viernes, 24 de agosto de 2012

Vestida de Cielo: La desnudez como forma de expresión.




La cosa empieza así: Un día decidí que me quería hacer un desnudo. No fue una iluminación bendita, una idea complejisima, o un concepto largamente madurado. Para ser sinceros, me levanté un día - y que textual esta frase - y decidí que era hora de manejar el concepto de mi sexualidad, imagen corporal y feminidad de manera muy directa. Así que el primer escaño del tema, ya estaba superado. Comprender que el cuerpo es una forma de arte. Y me había costado lo suyo llegar allí.

Soy pagana, de creencia y esencia, pero me crié en un mundo cristiano. Lo que quiero decir es que para mi, el cuerpo es algo hermoso, que debe respetarse, honrarse, disfrutarse y usarse como vehículo de expresión...pero dile eso a tus monjas custodias cuando tienes diez años y quieres explicarle que tu feminidad es una celebración de la vida, la divinidad y todo lo bueno en que crees. No hay argumento, que pueda convencer a esa aquilostada idea sobre la sexualidad, que la desnudez no es algo sucio, pecaminoso, ofensivo, oprobioso. Culturalmente hablando, el tema se debate entre una cierta reflexión sobre la liberalidad, y otro más allá, sobre una idea social muy restringida. Cualquiera sea la manera de analizarse, el desnudo no es una idea sencilla. Con sus detractores y entusiastas a cuestas, hay un abismo entre lo que se mira, se piensa y se expresa en un cuerpo desnudo.


Vestida de Cielo:

Para muchas tradiciones mágicas, esotéricas y naturalistas, la desnudez es sagrada: es una manera de crear belleza, una conexión directa y profunda con el Cosmos. Indudablemente un concepto así, debió escandalizar a los sacerdotes del MedioEvo, que se apresuraron a cubrir a los hombres y las mujeres todo lo que pudieron para salvaguardarlos de la tentación ( de quién, se pregunta uno ). La cosa es que durante largos siglos, un cuerpo desnudo simbolizo lascivia y algo tan bochornoso que parecía el pasaje directo al Infierno cristiano. Fueron épocas tardias, donde hombres y mujeres parecían tropezarse con su sexualidad, envueltos en capas y capas de ropa y temores. Como inmediata consecuencia, el acto sexual pasó a ser una especie de secreto escabroso: según la Iglesia solo era admisible por procreación y cualquier placer, era cosa del demonio. Porque para esa Iglesia primitiva y dura - y en cierta medida la actual - el cuerpo humano es misterioso, una conexión inadmisible para el dogma que existe entre "eso" intangible que llamamos personalidad, alma o espíritu, con la mente humana. Atrás quedaron los rituales de Inanna, con toda arrebatadora belleza o la adoración Hedonista de Venus Anadiomene. Para los cristianos ritualistas de una época árida, el cuerpo, el sexo, el deseo, la alegría, eran cosas que contradecían ese control tutelar rígido que imponía la institución. Cosa del demonio. Como al demonio pertenecían también las redondeces, las sonrisas, todo atisbo de alegría corporal. Tiempos tristes esos, donde la belleza parecía ser cosa olvidada, todos muy bien tapados y temerosos del mirarse.

Pero llego el Renacimiento. Y de pronto, el cuerpo humano regresó como el Templo espléndido que las viejas religiones mágicas Europeas durante tanto tiempo habían celebrado. Hay que agradecer a los maestros de la época, el haber sublimado la belleza, expresar en imágenes una sofisticación extraordinaria y esa dulzura de la simple desnudez. Como hacia tantos siglos ya, Los Dioses Bailaron desnudos, libres y apetecibles, ante un mundo que se sorprendió de ( re ) descubrir tanta belleza. Y de nuevo la sensualidad, existió, fue, definió, construyó, tomó forma y realidad.

Obviamente, unos siglos después, los dogmas volvieron de cubrir de ropa los cuerpos. Apretados corset lastimando las costillas femeninas, cuellos almidonados clavándose en la barbilla masculina. Y cabe preguntarse si este amor y desamor por la belleza del cuerpo, por su significado, no será cosa cíclica, de amor y comprensión de nuestra propia naturaleza. Porque más allá del morbo, hay una fidelidad extraordinaria a la manera de crear las ideas, de elevar las formas para darle sentido al dolor y la pasión. La belleza en piel, las ingles abiertas, los senos descubiertos, los genitales bien a la vista. Se deshace la idea y se vuelve a construir, siglo con siglo, hasta quizá encontrar un equilibrio que aun no ha llegado.

Y de pronto: desnuda frente a la cámara.

