jueves, 17 de junio de 2010

El último pedazo de la Niñez.




Perdí lo que podría considerar el último trocito de mi niñez hoy. Fue un proceso rápido, relativamente indoloro y sobretodo, sencillo: La odontologa se inclinó sobre mí - el rostro a contraluz, las luces halogenas enfocadas en mi rostro, una escena de pesadilla - y con un movimiento de muñeca muy hábil y desconcertante, extrajo la rebelde muelita de leche que las últimas semanas me provocó incomodidad, dolor y una breve sensación de asombro. Una de esas anecdotas que te hacen reir por absurdas. Me pareció imposible cuando mi amable dentista me lo mostró en el blanco y negro de una panorámica: Tenía una muela de leche. Sonriente, me señaló la piecita y me explicó, a su manera desabrida y práctica que había que extraerla cuanto antes, porque habia comenzado el irreversible proceso de erosión. Y tenía razón: dos días después me encontré moviendo la pieza con la punta de la lengua, con una sensación de profunda maravilla. ¿Cuanto habia sentido ese júbilo medroso y doloroso por última vez? A los lejanos diez años creo. Menos, incluso. Cerré los ojos y me vi, pálida, pecosa, delgaducha y greñuda, palpando lentamente el diente, moviendolo sobre la piel de la encia. La sensación de subito dolor y algo más simple: un malestar anodido y casi primitivo.

La sensación se hizo clarisima, real en este eco del futuro. La misma sensación, los ojos cerrados, el diente intentando resistirse a la gravedad de la madurez. Y este asombro ingenuo, de intentar comprender sin metáfora alguna que una parte de mi, un pequeño fragmento de la invidualidad que soy, comenzaba a despedirse de mi historia. Un pequeñito dolor. Una idea en si misma.

Abro los ojos, mi odontologa me mira con la pinza en alto sosteniendo el pequeño fragmento de hueso. Tan pequeño, tan intrascendente. Como las pequeñas cosas de la infancia que ahora en la adultez, nos parecen tan lejanos, como sucesos increibles acaecidos en una realidad que ya no nos pertenece. La tomé entre los dedos, la miré y los ojos se me llenaron de lágrimas - quizá también fue por el dolor - pero la emoción fue exacta: una pequeña despedida.

Adios, quizá a la niña flacuchita y pecosa que fui. Y que preciso, ahora, casi en la treintena de mi vida, esta sensación de perdida y descubrimiento. Crecer y comprender que la vida es una sucesión de pequeños momentos entrelazados entre si.

Un poco de paz.

Sonrio. Tomo una bocanada de aire. ¿Quien soy? ¿Quien es la mujer en la que me he convertido? No lo sé. Igualmente, apenas comienzo a descubrirlo creo, y esa certeza me llena de un momento subito de pura serenidad.

C'la vie

Pd: El titulo de la Entrada, surgió espontáneamente durante una conversación casual, lo que demuestra que las mejores ideas casi siempre son fruto de una inspiración espontanea y bella.

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