lunes, 17 de diciembre de 2018

Crónicas de la nerd entusiasta: El reto de la película “Aquaman” de James Wan.




El Universo extendido de DC comics no la ha tenido todas consigo en los últimos años, sobre todo, luego de los modestos resultados “La Liga de la Justicia” (Zack Snyder — 2017), su apuesta ambiciosa hasta la fecha. No sólo se trató de una película que decepcionó a los fanáticos y a la crítica, sino que además dejó muy claro que la casa productora atraviesa una crisis que debe enmendar con sus próximos proyectos: La secuela de su hasta ahora película más exitosa “Wonder Woman” (de nuevo dirigida por Patty Jenkins) además de las historias origen de Aquaman y el casi desconocido Shazam. Se trata quizás de la última oportunidad de la productora de demostrar que puede lograr un resonante triunfo de taquilla o al menos, un producto lo suficientemente atractivo como para justificar la existencia misma del proyecto. Una perspectiva que pone a “Aquaman” James Wan — 2018) en el ojo de la tormenta y bajo el escrutinio no sólo de la legión de fanáticos de la editorial DC sino también, del mundo del cine en general. Se trata de una proeza que “Aquaman” consigue apenas. Entre la extravagancia y una caótica puesta en escena, la más reciente película de la factoría DC, logra el aprobado por lo mínimo aunque por primera vez, no resulta un absoluto desastre.

El personaje Aquaman nunca ha sido el héroe de favorito de DC COMIC, a pesar de formar parte de la casa editorial — y uno de sus icónicos héroes — por más de sesenta años. Creado por el dibujante Paul Norris y el guionista Mort Weisinger, el hijo de Atlantis apareció por primera vez en la edición de noviembre de 1941 de “More Fun Comics”. No obstante, siempre formó parte de historias marginales y de poca importancia, hasta obtener su propio titulo en solitario en 1950, durante la llamada Edad de Plata que marcó un renacimiento del género de superhéroes. Fue entonces, que tomó su lugar como miembro fundador de la Liga de la Justicia y además, hijo perdido del Reino de la Atlántida, trama que en el futuro se explotará para analizar las capacidades y psicología del personaje. Para 1990, Aquaman sufrió su más drástica transformación al convertirse en un hombre duro y malhumorado, en busca de identidad: como Rey depuesto de un Reino en escombros, el personaje debía luchar con su naturaleza híbrida, a la vez de ser un héroe por derecho propio. El resultado es una curiosa mezcla de los mejores elementos del Aquaman tradicional y una vertiente más oscura, a tono con el nuevo lenguaje de la casa DC.

Las diferentes transformaciones del personaje, tanto en papel como en sus reinvenciones en cine y televisión — ninguna demasiado exitosa y la mayoría más cercana a la autoparodia — hicieron que su llegada al Universo Extendido de DC comics fuera un recorrido atropellado y complejo. No sólo por el hecho que el contexto y la personalidad del personaje no parecía demasiado definido, sino porque las imágenes del imaginario popular, tenían más relación con una figura saludable y casi ingenua, que no encajaba demasiado con el tono sombrío y tenso de las películas de la productora. Pero al momento de su debut en 2017 en la película “La Liga de la Justicia”(luego de su brevísimo cameo en “Batman y Superman”, también dirigida por Snyder estrenada en el 2016), el personaje no sólo parecía destinado a reinventarse para la pantalla grande, sino adoptar una personalidad enteramente nueva. Del estatuario hombre con aspecto anglosajón de los cómic de hace dos décadas, el nuevo Aquaman está construído a la medida del entusiasmo muscular y bienintencionado de Jason Momoa, convertido para la ocasión en la encarnación de la virilidad y la potencia del superhéroe marginado. Momoa es el centro de la acción y el director James Wan no disimula su intención que el encanto y carisma del actor, puedan sostener lo que a todas luces, es una odisea superficial a través de una historia improbable contada con mano floja y muy poca coherencia. Aún así, la película encuentra el modo de mezclar el despropósito de una historia sin demasiado interés — o quizás, narrada en demasiadas ocasiones — con una alucinante puesta en escena, hasta conseguir la que es sin duda la película más luminosa, divertida y extravagante de la factoría DC. Por supuesto, que lo anterior no quiere decir que eso la haga una buena película: los abismales baches de guión la condenan a una narración atropellada, confusa y la mayoría de las veces incomprensible. Pero aún así, Wan no está muy interesado en construir una epopeya sobre el poder en un reino subacuático que la apariencia engañosa de una Wakanda deslucida. El director — acostumbrado a los espacios claustrofóbicos y al uso del color como método narrativo — encuentra en la puesta de escena de “Aquaman” una mirada casi hilarante sobre un Universo suspendido bajo olas de colores radiantes y pequeños tropezones de relumbrantes destellos plateados. Todo en “Aquaman” tiene una apariencia lustrosa, brillante e hilarante, que corre en paralelo de la historia frágil y apenas esbozada. De una manera semejante a “Doctor Strange” (2016) de Scott Derrickson, el escenario y el contexto lo es todo: Wan se esfuerza por dotar a su Atlantis de un brillo surreal y casi onírico. Hay un elemento definitivamente audaz en los edificios con aires de fastuoso coral y las calles intrincadas en las que el mar tiene un brillo perlado y elegante. El Reino de Leyenda que Wan imagina tiene un definitivo elemento de secreto y de joya escondida. Pero el director no explota lo que quizás es el aspecto más intrigante de su película, sino que enfoca todo su considerable talento narrativo, en como no, Arthur Curry/Aquaman. Con su aspecto de macho alpha con cabello largo y el musculoso cuerpo repleto de tatuajes tribales, este nuevo superhéroe es la antítesis del chico bueno y segundón de la Liga de la Justicia tradicional.

