mágicas plantaban helechos, lirios, caléndulas para asegurar la felicidad de quienes vivian en la casa. También, una vieja tradición Italiana aseguraba que colocar un cuchillo de hoja de hierro bajo las piedras del jardin, ahuyentaba a los peligros nocturnos. Me hizo sonreír encontrar un bonito cuchillo de piedra de madera escondido bajo mis piedras favoritas del jardin.

- Cada cosa en tu vida está llena de significado, aunque no lo notes - me explicó mi abuela cuando se lo comenté. Mirábamos juntas como el abuelo colocaba la nueva puerta, con sus grabados un poco torpes de hojas de Parra. Las largas hojas tenian un aspecto pesado y un poco elemental, pero a mi me seguían pareciendo hermosas, serpeteando en la madera, más arriba de sus grietas naturales y enlazándose en un pequeño nudo cargado de lo que supuse, serían racimos de uva - la brujería asume el poder de esa simbología como importante, como lleno de un poder personal insustituibles. En otras palabras, reconoce y respeta las viejas creencias y las historias que la crean, les brinda un lugar en lo cotidiano. Les otorga belleza.

Mi abuelo calzó la puerta con cuidado en los goznes de metal antiguo. La puerta se sostuvo con facilidad. La luz de la ventana iluminó la madera veteada y pensé que tenía un aspecto bello y muy antiguo, aunque no precisamente meláncolico, como cabría esperarse. La puerta, un poco extraña y de aspecto desvencijado, parecía sostenerse en su propia historia, en ese poder silencioso y sutil de las cosas que forman partes de las historias familiares, de los pequeños secretos de los hogares. En un gesto casi involuntario, extendí la mano y acaricié con la punta de los dedos la madera rugosa. Mi abuelo me miró con una sonrisa.

- Ven mi niña -  me extendió el destornillador y me señaló un tornillo que sobresalía sobre los goznes - te concedo el honor: construye un poco de tu historia.

¡Ah, que frase tan bonita! pensé. Con toda la seriedad que ameritaba la ceremonia, me incliné y con mucho esfuerzo, torcí la muñeca para ajustar las estrias de la herramienta al enorme tornillo de cobre. Tuve una curiosa sensación de felicidad, como si mi pequeño gesto, tuviera una enorme importancia, en esa tarde cálida de un agosto inolvidable de mi infancia. Me afané por colocar el tornillo en su lugar, mientras mi abuelo y mi abuela compartían una mirada complice sobre mi cabeza. Cuando finalmente pude hacerlo, miré la puerta con una sonrisa emocionada.

- Es un poco mia - comenté. Mi abuela me acarició la cabeza con un gesto dulce.

- Mejor dicho, ahora, es un poco de quien eres y tu visión de las cosas - comentó.

Pensé en esas palabras muchas veces en los años siguientes, cada vez que abría la puerta para correr al jardin antipático de mi abuela. Todas las veces que lo hice, nunca dejé de detenerme un momento para mirar el tornillo, aún bien apretado en los goznes de brillante y cobre. Y siempre sonreí, pensando en el poder de las cosas pequeñas y un tipo de magia tan secreta como intima.

Una pequeña historia entrelaza entre muchas.

Una manera de soñar.

C'est la vie.




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