Pero antes de esta reflexión, les contaba que un día decidí desnudarme. Quizá en mi mente, se repetía el ciclo incesante de temor y plenitud. Como he comentado varias veces, he llevado a cabo batallas con mi cuerpo: de amarlo a no poderlo mirar, y después una plena y feliz aceptación. Y de nuevo temor.  De manera que pedí ayuda a una fotógrafa que conocía de nada y que presumiblemente no tenía razones para apreciarme o disimular lo que vería, para ayudarme con mi pequeño proyecto. Lo hice con la deliberada intención de verme con esa objetividad muy pura y dura de los ojos ajenos. Pero tenía que hacerlo así: No vale la pena tomar un riesgo a medias, pienso y sobre todo este, que implica toda una vida de creer, temer y confiar.

Fue un día terrible, angustioso. Pero hermoso. Me desnudé con la libertad de los niños - ¿existe otra manera ?- y pasado los primeros momentos de angustia, comprendí porque las brujas de antaño celebraban los rituales danzando desnudas, vestidas de cielo, bajo la luna. Que libertad, que belleza,que sensación de absoluto poder. Salté, bailé, grité frente al lente y cuando todo terminó, me miré como hacia mucho tiempo no lo hacia: triunfante. Miré mis pequeñas y grandes imperfecciones, la topografía corporal con una sensación de poder y exquisita satisfacción. Mio, cada estria, peca, la figura redondeada y femenina. Mia, esta sensación de paz.

Me he tomado algunos desnudos más después de eso. Y siempre, la sensación es de profunda candidez, de clara y desconcertante felicidad. Porque hay un poder primigenio y duro en levantar los brazos y senti esa energía primordial de tu cuerpo lleno de vibrante energía, de saberlo tuyo, tu mayor recurso, más allá de ideas contradictorias como pecado, pudor y decencia. Y que poder es ese sin duda, tan antiguo como la más intima voz personal.


4 comentarios:

Andrea Guarisma dijo...

Guapa, este artículo llega a mi en un momento muy importante. Hace días una chica comentaba en twitter su opinión al respecto, la cual difiere por completo de la mía. Ella decía que las chicas que se desnudan merecían que imprimieran sus fotos y las pegaran por toda la ciudad, a modo de vergüenza pública.

Tengo mucho tiempo haciéndome desnudos fotográficos. Nada super elaborado, siempre a modo de instinto, jugando con las figuras, disfrutándome como mujer. Defendiendo esa posición, respondí que me encanta tomarme fotos y no por eso soy una "puta" (¿Quién lo dice?) ni tengo que rendirle cuentas a nadie sobre eso (¿A cuénta de qué?).

Entonces descubrí que ningún cuerpo es perfecto. Pero ninguna mente tampoco lo es. Sólo espero que esto lo lean muchas chicas y se identifiquen... Y las que no, que se animen y lo intenten, sólo así nos entenderán.

Saludos, Agla.

Miss B dijo...

Hola Andrea!

Lo más lamentable de ese comentario que cuentas bella, es que haya sido dicho por una mujer. Cuando lo leo, me pregunto cuantos comentarios malsonates, ofensivos a su sexualidad, denigrantes a la feminidad, habrá recibido para concluir que sí, un desnudo puede acarrearte verguenza. Porque yo le respondería a esa chica, que no me importaría en absoluto que la ciudad entera estuviera tapizada de fotografías de desnudos, mías o de cualquier otra mujer u hombre, porque el cuerpo desnudo es una forma de expresión profundamente dura, cruda y la más humana de todas. Y entenderlo, asumirlo, recrear esa forma de hablar a través de tu propio concepto sobre quién eres, siempre será el mejor mensaje a transmitir.

Muy feliz de tenerte por aquí leyendo y opinando bella, un gran besote!

Valen T.R. dijo...

Justo ayer, por primera vez consideré la idea de hacer un desnudo, y me encuentro con este post. Todavía no sé si me atreva a dar el primer paso "liberador", porque hay momentos en los que, como dices, no puedo ni mirar mi propio cuerpo, o partes de él, y creo que lo ideal sería sentirme completamente cómoda conmigo misma antes de sacarme todo y no tener detrás de qué esconderme.

Ya di el primer paso, considerarlo y buscar fotógrafo. Si se da, te contaré :)

Miss B dijo...

Hola Valentina!

Un desnudo, más que una idea, es toda una manera de analizarte a ti misma. Y sí, tienes razón: analizate, liberate primero mentalmente y luego salta con los ojos cerrados. Será algo tan extraordinario que te hará mirarte siempre con una sonrisa.

Gracias por leer y comentar!

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