miércoles, 8 de mayo de 2013

Delirios de la rebeldía ciudadana: El día que casi fui a la cárcel con @CristalPalacios





Esta es una historia con un final confuso. No es ni feliz ni triste, sino mirar a Venezuela directamente a los ojos. Una idea extraña. No obstante, son pocas las oportunidades que comprendes bien el clima extraño de represión, caos ciudadano y simple locura urbana que vivimos. O mejor dicho padecemos. El caso es que es bastante probable, sea uno de esas anecdotas que cuando las cuentas, casi siempre terminas añadiendo justo después la frase "Pudo ser peor".


Mi amiga @CristalPalacios, es una de esas personas que ama correr riesgos. Su manera de ver la vida es cuando menos inusual y tiene esa capacidad de construir ideas atractivas aún en las situaciones más extrañas. De manera que cuando me invitó a intervenir las calles de Caracas - grafitear, en vulgar caraqueño - acepté. También me gusta el riesgo, claro pero me agrada mucho más comprender a Caracas desde sus pequeños defectos. Desde esa enorme extensión de pensamientos y conclusiones que la definen: porque Caracas es el simbolo de lo que vivimos en nuestro país. Con su desorden, su aridez urbana, su versión  trastocada del tiempo, es sin duda, el rostro de esta transición histórica a marchas forzadas que padecemos a diario.

Así que acepté. Lo hice sabiendo que el asunto era ilegal y peligroso  - en cualquier ciudad del mundo sería una grave felonia, en Caracas solo es un tema de seguridad personal - y también bastante consciente de lo que estamos viviendo. Sé que esta Caracas no admite disenso, ni descuidos. Tampoco acepta esa juventud del transgresor, del eterno rebelde. Caracas es de cuidado, Caracas es dolorosa. Pero a pesar de eso, dije que sí. Me vestí con mi peor jean, la camisa rota, tomé mi cámara - mi tercer ojo - y me subí al automovil de @CristalPalacios para mirar la ciudad de un lado que pocas veces he visto: desde los pequeños secretos, desde el lado marginar de recorrerla para crearla en voz baja.

Nos acompaña en la aventura dos artistas urbanos y un representante de un partido político, que aprovechó el aventón para recordar con spray y molde que el voto es secreto y al elector se le respeta, al Oeste de la ciudad. Eran un poco más de la hora de toque de queda inconsciente que el Caraqueño lleva como una idea que jamás olvida a todas partes, y las calles estaban vacías. Las recorrimos mirando a todas partes, entendiendo a Caracas como un tema artístico, más que una idea de calles y avenidas. ¿Quien eres Caracas? ¿Que dicen tus paredes? ¿Te escucha - te lee - alguien?

La primera parada: Una urbanización del oeste de la capital.

Me bajé del carro corriendo con la plantilla y el spray en las manos, asombrada por mi pequeña audacia, pero aún más por el miedo. Porque sentí miedo, por supuesto, uno que tenía mucho que ver con saber en que ciudad vivo, en cual momento de mi vida como ciudadana me encuentro. Pero todo eso lo olvide cuando sacudí el spray y comencé a rayar las paredes. Lo hice, con las manos temblandome por la sensación de comprenderme como parte de esta historia que se escribe. Un fragmento de caos. Un fragmento de todo esta gran circunstancia rodeada de dolor y de temores llamada Caracas. Corri por la calle con las manos manchadas de pintura, acompañada de dos desconocidos, pensando en quién soy, porque me atrevía a aquello. ¿Hay un significado en la rebeldía? ¿Hay un temor que se construye? ¿Una idea que se percibe?

Lo hay sin duda. O al menos eso quise creer.

Una y otra vez, levanté la plantilla, pinté, corrí. Por último, decidí quedarme en el automovil. Que sensación de no comprenderme, de no mirarme solo como ciudadana, sino como hija de esta ciudad, educada para el miedo, la que miraba la calle con los ojos muy abiertos. La madrugada cerrada que ni siquiera llega a la medianoche. ¿Por qué me das miedo Caracas? ¿Por qué te quiero y me inspiras tanto terror?

