miércoles, 28 de julio de 2010

Antropologia Fúnebre: Visión de la muerte en la sociedad

 La muerte es un misterio, un hecho natural al que muchas civilizaciones han intentado otorgarle un significado, racionalizar, darle un sentido por medio de ritos que trascienden épocas y se han convertido en parte de la memoria colectiva de la sociedad. Analicemos entonces, estas ancestrales costumbres que de alguna manera han creado un concepto sobre la muerte en nuestra cultura:

Tradiciones Funebres en  Asia occidental, hace 50.000 años




        La prueba más antigua de una tradición funeraria ha sido adjudicada al hombre de Neanderthal, del Asia occidental, clasificado, al igual que nosotros, como Homo sapiens. A menudo, las ilustraciones representan al hombre de Neanderthal como una criatura primitiva, con una frente estrecha, nariz ancha y expresión bruta. En realidad, muchos neandertalenses poseían clásicas facciones europeas, así como una piel blanca y desprovista de vello.



        A juzgar por los cráneos descubiertos, los paleontólogos calculan que el hombre de Neanderthal tenía una capacidad cerebral equivalente a la nuestra. Estos antepasados nuestros iniciaron la práctica de enterrar a sus muertos acompañándolos con unos ritos funerarios. Inhumaban el cuerpo del difunto, junto con alimentos, armas de caza y carbón vegetal, y cubrían el cadáver con flores. Una tumba de Neanderthal descubierta en Shanidar, Irak, contenía el polen de ocho especies florales diferentes. Hace 50.000 años, el hombre ya asociaba el fuego con los entierros, puesto que hay restos de antorchas en tumbas del Neanderthal, aunque todavía desconocemos su significado.



         Mucho más tarde, los antiguos romanos creían que las antorchas funerarias guiaban el alma del difunto hacia su morada eterna, y nuestras palabras “funeral” procede del latín “funus”, que quiere decir precisamente “antorcha”. Además de la palabra “funeral”, los romanos nos legaron la moderna práctica de encender cirios en las ceremonias fúnebres.


         Unas velas encendidas alrededor del difunto se suponía que ahuyentaban los espíritus que intentaban reanimar el cadáver y tomar posesión de él. Y puesto que el dominio de los espíritus era la oscuridad, se suponía que huían de la luz. Fue el temor al mundo de los espíritus, más bien que el respeto a los seres queridos difuntos el origen de la mayoría de nuestras tradiciones funerarias modernas.





El Negro Para el Luto:



        Nosotros llevamos prendas negras en un entierro o funeral como signo de respeto al difunto. Sin embargo, fue el temor a un pariente muerto, y no digamos a un enemigo o extraño difunto, lo que restauró el negro como nota distintiva de luto en el mundo occidental.



        Esta costumbre es muy antigua. El hombre primitivo creía que sin una vigilancia continua, el espíritu del muerto entraba en el cuerpo de los vivos y los poseía. Pruebas antropológicas sugieren que los hombres blancos primitivos se pintaban de negro el cuerpo para asistir a los entierros, a fin de disfrazarse de espíritus. Y hay pruebas mucho más recientes, en este siglo y en el pasado, procedentes de tribus africanas negras que se embadurnaban los cuerpos con el color opuesto, un blanco de yeso, para evitar el reconocimiento y la posesión por parte de los muertos recientes.



        A partir de la pintura negra corporal, los antropólogos llegan al atuendo funerario negro, que en muchas sociedades vestían los parientes más próximos del difunto o difunta, durante semanas o meses, como un camuflaje protector. El velo que cubría la cara de la mujer enlutada tuvo su origen en este temor.



        En los países mediterráneos, la viuda llevaba un velo y prendas negras durante todo el año, para ocultarse del espíritu merodeador de su marido. Por tanto, el color negro no significa respeto, sino que para una persona con piel blanca constituye una máscara defensiva.





El Ataúd:


        Los antiguos sumerios enterraban a sus difuntos en cestos tejidos con juncos trenzados. Pero, una vez más, el temor a los difuntos explica los orígenes del ataúd o del sarcófago.



        En el norte de Europa se tomaban medidas drásticas para impedir que los muertos persiguieran a los vivos. Frecuentemente se ataba el cuerpo del difunto, después de decapitarlo y amputarle los pies. Para plantearle más obstáculos, camino del cementerio se seguía un trayecto sinuoso, para que no supiera encontrar de nuevo la ruta de su casa.



        En muchas culturas, los muertos eran sacados de sus casas no a través de la puerta principal, que tan familiar les había sido, sino por un agujero en la pared, practicado para la ocasión y que era cerrado inmediatamente.



