martes, 31 de mayo de 2016

Crónicas de la Ciudadana preocupada: La frontera del silencio. Más allá de la diplomacia y del debate político.





Cuando leo en mi TimeLine de Twitter la noticia que Luis Almagro, Secretario General de la OEA invocó la Carta Democrática — un instrumento que establece la ruptura del orden democrático o su alteración en algún país miembro de la Organización — debido a la situación de Venezuela, me encuentro en una larguísima fila del Supermercado. Estoy casi al final, bordeando casi dos cuadras enteras de paciente espera frente a la puerta del establecimiento. Me quedo mirando la pantalla de mi teléfono celular sin saber que concluir sobre la información.

— ¿Viste? Jodieron a Venezuela — dice alguien unos metros por delante. Varias cabezas se vuelven a mirar — ¡En la OEA nos van a ayudar!
Un murmullo recorre la multitud. Me dedico de nuevo a encontrar información fidedigna en medio del mar de comentarios entusiastas que llenan Twitter sobre el tema. Intento recordar lo que sé sobre el Instrumento jurídico: no es tanto. Tengo una nebulosa idea sobre sanciones al país y a los funcionarios que detentan el poder, restricciones comerciales. Nada claro. Trago aire e intento ordenar las ideas. La primera pregunta que me hago es que tanto nos beneficia en medio de la situación en que vivimos, que tanto puede aliviar el gesto de la OEA la crisis que atraviesa el país.

— Ya va a pasar lo que los “escualidos” siempre han deseado — dice un hombre a unos cuantos pasos de donde estoy — ¡Que invadan Venezuela!

Levanto la cabeza para mirarlo mientras varios de quienes le escuchan le lanzan miradas severas y otras, simplemente aburridas. El hombre lleva una camisa roja desteñida y como yo, tiene el rostro enrojecido por el calor y el sol de la mañana, que nos golpea a todos por igual mientras la fila avanza apenas milímetros cada tanto. El hombre se seca el sudor con un pañuelo arrugado y enfrenta las miradas con una soberbia irritante.

— ¿Qué? ¿Ustedes no lo saben? ¡Esto es intervención Gringa! — grita — ¡Esto es justo lo que nadie quería pasara! ¡Pero los apátridas insistieron hasta que pasó!

Más murmullos coléricos. Me pregunto si vale la pena aclararle que la activación de la Carta democrática — que aún no ocurre y no ocurrirá hasta que haya una reunión plenaria de los miembros de la ONU — implica más que cualquier otra cosa un reconocimiento sobre la caótica situación jurídica y constitucional de Venezuela. Si valdrá la pena señalar que jamás la OEA ha comandado, aprobado ni mucho menos promovido agresiones foráneas contra sus países miembros. Que hasta hace poco — y sobre todo, durante los años en que José Miguel Insulza fue Secretario General de la Organización — la organización fue acusada de pasividad y de ignorar el grave proceso de deterioro de la democracia Venezolana. Que sin duda, cualquier decisión que se tome en la plenaria, sería un convenio entre poderes, un movimiento diplomático, que es bastante poco probable tenga influencia alguna en la realidad venezolana.

Pero no lo hago, por supuesto. En Venezuela cualquier tema, tópico y análisis sobre la situación que vivimos atraviesa el terreno ambiguo y peligroso de la la propaganda política. Desde lo simple a lo complejo, de lo doméstico a lo nacional, el panfleto ideológico ocupa un lugar esencial dentro del discurso gubernamental. No hay una sola cosa en Venezuela que no haya sido distorsionada, dividida y rota por la política, por la visión violenta de esa noción de clases y esa polarización que el gobierno tanto necesita para preservarse en el poder.

De manera que me callo. Me quedo de pie, mirando con impaciencia la forma como la fila se abre en dos, se convierte en un grupo de ancianas que se pelean por un lugar, vuelve a alinearse hasta llegar a la puerta del Supermercado. Una fila por comida, pienso con una amarga sensación de verguenza. Una fila de ciudadanos preocupados y desesperados, con esa resignación blanda del cansancio. Y soy uno de ellos, me digo clavándome las uñas en la palma de la mano para provocarme dolor. Soy uno de los tantos que el sistema aplastó, devoró y convirtió en una víctima de la circunstancia.