Cuando el resto de los chicos se subieron al automovil también, intuí que algo malo ocurría. El muchacho se adelantó y nerviosamente, le pidió a Cristal conducir y desviarnos a la cercana autopista. ¿Que pasa? Un destello de una luz azulada. La policía  es lo que pasa, pensé. La policía y comprender que somos rehenes de la ley que no existe. Eso pasa, sin más.

Eran dos agentes de la policía Metropolitana. Uno gordo y moreno y otro alto de ojos claros. Ambos llevaban el uniforme limpio, la camioneta impecable. Eso es bueno, pensé mientras uno de ellos se asomaba por la ventana mirándonos con una rara mezcla de furia y aburrimiento. ¿Puede serlo? me dije bajándome del automóvil junto a los demás. Los dos policías nos observaron y me pregunté que veian: cuatro mujeres y un hombre muy joven con las manos manchadas de pintura, oliendo a spray, recorriendo Caracas para gritar ideas en las paredes. ¿Que entendían por eso?

Nos quitaron las cédulas de identidad. Nos explicaron que nos llevarian a la jefatura a pasar la noche "con los malandros de verdad". Eramos trofeos, insistió uno, levantando la planilla con consignas políticas que llevabamos. ¿Ustedes se imaginan lo que vamos a ganar llevando presos a un grupo como ustedes?

- Señor, solo es arte - dijo Cristal. Y me gustó su tono de voz: ella no se rinde, ella no se calla. Y tampoco esta sensación de miedo - es una ofensa cualquiera, no es tan grave.

- Claro que lo es! es vandalismo, daño a la propiedad pública y además irrespeto a la autoridad - el policia moreno parecía decidido a darnos una lección. ¿Cual? ¿La lección que se perdió la inocencia en un país inmoral? Miré las paredes repletas de pintas a favor del Candidato de Gobierno, de montones de frases acusadoras contra el electorado opositor y me pregunté que era lo que se suponía tenía que aprender - van todos presos, van todos cinco días pa' una celda, pa' que aprendan lo es que es bueno.

Sentí miedo. Mucho más miedo de esa imposición de las ideas, de esa visión del país dividido y la ley como arma que Caracas solitaria, la Caracas con las paredes sucias, la Caracas violenta. Porque hablamos de la autoridad, hablamos del unico limite entre el caos y algún nivel de convivencia. Pero este policia, este simbolo del orden legal, me habla de trofeos. Me engaña fingiendo una llamada al Comando mientras el otro oficial se rie de mi miedo y de mi asma nerviosa - porque la sufrí claro - y mientras tanto, aguardamos. Esperamos intentando parecer humildes porque este país la ley es arrogante, no un vehículo de equidad y es mejor complacer su vanidad. Es mejor inclinar la cabeza y no decir lo que pienso, no decir que el crimen de manos manchadas y pintas en las paredes no se comparan a los disparos que se escuchan a lo lejos, de someter al ciudadano al temor.

Finalmente, nos dejan ir. Estoy temblando cuando me subo al automovil de Cristal. No puedo respirar pero cuando miro alrededor, todo el grupo que se mira con una sonrisa nerviosa piensa lo mismo. Pudo ser peor. Pudo ser una experiencia de pesadilla, porque por una hora no fuimos ciudadanos, sino trofeos, sino la prueba real que en este país, la ley es discresional. Y que Caracas, es más peligrosa por lo que muestra que por lo que guarda. Caracas la huerfana de todo significado, y que a la vez parece tenerlos todos, parece ser una parte de esa decisión irrevocable del caraqueño de sobrevivir.

En este momento que se destruye, que se construye, que entender a Caracas, a Venezuela, a nuestra idea de país, parecer resumirse a ese gran miedo de no comprender que ocurre en realidad, o peor aún, comprenderlo muy bien.

C'est la vie.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Woow. Que intenso y que parecido a mi choque trasero de motorizado que chapeo y me quería dejar detenido por un herido que nunca se presentó. También Mr dijeron pudo ser peor pero pensé que la discrecionalidad no era conmigo.
Pero su es y si tienes carné tienes que usarlo

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