viernes, 18 de enero de 2019

Crónicas de la lectora devota: The Dreamers de Karen Thompson Walker.




Freud dijo en una ocasión, que en los sueños habitan paisajes imposibles poblados por enemigos secretos. Un némesis imperecedero que encarna y nutre los temores y esperanzas cultivo. Un caldo de cultivo no sólo para entender la profundidad de la mente humana — sus heridas, tragedias y asombro — sino también, esa extraña cualidad del hombre de construir sus propios lugares emocionales. Se trata de un concepto extraño, que sorprendió a los contemporáneos del psiquiatra austríaco y delineó esa búsqueda de orígenes sobre los confines de la interpretación psiquiátrica sobre un misterio trascendental de todas las épocas: ¿Por qué soñamos? ¿Que construye nuestros sueños? y quizás, algo más inquietante ¿Qué son nuestras pesadillas?

Es un tema que obsesiona al arte y a la literatura de todas las épocas. Heródoto insistía que los sueños eran el puente hacia realidades alternativas, lo mismo que Homero, que los calificó como mensajes “siniestros” de lugares impensables. También Shakespeare llegó a analizar los sueños desde la perspectiva de lo mágico y los calificó de “anuncios” de verdades subyacentes. Mucho después, Jung retomaría la idea y también Freud, aunque desde perspectivas casi opuestas. Cual sea la visión de la cultura occidental sobre los sueños, parece directamente relacionada con lo que ocultan, más de lo que muestran. O mejor dicho, la percepción del sueño como vehículo de lo misterioso. Para bien o para mal, el hecho de dormir — o de acceder a espacios reservados a los sueños — se ha convertido en un enigma con su propio peso.

Hace dos años, Stephen y Owen King analizaron el tema sobre los sueños, la caída en zonas inexploradas de la realidad y la versión alternativa de lo que nos rodea en el libro “Bellas Durmientes”. La novela analiza el tema desde un punto de vista retorcido, letal y original. Se trata de una revisión sobre la ausencia, el desarraigo y la soledad en clave de metáfora filosófica, a través del terror y el suspenso. Alegórica y por momento metaficcional, “las Bellas durmientes” apela a la gran pregunta de lo que ocurre más allá de los sueños, al tiempo que también debate sobre la posibilidad sean algo más que simples procesos biológicos. A la vez, ambos escritores se esfuerzan por utilizar el símil para reflexionar sobre la noción entre sexos, el reconocimiento mutuo y la forma en que comprendemos nuestra cultura. Los King lograr crear una atmósfera perversa, insidiosa y desagradable, en medio de una serie de preguntas de corte existencialista que convierten a la novela en una presunción sobre el bien y el mal, las relaciones de poder y la comprensión de la diferencia.

En la novela “The Dreamers” de la escritora Karen Thompson, la idea es muy semejante y de hecho, Thompson engloba al sueño como puente tangencial entre la realidad física y la versión de lo que consideramos tangible. De la misma manera que los King en “Las Bellas Durmientes”, “The Dreamers” comienza por una epidemia inexplicable que provoca el sueño inmediato. Se trata de una reacción en cadena que la autora construye a través del uso de una pandemia sin nombre y altamente contagiosa, que se extiende con rapidez alrededor del mundo. De la misma manera que en su libro “La era de los milagros” (2012) el escenario de la tragedia se mueve con lentitud en medio de las pequeñas vicisitudes de los personajes, hasta crear un todo en que la catástrofe alcanza sus verdaderas proporciones. Sin embargo, la escritora no se prodiga demasiado en describir lo que ocurre: mientras avanza la acción, está mucho más interesada en la forma en que la catástrofe afecta de manera individual e íntima a las personas que al hecho real de lo que está ocurriendo. La crisis podría haber sido provocada por un virus, una condición física e incluso un hecho sobrenatural, pero la escritora evita cualquier explicación y dedica un considerable esfuerzo en contar escenas conmovedoras y a la vez terroríficas. La manera en que la epidemia se expande es muy parecida a como lo hace un resfriado común: el contacto físico parece inevitable y de hecho, es justo esa particularidad del misterioso padecimiento, lo que Thompson Walker explora con más libertad. Sus descripciones emocionales y puntuales de los contagiados, de los sobrevivientes y las circunstancias que les unen entre sí, tienen la misma singularidad de una gran hecatombe a la que miramos a través de sus detalles más pequeños. Y esa capacidad de la escritora para elaborar un discurso coherente entre el exterior y el contexto, junto al mundo interior de sus personajes (tan numerosos que por momentos resultan confusos) uno de los puntos más fuertes de la novela. Como si se tratara de un trayecto entre el orden natural de las cosas y las consecuencias de lo inimaginable, Walker Thompson pondera sobre la capacidad de la naturaleza para comprenderse al margen de la tragedia y lo hace, con la sutileza de los pequeños trastornos. Hombres que caen dormidos en la mitad de la calle y son protegidos por mujeres desconocidas, un padre soltero que deja la ventana abierta de la habitación cada noche, por el temor de ser contagiado y abandonar a su bebé de escasos meses de vida, la niña que continúa despierta en una casa llena de parientes dormidos. Para Thompson Walker, la enfermedad es la excusa que utiliza para el análisis de algo más profundo y duro: la concepción de un evento apocalíptico dentro de un marco realista. A diferencia de otras novelas y producciones cinematográficas que tocan el tema, Thompson Walker añade un elemento discordante de puro azar. La tragedia toca a todos sus personajes y ninguno, toma el papel de líder. En lugar de eso, subsisten y sobreviven, mientras la situación se hace más agobiante, enloquecedora e inexplicable.

