miércoles, 30 de enero de 2019

Crónicas de la Nerd Entusiasta: Todas las razones por las que “Polar” de Jonás Åkerlund es el “John Wick”de la decadencia.





En una ocasión, Takashi Miike admitió que decidió crear una épica a la ultraviolencia con su película Ichi The Killer del 2001. El director, obsesionado con la naturaleza del espíritu humano y sus infinitos matices, insistió que el asesinato y el shock de la agresión, podría traducirse en una sátira atroz pero creíble. Muy probablemente por ese motivo “Ichi The Killer” (2001) no sea sólo una película Gore que intenta resumir lo mejor del género, sino además, un poderoso alegato visual que crea y construye su propio vehículo de expresión, una nueva manera de analizar la violencia, más allá de la visión moralista, de sus detractores y sus críticos. La violencia sólo por la violencia.

El director Jonas Åkerlund intenta una perspectiva similar en la película original de Netflix “Polar” (2019), pero no sólo no logra alcanzar el nivel de burla brutal y desinhibida de Miike, sino que además convierte la adaptación del cómic del mismo nombre de Víctor Santos, en una parodia involuntaria del género. El director intenta ensamblar el discurso de la brutalidad y la crueldad alegórica con cierta estética trash, pero la combinación no termina de sostener un guión blando e insustancial. Allí en donde Santos creó escenas de enorme tensión y utilizó el obvio mensaje de explosiones y sangre derramada como una metáfora del caos, Jonas Åkerlund crea un híbrido entre la espectacularidad visual — o el intento de ella — y algo mucho menos sólido, que el retorcido camino del héroe hacia la redención a balazos. El resultado es una película sin personalidad, cargada de clichés y que divaga en sus momentos más bajos, entre todo tipo de líneas argumentales incompletas.

El material original es una obra de extrañísima factura publicada por la editorial “Vértigo” en papel y web, que se distingue por una estética cuidadosa y un guión meticuloso que agregan sustancia a una historia que no resulta una novedad. No obstante, Víctor Santos logra que sus personajes tengan la suficiente personalidad y profundidad para crear una ficción noir de notable factura. Cada viñeta — carente de diálogos, lo que acentúa el poder de las escenas — tiene la suficiente fuerza para hilvanar un recorrido trepidante por todo tipo de escenarios y diferentes países. En su versión fílmica, el argumento carece de engranajes: la historia se desploma desde las primeras escenas — una grotesca puesta en escena de un asesinato coreografiado sin demasiado tino — hasta la persistente estética delirante, con colores sobresaturados y un ritmo más propio de comienzos de la década del 2000, que la vanguardia visual de escenas de violencia que llevaron al éxito a la franquicia “John Wick” dirigidas por Chad Stahelski y David Leitch. De hecho, Åkerlund toma al asesino encarnado por Keanu Reeves como evidente referencia y el escenario tiene alguna conexión con el Universo pesimista y visualmente pulcro en el que habita el personaje. Pero “Polar” carece del equilibrio entre el exceso y lo estrafalario de “John Wick”, por lo que cae en una sucesión de elementos disparatados del todo caótico y mucho menos, un sentido real que permita a la película transitar con comodidad la fina línea entre lo humorístico, lo grotesco y lo banal.

Mads Mikkelsen encarna a Duncan Vizsla, el llamado “Black Kaiser” del mundo del cómic noir: un asesino despiadado que durante buena parte de su vida mató sin piedad pero que al alcanzar los cincuenta años, trata de encontrar la paz. O al menos, es lo que ocurrirá una vez que “Damocles” (la organización criminal a la que pertenece), le “jubile”. Se trata de un trato rentable y sustancioso: Vizsla recibirá a cambio de sus largos años de servicio, una compensación considerable de seis cifras con la que podrá disfrutar lo que le resta de vida de manera cómoda. O al menos, ese es el contrato que Vizsla conocía. Pero de inmediato, el argumento deja bien claro que “Damocles” decidió “reformular” los términos del retiro y en lugar de pagar a sus antiguos asesinos, decide matarlos y recuperar los fondos de la posible compensación. Un plan en apariencia perfecto con un único problema: Al “Black Kaiser” le quedan catorce días para retirarse y antes de hacerlo, decidió poner en orden sus asuntos privados, lo que incluye su extraña vida personal.

