jueves, 26 de mayo de 2011

En la quietud de la palabra.





De nuevo, una de mis pequeñas crisis de venial demencia, me hace concentrarme más en esa soledad un poco sobrecogedora de los pensamientos más privados. Y eso que finalmente, logré vencer el insomnio pertinaz y disfrutar de unas buenas horas de sueño reparador. Bueno, lo admito, quizá no especialmente reparador, pero si fructifero. La sensación plena de despertar, un poco asombrada, los pensamientos superponiendose unos a otros con excesiva rapidez. Y allí, en medio de esa somnolencia que no es tal,  una tranquilidad ultraterrera, unos días con Michel Houellebecq (por partida doble), Herman Melville, H. P. Lovecraft, Oscar Wilde, William Shakespeare, W. H. Hodgson, Tsai Ming-Liang, George Cukor, ChristopherGuest, Lukas Moodysson, John Frankenheimer, Gustav Machaty, Ridley Scott, Mel Brooks, David Lynch y Noah Baumbach han hecho el milagro.

Creo que estoy totalmente recuperada de ese cansacio meláncolico de sucesivas noches en vela.

Como siempre mis lecturas parecen cumplir una cronologia privada y benevolente. Primera estación: Acompañenme si les apetece.

Este es uno de esos libros que habría que leer sin saber absolutamente nada sobre él, sin leer siquiera el texto de la contraportada; sólo de ese modo es posible introducirse en el relato convenientemente. Y lo digo porque me parece evidente que esa era la intención de Ishiguro, aunque las técnicas de márqueting se empeñaran en boicotearlo. Yo, afortunadamente, conseguí esquivarlas, así que el misterio, ese misterio que constituye el eje del libro y que Ishiguro revela con sumo cuidado a lo largo de sus páginas, fue para mi un misterio auténtico, tan opresivo y terrorífico como lo es para Kathy H. y el resto de internos de Hailsham.

Sólo así, sin saber nada, las preguntas pueden surgir en el momento adecuado. Sólo así podemos descubrir por nosotros mismos las piezas que no encajan y descubrir con horror creciente lo que se oculta tras ellas. Porque este libro muy bien podría haber comenzado con un párrafo que nos hiciera entrar en el relato con total conocimiento de lo que está ocurriendo, pero no lo hace. Y eso es significativo. Aparecemos, previa introducción de la protagonista, en un internado lleno de niños (¿Qué hacen allí? ¿Dónde están sus padres?): un perfecto un paraje bucólico (¿Qué hay más allá? ¿Por qué nunca salen?) en el que de vez en cuando aparece la extraña figura de Madame (¿Quién es esa mujer? ¿Por qué la envuelve ese halo de misterio?) para escoger las mejores creaciones artísticas de los niños y llevarlas a La Galería (¿Qué es La Galería? ¿Por qué tienen tanto interés en sus “obras”?).

Todo el libro está lleno de palabras que aparecen de improviso en medio de la apacible convencionalidad del texto: ¿"donaciones"? ¿"completar"? ¿"cuidadora"? Palabras que activan el mismo resorte que esos ruidos extraños que oímos a medianoche desde la habitación en un relato de fantasmas. A la mañana siguiente todo vuelve a la normalidad, pero esos ruidos siguen repiqueteando en nuestra cabeza, advirtiéndonos de que hemos cruzado algún tipo de línea entre la Realidad y la convivencia con nuestra memoria privada.

Incluyo un pequeño fragmento del libro, para el recuerdo:

“De todas formas, algo debe de haber sedimentado en tu interior. Algo debes de haber retenido inconscientemente, porque cuando llega un momento como el que he descrito ya hay una parte de ti que ha estado esperando. Tal vez desde una edad muy temprana —los cinco o los seis años— te ha estado sonando en la nuca una especie de susurro: “Algún día, puede que no muy lejano, llegarás a saber lo que se siente”. Así que estás esperando, incluso aunque no lo sepas, esperando a que llegue el momento en que caigas en la cuenta de que eres diferente a ellos; de que hay gente ahí fuera, como Madame, que no te odia ni te desea ningún mal, pero que se estremece ante el mero pensamiento de tu persona (...), y que sienten miedo ante la idea de que tu mano pueda rozar la suya. La primera vez que te ves con los ojos de alguien así, sientes mucho frío. Es como si al pasar por delante de un espejo ante el que pasas todos los días de tu vida reparas de pronto en que el cristal te devuelve algo más que de costumbre, algo turbador y extraño.”

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