Sacudo la cabeza. El pensamiento duele y quema, quizás por realista. Para ignorarlo, vuelvo a mirar la pantalla del Smartphone: Las Redes Sociales están llenas de comentarios ansiosos sobre lo que puede significar la Carta Democrática. También hay esperanza, una agria, ambivalente y quebradiza, que nadie sabe cómo encajar muy bien. ¿Qué nos alivia? ¿Qué finalmente el mundo reconozca que se equivocó al mal juzgar la política del Chavismo? ¿Qué la tragedia desborde los límites del país para convertirse en una denuncia extraordinaria? Qué pensamiento ingenuo ese. Sobre todo, después que Venezuela ha padecido casi veinte años de indiferencia internacional. Una dolorísima ignorancia que se extiende a cientos de niveles y tiene innumerables implicaciones. La más obvia, que la crisis Venezolana puede ser analizada, descrita e incluso matizada a conveniencia, cosa que ha venido ocurriendo con tanta frecuencia que resulta ya casi resulta inevitable. El ejemplo más reciente son las lamentables declaraciones del número dos del partido político Español “Podemos” Íñigo Errejón, que aseguró que en Venezuela hay colas porque tienen “más dinero para consumir más”. Para el joven político la crisis Venezolana es parte de nuestra “idiosincrasia” o incluso, consecuencia de ese enemigo invisible que el Gobierno invoca a consecuencia, la Guerra económica. De nuevo, la crisis — y sus consecuencias-, la ruptura histórica — y sus víctimas — son solo puntos de interpretación en una situación compleja en la que nadie profundiza demasiado.

La cola comienza a avanzar. De pronto, todos los que nos encontramos en ella despertamos de una especie de duermevela agobiante, esta sensación de encontrarnos a mitad de una situación impensable. Inclino la cabeza, doy un par de pasos. La verguenza me cierra la garganta. Resulta insoportable en ocasiones, en otras tiene un matiz de pura tristeza y dolor. ¿Quienes somos los ciudadanos de este país depauperado? Aunque la pregunta podría ser más bien ¿En quienes nos hemos convertido?

Un barullo descontento recorre la cola. Hay discusiones en algún punto junto a la puerta, y una mujer grita que “no le dará su puesto a bachaqueros”. Me aparto un poco, siento que el miedo me recorre como un escalofrío leve. Pienso en saqueos, pienso en violencia. El miedo es tan común en Venezuela que no puedo desligarlo de cualquier situación, que tengo una reacción paranoica e inmediata en medio de la incertidumbre. A mi lado, el hombre de la camisa roja suelta una carcajada.

— Coño, ¿De esto van a culpar también al comandante? ¿De los ladrones y los vende patria? — vocifera a gritos con una arrogancia simple, infantil — esta mierda jamás habría ocurrido con el Comandante vivo.
Hugo Chavez, otra vez, que lo observa desde una gigantografía amarillenta a unos cuantos pasos. Chávez, que se ha convertido en un símbolo borroso de una utopía tramposa y quebradiza. Chávez que sobrevive al olvido gracias a la insistencia del Gobierno de conservar el poder gracias a su recuerdo, gracias a su mera existencia como icono de algo más arraigado y primitivo que la simple propuesta política. El hombre de la camisa roja debe tener unos veinte y tantos muy mal llevados o unos treinta lozanos. Se hizo adulto bajo la mano de Chavez, en medio de la ruptura histórica que representó. Es un hijo de la Revolución. Un sobreviviente a la bravata de una izquierda terca que se niega a reconocer sus heridas.

