lunes, 4 de junio de 2018

Crónicas de la Nerd entusiasta: Todas las razones por las cuales “Hereditary” del director Ari Aster se convertirá en un nuevo clásico del terror.




¿Que despierta el miedo? ¿Qué hace que ciertas situaciones sencillas nos parezcan de insoportable belleza y otras de terrorifica simbología? La respuesta es una búsqueda que se alimenta y se elabora desde la identidad del espíritu humano y también, las implicaciones de lo que provoca el terror. En una de las escenas de la película “Hereditary” de Ari Aster, una aterrorizada Toni Collette mira su obra — esa extraordinaria, meticulosa y tenebrosa casa de muñecas que parece contener su vida entera y la de su familia — con los ojos muy abiertos y aterrorizados. Acaba de descubrir el vínculo del Mal — esa percepción malévola sin rostro y sin nombre, enraizada en el tiempo y su propia historia — no sólo existe como parte de una idea más grande que ella misma, sino como una percepción colectiva sobre quienes somos y quienes podemos ser. Y ese descubrimiento — esa epifanía siniestra que le hace lanzar alaridos aterrorizados — parece sostener no sólo el argumento de la película sino algo más profundo: el motivo por el cual el miedo sigue siendo parte de una idea mucho más profunda y casi ideal sobre el espíritu humano. Un reflejo del tiempo que transcurre y sobre todo, de la versión de ese espíritu implacable y desalmado del terror — convertido en presencia dual y en metáfora — como un lenguaje en sí mismo.

Claro está, que la película de Aster no toca temas novedosos, sino que los reinventa a través de una versión del terror como vínculo tribal y natural dentro de una esfera desconocida de lo que puede atemorizarnos. Por siglos, la costumbre de compartir historias en familia bajo el calor de la fogata doméstica fue parte esencial de los ritos cotidianos. Y los relatos de terror fueron patrimonio casi exclusivo de esa tradición oral. En buena parte de Europa, el hábito de contar historias terroríficas pertenecía a la antiquísima costumbre de la reunión familiar junto al fogón, quizás luego de la cacería o una opípara cena familiar. La costumbre además, formaba parte de la permanente idea de lo sobrenatural como parte de la vida cotidiana y lo que ahora puede resultarnos por completo desconcertante, la percepción del miedo como una dimensión de la belleza y lo profundamente significativo. De manera que el terror no sólo era parte de las tradiciones más antiguas de pueblos y tribus, sino un reflejo de todo tipo de atributos y virtudes. Las historias terroríficas tenían una importancia específica y también, un profundo significado en la memoria colectiva de buena parte del mundo antiguo.

Por supuesto, se trataba de una costumbre que se transmitía de generación en generación, hasta convertirse en parte de la tradición oral heredada — compartida y segmentada — entre miembros de una misma familia, pueblo, tribu e incluso, ciudad. Un hilo conductor que reflejaba no sólo los temores más profundos del colectivo sino algo más sutil: esa percepción del terror como inédito, inexplicable y parte de la costumbre primigenia de creer en lo desconocido. Los primeros relatos de terror de los que se tienen constancia — y registro — provienen justo de las costumbres familiares y tribales alrededor del fuego sagrado. Hacia el siglo II DC, las historias sobre monstruos, fantasmas y terrores nocturnos formaban parte de una riquísima herencia cultural en buena parte de Europa y también en Oriente medio. De hecho, se trataba de una costumbre que formaba parte de cierta jerarquía intelectual y ya en Inglaterra, “los cuentos de sombras” se conservaban en buena parte de las Iglesias y Abadías como ejemplarizantes y más allá, huellas de un pasado pagano que la Iglesia se empeñaba en cristianizar. Los antiquísimos relatos celtas y de otras tribus — con su rico folclor y llenos de todo tipo de referencias mitológicas — se convirtieron en epopeyas religiosas en el que el poder divino triunfaba de manera invariable sobre el mal. Los Dioses se transformaron en demonios y los espíritus, en criaturas malignas capaces de tentar al pecado al hombre. No obstante, la noción sobre el miedo — la incapacidad del hombre para explicar lo desconocido y sobre todo, la incertidumbre sobre la existencia — continuó siendo parte de la percepción del terror como experiencia colectiva. Hay descripciones detalladas de celebraciones en las que la narración formaba parte integral de los ritos de paso, una visión muy amplia sobre lo sobrenatural que reflejaba las relaciones entre el hombre y el conocimiento. Una expresión de fe, de convicción pero sobre todo de asombro por lo invisible y lo inexplicable.

“Hereditary” crea una versión de la realidad y del terror que tiene una clara relación con los conflictos familiares, espirituales y emocionales que crean una atmósfera malsana y dolorosa desde las primeras escenas. Ari Aster plantea la idea sobre el origen del terror y lo hace con una sutileza asombrosa, con una elaborada percepción sobre lo esencial de lo que puede llegar a aterrorizarnos y sobre todo, concebir una idea sobre la identidad colectiva. ¿Que hace que algo nos resulte terroríficos? ¿Pensamientos y reflexiones que excavan y exploran lo más profundo de nuestro mente? ¿Las pesadillas que nuestra imaginación elabora y sustenta? ¿O se trata de algo más violento, elemental y duro, relacionado con una memoria hereditaria que nos vincula de manera sutil pero implacable a una fuente primigenia que define el horror? Sin duda, se trata de cuestionamientos válidos y Aster los extrapola hacia el confín de una idea casi perpendicular sobre el terror como expresión espiritual. Ese escalofrío inevitable que todos hemos experimentado alguna vez en mitad de la noche y que nos recuerda el desarraigo, la soledad y la tristeza del miedo como legado cultural. Es justo esa raíz compartida, unida en fragmentos a una historia más amplia, lo que hace que la película “Hereditary” tenga un poder de interpretación sobre el miedo tan poderoso y que sea de hecho, una metáfora no sólo sobre lo que tememos sino acerca de lo que creemos y construimos como una forma de terror elaborada desde la oscuridad de la memoria

