domingo, 8 de mayo de 2011

Ciclo cerrado: Las Dos Evas.









Hace exactamente once meses y unos cuantos días, comencé un proyecto que por entonces, no creí que prosperara en el tiempo: Fotografiar - o intentar hacerlo en todo caso - la complicada relación entre madres e hijas, en una serie temática titulada "Las Dos Evas: Historias de Mujeres". No supuse nunca, que de aquella pequeñisima y modesta propuesta - plagada de errores conceptuales y llena de esa esperanza un poco torpe de quien sabe muy poco hacia donde se dirige - se abrió un camino enorme y desconocido que hoy, un año después termina. O al menos en lo que fue, su primer ciclo: comprender a la maternidad como un milagro, un secreto, un misterio, el poder de la evocación en una imagen.

Y es que mis Evas me han hecho recorrer un camino personal inesperado: no solo como fotografa que intenta contar una historia - sin saber si lo logra - sino como la mujer que intenta construir su visión  personal a través de una pasión profundamente intima como es la de crear pequeños mundos con imagenes. He recorrido casas y habitaciones privadas, calles, parques y soledades, hospitales, oficinas, me he sentado en calles concurridas a conversar. He escuchado historias, he reído, he llorado, he mirado con completa admiración y respeto esa labor del día a día que construye una madre, esa enorme creación que se extiende a cada día de su vida, que llena y brinda sentido a todos los aspectos de su manera de ver el mundo. Porque no es solo madre quién trae al mundo, la biologica, la de la sangre. Es madre la educa, la que ama, la que dirige, la guia, la que educa, la que te hace sonreir, la seca tus lagrimas, la que rie a carcajadas con tus anecdotas, la que teme contigo, la que te ha visto crecer, la que se alegra por verte madurar. Es madre la que aspira para tu mundo todo lo que seas capaz de desear, la que conspira para que puedas lograrlo, la que se eleva por encima de la simplicidad de un vinculo de sangre y construye un puente de verdadera comunicación.

Y mientras aprendía todas esas cosas, crecí. Creí no solo como fotografa, sino como mujer: comprendí mi pasado y amé todos esos pequeños errores y dolores que me han transformado en quien soy. Crecí para apreciar esa relación tensa y compleja que llevo con mi propia madre, para sonreir ante los recuerdos de mi abuela, la madre que me educó para la esperanza y los sueños,a mis tias que han confiado cada día de mi vida en mi capacidad para la esperanza y la creación,  me sentí bendecida por tener a mi alrededor tantos ejemplos maravillosos que me han nutrido, que me han permitido recorrer mi propio camino, esa senda intima en la que encontré finalmente un reflejo de mi propio rostro.

De manera indudablemente simbólica, hoy acaba el primer ciclo de mis Evas. Vendrán muchas más, desde luego, estas Evas que me obsesionan, reflejos en el espejo de mi historia y la de esa femenidad que es parte de mis creencias. Y sin embargo, este final, es una manera de detenerme un momento y mirar mis manos, y encontrar en ellas, el poder de construir algo más fuerte que la duda, y algo más valioso que el dolor.

Mi fe en mi capacidad de crear.

Así sea.

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