jueves, 17 de mayo de 2012

Despertar entre balas, otra vez: CaraCaos.




Hoy tenía intenciones de escribir algo muy hermoso sobre Caracas. Lo juro. Lo venía pensando desde hace un par de días atrás, cuando conversando con @Ariachunis me comentó, que todos los caraqueños, tenemos una relación afectiva muy profunda con el Ávila. Y pensé que era cierto. Sonreí, cuando comentó que todos los fotógrafos hemos tomado alguna vez una fotografía de nuestra amada montaña - muy probablemente más de una - y que de alguna manera, la bella Dama silenciosa es parte de nuestra historia. Parte de la identidad de cualquier caraqueño que se precie.

Pero no puedo. No quiero, en realidad.

No puedo - ni quiero - porque hoy desperté con el sonido de las balas. Una experiencia surrealista que asocio con alguna escena de película, una ficción impensable. ¿Lo peor? No es la primera vez que me ocurre, y de hecho, tengo la amarga convicción que no será la última. Desperté, para correr a encerrarme en una de las habitaciones de mi casa y esconderme, temblando, mientras escuchaba el sonido de las ráfagas de disparos repetirse con una frecuencia de pesadilla. Y después explosiones, detonaciones. Entre confusa y asombrada - con ese asombro del temor - intenté comprender que ocurría, que estaba provocando de nuevo una situación extravagante, sin sentido. Pero por supuesto no lo logré. Nadie puede quizá, ofuscados y atrapados en una situación que nos desborda, que supera cualquier parámetro de normalidad que puedas haber construido para defenderte del caos. Porque el caos está en todas partes, no solo en la violencia que se expande por la calle como el olor seroso de las bombas lacrimogenas. Esta en este no comprender, como ciudadano, como caraqueño, como puede estar ocurriendo una situación semejante sin que exista un solo organismo público capaz de controlar o mediar en la circunstancia. Desprotegidos, aislados, los ciudadanos que vivimos esta historia de lo terrible, la discreción del todos los días enfrentando el miedo, somos victimas puertas adentro, simplemente prisioneros de la irresponsabilidad y la desidia.

Los disparos continuaron sonando una hora, un poco más. Hablo de disparos de ráfagas de metralla, y después detonaciones, tan fuertes que en varias ocasiones hicieron temblar los cristales de las ventanas. Es difícil describir el tipo de pánico que experimentas cuando no sabes a donde correr, porque no puedes hacerlo a otro lugar. Es insoportable la angustia que te embarca cuando comprendes que no puedes hacer otra cosa que soportar, y esperar que en algún momento, la violencia decline o simplemente, concluya por su propia desgaste. Pero mientras eso sucede, sientes el miedo nítido, el puro, de saber que estás corriendo un peligro inevitable, del cual no puedes guarecerte porque estás en medio de una confrontación que no es tuya, que a nadie parece importarle, que sobrepasa tus propias ideas sobre lo que debe o no debe ser. Cierras los ojos, escuchando los disparos repetirse en sucesión. Sientes unos infantiles deseos de llorar y gritar, un gesto sin sentido, pero que expresa en su quebradiza fuerza, esta vulnerabilidad, está absoluta tristeza de encontrarte a solas con la ruptura de lo que crees es lo cotidiano, lo aceptable. Afuera, entre la cacofonía de disparos y estallidos, escuchas también el sonido inconfundible de corneteos, los gritos de pánico de los que tomados por sorpresa como yo, intentan huir de lo que fuera estuviese sucediendo. Y pienso en los frágiles que somos, estos caraqueños de la estadística, estos hombres y mujeres sin rostro, que los entes oficiales definen brumosamente como "Los vecinos del Paraíso". La rabia se une al miedo, inútiles ambos, y te paraliza. Continuas esperando, con la boca llena de amargura. De dolor.

