domingo, 16 de enero de 2011

Más allá de la memoria



Tomo mis fotografias y comienzo a ordenarlas cuidadosamente sobre mi escritorio. Siento una tristeza extraña, un poco caótica, mientras extiendo ante mi, los rostros, voces y miradas que forman parte de mi vida. Ayer murió un buen amigo, en un incidente sórdido y banal y durante horas no he hecho más que preguntarme si ese silencio que es la muerte, esa ausencia de significado, tiene una forma precisa, una concreción comprensible en medio de la tormenta que en este momento sacude mi pensamiento, mi voz interior. ¿Quienes somos, más allá de los limites de nuestra mente? ¿Que deseamos encontrar en medio de este océano de luz y sombra que es la realidad? Me resisto al consuelo simple de las lágrimas, tensa y cansada. Continuo mirando las fotografias, tratando de descubrir en mi visión, en esa capacidad amplia y raquídea de otorgarle sentido al mundo a través de mi perspectiva, un momento luminoso y definitivo. Un cristalino consuelo, quizá.

En mi opinión,  la capacidad creativa es la cualidad y atributo más importante dentro del espíritu humano, pues expresa la belleza de una visión secreta que delinea el valor de la convicción y el principio; alimenta todos los niveles del lenguaje intimo: psíquico, espiritual, mental y emotivo. La naturaleza, esa portentosa voz del tiempo que nos rodea y se convierte en nuestros ojos y voz, derrama incesantes posibilidades, actúa a modo de canal del parto, confiere fuerza, apaga la sed, sacia nuestra hambre de profunda compresión.

Sonrio, entre lágrimas - no he podido contenerlas finalmente - mientras continuo contemplando ese altar raquídeo que son para mi las imagenes. Acaricio el papel con lentitud, el dolor palpitando en algún rincón de mi mente, los recuerdos y sensaciones diluyendose con la sutileza de un fragmento onírico y fragmentado. ¿Que es la muerte más allá de este silencio? ¿Que es la perdida, más que dolor, esta sensación que el mundo oscila violentamente, comienza de nuevo, reconstruido en un idea diáfana y cruel? Un escalofrio me recorre, los labios me tiemblan un poco. Mi amigo era un hombre amable, un idealista de lo común y lo cotidiano. Amaba la fotografía por el simple de hecho de conservar la belleza de un instante en medio de un pensamiento eternizado en mil formas. Una hermosa convicción sin duda, reflexiono, levantando una de sus imagenes preferidas: En ella, el perfil de Caracas parece emerger de la oscuridad del atardecer como una sucesión de Hilos luminosos, parpadeantes. Una ciudad ideal, un sueño de luz en medio del caos. Para él, el temor y la crudeza de esta ciudad violenta era parte de su belleza, la forma más amplia de una idea que perdió toda coherencia y se crea así misma. Sonrío, me seco las lágrimas con el dorso de la mano. Reuno de nuevo las fotografias en un montón. Siento su peso y textura. La exquisita solidez de la plata y la ternura de un instante enter mis dedos.

Esta claro que la creatividad emana de algo que se levanta, rueda, avanza impetuosamente y se derrama en nuestra mente. Como la vida, como ese poder primigenio que arrasa con el temor, que consume toda duda y toda incertidumbre. ¿Tal vez también pueda darle un sentido a esta desesperación pequeña y fragmentaria? No podría decirlo, aun no al menos.

Tomo una bocanada de aire. Que alivio esta sensación de encontrarme aquí, a solas, dejandome llevar por mis pensamientos. El consuelo del silencio, el dulce bálsamo de esa fe particular en la belleza de un mundo criptico. Miro los perfiles de la montaña y más allá la ciudad, y de nuevo, percibo la perdida como una ausencia, un momento destinado a repetirse como un eco, reverberando en el tiempo más allá de la memoria.

Somos llamados a la vida de la misma manera que las criaturas lo son por el sol y el agua. La vida, fecunda e indetenible: estallamos en deseo, florecemos, nos dividimos y multiplicamos, una oleada de calor y luz. Y la muerte, una presencia que aguarda, la reafirmación de ese ideal palpitante y magnifico.

Un ciclo interminable e incompresible, una necesidad que ofrece un ligero consuelo en medio del furor de las tormenta de las ideas.

Ah, sí, divago un poco, me dejo llevar en la exquisita sensación de puro extravio que me envuelve, me reconforta.

Una voz entre las sombras.

Una frágil serenidad.

C'la vie

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