— ¿Por qué no te callas la puta boca? — grita un hombre a mi derecha. Joven y alto, tiene la piel quemada por el sol de la mañana en la cola y no parece muy dispuesto a tragarse por las buenas las bravatas del de la camisa roja. Varias personas lo miran, una anciana retrocede asustada — ¿Hasta cuando esta verga de Chávez y el Chavismo? ¿Tu no pasas hambre? ¿Tu no ves lo que te está pasando?

La cola entera parece reaccionar a su voz. Los que están en el extremo más alejado de inmediato se dispersan, en un movimiento rápido y unánime. Los cercanos a la puerta del Supermercado, se aprietan en un bloque macizo contra la pared junto a la reja aún cerrada. De pronto noto que me encuentro justo en el centro, a la mitad de los que se esconden y los que huyen. Tan cerca de la pelea que siento otra vez miedo. Esta vez es muy real, nítido. Pienso en el clima de Violencia del país, pienso en todos los hechos de agresión que se protagonizan a diario en el país. Pienso que en Venezuela ser víctima es dolorosamente sencillo.
— ¡Esto es mierda de la burguesía! — responde el de la camisa roja, sin amedrentarse — ¡Pero no importa que coño hagan! ¡Los chavistas seguimos aquí! ¡Apoyando el legado!

Sacude los brazos con los puños apretados,cada vez más enfurecido e incontrolable. El rostro regordete le tiembla de furia. Hay algo frágil y medroso en esa cólera tan explosiva y evidente. Y pienso en mi frustración de ciudadana triste y angustiada, la única manera que encuentro para rebelarme contra el poder que me aplasta, que intenta aniquilar mi identidad. Miro al hombre mientras continúa vociferando, sacando el pecho. Quienes le rodean le gritan o le ignoran. Un espacio vacío le separa de la multitud. Pienso en esa soledad interminable de la humillación, de saberte vencido y devastado por lo que no puedes controlar.

— ¿Qué legado? — dice una mujer a unos cuantos metros de la multitud que observa a la derecha — ¡Aquí no hay nada como no sea hambre!
Estira los brazos y muestra la bolsa que lleva colgando en una de ellas. Distingo un par de tomates, una cebolla gorda y sucia, un par de plátanos verdes. La mujer lo muestra todo con una sinceridad que desborda, golpea, que te deja sin palabras. No necesita nada más para callar a los que discuten. Para obligarlos a retroceder en un movimiento involuntario.
— Trabajé toda mi vida. ¡Treinta años fui maestra! — dice la mujer. Sólo ahora noto las canas en su melena corta y alborotada. Las arrugas que rodean los ojos castaños — Enseñé en colegios públicos y privados. Me deslomé por este país. ¿Y que tengo ahora? ¿Qué es lo que disfruto ahora?

Sacude la bolsa otra vez. El plástico cruje caliente y pesado bajo la luz del sol. Pienso en qué podrá hacer con los pocos vegetales que ha podido comprar, a quién podrá alimentar con tan poca cosa. ¿Es madre? ¿Es abuela? ¿Quién la espera en casa? ¿Que situación insoportable soporta y que la bolsa que lleva del brazo simboliza mejor que cualquier otra cosa? Se me hace un nudo en la garganta por un dolor sin nombre ni confín. La certeza que todos estamos unidos por la misma desgracia, que somos partes de la misma historia. Que estamos atrapados en la misma red de telaraña construida a partir del fanatismo, la corrupción y algo muy parecido al temor. Y que ni ella ni yo, ni tampoco nadie de los que se forman en cola obediente a mi alrededor, sabe cómo enfrentar, como detener. Qué hacer para desviar este lento devenir histórico que nos consume a todos.

