viernes, 26 de junio de 2009

Ego sum qui sum.



Una mañana opaca, un poco grisacea. Amenaza con llover en algún momento del día, aunque el bochorno habitual del verano continua haciendo de las suyas: padezco de una extraña sensación de claustrofobia y aunque abro todas las ventanas de mi departamento e intento controlar ese impulso insoportable y amargo de caer en pánico, apenas lo logro. De manera que me siento en mi pequeña terraza - todo un lujo en esta ciudad - y observo al mundo pasar: una danza anecdotica, sublime y diminuta carente de nombre, de voz, de tiempo e incluso de identidad. Las mismas figuras presurosas caminando de un lado a otro de la ciudad, con ese aire cansino y desconcertado de quienes no necesitan una justificación para continuar su propia experiencia como hombre, como sujetos perennes de pura experiencia diaria. Con un suspiro, tomo un sorbo de buen café, agrio, amargo, delicioso. Una fugaz sensación de bienestar me recorre, palpita por un segundo en mi cuerpo como un ramalazo de energía inusitado. Luego desaparece y me quedo a solas de nuevo, acurrucada contra las rosas pequeñas y quebradizas que planté - y aun espero que puedan crecer - y la albahaca, con su exquisito y fuerte olor danzando alrededor de mis pensamientos. Y siento una desesperada necesidad de paz: No ese pensamiento sencillo y dulce que se evoca en el idealismo, sino esa capacidad irrestricta de continuar buscando respuestas hasta encontrar una que me satisfaga o al menos otorgue sentido a esta necesidad, voraz y casi enloquecedora, de comprenderme, de contrdecirme, de construirme todas las veces que sea posible hasta encontrar tantos reflejos de mi misma como habitaciones vacias en mi mente existan. Un día por vida, una vida por una míriada de pensamientos voraces.

¿Paz? ¿O simplemente la busqueda del sentido último? ¿Quién podría decirlo? Yo no, por supuesto.

Más tarde, conduciendo. Una canción de Michael Jackson suena en la emisora de radio, por supuesto. Supongo que continuaremos escuchando de él, ahora en su muerte, liberado de culpas y temores. El antiguo idolo caído, el monstruo que se creó asi mismo para luego yacer en el temor, ahora renace en su muerte como una evocación diáfana y casi inocente. Todos hablan bien de mi, ¿habre muerto? dice el viejo refrán. Sonrío y aumento el volumen hasta que la voz delicada y aflautada del cantante muerto llena mi coche. Y siento una felicidad simple, por hacerme preguntas, simplemente por creer en el poder de la evocación y la memoria. Por vivir.


Se sube el Telón hoy, en la risa y en la lágrima, en la eterna creación.

La imagen que acompaña la entrada no tiene ningún significado especifico, solo el sentido de la belleza: que nace, se crea asi misma, danza y toma cualquier rostro de nuestra imaginación.

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