        Si bien un entierro a un metro y medio o dos bajo tierra se consideraba una buena precaución, resultaba más seguro encerrar primero al difunto en un ataúd de madera. Clavar la tapa proporcionaba una protección adicional. No sólo muchos de los ataúdes primitivos eran asegurados con numerosos clavos, demasiados, según los arqueólogos, no sólo para evitar que se cayera la tapa durante la procesión funeraria, sino que, una vez depositado el ataúd en la tumba, se colocaba una piedra grande y pesada sobre su tapa, antes de cubrirlo con tierra.



        Cerrado ya el sepulcro, se colocaba en él otra piedra todavía mayor, que más tarde dio lugar a las lápidas. Mucho más adelante en la historia, los deudores encargaban con todo su afecto una lápida provista de inscripciones, y visitaban con el mayor respeto la tumba, pero antes de que se instaurase esta práctica piadosa, los familiares y los amigos jamás se aventuraban a pasar cerca del lugar donde reposaban sus difuntos.





Coche Fúnebre:



        Después de labrar sus campos, el campesino romano rastrillaba la tierra con un “hirpex”, un útil triangular, de madera o de hierro, con púas fijadas a un lado. En el año 51 a.C., cuando los romanos, bajo el mando de Julio César, completaron su conquista de la Galia, introdujeron el “hirpex”, rastrillo en latín, en Europa occidental.



        Los habitantes de las Islas británicas llamaron “harrow” a esta herramienta, y el nombre cambió de nuevo en el siglo XI cuando los normandos invadieron Inglaterra y adoptaron la pronunciación “herse”. Los conquistadores normandos observaron que el rastrillo, una vez invertido, se parecía a sus candelabros de iglesia, y tales candelabros, que suelen encontrarse sobre el altar, siempre han sido parte integrante de las ceremonias fúnebres. En aquellos tiempos, los de mayor tamaño se colocaban sobre el túmulo durante las exequias de las personas distinguidas.



        En el siglo XI, el progreso del rastrillo fue tal que llegó a medir casi dos metros de longitud, por lo que precisaba docenas de velas o cirios, y constituía en muchas ocasiones una obra maestra de artesanía. Durante el cortejo funerario, se le trasladaba ya sobre la tapa del ataúd.



        En el siglo siguiente, en Inglaterra, el carro con ruedas que transportaba el féretro fue conocido como “hearse”, que era entonces la pronunciación usual británica. Así fue como el rastrillo agrícola se convirtió en el coche funerario, todavía hoy llamado en inglés “hearse”.



        El paso del coche o carroza de caballos al vehículo motorizado es, desde luego, muy reciente. Resulta interesante observar que la marcha lenta de los entierros no es tan sólo una señal de respeto para el dlifunto. Recuerda días ya muy remotos, en los que las velas encendidas formaban parte de este ceremonial, pues, por más que los acompañantes caminaran con mesura y reverencia, la solemnidad de su paso estaba influida también por la necesidad práctica de mantener las velas encendidas.

4 comentarios:

Cristina Rabascall dijo...

Muy interesante el artículo, me llama la atencion lo que dices de la ropa negra, porque de hecho tengo entendido que se usa para evitar que te "traigas" del cementerio algún espíritu.

Sobre la caminata que hacen hasta el cementerio, acá donde vivo aun la hacen algunas personas, pero debo admitir que se hace tedioso porque toman toda la vía y se producen colas innecesarias; de hecho a veces está el coche y va sumamente lento porque las demás personas van caminando al lado del coche. O.o

Miss B dijo...

Si de hecho Cristi, yo empecé a investigar fue porque tengo un amigo judio que tuvo un duelo familiar, y cubrió los espejos con trapos. Y cuando le pregunté porque, me dijo que no tenía idea. De manera que empécé a pensar en cuantas costumbres sobre el hecho funerario tenemos y no sabemos de donde provienen.

Eso que me decias de la caminata del cementerio, me recordó de un libro que leí, donde la acción transcurría en Nueva Orleans, y los deudos, después de sepultar al cadaver, iban JUSTO al frente, caminando, a comer en un restaurante todos juntos. Con música y un almuerzo especial. ¿Celebración a la vida? Una vez leí que caminar y comer, afirman tu naturaleza ante la muerte.

Gracias por leer y comentar Cristi!

Adriana C Lopez dijo...

Interesante.

Nunca me ha parecido el luto algo necesario, pues como aqui se dice que es por "respeto al muerto" y pa "guardar luto por el marido que se murió" y una cantidad de sandeces que lo que hace es deprimir más al doliente, me parecía una tontería.

Ahora, si es pa que el espiritu no me posea... hermana, viva el luto!!!

Miss B dijo...

ajajajaja Yo Creo Villana que el problema básico radica en que el Luto y todo ritual de Duelo, se ha banalizado progresivamente. Pero en cuanto analizas su origen, te das cuenta que es la manera como la cultura human ha intentado racionalizar esa idea inexplicable y dura sobre la muerte.

Un besote mi bella, Gracias por leer y comentar!

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