La mujer sacude la cabeza y sigue su camino. Sin mirar a nadie, sin congratularse por el silencio que deja atrás, por las miradas de asombro y tristeza que la siguen. Sólo camina, con la cabeza gacha, la bolsa apretada al costado. Una figura confundida en la multitud que la rodea, cada vez más borrosa a la distancia.
La cola avanza otra vez. Todos avanzamos con ella. Un movimiento lento y autómata que me produce repugnancia. Un paso tras otro. Alguien vuelve a murmurar algo sobre la OEA pero las palabras se pierden en el bullicio de la impaciencia. Del qué puedo comprar, de lo que necesito comprar, de lo que no podré comprar. Alguien habla de hambre, alguien se lamenta por este espacio vacío. El hombre de la camisa roja camina a unos pasos por detrás de mí, sin mirar a nadie, los puños convertidos en un gesto flojo y lento que acompañaba el vaivén de su paso lento y cansado. Y de pronto, tengo una nítida comprensión del miedo que me atormentó antes y que ahora sigue palpitando en alguna parte de mi mente. Somos víctimas de una tragedia sin nombre, a fragmentos. Habitantes de un país que no existe. De un lugar de la historia que no compete a nadie. De una mirada en redondo hacia un paisaje desolado.

— Mija, ¿Qué han dicho allí de lo de la OEA? — me pregunta entonces una anciana que camina a mi lado. No sé cuando llegó allí y no pienso reclamarle.
 — Nada muy claro — le explico lo poco que sé. Le hablo sobre los comentarios que leo aquí y allá. Ella me escucha, el rostro se le contrae en una expresión mínima, angustiada.
 — Eso no llena una arepa — dice y sigue su camino, un pasito lento y acongojado que me conmueve más que cualquier otra cosa que he visto hoy. Un símbolo de este soledad tremenda, insoportable del país que se desploma con lentitud. De quienes lo observamos impotentes y sin saber cómo evitarlo.

Los huérfanos de un país sin historia.

lunes, 30 de mayo de 2016

ABC del fotógrafo curioso: Lo que aprendí cuando era autodidacta





Como la gran mayoría de los fotógrafos que conozco, comencé siendo autodidacta. Y es que hace diez o quince años, no era tan sencillo, acceder a la educación fotográfica, y aún sigue siendo complicado. El caso es que a los catorce o quince años, cuando decidí tomarme muy en serio la fotografía como arte y técnica, descubrí que lo que hace a la fotografía nutrirse como expresión del yo, es nuestra capacidad para observar, para crear y para construir un lenguaje más o menos concreto con respecto a nosotros mismos. Porque la fotografía es un reflejo de quienes somos, como cualquier arte, pero sobre todo, de la manera como vemos al mundo.

El caso es que, en mi camino en solitario, aprendí algunas cosas que luego descubrí eran básicas al momento de pensar en la fotografía como profesión, arte y vehículo de expresión. Me sorprendió sobre todo comprobar, cuánto de mi modo de ver el mundo —y la realidad— tenía que ver con el producto final de cualquiera de mis fotografías, de manera que comprendí que lo que hace la imagen un documento imperecedero, es esa impronta personal que podamos brindarle a cualquier fotografía. Avanzando en mi educación fotográfica, he descubierto que básicamente los puntos básicos sobre fotografiar tienen relación con:

* Quién toma la fotografía eres tú, no la cámara:
Una idea que parece obvia pero no lo es. Muchos fotógrafos muy jóvenes están convencidos que una gran cámara dará grandes fotografías solo por el hecho de poseer un mecanismo mucho más avanzado, lo cual sin duda es un error. Por supuesto que un mejor equipo hará mucho más nítida y perfecta la imagen, pero lo realmente notorio en una fotografía es tu lenguaje visual, tu manera de componer lo que ves y, sobre todo, tu capacidad para expresar ideas a través de símbolos concretos traducidos en imágenes.

De hecho, hay una idea que muy poca gente medita y que yo tomé en cuenta sólo después de analizar muy cuidadosamente montones de errores compositivos en mi fotografía y es que la cámara no discrimina, o lo que viene a ser lo mismo, no tiene nuestra capacidad para abstraernos de lo que rodea a lo que queremos fotografiar. Por ese motivo, es necesario comprender las reglas de composición —y luego romperlas, si lo deseas— para interpretar el espacio como una forma de recrear la realidad y no como una como yuxtaposición de objetos sin mayor sentido.

