domingo, 16 de octubre de 2011

Federico Fellini y la creación pura








Y por enésima vez, en medio del insomnio, caí en ese sutil embrujo que solo Fellini tiene la capacidad de crear. Esa belleza extravagante, que roza lo incompresible sin serlo totalmente. Ese cinismo apenas percibido, la delicadeza una idea que se va dibujando a medida que transcurre una narración muchas veces profundamente personal. Porque sin duda 8 1/2 es Fellini hablándose asi mismo, contándose pequeñas historias privadas unidas por un perfecto hilo de imágenes. La opera prima del director tiene mucho de locura y también, algo de conmovedora auto complacencia. 


Una de las obras más prestigiosas y reconocidas de Federico Fellini, es sin duda alguna 8 Y medio. Consagrada por la critica y la historia, aparece en la gran mayoría de la listas sobre las obras más recordadas y memorables del cine mundual. En los comentarios que acompañan a la lista confeccionada por Sight and Sound se apunta que Ocho y medio (8 ½, 1963) es especialmente valorada por los realizadores de cine. No debería extrañarnos demasiado. Ocho y medio habla sobre la creación cinematográfica, más aún, sobre el creador, el artista. Para empezar, es interesante el matiz que puede suponer la consideración de que Fellini es sobretodo un artista. La curiosidad surgiría del considerar a Fellini un artista más que un autor. Una aproximación superficial a ambos conceptos podría emparentarlos automáticamente, sin embargo no podemos obviar las connotaciones políticas del término autor. Al autor lo ensalzaron y reivindicaron los redactores de Cahiers du Cinema, algunos de ellos miembros, después, de la Nouvelle Vague. Fellini encajaría bien en el molde de lo que se considera un autor, sin embargo, haciendo un esfuerzo por situarnos en la época en la que nacieron sus obras, podría vérsele negado dicho calificativo. Y es que Fellini hacía un cine radicalmente opuesto al propuesto por la nueva ola francesa. Fellini no hace un cine de bajo presupuesto, goza con la opulencia de su imaginario visual y en ningún caso hace del realismo una de las bases de su cine. Fellini no es un cineasta cuyo cine repose sobre los pilares de la teoría, no parece encontrarse en sus películas la sombra de un espíritu crítico. No, Fellini no es un crítico-cineasta, es un artista. Artista como ser dotado por el don de una creatividad cuyo origen es siempre él mismo, su imaginación y su memoria.


El arranque de Ocho y Medio sintetiza a la perfección el discurso que se irá adornando (debido a que se construye completo en el inicio) a lo largo de toda la película. Guido se encuentra encerrado en su coche en medio de un terrible atasco que no le permite avanzar, la cámara rastrea los coches que le rodean, vemos cómo los rostros de los conductores y acompañantes fijan su mirada en Guido que se siente el centro de atención. La angustia surge repentinamente en el protagonista. El interior del vehículo empieza a llenarse de humo y Guido debe buscar aire en el exterior en busca de su salvación. Una vez fuera, montado en el techo del coche, el protagonista será poseído por lo irreal y empezará a flotar en un vuelo que lo llevará por encima del atasco hasta el cielo. La libertad que supone codearse con la luz del sol y las nubes se esfumará en el despertar que revelará lo anterior como un simple sueño


Este principio es todo Fellini, es todo Ocho y Medio . El cine de la metáfora. La angustia que vive Guido es la del creador que siente la presión de deslumbrar al mundo con una nueva obra, la presión que sufrirá a lo largo de todo el filme por parte de productores, actrices, fieles seguidores y periodistas fisgones. La presión por crear, por satisfacer las expectativas, dan paso al bloqueo, la nada. Guido se siente incapaz de dar cuerpo a una nueva creación, pero no puede escapar del agobio al que lo somete su entorno, así que deberá idear una manera de superar su incapacidad. El camino escogido será el de transformar el propio bloqueo en obra, la dispersión y la imposibilidad para mantener la concentración en fundamento rítmico de la creación, la inexistencia de un núcleo narrativo tradicional en la estructura fragmentada de la película. Bloqueo, dispersión y fragmento, ejes de Ocho y Medio junto a la metáfora, lo imaginario y lo onírico.


