miércoles, 27 de junio de 2012

El románticismo de lo cotidiano: Adios a Nora Ephron




Ayer, en mi acostumbrada lecturas de la noticias del día, leí una que me hizo sentir un poco triste: la directora de cine Nora Ephrom, murió luego de una larga batalla contra la Leucemia. Nunca fui especialmente fanática de sus películas - solo me agradaron realmente un par, si mal no recuerdo - pero igualmente, no pude evitar recordar esa ternura suya, esa cursileria de su cotidiano que hizo de sus film, pequeñas meditaciones sobre la vida, el amor,  la ternura, pequeños discursos personales. Tal vez todo se deba a replantear el romanticismo de una manera contemporánea o simplemente, apelar a esa necesidad de creer que el amor, ese, el idealizado, el eternizado en cuentos e historias personales, es real.

Cual sea el caso, Nora Ephron se enfrentó con cierta habilidad al mito que las películas románticas son un género en desuso, sobre todo porque tuvo el tino de jugar un poco con el imaginario habitual y creo algo nuevo. Me refiero a toda esa tendencia de la pareja made-in-heaven, pero que vive en una enorme ciudad, sometidos ambos probablemente a esa presión un poco dolorosa de la soledad moderna, el aislamiento y el cinismo. Porque para Ephron, el amor es un pequeño secreto: en todas sus películas, siempre hay una cierta cualidad mágica, un milagro que parece producirse y construirse lentamente, a medida que avanza la trama, entre personajes que beben de la mejor tradición de la comedida románticax del pasado. Pero los personajes de la directora, a diferencia de las entrañables parejas románticas como Clack Garble y Vivien Leigh o Katharine Hepburn y Spencer Tracy, carecen de esa idealización que hacia maravillosas - y lejanas - esas míticas historias  de amor del cine de la época de oro. Porque Ephron siempre apostó a lo pequeño, a lo simple, a lo que pareciera formar parte de la imaginaeria popular. Y probablemente la esté recordando hoy, justamente por eso, esa cualidad suya de crear magia donde otros, solo pueden contar una historia común,

De los desvelados que recibieron un email.

Las historias de Ephron siempre suelen comenzar con una tragedia: enorme y dolorosa como la viudez joven de Tom Hanks en "Sleepless in Seattle" o una de tenor más mundano, como el dilema de Meg Ryan en "You've Got Mail". Como sea, los personajes sufren pequeñas transiciones imperceptibles, una especie de depuración emocional de pequeños rasgos que la directora se deleitaba en mostrar: las pequeñas miradas, las sonrisas secretas y más aun, una camaraderia de ese pequeño grupo de hombres y mujeres que parecian avanzar a traspies en las historias, casi siempre levemente torpes, hacia un final inevitable. La felicidad. Lo más extraño, es que no parecía ser tan difícil creer en esa radiante broche de oro de las historias de Ephron: la fantasia con que estaban entretejidas sus narraciones parecia colmar un poco esa necesidad nuestra de creer, muy convencidos, que esas grandes épicas amorosas tienen cabida en esta época de frialdad, de dureza y sobre todo, de desazón. Más de una vez, me encontré preguntandome que hacia la directora - que otros no - para convencernos de lo imposible, de lo extraordinario, de lo simplemente irreal.

De angeles malhumorados a la comida del amor:

Ephron, como directora, tuvo muchisimos declives y peligrosos resbalones que dañaron su carrera hasta llevarla a un peligroso declive del que comenzaba a recuperarse al morir. Muy probablemente debido a su necesiad de conservar cierta integridad en su discurso, hubo ocasiones en que su formula del romance predestinado, la lentitud del planteamiento, la introspección de los personajes, jugaron en contra de los fragiles arcos argumentales. No hay más que ver los flojos resultados de "Lucky Numbers" o la tristemente sin sentido "Bewitched", para notar que en ocasiones, Ephron se desplomaba en un ciclo torpe y casi destructivo de su propia capacidad de observar la cotidianidad. No obstante, en otras, la historia, aunque sin mayor trascendencia, parecía tocar tópicos casi eternos: La ternura de una Divinidad simple y casi vulgar en Michael - interpretado por un risueño John Travolta - o esa pequeña joya de lo habitual "Julia & Julie", donde el día a día parecia sostener la narración sin mayor esfuerzo. Y es que tal vez ese sea el secreto de las historias de Ephron, esa puntilloso y en ocasiones peculiar análisis sobre la realidad, esa manera suya de desmenuzar las ideas hasta encontrar algo que pudiera emocionarnos, hacernos sentir un poco de esa magia que parecía impregnar en sus personajes.


Así que, aunque no fue la mejor directora - ni cerca lo estuvo, todo hay que decirlo - Ephron será recordada por revitalizar un género tan vilipendiado y menospreciado como lo es el cine romántico. Y no deja de ser curioso que incluso sus detractores - como yo - hayamos sentido que con la muerte de la directora, se dejaron de contar alguna que otra historia que tal vez, nos hicieran sonreir al final del día.

Y eso, ya es un logro.

C'est la vie.

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