martes, 26 de junio de 2012

Del Gentilicio del siglo XXI ¿Quién es Venezolano?




El fin de semana, la gran noticia fue una de esas frases impulsivas del Presidente de la república, que parecen  entrar de inmediato a formar parte de la imagineria popular: "Si no eres chavista, no eres Venezolano". De inmediato y como es lógico, las redes sociales hirvieron de furia: todos declaraban que la sentencia, prejuiciada, sectaria y como no, llena de la habitual prepotencia del poder provocador, despertó una especie de nacionalismo medio borroso en lo que no encajan - como yo - en esta nueva definición del gentilicio nacional. En lo personal, lo tomé como otra bravuconada de un discurso de odio que lleva casi década y media contagiando al pensamiento venezolano, pero aun así, lo analicé bajo el matiz de ciertas ideas. Y sobre todo, bajo la interpretación de lo que vivimos a diario, como ciudadanos y sobre todo, como venezolanos ( sin matices ).

Hablo en concreto del hecho, que desde que la política de la lucha de clases, el socialismo interpretado a conveniencia y toda la deformación argumental de una idea de debate social se impuso en Venezuela, hay una buena porción de ciudadanos que nos sentimos, simplemente apátridas en un país que no reconocemos. Un país, que no entendemos porque la transformación polarizada ha sido tan violenta, tan certera y en ocasiones me pregunto, si tan definitiva, que el país se convirtió en una pelea constante entre dos bandos en pugna que son incapaces de reconocer la existencia del otro. Un vicio común, entre disputas ideológicas más o menos concretas, pero que en el caso Venezolano ha segmentado la realidad del país en dos dimensiones encontradas, paralelas e irreconciliables. O perteneces a una realidad o a la otra, y estar en el medio es casi imposible, cuando la batalla con argumentos exactos pero en extremos contrarios ha destruido cualquier dialogo y sobre todo, de entendimiento entre los bandos en dispuesta.

En medio de toda esa rebelión de clases superficial, de esa defensa del estatus quo carente de substancia, subsiste el venezolano de pie. El Venezolano que no es político, ni tampoco millonario o pobre de solemnidad. El venezolano que no ama a un líder o lo odia con profundo rencor. En sa brecha, abierta, cada vez más pequeñas, somos cientos quienes día a día insistimos con crear una idea de país que nos abarque a todos, donde Venezuela sea un proyecto a futuro, construido a cuatro manos, y no este bastión de desencanto, de temor, de simple desazón que vivimos a diario.

Pero como cuesta ese sueño. Y cuanto esfuerzo nos está llevando cristalizarlo.

Entre encuestas te veas: 

Hace poco, pensaba en el tema, al leer los resultados de unas las cientos de encuestas que, debido al año electoral - otro - deambulan de un lado a otro en los medios de comunicación nacionales. En ella se hablaba que el Presidente de la República lleva 30 o 40 puntos porcentuales de ventaja sobre su contendor político. Los datos demográficos hablan que se tomó una muestra de mil ciudadanos y que su exactitud es de un 98.9  % o algo al estilo. Lo leo todo con una sensación irreal, cansina, en medio de esta gran dimensión deformada de las cosas que llamamos cotidiano en nuestro país. Leo los datos, pensando que ni una sola vez, yo he formado parte de encuesta alguna. De hecho, no recuerdo que jamás me hayan detenido en la calle a preguntarme nada. Repasando las preguntas, los datos, me sobresalta el hecho que no me reconozco en ninguna de ellas, porque ninguna cuestiona lo que me preocupa como ciudadana. No encuentro en ninguna parte una pregunta sobre la inseguridad, los problemas económicos, la crisis de los servicios públicos. Esta encuesta es de otra Venezuela, la Venezuela que venera a un líder omnipresente, la que no reconoce que yo existo, la que no sabe - y probablemente no le importa - que me siento igualmente venezolana, a pesar de no profesar un nacionalismo enfermizo o propugnar un lenguaje de odio para disminuir al contrario. Sentada con el periódico en la mano, sigo pensando que para la Venezuela actual, la que pareciera perdió la cordura, la que simplemente está fuera de todo control de un argumento lícito que sostenga - justifique - los encendidos discursos sobre promesas que jamás se cumplen,  la opción es esta, el silencio. La inexistencia. Porque no hay una alternativa real,  sobre una opción que solo engloba al que acepta, sin una palabra en contra, un modelo de país caduco e irresponsable.


De manera que sí, hay venezolanos que no lo somos. Que no existimos. Que no somos reales. Que solo formamos parte de las estadísticas mudas. Y yo estoy entre ellos. A medida que el tiempo pasa, me pregunto hacia donde avanza todo esto, que ocurre con nuestro país como idea, como necesidad, como hogar como idea. Confieso, que en ocasiones me da miedo la respuesta, si es que hay alguna, o quizá lo que me inquieta es que no existe ninguna, en medio de esta realidad deformada, que con cierta ingenuidad llamamos actualidad.

C'est la vie.

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