viernes, 7 de septiembre de 2012

De la Culpa y la Responsabilidad: Venezuela en pedazos.




La culpa es un concepto popular. Se habla de ella con mucha frecuencia. Todos conocemos la sensación de culpabilidad, ese agudo peso en la conciencia que en ocasiones resulta asfixiante. Pero lo extraño de la culpa es que su peso parece un legado social compartido: la culpa se reparte con tanto criterio equitativo que a veces parece la única cosa democrática que existe. La culpa es del gobierno, del hogar infeliz, de nuestra educación - mucha o poca -, de nuestra manera de ver el mundo, del tráfico mañanero, del café amargo o muy dulce, de los pies doloridos, del perro que cruzo la calle, del vecino escandaloso. La culpa es de la vaca. Al final del día, todos tenemos la culpa de algo, pero muy poca responsabilidad por lo que ocurre.

Porque de responsabilidad es lo que deberíamos hablar. La culpa supone una completa falta de voluntad, una omisión o negligencia. La responsabilidad admite que sabemos que ocurrió y asumimos nuestra acción u omisión en cualquiera haya sido la consecuencia. Tal vez por ese motivo, hay un proverbio tibetano que asegura que La culpa es para el flojo y la responsabilidad para el inteligente. Esos tibetanos tienen un dicho para todo...pero eso es harina de otro costal.

Comento lo anterior, porque ayer, en una de las interminables conversaciones políticas que a un mes de las elecciones se ha hecho costumbre sostener en mi país, uno de mis interlocutores - lo bastante fanático para preocupar - resumió la situación del país en una frase que he venido escuchando demasiado en la última década y un poco más: La culpa es de Chavez. Lo miré, entre asombrada e irritada, mientras me explicaba porque la figura presidencial es culpable del caos en las calles, de la situación económica deplorable, de los gravisimos problemas de inseguridad, de cada pequeño y gran problema en el país. Le permití explicarme todo lo que necesitara, sin atreverme a interrumpirlo. Cuando finalmente se calló, tomé una bocanada de aire , preparándome para la inevitable discusión.

- Y si la culpa es de Chavez ¿De quién es la responsabilidad? - pregunté. Porque esa es la gran pregunta que me hago a diario, cuando camino por las calles llenas de agujeros en el pavimento, al subirme al transporte público con la cartera apretado contra el pecho, al borde de un real ataque de pánico. Mi amigo me miró, con una expresión tensa y casi irónica.

- Ya vienes tu con tus juegos de palabras. La culpa es de Chavez y también la responsabilidad - puntualizó - es él quien ha dejado que todo esto pase...

- La responsabilidad de que todo esto pasé es mía y es tuya - le atajé - es responsabilidad nuestra por permitir lo que está ocurriendo. Por la indiferencia, por la pasividad, por la desidia, por la apatía. Por cambiar el televisión en un canal de denuncias, por preferir mirar a otro lado cuando te piden colaboración para ayudar. Cuando cambias el tema porque  "de política no se habla en una fiesta", cuando te alegras porque no eres testigo electoral.

Silencio. Mi amigo me observó con los ojos muy abiertos. Y supe que me respondería a continuación.

- Te volviste chavista - estalló. Soy buena adivinando estas cosas, pensé con cierto desánimo - esa pendejada de exculpar a Chavez de todo...

- Que es casi lo mismo por culpar a una figura presidenciable por el estado en que se encuentra el país y al que nadie parece importarle - le respondí. Ahora si estaba verdaderamente disgustada, encabronada digamos. Y no era solo contra él, sino contra ese pensamiento tan común que hay algo "afuera de nosotros" que nos controla y tiene la culpa cuando algo comienza a derrumbarse - aquí la Venezuela que estamos viviendo, es de todos. La hemos decidido entre todos.

- ¿Yo decidí este desastre? - me gritó - Yo no he votado nunca por Chavez. Yo jamás he hecho otra cosa que...

- Quejarte. Como yo - dije. Y es cierto. Me recordé de muy joven, sentada frente a la pantalla del televisor, mirando las marchas y manifestaciones con una sensación de asombro y alegría, pero sin involucrarme, bien oculta en mi libro de turno. O las veces que me cansé de leer las leyes propuestas y pensé que alguien más tendría que ocuparse. O la vez en que no voté en las legislativas por una decisión tan sin sentido como irresponsable - Además de quejarte ¿Que hacemos?

- Me opongo a toda esta locura! - me respondió en un tono terminante - y eso debería ser suficiente.

¿Que es suficiente en una situación como la que vivimos? Pensé cuando me quedé sola, mirándome las manos temblorosas, muy consciente de esta identidad del Venezolano que se preocupa, del ciudadano de a pie que debe asumir su parte de la responsabilidad en toda esta debacle a todo nivel que vivimos. Porque es esa responsabilidad, esa idea de crear y construir el futuro que deseamos formando parte de una idea general, lo que hace que el deber y el derecho de la ciudadanía tenga sentido, sea real y consecuente. ¿Quienes somos? Me pregunto mientras camino por Caracas, rodeada de transeúntes malhumorados, empujándonos a ciegas unos a otros. ¿Somos ciudadanos? ¿somos hombres y mujeres que sabemos nuestra cuota de responsabilidad - y quizá culpa, sin duda - en todo lo que ocurre y vivimos? ¿Que hacemos para remediarlo? ¿Para intentar levantar esta idea de país que nos pertenece a todos?

Me detengo. En mitad de la calle, como una reliquia de colorin, un muñeco inflable del Presidente de la República se balancea de un lado a otro, flojo y anónimo. A su alrededor, los caraqueños agotados, cansados, agobiados, caminan, se tropiezan, siguen adelante con dificultad. Y de pronto pienso en la metáfora de aquella escena, del lider voluble y omnipresente y los ciudadanos indiferentes a su alrededor. Un sueño de país que se destruye, una idea de nosotros mismos que apenas podemos completar. Una sensación de profunda angustia, por este concepto patrio que nunca logramos realmente construir en paz.

C'est la vie.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Aglaia. Yo sí marché, aunque no en todas las ocasiones. Me lancé con las marchas estudiantiles porque me sentí identificada. En cuanto vi la manera absurda en que usaban a la gente y el grado en que cierta manera imitaban la bailadera de samba de la sociedad civil "adulta" pues me alejé. Yo también soy muy sensible para notar esas cosas.

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