La estructura de la película es desde cierto punto de vista convencional y está directamente enfocada a mostrar la pérdida, el desarraigo y la soledad como una forma espectral que habita en medio de una familia disfuncional. La madre de Annie (Toni Collette) ha fallecido de cáncer, luego de una larga y dolorosa agonía, que afectó en mayor o en menor grado a todos los miembros de la familia. La armonía doméstica queda levemente trastocada luego de la muerte de la anciana y es esa ruptura, el comienzo de una serie de pequeñas correlaciones sobre lo sobrenatural que se manifiestan al principio con sutileza pero se esparcen con la rapidez de una infección venenosa. Hay un elemento uniforme en la manera en que el miedo se manifiesta en “Hereditary” y es que a diferencia de otras películas del género, su argumento no intenta reflejar lo sobrenatural como un hecho aislado o supeditado al contexto. En realidad, se trata interacción entre la versión del miedo como una experiencia íntima que crea y sostiene la experiencia paranormal como una percepción helicoidal sobre lo que puede resultar aterrado. La película apela a la incertidumbre — al miedo convertido en caja de resonancia de la vulnerabilidad y la fragilidad espiritual — para convertir la historia en algo más complejo de lo que parece a primera vista.

Además, la película está muy consciente del uso de la imaginación del espectador para crear un nuevo paradigma sobre lo terrorífico: lo sensorial se manifiesta como un serie de reflejos espejos y construye una versión de la realidad onírica y paralela, donde nada es lo que parece. Por extraño que parezca, el director no parece especialmente interesado en el elemento sobrenatural sino en algo mucho más frágil, que se expresa en juegos de luces y de sonido que sugieren lo paranormal pero jamás lo muestra, lo que convierte a “Hereditary” en un eco de algo más terrorífico que se esconde bajo la dimensión más vulgar de lo cotidiano. En la película se apela directamente a la expresión de lo que no podemos explicar como elemento nuclear del horror y lo hace, con una perfecta colección de trozos de información que se estructuran como una gran percepción del bien y del mal transformados en el anuncio de algo más tenebroso.

Aster es un fanático del género del terror y sus influencias son muy evidentes a medida que la película se hace más claustrofóbica, dura y directamente terrorífica: las tomas en gran angular que recuerda a los momentos más extraordinarios de “El Resplandor” de Stanley Kubrick, a la añade la paranoia urbana y retorcida de Polanski en Rosemary’s Baby. Cada estructura argumental de la película parece ensamblar un fenómeno que se manifiesta pero no queda del todo claro su procedencia, mucho menos su profundidad o implicaciones. Hay una cuidadosa tensión que convierte incluso detalles sencillos — la mera imagen de la impresionante casa de muñecas construida por Annie, una silla solitaria, una puerta abierta — en una forma de terror inquietante. De la misma manera que David Lynch en Mulholland Drive, Aster juega con el contexto y con la atmósfera hasta crear una percepción sobre lo terrorífico y lo malévolo que sorprende por su eficacia e incluso belleza.

La película “Hereditary” ofrece un estilo metafórico impecable que convierte a sus espectros y espíritus en metáforas directas sobre la depresión, el dolor y la alienación o en algunos casos, una combinación de las tres emociones transmutadas en puertas abiertas hacia lo desconocido. Lo fantasmal en el film, tiene un subtexto profundo que analiza lo que crea el temor a través de una serie de efectivas construcciones que sin llegar a ser dramática — la película se cuida de sermonear, opinar o mucho menos, expresar una opinión — logra recrear lo tenebroso como una dimensión de lo fatídico. ¿Lo que está ocurriendo es parte del miedo de una familia traumatizada o de algo más escalofriante? La respuesta, anudada en medio de las exactas líneas narrativas de la película no se prodiga con facilidad.

La película también medita sobre la aflicción y lo hace desde la metódica concepción de lo que el sufrimiento y el dolor pueden provocar cuando se transforman en culpa y de hecho, en algo más profundo que la mera idea del luto. Annie, artista obsesionada y obsesiva con la calidad de sus observaciones de la realidad, transforma su arte en una forma de catarsis pero también, en una elabora confluencia de percepciones tenebrosas sobre el espíritu humano. “Mi madre era una persona muy secreta y privada” dice el personaje en algún momento de la película, como para describir la ausencia remota que gravita sobre toda la narración y es quizás esa frase, la que sostiene el miedo como una consideración sobre los horrores secretos, invisibles de la mente humana.

El proceso artístico de Annie — una artista de cierto renombre que crea un nuevo espectáculo basado en su vida familiar reproducida miniaturas de meticuloso detalle — es también parte del ambiente opresivo y claustrofóbico de la trama. Como si se tratara de un vínculo con lo místico, la película muestra el trabajo de Annie como una expresión viva del yo y del reflejo de la identidad, pero también de una dimensión desconcertante que se manifiesta en pequeños trucos de efecto que el director utiliza con destreza. El diseño de producción y la puesta en escena de Grace Yun y Pawel Pogorzelski crean escenarios oníricos que logran confundir la realidad con la pequeña gran obra de Annie, lo que convierte a la película en un juego de espejos espectral que lleva el terror a un nivel por completo desconocido. Tal pareciera que los escenarios radiantes e iluminados de las escenas al aire libre se entrecruzan con las percepciones diminutas y ofuscadas de Annie en su obra inacabada. En medio de ambas cosas, el terror se orquesta como un juego de luces y sombras. Una gran metáfora del alma humana.

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