Otro error común y que creo tiene una clara relación con el anterior, es permitir que sean los pre-ajustes automáticos de la cámara los que controlen variables que amenazan la consistencia del lenguaje visual de una imagen: por ejemplo insistir en dejar todo el proceso de enfoque en manos del autofoco, sin tomar en cuenta el enfoque selectivo. Este error tan común tiene como inmediata consecuencia que la gran mayoría de las fotografías no tengan un punto focal claro y que la nitidez —o la falta de— destruya el lenguaje visual. De manera que, al fotografiar es el fotógrafo —no la cámara— quién decide cuál será el punto de mayor nitidez dentro de la imagen, lo que junto a la composición, crea una estructura visual consistente.
En resumen, siempre será el fotógrafo quien tome las decisiones más importantes con respecto a la fotografía. Conocer tu equipo y usarlo de la mejor manera posible, te permitirá sin duda lograr una espléndida imagen, pero no olvides que el lenguaje fotográfico que ella exprese, será tuyo y fruto de la manera como interpretes los símbolos visuales que utilices.

* Construye tu lenguaje visual:
Otra cosa que parece muy obvia pero que muchos fotógrafos no toman en cuenta. Desde los puristas que consideran que cualquier retoque digital es contraproducente hasta los que promulgan que toda fotografía debe ser revelada —entre quienes me cuento— la fotografía expresa una idea que se construye a partir de toda una serie de decisiones artísticas, que sin duda toma el fotógrafo. Y este es un aprendizaje que adquirí luego de fotografiar por años todo tipo de cosas que aparentemente no tenían relación entre sí, para luego descubrir que me dirigían hacia un concepto concreto. Esta toma de conciencia, me permitió no solo meditar sobre lo que quiero decir sobre con mis imágenes como fotógrafa sino además, reflexionar sobre el valor concreto de mis decisiones en cada una de mis fotografías.
Y hablo de decisiones que tomamos aparentemente por azar: el alto contraste, las altas luces, las composiciones muy simétricas o el minimalismo más acérrimo. Cada forma de expresión con las que dotamos a nuestras fotografías, construye una idea personal que se refleja no solo en nuestras fotografías, sino de lo que comunican en conjunto. Comprender esta máxima —más allá del tema a donde me dirijo con mi trabajo— le brindó cierta solvencia a mi manera de pensar mi mundo visual y más aun, de brindarle una coherencia concreta.

* La fotografía es bidimensional:
Otro concepto aparentemente llano, pero que en realidad es uno de los más complejos de la técnica fotográfica, porque muchas veces olvidamos que hay un choque entre como vemos el mundo y lo que fotografiamos con nuestra cámara. Nuestro cerebro compone las imágenes de manera tridimensional, mientras que el resultado fotográfico siempre tendrá solo dos dimensiones. Por ese motivo, aprender —y practicar— técnicas que permitan crear perspectivas y expresar la idea de dimensiones y espacios, lograremos esa visión muy personal sobre el mundo que queremos expresar a través de la imagen. Pero este aprendizaje del cómo yo lo veo al cómo es lleva su tiempo, de manera que después de mucho tiempo, aprendí que la única manera de comprender tu lenguaje fotográfico así como el valor de la técnica es la comprensión que es el fotógrafo, quien construye y otorga sentido a lo que ve.

Parece sencillo, pero no lo es. Y quizá esa aparente sencillez tan engañosa, es lo que ha hecho que la fotografía sea fuente de tantas discusiones como también una de esas artes que está en constante evolución.

domingo, 29 de mayo de 2016

Palabras de estrellas y otras historias de brujería.





Mi abuela - la sabia, la bruja - solía decir que toda mujer contiene los misterios de la naturaleza en su espíritu y en su cuerpo. Que cada movimiento en el devenir del tiempo, no sólo se reflejaba en la figura de la mujer sabía sino que la fortalecía, la hacía más poderosa, más poderosa, más cercana a la realidad. Con once años, todo eso me parecía una fábula hermosa y nada más.