Y finalmente, en algún momento de la mañana, la violencia parece decrecer. O eso parece, piensas, confuso y temeroso. Miras por la ventana y encuentras la calle de tu niñez, la avenida que has recorrido mil veces, llena de desperdicios, con automóviles detenidos, abandonados en mitad del desastre. Un olor repugnante lo invade todo y más allá, ese silencio. El silencio de algo tan árido como angustioso: porque no hay paz ni tranquilidad en esta ausencia de los sonidos normales de la ciudad, a lo que te habitúas y los que crees odiar, hasta que no los escuchas. Un silencio de tierra arrasada, más allá del desastre.

Entonces si lloré, con la barbilla temblandome como los niños. Las manos apretadas tan fuerte que me clavo las uñas en las palmas de las manos. ¿Por qué? ¿Por qué tengo que vivir esto y nadie puede evitarlo? ¿Donde están los funcionarios públicos, los Uniformados, los entes administrativos que deben velar porque nadie tenga que despertar en una situación de guerra callejera impensable? La respuesta es peor que la pregunta quizá, y procuro no obsesionarme con ella.

¿Que sentido tiene? ¿Que consuelo me dará eso?

Y allí, el Ávila. Entre las nubes. Miro la montaña y pienso en los caraqueños, no en esa imagen idílica que quería transmitir cuando pensé en escribir algo sobre nuestro símbolo más intimo. Pienso en los sobrevivientes, en las victimas de todos los días, en los ciudadanos que debemos enfrentarnos a esta circunstancia a diario, padecer la vida cotidiana como una especie de enorme sucesión de escenas de pura desazón. Y siento dolor, un profundo y nítido dolor. Por los caraqueños que deben mirar el Ávila intentando encontrar esperanza. Por los caraqueños que sufren día a día esta destrucción en cámara lenta de lo que creíamos normal. Por todos, en suma, los que bajo nuestra montaña, padecen esta circunstancia rodeada de desamparo llamada Caracas.

C'est la vie.

8 comentarios:

jesus tadeo jimenez dijo...

Desgraciadamente es difícil amar a nuestras ciudades cuando las percibimos como un ambiente hostil. Como disfrutar de sus parques o espacios cuando para llegar a ellos debemos sortear una selva de concreto para nada amigable. La inseguridad, el mal estado de las vías, los funcionarios matraqueros, la falta de humanidad de nuestros vecinos. A veces quisiera que la gente se tratara con la misma amabilidad con lo que lo hace en los redes sociales. Tal vez por eso paso tanto tiempo en twitter. Saludos bella

Cruzando el río Orinoco836-2009 dijo...

Oye muy acertadas tus palabras y no pude dejar de pensar ,al leerte, como sumado a todo lo que describes con tristeza , están los espacios que hemos perdido como resultado de las salvajes invasiones patrocinadas por Bernal Y Barreto. Lo que siempre fue la Zona Verde Protegida del Parque Vicente Emilio Sojo , ahora una extensión mas de la barriada de la Cota 905, con ranchos de tres pisos, ballenatos a todo volumen que logran escucharse incluso hasta la Iglesia La Coromoto , Avenidas llenas de pantano que baja con cada lluvia producto directo de estás invasiones, Murciélagos desplazados que entran a todos los apartamentos de la zona en las noches, producto de que su hábitat fue destrozado y apoderado por restos invasores, culebras y ardillas que ahora viven en los pocos espacios verdes de Paraíso Plaza por los mismos motivos,etc ...Al igual que tu ,conozco otro Paraíso, un Paraíso de décadas atrás, donde mi Pre-kinder quedaba en la cuadra de atrás, y la primaria en toda la esquina - Casas que son hoy edificios- , nada que ver con lo que se ha vuelto el Paraíso de finales de los 90 para acá. Su DECADENCIA TOTAL ....................................................... Y los vecinos en MUTE y apáticos , sabes, con una buena presión vecinal, en su momento(2006) ,no tuviésemos ahora este nuevo barrio que vino a desplazar la montaña verde que siempre nos dio aire y paz visual , ahora en cambio lo que tenemos es un barrio mas ... !!!!!!

Miss B dijo...

Sí, Jesús, es terrible porque implica una contradicción enorme y que duele muchísimo: Yo amo a Caracas. Es mi ciudad, me siento caraqueña de los pies a la cabeza. Pero no quiero, me niego a vivir así. Me niego realmente a vivir entre tanta zozobra, en un pánico constante. Pero a la vez, Caracas soy yo.

