miércoles, 24 de junio de 2009

Un misterio travieso.


En mi país, tradicionalmente celebramos una innumerable cantidad de días feriados: batallas históricas, onomasticos del calendario eclesiástico, celebraciones populares. El hecho es que a medida que transcurre el año, las semanas se convierten en un pespunteando de días libres que tienen la cualidad de dotar a la rutina cotidiana de cierto sobresalto. Esa sensación un poco de travesura, de romper el paradigma de la normalidad aparente con un poco de caos exponencial. Por supuesto, solo se trata de un día libre y nada más, pero a mi no me deja de resultarme fascinante la sensación de casi infantil felicidad que me produce despertar a deshoras y caminar en pijamas por casa, cuando debería encontrarme trabajando, luchando con el tráfico, ocupando mi lugar bajo el diario devenir de la voz de esa idea abstracta y desconcertante que llamados realidad.

Me dejo caer con los ojos cerrados en el suelo de mi habitacion favorita. La luz del sol entra a raudales, radiente y olorosa y parece impregnar en un resplandor dorado, cada objeto, cada forma huidiza, cada bocanada de aire que danza en este silencio de un mundo nítido, ilusorio, de una belleza fragil y casi imaginada. Que dulzura, la de este silencio privado y extásiado. Que intimidad la de esta sensación de encontrarme al margen de mis propias ideas y debates privados. Solo ser esta ingenua curiosidad de mirar un cielo espléndido, añil y blanco, cobalto y plata, gris y verde que crea una escena diminuta, fragmentaria de un presente continuo destinado a morir muy pronto.

Más tarde, mientras paladeo mi habitual taza de café - palpitar de acidez gastrica de por medio - sonrío y me tacho de infantil, simple al crear y creer en mis propias fabulas. Con una sonrisa complice, me pregunto si nunca creceré, si algún día el cinismo terminará por aniquilar esa última esperanza en la fe radiante de la conciencia más pura. La sonrisa se hace carcajada. El sabor del café más vivido y exquisito que nunca.

Y sé cual es la respuesta a la eterna disyuntiva. Una perenne busqueda de respuestas que nunca termina de tener verdadero sentido pero a la vez, tiene por si mismo el peso de infinitas ideas irresolutas.

¿Fe?

Tal vez solo pasión.

Se levanta el telón en la obra del día, radiante de forma y color.

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