viernes, 24 de junio de 2011

Crisálida



En ocasiones me siento cristalina, fragil, enormemente vulnerable. Y supongo que se debe a que la mayoría de mis formas de expresión son abstractas, personales e intimas. Nada más punzante que la palabra para herir o construir, nada más revelador y evidente que la imagen para definir. Y es esa sensación de encontrarme expuesta, palpitante de puro significado, la mayoría de las veces me asombra y me abruma un poco. Tomar una fotografía es un acto casi mágico: crear una imagen para delinear un momento que imaginaste, parir una idea que nunca ha existido hasta el momento del click es una sensación desgarradora. Y sin embargo, es esa portentosa capacidad de evocación, esa necesidad creadora, lo que hace que resulte tan devastadora. A veces miro una de mis fotografias y encuentro tan claro mis pensamientos, mis ideas, mis dolores y temores, que me resulta insoportable e incluso, inquietante. De la misma manera ocurre con mis largos cuentos inconclusos, o los muy cortos y furiosamente claustrofobicos, cargados de imagenes oníricos y un desaliento existencialista que atribuyo a esa obsesión mia por autores llenos de una furiosa necesidad de destruir el mundo en palabras. Y es que es inevitable, leer a Virginia Woolf - sucesivas, obsesivas relecturas - y no comprender ese vacio existencial interminable, amplio y radiante, que se extiende en algun rincón de la mente humana. O paladear la delicadeza de Proust y no temer esa soledad maldita y árida del silencio. Esa desazón, pienso suspirando, paladeando los largos párrafos intrincados, construyendo en mi mente esa visión de las cosas tan yerma, tierra arrasada quizá de todo significado.

¿A que viene toda esta disertación? me hace sonreír no recordarlo con claridad. Tomo Un sorbo de café - caliente, amargo, revitalizante -y  miro por la ventana esta ciudad radiante y triste, hoy en silencio, abandonada de todo rostro. Y pienso que esa vulnerabilidad no es exactamente un estado del espiritu, sino más bien, una necesidad de creer que podemos comprendernos, como piezas perdidas de una idea poco concluyente, abierta a cualquier interpretación. Una muerte pequeña, fragil. Temeraria  Extiendo la mano, tomo cualquier libro. Una recopilación de Carl Adamshick. Leo el poema en voz alta, deleitandome con la cadencia de las palabras, esa exquisita sensación de reconocimiento que no es tal:


Siempre creí que la muerte sería como viajar
en un carro, atravesando el desierto;
la tierra un poco más oscura que el cielo en el horizonte.
Que mi vida se conformaría como el final del día
y pensaría en todas las personas que he conocido,
que sería como un pasajero invisible,
inmóvil en el carro, desplazándome a través de la noche,
por siempre, con el bello pensamiento de un hogar.


Quizá, solo esa sea la respuesta.

C'la vie.

1 comentarios:

LoVo dijo...

Muy buen escrito como de habitud!

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