Un dolor perenne, supongo.

Gracias por leer y comentar!

Miss B dijo...

Cruzando el Orinoco, es justo como dices: Yo he visto deteriorarse el Paraíso, en una especie de derrumbe en cámara lenta: desde las calles destrozadas hasta ahora, vivir en una situación de emergencia terrible. Realmente que tristeza me hace sentir todo esto.

Gracias por leer y comentar!

Rubén Pérez dijo...

Cuanto desasosiego y pesadumbre en tus palabras Aglaia. Lamento mucho lo que te ha tocado vivir esta mañana; y que al parecer aun sigues sitiada padeciéndolo. Lo lamento además, porque todos lo estamos sufriendo junto contigo y tus vecinos que están confrontando esta situación que ya no es tan particular, que se hace cotidiana. Tus twitts de hoy son impresionantes; nos ilustran la tragedia que vivimos como país, como colectivo humano.

Si de algo te sirve, y a pesar de todo el justificado pesimismo que hoy te aflige, este enamorado de Caracas y su Ávila, que la prefiere a cualquier ciudad de Latinoamérica que haya conocido te dice que hay dos formas de vivirla.

Ciertamente comparto toda tu angustia, sin embargo he aprendido que Caracas y todo el País en general, hay dos dimensiones distintas para vivirlo. Cuando pase toda esa locura que estás viviendo ahora, intenta sumergirte un rato en lo mejor de Caracas. Aléjate de esa superficie tan tormentosa que nos destruye el ánimo.

Está claro que eres una persona inteligente, profunda y sensible, por lo que te será muy difícil abstraerte de esa dimensión que llamamos “nuestra realidad”; sin embargo, estoy convencido que existe también –aunque nos empeñemos en no creerlo- “la realidad que deseamos”. Hay que hacer el esfuerzo de bajar o moverse hacia ella para no perdernos.

Estoy seguro, por lo que veo de ti a través de tus palabras, tu blog, tu twitter (Sí, me hice tu fan), que sabes cómo moverte hacia esa otra realidad. Que debes saber muy bien cómo moverte en lo profundo: donde se consigue paz y goce.

Darte animo es un ejercicio para darme animo a mi también!

Que estés bien.

Miss B dijo...

Rubén, estuve meditando un rato que responderte. Creo sabes - intuyes - que soy idealista. Amo a esta ciudad, a este país, como una pieza de mi mente, un fragmento de mi espiritu, una forma de identidad. Y tal vez por ese motivo, esta angustia tan espantosa. Esta sensación de abrumadora confusión, porque es amor, pero también furia, angustia. Una desazón sin nombre.

Igualmente, no puedo dejar de comprenderte, y asumir que de hecho, pienso de la misma manera, aunque en este momento no quiera admitirlo y esté tan furiosa que solo tenga deseos de llorar. Pero sí, siempre querré pensar que este país puede - necesita - pensarse como un futuro, como una promesa, como una forma de paz.

Gracias por tus palabras mi bello, y como siempre, por leer y comentar.

Félix Esteves dijo...

Muy bueno tu artículo. Sabes plasmar tu agonía y tu amor a Caracas sin falsos melodramas. Yo me enteré ayer de lo que pasaba en la Planta por la televisión alemana DW (Canal 69 por Supercable) ya que los canales nacionales no transmitían la noticia.
La violencia nos esta deshumanizando, el silencio de los Mass Media Gubernamentales nos hace ignorantes y nuestro propio silencio nos hace cómplices. Estas cosas terribles se tienen que saber en el mundo.
Gracias por hacerte eco de la desesperación que vive Caracas y sus habitantes.
Félix Esteves

Miss B dijo...

Gracias Félix, me alegra muchísimo que te haya gustado. Y sí, justamente es lo preocupante: este silencio informativo delega la responsabilidad de la "Información Veraz" en las redes sociales, en los rumores, y peor aun, los temores del ciudadano común. Algo que en lo personal, me parece muy grave.

Muchísimas gracias por leer y comentar.

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