La escritora usa el narrador omnisciente para eludir cualquier subjetividad y emoción directa, de modo que su narración se concatena entre sí para crear un thriller que no pretende serlo. La tensión de cada escena, pero sobre todo, la conmoción que provoca un suceso abrupto y violento que cambia para siempre las vidas de los personajes, se analiza dentro del contexto de los pequeños trastornos que ocasiona. Por supuesto, para lograr un microcosmos semejante, Thompson Walker elabora una versión sobre lo cotidiano compartimentada a través de vivencias separadas. De la misma manera que Stephen King y su obsesión por los personajes de pueblos pequeños, la escritora vislumbra el suceso en pequeños fragmentos de información desperdigados a lo largo y ancho del país y después, del mundo. La cuidadosa simetría le permite aumentar la tensión de manera exponencial, creando un clima tétrico y abrumador que llena cada capítulo, que la autora cierra como pequeños cuentos de suspenso. La combinación del escenario más amplio con detalles en apariencia intrascendentes, crean una atmósfera extraña a la que la autora dedica una considerable atención.

Pero en realidad, el núcleo de toda la novela reside en los sueños y quienes los sueñan. Una vez que el cataclismo mundial ha ocurrido, la epidemia deja a su paso millones de hombres y mujeres en un estado semejante al coma. No obstante, no se trata de un estado del inconsciente profundo, sino del estado más profundo del sueño regular. A medida que médicos de todo el mundo comprueban que las víctimas se encuentran en un plácido estado REM y que de hecho, a juzgar por las reacciones físicas y cerebrales, sueñan de manera muy vívida, queda claro que la catástrofe mundial no es en realidad una epidemia, sino algún tipo de fenómeno relacionado directamente con lo ocurre dentro de las mentes de los pacientes. De nuevo, los paralelismos con “Las Bellas Durmientes” de Stephen y Owen King son evidentes: en ambas historias, los durmientes traspasan la realidad a través de los sueños y es el espacio onírico, el que cumple una versión de la realidad entredicha y fragmentada imposible de clasificar. Pero mientras en “Las Bellas Durmientes” lo que ocurre al otro lado de la barrera de los sueños se describe como un mundo alternativo, en “The Dreamers” la situación se hace más caótica: nadie sabe que ocurre exactamente con los aquejados por la plaga. Que es lo que hace que continúen dormidos, que provoca que no puedan ser despertados. Pero sobre todo, nadie sabe en realidad que sueñan y como se expresa esa otra realidad. Una y otra vez Thompson Walker analiza esa hostil circunstancia de la ruptura de lo consideramos tangible pero sobre todo, elabora una extrañísima conciencia doble sobre la posibilidad que los sueños sean algo más que una reacción natural a procesos neurológicos. Mientras casi la totalidad de los habitantes del mundo duerme, los que permanecen despiertos deben lidiar con el desastre, el desarraigo y la pérdida. ¿Se trata de un fenómeno aleatorio? ¿Se trata de una posibilidad real de algo más elaborado? Nadie lo sabe y de hecho, la escritora no ofrece respuestas a la disyuntiva.

Entonces, cuando las víctimas de la epidemia comienzan a despertar la novela alcanza su punto más crítico, hasta develar el verdadero sentido de su lento análisis sobre la realidad y lo imaginado. Quienes despiertan se encuentran con que sus sueños — lo que sea que los haya provocado — eran visiones extraordinarias que hacen lucir a la realidad pobre e incluso, sin ningún aliciente. Alrededor del mundo, quienes se recuperan deben enfrentar que todo lo que habían vivido — o soñado que habían vivido — fue un espejismo en extremo realista. La contradicción lleva a la locura a algunos pero la gran mayoría, se encuentra en mitad de una percepción secreta sobre su propia vida y la ilusión de una esperanza irrealizable. A su alrededor, el mundo continúa las consecuencias de la cercana tragedia: despertar no ha traído el alivio y mucho menos, las respuestas que esperaban la mayoría.

¿Qué provoca una tragedia monumental? ¿Que puede hacer que el mundo como lo conocemos colapse? Para las últimas páginas, Thompson Walker parece sugerir la respuesta pero aún así, el misterio se perpetúa, se hace más denso e impenetrable. Como si se tratara de una pesadilla dentro de una pesadilla “The Dreamers” parece analizar el origen del miedo atávico al desastre (y la inutilidad de la esperanza) desde una nueva perspectiva. Y tal vez por eso, su tono temible, íntimo y casi doloroso. Todo una mirada a un tipo de terror desconocido, feroz y extrañamente visceral.

0 comentarios:

Publicar un comentario