miércoles, 22 de septiembre de 2010

Visitante



A solas, en mi habitación favorita, siento que el silencio que me envuelve tiene un significado propio, un aroma crepuscular, tan exquisito que siento deseos de paladearlo con ternura, con los ojos cerrados. Tal vez podría hacerlo, sin duda, pero en lugar de eso, tomo una hoja en blanco un lapiz y comienzo a escribir.

Los ojos se me llenan de lágrimas.Mis palabras son la única defensa que conozco.

El castillo de la Memoria  en el que habito se ha construido a base de narrarme mis historias, creando cadenas de palabras que poco a poco se van haciendo tangibles. Esas palabras han tomado formas sorprendentes: grutas, paredes, habitaciones, retratos, pasillos, jardines, murallas escondidas... mi vida entera se hace de ideas que cuando se verbalizan o se escriben cobran peso y sustancia.  Las construyo con la fidelidad platónica de las palabras, en la estructura firme de frases y parrafo que levanto a base de angustia, alegría, dolor, tristeza, desesperación, simple e ingenua felicidad.  Todas mis emociones se transforman, en una alquimia depurada y especifica, en un elemento de mi mundo interior, en un núcleo exacto y vital donde se sostienen los ojos ciegos de mi razón. Escribo, porque esa es mi manera de vivir. Dibujo un tiempo remoto a través de la sutil invocación del milagro del tiempo verbal.

Soy la reina de mi Castillo. Recibo largas esquelas con mensajes que a veces respondo, y a veces no. En ocasiones llegan barcos a mis costas, y recibo a los visitantes con gran alegría o con profunda desconfianza, dependiendo más de las intenciones que lea en su rostro que de las que anuncien. En otras ocasiones aparecen vagabundos en las tierras yermas de mis pensamientos, y a esos les brindo refugio durante el tiempo que sea necesario, les brindo un lugar en mi voraz necesidad de expresión y los miro partir cuando así lo desean.

Hay visitantes frecuentes, tratados internacionales de comercio con otras tierras y rutas de turismo y aventura que pasan por aquí de vez en diario. Pero mi Castillo lo habito sólo yo. Lo exploro frecuentemente, me interno en él por días, a veces por semanas. A solas, tocando los suaves tapices flamencos que cuelgan de sus imaginarias paredes, las sedas bizantinas que cubren los insustaciales muebles, los cuadros de retratos mudos que me acompañan en mi abstracto deambular. Cada vez encuentro algo nuevo, algún cambio interesante, un nuevo rincón en dónde pasar mis tardes de lectura. Cada nueva lectura agrega otro rincón que exploraré después.

El último visitante de la isla fue un explorador. Cuando supo de qué estaba construido Mi castillo de la Memoria y cómo se había formado, noté el entusiasmo en su mirada. "¿Me mostrarías las tierras que gobiernas?" Claro. Mi Castillo es mi orgullo. Lo tomé de la mano y lo invité a caminar. Exploramos muchas zonas juntos. Descubrimos que habíamos emisarios con mensajes y que habíamos recibido emisarios con mensajes, y algunos eran equivalentes. "¿Sabes? Yo también vivo en un Castillo, y se parece mucho a ésta. Cuéntame cómo es mi Castillo".

No supe que responder. Con turbación lo invité a que me siguiera, para visitar mis zonas favoritas. Él miraba de cerca las estructuras, de vez en cuando se quedaba mirando fijamente una palabra, un signo de puntuación que colgaba de las ramas simulando un fruto. A la distancia avistamos, sobre una loma de reflexiones, su castillo. "Con ayuda de mi convicción, construí un camino hacia el exterior, porque quería conocer mejor el resto del mundo. Estaba seguro de que había muchas más cosas interesantes por ahí que sólo mi tierras". Me pareció sorprendente. Yo nunca pensé en construir caminos. No sentí la necesidad de hacerlo. Sin embargo, en una ocasión, mis jardines protegieron a un pequeño principe rubio que buscaba a una rosa.

Pero esa es otra historia.

Mientras caminábamos, el explorador avisto unas grutas. "¿Qué son?" Son grutas. No estoy segura de qué contienen, nunca he entrado. Si no tienen iluminación en las entradas, quiere decir que están inexploradas, tal vez las construí hace poco sin darme cuenta. "Hay que entrar, no podemos dejar áreas sin explorar, mundos sin descubrir". No estoy segura de que sea buena idea. Me dejo llevar.

Cuando entramos, todo es oscuridad. Él toma una lámpara de aceite que cuelga de una de las paredes irregulas y empieza a descifrar el texto en las paredes. "¿Qué quiere decir esto?" No sé, no lo veo. "¿Qué dice de ti aquello?" No lo sé, no distingo. "¿Cómo puedes no saberlo? ¡Es tu Castillo, son tus palabras!" Sé que debo saberlo pero no puedo expresarlo. "¿Qué clase de reina de palabras eres, si no eres capaz de expresarlas? ¿Has notado que en tu Castillo cada vez hay menos visitantes? ¿Cómo podrías crear caminos con metáforas y deseos si no eres capaz de reconocerlos como propio?" La mayoría de los visitantes que regresan son buenos amigos, cada vez pasan más tiempo en mi Castillo, a diferencia de los comerciantes que vienen y se van... con algunos tengo puentes de palabras que unen sus tierras con la mía.

"¿Puentes de palabras? Construye uno, anda vamos, uno que nos saque de esta gruta y conecte con mi Castillo" No es tan fácil... primero necesito encontrar la salida de la gruta. "¿No encuentras la salida de la gruta? ¡Pero si es tu gruta, es tu Castillo, son tus palabras! ¡Es tu poder hacerlo!" Lo sé... dame unos minutos. Déjame ubicar dónde estamos, tengo que saber qué gruta es ésta... Así, en la oscuridad, no se me ocurre nada. Me siento paralizada, necesito enfrentarme  lo desconocido, la aspiración más absurda y desesperada en medio de las sombras... "Es inconcebible que seas la reina de un lugar que no conoces del todo. Voy por mi barca, tengo que regresar a mi isla. He visto cosas maravillosas aquí, algunas que seguramente tendrán eco en mis tierras. Si logras construir el puente, nos veremos. Si no, pues no. Pero ha sido un placer esta visita."

El explorador desapareció. Horas de soledad y angustia después, en un sueño lúcido, divagué en medio de cristales de colores, ese anhelo de comunicación tan desesperado y absorto que apenas tiene forma. Pero la salida que encontré no es la misma boca de la gruta por la que entramos. Salí al desierto, al sitio sin palabras. Al Silencio. Y me cuento la historia de cómo llegué aquí tratando de construir un puente, pero no con el Castillo de explorador - te necesito, cuanto deseo el roce de tus dedos en los mios - sino uno que me lleve desde mi Castillo de la Memoria el núcleo de mis pensamientos más eufóricos. La furía, la rutilante alegría sin rostro.

Cierro los ojos. Los dedos me tiemblan. El pulgar me sangra un poco.

Tal vez hoy no soy la reina de mi Castillo de la Memoria, soy su prisionera... y tengo que empezar de nuevo a descubrirlo.




1 comentarios:

Meny dijo...

Interesante interpretación. Muy muy personal, pero pude verme en la historia que cuentas. Y lo que termino pensando es que no hace falta saberlo todo, a veces con las sensaciones es suficiente jejeje
ha sido agradable leerte =)

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