martes, 23 de febrero de 2010

Al limite del mundo.


Mi ciudad siempre ha tenido un clima templado. De hecho, siguiendo la tendencia del hemisferio, los cambios estacionales se resumen a dos: lluvia y sequia. Sin embargo, ultimamente rozamos un extremo atmosférico que ha llevado la temperatura a ser tan insoportable que comienza influir - no podía ser de otra forma - en el animo de los ciudadanos. En el humor social, digamos. Somos seres conectados intrisecamente al mundo fisico, al más real y primitivo - al menos eso creo - y esta progresiva variación de esa uniformidad natural que durante siglos consideramos normal, comienza a tener consecuencias inevitables en nuestro comportamiento. Al menos en el mio y supongo que no soy la excepción.

Miro por la ventana una ciudad brumosa, levemente onírica. Palpita y se desliza entre las miriada de luces electricas parpadeantes. Y esta sensación irreal, de encontrarme en el limite mismo de una idea muy absurda pero por un momento real, me abruma un poco. ¿El apocalipsis? ¿El fin del mundo? ¿Los antiguos Vaticinios se cumple? Terremotos, sequias, violentos ciclones. Todo parece tan real ahora. Las sienes impregnadas de sudor, la leve migraña opresiva. La realidad se hace un leve telón, ondulando con sencillez en esta noche cualquiera, de esta ciudad anónima y triste, frustrada, angustiada. Una vieja Dama a punto de morir.

Sonrío. Sacudo la cabeza. Un trago de agua. Y otro de café. Un leve vertigo de emoción. Allí vamos de nuevo, la vida y la alegria, esta confusa sensación de exaltación. Tan viva, tan radiante. En mi mente, más allá de ella. Dual, doloroso. Quizá solo un instinto de supervivencia.

Simplemente así.

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