- Piensas en la Bruja como si fuera el reflejo de todo lo creado - le dije en una ocasión, sentadas juntas frente a la playa - ¿No es eso un poco exagerado?

Mi abuela no respondió. Nos encontrábamos en la vieja casa familiar junto al mar y el aire parecía impregnado de la luz azul y plata del mar en calma. Faltaba poco menos de una semana para mi iniciación y habíamos ido allí para sostener lo que mi abuela llamaba "la gran conversación de la sabiduría", que palabras más, palabras menos consistía en un largo debate sobre mis dudas sobre la tradición de Brujería en la que estaba a punto de formar parte. Se trataba de un ejercicio intelectual más que cualquier otra cosa. Y aunque ya sabía que las verdaderas brujas eran mujeres a quienes les gustaba debatir y argumentar, seguía un poco decepcionada que la magia y la brujería de verdad fuera en realidad un estilo de vida, una forma de fe, un conjunto de rituales antes que un verdadero poder. Con la imaginación salvaje de la infancia me pregunté si algo de la verdadera brujería se había perdido en el tiempo, en medio de las miles de transformaciones que había sufrido la tradición en el devenir de los siglos.

- Lo es de hecho - respondió mi abuela con toda tranquilidad - el arquetipo de la bruja refleja cientos de cosas distintas y todas relacionadas con la comprensión del poder personal, de la belleza, del tiempo y del conocimiento.

- Pero ¿por qué la bruja? Hay tantos símbolos que podrían hacerlo también.

Mi abuela no respondió nada. Se levantó y se acercó a la orilla de la playa. Con lentitud comenzó a recoger piedras y trozos de coral esparcidos por la arena hasta que llenó su falda con ellos. Después se inclinó y comenzó a formar un circulo de piedras brillantes sobre la arena blanca que brillaba bajo la luz de la Luna Llena.

- Antes que la Iglesia y la cultura occidental decidieran que la mujer sólo podía ser doncella y Madre, lo femenino representó todo lo existente: La pureza, el deseo, la tentación, el nacimiento de las ideas, la bondad, la crueldad, el miedo, el valor, la vida y la muerte. Porque antes que Dios fuera Dios...fue una Diosa.

Conocía la historia claro, pero aquí en esta noche con olor a salitre y el color de las estrellas, tenía una resonancia distinta, una textura nueva que me conmovió, aunque no supiera por qué.

- Pero esa creencia está perdida - comenté en voz baja - apenas un puñado de personas alrededor del mundo creen en eso.

- ¿No te parece suficiente?

- ¿No te parece muy poco?

- Siempre que exista alguien que aspire al conocimiento, desbordará la ignorancia y el miedo - dijo mi abuela. Seguía colocando pieza a pieza de piedra y coral. El circulo crecía, se hacía más amplio, se ensanchaba por los bordes hasta la orilla. Lo miré todo con ojos curiosos, como si lo viera por primera vez. Por último me levanté y fui hasta donde mi abuela, mirando el viejo símbolo del espiral a nuestros pies.

- La Diosa ha permanecido como un conocimiento que persevera a pesar de todo - me dijo entonces - aunque sea invisible, aunque no lo notes siempre. La mujer poderosa, la sabia. La mujer de la Luna, la salvaje, la fuerte. La invencible. La mujer loca.

Sonreí. Unos meses atrás mi abuela me había explicado que en tiempos victorianos, comenzó a llamarse a las mujeres con mucho temperamento "lunáticas", porque según los médicos de la época, el poder de la Luna Llena  ejercía poder sobre su mente hasta "enloquecerlas". No era un término nuevo: después de todo, la Luna Llena había sido el símbolo de los lobos, las Diosas peligrosas, el temor y la brujería por centurias. Un poder fuera del alcance del conocimiento humano. Una visión sobre lo misterioso tan real como enigmático. El rostro de la Diosa muda del Bosque.

