jueves, 10 de junio de 2010

De anecdotas de mi memoria o mi gusto por Grumiaux


En ciertas regiones de mi país, habita un pájaro llamado "arrendajo". Aunque su plumaje no es tan llamativo como el de otras especies que forman la fauna de Venezuela, su comportamiento lo hace objeto de una observación un tanto obsesiva: Es capaz de crear melodias a base de pequeños silencios y sonidos imitados de su entorno. Una sensación irreal, la de la música de lo cotidiano sublimado en un ritmo secreto e incluso inquietante. Cada pequeña inflexión del sonido, creando un armonía natural, pero carente del desorden que suele asociarse a la idea más instintiva del sonido. Por alguna extraña razón, siempre que escucho a un arrendajo, recuerdo la música de Grumiaux.

Definitivamente, para el entusiasta de la música clásica - e incluso para el melómano neofico - la figura Arthur Grumiaux, encarna el hecho mismo de la dualidad sistemática entre la pasión y la creación práctica: Toda la música expresa una capacidad para los matices que poco tiene que ver la técnica, y si en buena medida con el instinto del ritmo innato. Desde su primera juventud, expresó una fuerza interpretativa portentosa, profundamente sentida que le dió un tinte personal e inimitable a cada una de sus piezas interpretativas. Jugo con los silencios entre espacios músicales - a la manera del Diavolo en música del medioevo y esos acepciones tonales extremadamente largas - de una manera en que solo ha podido hacerlo un ejecutor para quién la música es además de un sistema clásico de expresiones, una intima forma de expresión.


Grumiaux era en sí mismo, una creación artesanal de la música. Elaboraba cada nota a la manera de los antiguos artesanos medievales: cuidando cada pequeño eslabón en las composiciones, hasta crear una nota variable y equidistante. Probablemente, un labor paciente que le llevó años perfeccionar. Por lo general, los violinistas padecen del mal del ritmo inexacto: la pasión que imprimen a su ejecución hace que esta muchas veces carezca del virtuosismo de la concresión pausada de una idea músical perenne. No obstante, Grumiaux nunca padeció de este pequeña grieta en medio de la pluralidad de la nota doble. Para él, la expresión del tiempo era metódico, un vibrante variación del fuego interno que daba sentido a su forma de expresión más intima. Fuego en el alma quizá, una forma profunda de belleza abriendose en dos niveles de una idea, manifestando en cada arpegio, en la pura expresión de la idea más profunda. Sí, tal vez esa necesidad creacionista, depurada a niveles tan personales que para Grumiaux ( de la misma manera que Bériot en su época ) era un lenguaje eclético, visceral. Eternizada la voz de su alma a través del vibrato más profundo. La flama del tiempo en sus dedos y su capacidad de redención a través de la música.


Ah, sí, cierro los ojos y divago en medio de un pensamiento aciago y doloroso. Un testigo de mi nombre en medio del silencio de mi memoria, una voz que grita su nombre al mar de los recuerdos.

En paz.



2 comentarios:

juan dijo...

No conocía a Grumiaux y tampoco el arrendajo. Intentaré hacerlo en breve.
Tu prosa también lleva música, da gusto leerte.


saludos

Miss B dijo...

Gracias Juan, un placer tenerte por mis tierras. Un saludo!

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