Claro está, para Wan debió resultar todo un reto traducir los cuestionables poderes del Superhéroe acuático a un mundo cínico acostumbrado a dilemas morales más profundos. Y lo hace bien: con un tono sarcástico y la mayoría de las veces burlón, Wan acomete la tarea de brindar corporeidad a las capacidades sobrehumanas de Arthur hasta lograr dotarlas de cierta verosimilitud y contundencia. La película se toma algunos minutos para analizar la particular relación del superhéroe con su origen desde lo que podría haber sido un ingenioso recorrido visual y argumental. Después de todo, los poderes de Aquaman (hablar con los peces, controlar el mar, superfuerza) se encuentran relacionados directamente con lo orgánico y el contexto que rodea al personaje. Sin embargo, el guión escrito a cuatro manos por David Leslie Johnson-McGoldrick y Will Beall, toma la incomprensible decisión de restar fuerza al personaje en favor de sus rasgos más amables. De manera que Aquaman es un hombre bienintencionado, carismático y solitario, que rechaza su origen semi místico, en favor de su naturaleza humana. La película entonces toma el recorrido más facilón para mostrar a Arthur como un espíritu dividido y lleno de conflictos, sin que las buenas intenciones de Momoa para mostrar la gama de matices de su personaje le brinden verdadera verosimilitud. Por un lado, Arthur parece atado a la herencia de su padre (física y mental) y al hecho que desea vivir como un hombre cualquiera. Pero tampoco olvida su origen como parte de un Reino misterioso que le atrae cada vez con mayor fuerza. Wan aprovecha la historia de trasfondo del personaje a cabalidad y es quizás el primer tramo — que comprende la infancia y la adolescencia del joven y desterrado príncipe — la parte más sólida de la película. Por supuesto, es de agradecer la presencia de Nicole Kidman — siempre correcta — y Willem Dafoe — sobrio y severo — al momento de sostener la historia personal de Arthur. Aún así, el guión pierde sentido en cuanto se intenta incluir a calzador las capacidades del futuro héroe y sobre todo, las consecuencias disparatadas de su enigmático origen. En algún punto, Arthur parece desbordado por lo que se esconde en su interior y Wan no logra expresar esa dicotomía con la suficiente convicción como para resultar atractiva. Al final, el Aquaman que surge del autodescubrimiento de Arthur, tiene mucho de un torpe buenazo bien intencionado, dotado de una extraordinaria batería de habilidades que no entiende demasiado bien.

Para bien o para mal, Wan deposita toda su confianza en la actuación, energía y carisma de Momoa, lo cual es a medias, el motivo por el cual la película no es un completo desastre. Claro está, que como toda historia de orígenes de Superhéroes, hay un hincapié especial en dejar muy claro el motivo por el cual el personaje se comporta de la manera en que lo hace: Arthur es hijo de Tom Curry, un farolero que encontró a la hermosa reina Atlanna inconsciente en la playa, lo que emparenta la historia personal de Aquaman con más con otras tantas leyendas mitológicas de hijos semidioses de padres de diferentes especies. El guion no se molesta demasiado en ahondar en el motivo por el cual Atlanna puede respirar sin necesidad de cascos o cualquier otro artilugio (como cualquier otro habitante de Atlantis), lo que se convierte en uno de los tantos puntos blancos de la película. ¿Es la reina también una criatura híbrida? ¿Se trata de algún tipo de poder que sólo pertenece a la realeza Atlante? La película avanza sin analizar hechos que podrían haber dotado de profundidad a su personaje central — o al menos, haber añadido capas de interés — por lo que la infancia y adolescencia de Aquaman se resumen en un grupo de imágenes más o menos llamativas: el mar que responde de un modo u otro a su llamado (o eso sugieren las imágenes), animales marinos que intentan cuidarle y una colección de rápidas anécdotas cuyo único objetivo parece ser dejar muy claro que Arthur se encuentra al borde de su propio potencial. Pero a diferencia del Superman (1978) de Richard Donner (que atravesaba el mismo período de autodescubrimiento, redención y apoteosis), Arthur va a la deriva de un lado a otro, impreciso, inexplicable y blando. Lo más evidente de su travesía es su transformación de niño solitario y angustiado, a un adulto feliz y ruidoso: Momoa encarnando a Momoa.

Casi debe transcurrir poco más de una hora, para que la acción finalmente llegue a algún lugar preciso y lo hace, cuando el medio hermano de Aquaman Orm (Patrick Wilson), le confronta en una escena ridícula que marca el inicio del acelerado y disparatado caída en el desastre, que a pesar de todo, no deja de ser divertida y por momentos, alucinante. Y es Orm (una deslucida, forzada y poco interesante copia del Loki de Tom Hiddleston) el nexo de unión con el villano, un sobrio Yahya Abdul-Mateen II que interpreta a Black Manta con en un intento meritorio de lograr la misma complejidad del Erik Killmonger de Michael B. Jordan. No lo logra del todo, pero su personaje tiene la suficiente sustancia para ser un rival de cuidado y peso, con el que Aquaman lucha sin tenerlas todas consigo.

Así que el “Aquaman” de Wan funciona en cierto nivel y no es del todo una decepción. Este Príncipe desterrado en busca de su identidad y su lucha pintoresca en un Reino sin demasiada credibilidad, tiene el mismo infalible encanto que la sonrisa torcida y exultante de Momoa. Una apuesta arriesgada que la película apenas logra cubrir con algunos momentos brillantes y no demasiado memorables, pero que resultan suficientes a la larga. Como una imagen movediza en medio del agua, destinada a olvidarse con rapidez.

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