Este inicio de tintes surrealistas y ambiente onírico propios de una ensoñación será la norma según la cual Fellini da la espalda a la realidad. Ese alejamiento del la razón y la cordura tal como viene dictaminado por lo social, adquiere su forma definitiva en las representaciones de los sueños y fantasías de Guido. Si observamos con atención podremos ver, además, que la distancia entre realidad (ficción) y fantasía irá creciendo a medida que avanza la película. Así, las primeras muestras de representación de los sueños, el que abre el filme y el espejismo por el que Guido confunde a una de las trabajadores del balneario con su amada, se confirmarán como tales gracias a la representación filmada del súbito despertar de Guido. La realidad, por más excéntrica que sea, y la imaginación permanecen separados por una puerta que separa lo racional de lo irracional. Sin embargo ese muro de separación se irá viniendo abajo progresivamente, ya que más tarde algunas de esas ensoñaciones se convertirán en fragmentos completos con una mínima dependencia de la realidad. Entre ellos la célebre fantasía en la que Guido imagina un harem en el que todas las mujeres de su vida se pelean por servirle y adorarle. La introducción a la fantasía es prácticamente imperceptible, un breve primer plano de Guido nos introduce en lo irreal. Finalmente, el último paso gracias al cual la barrera entre realidad e imaginación se viene abajo completamente es la confusión en un mismo plano de personajes pertenecientes a la realidad presente y otros imaginados o recordados por el protagonista. Un buen ejemplo lo encontramos en la maravillosa escena que cierra la película, en la que confluyen todos los personajes que han aparecido en la función. Sin acabar de descomponer completamente el dispositivo, los personajes no terminan revelándose como actores, sí que hay un paso adelante en la anulación de reglas que definen lo que es real y lo que es imaginación: los personajes surgidos de la imaginación de Guido se manifiestan como corpóreos en la realidad diegética del relato, aunque también podría interpretarse que la realidad se termina de desvelar como una creación surgida de un imaginario superior, una mente creadora que lo domina todo, encarnada en la película en la por Guido, interpretado por el maestro Mastroianni, en la realidad, Federico Fellini.


Esa distancia con respecto a la realidad también se manifiesta en la ausencia de elementos referenciales de una época. En el fondo, Fellini no se siente interesado por la recreación de un momento histórico determinado, sino que siente auténtico interés y devoción por la recreación de ese estado de la memoria que es la melancolía. Dejando una estela de belleza e inocencia en toda su obra, se haya el tiempo de la infancia, el tiempo de la felicidad. Para Fellini el recuerdo es el referente, un referente más sentimental que histórico, un referente perteneciente, una vez pasado, al terreno de lo imaginario.


Analicemos ahora otros elementos ya apuntados anteriormente. La dispersión. Se ha comparado muchas veces el cine de Fellini con el espectáculo circense. En Ocho y Medio , además de la aparición, hasta la saturación, de figuras propias de la imaginería felliniana como es el clown, toda la película funciona como un circo de tres pistas. Maestro de la dispersión, cultivador de una aparente falta de atención y concentración en un único objeto, Fellini desata su capacidad para hallar hilos conductores que transformen el caos en una sinuosa danza musicalizada. Guido se haya imbuido por el mismo mal. No consigue mantener la atención fija en su interlocutor, deja preguntas sin contestar y es interrumpido continuamente por innumerables personajes que convierten su existencia en una mareante vorágine de conversaciones a medias.


También es interesante la estructura fragmentada de la película. Como en muchas otras obras del director italiano, la película se construye como un conjunto de fragmentos que funcionan de forma prácticamente autónoma. Como una obra que todavía no ha pasado por un proceso de pulido final, la película se nos presenta como una lluvia de ideas ligadas por hilos conductores débiles.


Bañadas por la inspirada partitura de Nino Rota, pasea ante nuestra mirada todo el mundo imaginario de Fellini. Su adoración de la belleza femenina, su debilidad por la exhuberancia, por lo chic y por lo vulgar, su casi fetichista fascinación por la iconografía religiosa cristiana, la infancia, la creación, los sueños, los decorados monumentales, la excentricidad como forma de vida y como expresión artística... Todo Fellini en su película ocho y medio.

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