Una vez planteado lo anterior, la película se divide en dos líneas claras: La primera sigue el intento de Vizsla por encontrar cierto sentido a su vida. Como siempre, la actuación de Mads Mikkelsen resulta profunda y extrañamente vívida. Su versión del asesino solitario tiene algo de una genuina pesadumbre y es esa sentida noción sobre el desarraigo y la soledad — Vizsla parece incapaz de relacionarse con animales o personas — otorga un indudable aire trágico a su personaje. Pero la película falla al tratar de enlazar el tono lúgubre de la historia de Vizsla, con la línea paralela que cuenta las peripecias del grupo de asesinos más jóvenes que intentan cazar a los más viejos por órdenes de “Damocles”. En un intento muy poco eficaz de traducir la estética del cómic (cuyas ilustraciones en trazos negros, rojos y blancos tienen un apariencia muy poco usual) Jonas Åkerlund se decanta por tonos sobresaturados y una puesta en escena exagerada y barroca. El efecto tiene muy poca coherencia visual y al final, la película se encuentra en un precario equilibrio entre dos hilos narrativos que no sólo no se completan sino que carecen de verdadera coherencia. La disparatada comparación resta peso a las cortas y extravagantes secuencias coloridas, en las que la pandilla de jóvenes asesinos balean con pulso firme a todo el que pueda conducirle a Vizsla. Pero incluso en sus momentos más extraños — y los hay en buena cantidad — “Polar” sabe a poco, a cliché de una época en las que las películas de acción y violencia rendían tributo a los estereotipos con una alegre desfachatez. Con su gore en electrizantes tonalidades primarias, escenas gratuitas de sexo y la búsqueda de un sentido al impulso depredador del Black Kaiser, la película tiene muchos más paralelismos con “Dirty Harry” de Don Siegel (1971) y sus imitadoras. El director, asume el hecho de la violencia desde lo inevitable y lo naturaliza en una sucesión de disparos a la cabeza, cadáveres acribillados y peleas de folletín, que no se sostienen más que en su capacidad para demostrar las flaquezas de la propuesta entera. Por otro lado, con una evidente influencia del cine de Tarantino, Jonas Åkerlund retoma la caracterización de sus asesinos a través de todo tipo de estereotipos. Desde la asiática con peinado — y maquillaje — excéntrico hasta la misteriosa mujer con una amplia variedad de pelucas, sin olvidar el villano operático y delirante, Åkerlund crea una fauna que roza lo ridículo y condena a la película a una percepción del absurdo que supera su intención de hacer volar los cánones de producciones parecidas.

Obviamente, la historia del Dark Kaiser por si sola podría revestir de interés a una narración experimental y arrítmica, pero no resulta suficiente cuando la película alcanza su tramo final y analiza sus últimas escenas desde la conocida noción del héroe solitario armado hasta los dientes, que sobrevive gracias a una habilidad sobrehumana. Las secuencias de acción se convierte en un despliegue de color tan atomizado que las escenas acaban por superponerse entre sí: Åkerlund lucha por unir las dos líneas argumentales pero lo logra sólo a medias. El furioso y mortal Dark Kiser se convierte entonces en una figura aislada, sin contexto y enfrentada a sus debilidades que a la vez, es un personaje virtualmente invencible. Los personajes transitan todo tipo de giros de guión sin orden ni lógica, que transforma la última media hora del film en una disparatada carrera de obstáculos hacia su justificación.

Al final, “Polar” acaba con una incógnita sobre su personalidad: Mikkelsen brinda al personaje una frágil vulnerabilidad rematada por una interesante mezcla entre fortaleza y habilidad, pero para entonces, la película dilapidó por completo su escaso capital de interés y la curiosidad que pudiera despertar su manido argumento. La escena antes de los créditos — que anuncia, quizás, una secuela poco probable — es más que adecuada para redondear una historia incompleta y plana. La nieve cae mientras los personajes miran el paisaje, perdidos y empequeñecidos a la distancia. De nuevo, los tonos grises y blancos saturados dominan la acción. Una despedida gradual a una historia que jamás se contó a cabalidad.

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