miércoles, 5 de octubre de 2011

La sociedad Optimista o divagando de puro cansancio





Mis mañanas no son sencillas. No puedo culpar solamente al pertinaz  insomnio, también tengo cierta predileción por mis noches. De manera que, cada mañana, en cuanto recobro mínimamente la conciencia, empieza una encarnizada batalla entre las fuerzas del bien y del mal. Es la teoría del eterno retorno hecha realidad. En pijama. Hoy iba a cambiar. Hoy tenía caramelos de esos que garantizan un sueño profundo de ocho horas. -Gloria Lorazepam- . Pero mejor no, ¿pastillas conmigo? no, no las necesito. Pero el cansancio natural hizo su traicionera aparición y, celoso de los impostores químicos que pretenden usurparle la función, se me llevó, sin reloj y sin C15H10Cl2N2O2. Ahora, de nuevo despierta, mastico mi caramelo por fin mientras contemplo los licuosos tonos rojizos del aftermath of the battle. Mañana más.  Furia amplia  en un sólo día, dos batallas en un sólo día, justo cuando ya acariciaba la idea de romper el círculo. Isn't it ironic?, que decía aquella.

Releo textos antiguos, tal vez como una forma de exorcismo. Me topo de pronto con algunos párrafos de hace seis o siete años donde me hago preguntas existenciales que curiosamente me estoy repitiendo en los últimos meses. Lo cual o significa que el mundo es ciclico o estoy yo misma completando una serie de lugares comunes en mi vida que quedaron a medio hacer. O ambas cosas, quien sabe. Cualquiera sea el caso, siento que la ira es una forma de expresión tan válida como la tristeza a secas. No tan simpatico, claro está, no tan agradable y probablemente digno de bellos poemas. Pero ay de la Ira! diría Dante, euforico -  probablemente cansado de sonreir - Ay de la Ira, como voz del tiempo. Dios Iriae y esas ideas tan reconfortantes de la cólera siendo real.

Porque, aunque muchas veces se insista en lo contrario, somos una cultura optimista: existe toda una necesidad de demostrar lo felices, optimistas, elevados espiritualmente que somos. Se insiste en el tema, tanto en lineas generales como en el trato habitual. La sonrisa es necesaria, vivamos el mundo con radiante actitud y otros tópicos son tópicos frecuentes en conversaciones, formas publicitarias y el mensaje se multiplica. El mal humor y el simple descontento se toman a los extremos: subculturas que se deleitan con la tristeza y el sufrimiento, la idea del dolor como una forma de conducta social. De manera que atrapado en medio de ambas tendencias, se encuentra la simple cualidad del mal humor, una idea tan natural en el ser humano como su propia necesidad de enfrentarse a la  frustración. Y es que el mal humor - quizá la necesidad de rebelarnos contra esa compulsiva obligación de "ser felices" - sea una de esas ideas contemporáneas que choca frontalmente contra algun añejo instinto que tiene viejas raices en nuestro subconciene: Vivir la vida a nuestra manera.

Libertad, le llaman.


Ya lo decía Pessoa: El desasosiego se ha convertido en un estado de ánimo predominante en la vida cotidiana.  En breves relatos describe magistralmente esta angustia con una connotación decadentista típica de principios de siglo. En su texto encontramos una incompetencia respecto a todo lo que lo rodea, en especial respecto a la vida. No obstante, no hablamos de la tristeza unicamente como una reacción a lo habitual, sino simplemente a cierto aspecto de nuestro diario que quizá sea tan diáfano como el bienestar y la alegría. Porque al parecer, últimamente se ha perdido el derecho a esas etapas de puro gris, la facultad de sentir esa necesidad plena de gritar y enfurecernos. Puro furia carmesí, los puños apretados, la barbilla apretada, los labios tensos. En esta sociedad optimista, y otras veces hipocrita, la cólera es tal vez demasiado brillante, excesivamente terrenal para comprenderse más allá que un motivo circunstancial.

Las pasiones del ser humano no son ni puras ni simples. Es Spinoza quien nos revela que están compuestas de amores y odios, de alegrías y tristezas aunque siempre una afección es más fuerte que las otras. Profunda e intensa belleza, o probablemente solo torpeza, al momento de definir algo tan complejo como las emociones humanas.

De manera que muy probablemente continuaré levantando el puño de vez en cuando, en medio de miradas alarmadas y todos las frases que intentan consolarme, cuando solamente necesito sentir ese poder - tan simple, tan terrenal, tan complejo en su belleza - de creer en la cólera como una voz de mi conciencia.

C la vie.



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