- ¿Y con eso es suficiente? - le pregunté. Las olas del mar me acariciaron los tobillos y como siempre ocurría, el mundo pareció combarse y ondular a mi alrededor. Trastabillé y mi abuela me sostuvo con mano firme - ¿Es suficiente que a la Diosa se le recuerde a fragmentos, casi como un recuerdo a medio recordar?

- La Diosa mi niña, es esa comprensión sobre el poder femenino que proviene de todas partes. Que asume su poder y su conocimiento para elaborar un nuevo tipo de creencia. Es una herencia pero también es un camino por completo nuevo. Es una mirada a lo profundo, al espíritu que crea. Al sueño del futuro.

Se detuvo y me miró. Tomó una de las piedras que aún llevaba en la falda del vestido y me la extendió. La tomé y la miré a la luz plateada que se reflejaba en el mar: Era un trozo de coral de color carmesí desvaído, arrancado de las profundidades por alguna fuerza elemental formidable. Y ahora estaba allí, en la palma de mi mano, como un recuerdo de un mundo marino imposible y lejano. La idea me sobresaltó, aunque no sabía por qué.

- ¿Sabes por qué te eduqué para la brujería y por qué te invité a iniciarte? - preguntó entonces mi abuela. La miré sorprendida. Me había hecho la pregunta antes, la había analizado desde todos los puntos de vista posible. Me lo había preguntado desde el silencio, desde el desconcierto. Desde la curiosidad y cierto desconcierto. ¿Por qué alguien desearía educar a una niña en una tradición antiquísima? ¿Por qué querría hacerlo a pesar del mundo moderno con sus dolores y colores? ¿Por qué era importante para ella? Tragué saliva.
- ¿Por qué soy tu nieta? - la respuesta me pareció lamentable y simple. Sacudí la cabeza - quiero decir...porque formo parte del eslabón de una historia familiar. ¿Es eso no?

Abuela cerró el circulo de piedras con una muy brillante y transparente. Estaba justo en el centro mientras yo continuaba afuera. Cuando fui avanzar para acercarme a ella, me detuvo con la mano levantada. La miré sin entender.

- ¿Qué ocurre?
- ¿Por qué crees que te educo como una bruja? - preguntó otra vez. Apreté el coral entre las manos.
- Porque...la Tradición debe nacer otra vez en mi - murmuré, confusa - ¿Por qué debe tener un nuevo rostro?

- Hace siglos, cuando una bruja joven como lo eres ahora se iniciaba, el pueblo entero suplicaba a la Madre sin rostro, lograra rebatir sus dudas y avanzar hacia la magia - me contestó - La nueva bruja era necesaria no sólo para aprender todo lo que sus ancestras y parientes quisieran enseñarle, sino también porque sería ella quien llevaría la tradición adelante. La que levantaría ciudadelas contra el miedo, la que escribiría las nuevas palabras de invocación y ritual. Era un acontecimiento en las estrellas.

El viento llegó de la playa, nos golpeó a ambas con fuerzas. Sentí la brisa levantándome el cabello alrededor del rostro, secándome los labios. El vestido blanco de mi abuela pareció inflarse en luz blanca. El circulo de piedra y coral pareció moverse, oscilar en la arena pespunteada de la luz púrpura que nos rodeaba.

- Una bruja que nace encarna todo lo bueno de la herencia que recibe - continuó - la promesa de renacer en el mundo. De llevar el conocimiento en sus ojos, sus labios, su cabello y sus labios. Eres la promesa que redime el pasado, las muertes y el olvido. Eres el rostro de todo lo que nace como una idea fértil, eres la belleza y la fuerza de ese espíritu que se eleva de cada idea que heredaste. De todas las miradas de asombro, de esa convicción que el mundo existe en tu mente y en tu cuerpo.

Miró hacia el cielo. El cabello trenzado se le desparramó sobre los hombros y de pronto, sólo fue la figura de una mujer rolliza de cabello largo, una mujer sin nombre ni lugar en el mundo. Un rostro arcaico nacido de la Oscuridad del mar para recordarme que el misterio es real, que forma parte de nuestro espíritu. Batallé con la arena que volvía blanda y resbaladiza bajo mis pies. El mundo volviéndose un espiral a mi alrededor. Me invadió una extraña sensación de vértigo, de dolor y de belleza. Sacudí la cabeza para recuperar la cordura.

