domingo, 13 de mayo de 2012

De celebraciones y otras menudencias: Un homenaje a todas mis madres





Era algo menos que inevitable hablar sobre la madre justamente hoy. No solo por costumbre, sino por creo que será el único día donde pueda analizar el tema con cierta impunidad: todos estamos llenos de pensamientos melosos e idealistas sobre nuestras madres: aunque el resto del año nos quejemos, susurremos cuando sale de la habitación o sostengamos tensas conversaciones telefónicas. Pero hoy es el día de lo bueno con respecto a la madre, y de eso, créanme, hay mucho de qué comentar.

Yo soy una de esas personas quejosas: llamo a los fines de semanas que solemos pasar juntas "maratones maternales", discutimos a la menor oportunidad e incluso, casi con preocupante frecuencia, tenemos choques dialécticos más o menos importantes. Pero aun así, y por descontado, amo a mi mamá. Y la amo justamente por nuestras diferencias - enormes todas ellas - y todo lo que hemos tenido que trabajar y padecer para comprendernos a pesar de todo. La amo por intentar ver el mundo de la manera como yo lo hago - aunque no lo logra siempre -, o ayudarme, incluso cuando no me entiende, en mis pequeñas batallas idealistas sin mayor resolución. Porque mi madre crió un aspirante a Quijote, un antihéroe torpón y eso es algo que siempre le agradeceré enormemente.

Y debo decir, que tengo experiencia en este tema de las madres. Porque a lo largo de mi vida, no he tenido una, sino varias madres. Mujeres que me han brindado lo mejor de si, que me han educado con ejemplo y con su propia vida, que me han hecho sonreír y reflexionar. En realidad, al hablar sobre madres no solo pienso en la biológica, pienso en la que leyó mi primer cuento, la que me revisó mis primeras tareas, la que me dijo por primera vez como sostener correctamente una cámara. Porque una madre es aquella que educa y ama, la que te brinda apoyo y la que te permite crecer. De ellas, de esas mujeres, es la que habla este artículo.

¿Madre solo hay una? No lo creo.

Como decía antes, yo tengo varias madres. Quizá a ello se deba a que tenga tanto que agradecer como el joven adulto en que convertí. Esa enseñanza sutil, discreta. Esa necesidad de soñar y crear que inculcó, esa obligación de creer que el mundo puede cambiarse. Y debe hacerlo, de hecho.  Una de ellas, es sin duda mi abuela.


Mi abuela era una mujer siu generis. Tenía un enorme sentido del humor, una percepción muy critica del mundo y esa saber natural de que el instinto siempre será más fuerte que la razón, para bien o para mal. Tal vez se debe a que creció entre mujeres - un gran grupo de tías, primas, su propia madre, sus abuelas - que la hicieron no solo muy consciente de la manera en que el mundo se percibe - y lo que es - sino que le permitió sentir, de una manera extraordinaria - ese poder de crear cada día que pocos comprenden. Porque mi abuela, no tenía un titulo Universitario que avala su sabiduría - ni falta que le hacia - pero si ese poder de la experiencia bien asimilada. Fue mi abuela la primera persona que me aseguró que soñar abre la puerta de las estrellas, la que mostró las primeras películas de María Felix que vi y me aseguró que una mujer debe ser lo que quiera, siempre que sea feliz.  Y que feliz me hizo mi abuela, educándome en el desorden y una cierta locura existencial que aun conservo. Que hermoso ha sido reconocerme en ella ahora, como la mujer adulta en que me convertí, que camina por la vida dando tropezones y levantándose con gran entusiasmo. Porque mi abuela me enseñó a confiar en que cualquier cosa que desee, puede llevarse a cabo y sobre todo que el misterio de todas las cosas reside en esa capacidad nuestra de simplemente confiar.

Mi abuela, por supuesto, fue la Madre que me llevó en brazos y me echó a andar por la vida.

Pero hubo otras. Mi primera profesora de literatura, a quien tímida y aterrorizada le enseñé mis primeros cuentos. Torpes y plagados de errores, llenos de una única intención "quiero contar algo". Quiero paladear palabras. Y que bien me entendió R.! Fue ella la que me animó a continuar, en esos inquientates doce años donde todo parece doler y molestar. De tropezones y angustias, de temores y poco menos que preocupaciones por la superficialidad de un mundo que parece tan enorme. Y fue mi madre en las palabras, la que me obsequió ese bello ejemplar de poemas de Alejandra Pizarnik que aun conservo en mi biblioteca. Rosalinda me educó en la fe.

También, estuvo mi tía. La hogareña, la del sentido común. La que luchó contra mis excentricidades de solitaria sin remedio. La que me cuidó en las fiebres, la que acudí para llorar ese primer amor tan lejano que ahora me parece lo soñé. Cuanto me enseñó mi tía, entre taza y taza de café con leche, pancito dulce - si, de ella me viene el hábito - mientras me tejía el cabello y me contaba de su vida, de la de otros, de como sería la mía. Y es que mi tia Mary tiene esa capacidad de tener la palabra Universal, la que reconforta, la precisa que consuela. La que enjuaga las lagrimas y hace crecer. Mi tía, a la que aun telefoneo en plena melancolía y la que todavía pido la bendición al sentarme a conversar. Ella, la madre que me enseño que la vida es hermosa por el solo hecho de ser imprevisible.

No solo es madre la que trae al mundo. Tampoco es solo madre la que es mujer. Porque yo he tenido madres hombres, que me brindaron el conocimiento de la manera más hermosa. La maternidad como una comprensión que educar es crear futuro, que con el ejemplo se predica y que con los sueños, se crece. Tuve a mi tio L. quién no solo me educó sino que me brindó esa oportunidad única de mirarme a través de alguien más, de burlarme de mi misma, de comprender que al final, todos somos hijos de la risa, del chiste y del buen humor. Una madre de la intuición.

Y más adelante, me encontré con una madre que tomó mi pasión por la imagen y le dio sentido. Fue mi profesora A. quién me dio las primeras criticas y me enseño que mirar el mundo a través del lente de una cámara, es crear un lenguaje a nuestra medida. Tan rico y hermoso como lo deseamos, tan poderoso como necesitemos levantarlo. Porque para A. crear no solo es un asunto de imaginación sino también de confianza, de fe, de profunda convicción. De luchas contra nuestras limitaciones y tener la completa seguridad que ese creación nuestra de luces y sombras, trascenderá.

Tantas enseñanza. Tanta fe. Tal vez, solo amor.

Sonrío, mientras escribo esto. Mi mamá grita en algún lugar de mi casa, diciendo algo sobre mi desorden. Probablemente tenga razón, aunque me irrite el tono, y me moleste el inevitable sermón. Pero aun así, es mi mamá, la mujer que conoce mi historia porque de hecho también es la suya. Una unión imposible de explicar pero tan real como este amor ingenuo, de la simplicidad y la dulzura, que le profeso.

C'est la vie.



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