sábado, 20 de febrero de 2010

Del insomnio y otros monstruos diminutos.


De nuevo, insomne. Con los ojos entrecerrados, esa ligera migraña palpitante que siempre aparece luego de las veintitantas horas de vigilia. La deliciosa sensación de vértigo. Y este cansancio casi mistico, la sensación de cruzar de un lado a otro de mi conciencia. Y como siempre, documentandome, recreando la idea, ampliando esa región en sombras de mi mente para otorgarle un rostro. Una idea que se crea así misma. Preguntandome una y otra vez quién soy, quién es la extraña que me mira en el espejo, la mujer mutable - y quizá mutante - que sonrie, llora, se enerva de pura furia, llora en silencio, probablemente sin lágrimas cuyo reflejo me devuelve el espejo. Rio, a carcajadas. La respiración agitada. Un pequeño calambre casi doloroso me recorre la espalda rigida. Quiero dormir, necesito dormir, deseo hacerlo. Pero no lo hago. En lugar de eso, continuo escribiendo, fotografiando, leyendo, riendo, llorando. Deambulando en la penumbra, tan cansada, tan desconcertada, tan profundamente llena de este dolor y felicidad.

Finalmente, la primera Hora de la mañana. Gris y plata. Y consigo conciliar un sueño leve y quebradizo. Luz de Luna en la noche de mi memoria.

Un instante de paz.

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