Cuando miré de nuevo, mi abuela era de nuevo sólo mi abuela: una anciana de sonrisa amplia que me miraba desde el circulo de piedra.

- Gracias a las brujas jóvenes como tu, las mujeres asesinadas en nombre del conocimiento tienen otra oportunidad de reclamar su lugar en la historia. Gracias a tu decisión de avanzar hacia el conocimiento de la Diosa, hay paz en todos los dolores que la tradición sufrió. Gracias a tu decisión de llamarte bruja, millones de mujeres sin rostro a través de la historia regresan al ahora, son parte de ti. La historia que nunca muere. La historia que se crea así misma.

Un nudo de emoción me cerró la garganta. Sacudí la cabeza.

- Pero abuela...sólo soy una niña - murmuré. Y el sonido de mi voz se lo llevó el mar. Pero ella me escuchó, claro y fuerte y la vi sonreír.

- Eres una bruja que está a punto de nacer de nuevo. Eres una niña que está a punto de extender los brazos para comprender el poder del conocimiento. Eres una bruja que regresa a su tribu, eres una mujer que lleva la magia en sus venas y cuyo espíritu es puro fuego. Eres un poder que renace y canta a la noche y al día. Eres cien veces tu misma y cien veces tus temores y deseos. Y vendrás aquí, para aceptar lo que la Madre sin nombre tiene para ti.

Se inclinó, tomó una piedra. Quedó un espacio visible entre dos piedras. Levantó los ojos para mirarme. Y noté el poder, ese poder misterioso que yo relacionaba con el conocimiento, en toda su fuerza.

- ¿Por qué te eduqué como una bruja? ¿Por qué deseo que te inicies en la brujería?
- Porque nací bruja y soy bruja. Y lo seré durante toda mi vida. Y en el recuerdo de todas las mujeres que vendrán después de mi y que serán brujas porque sostuve el hilo de conocimiento que nos une.

¿De donde habían llegado esas palabras? ¿Cómo las había aprendido? No lo sabía. Pero allí estaban reales y poderosas. Brillantes en las noches, enredadas en el olor de la sal del mar, en el viento recién nacido que nace del horizonte. Mi abuela sonrío al escucharla, me abrió los brazos, se acercó a las piedras abiertas en el círculo.

- Ven entonces - dijo - y comienza tu camino.

Un paso, después otro. El mar se encrespó y en mi imaginación, el sonido de las olas fue su saludo. Me incliné, coloqué la piedra de coral en el espacio entre las piedras y volví a cerrar el circulo. Mi abuela me miró a los ojos y supe que un ciclo interminable se había completado, volvía a nacer. Se hacia cada vez más raudo y hermoso.

- Nunca desistas en tu deseo de creer, nunca abandones tus sueños y deseos. Nunca retrocedas ante el miedo, nunca temas lo que podrás encontrar. Nunca temas crear, nunca abandones el impulso de volar, incluso con las alas rotas. Vuela alto, vuela siempre. Vuela de corazón y de espíritu. Vuela con tus palabras y con tus ideas. Vuela siempre. Vuela hacia la herencia que alguna vez, heredarás.

Me abrazó con fuerza. Y sentí, en el nido cálido de ese gesto maternal, una promesa, una mirada más allá de mi misma. Una promesa cumplida y otra a punto de pronunciarse. Un camino abierto hasta la voz que nace, el sueño de mil historias que comenzó otra vez, gracias a mí.

Y cuando celebramos con los brazos levantados hacia la Luna Llena, pensé en todas las mujeres que lo habían hecho antes que yo, en lo que lo harían después de mi. En la anciana que enseña, en la niña que aprende. En el circulo de piedras de mi corazón. En todos los dolores y alegrías de una historia compartida. En la larga línea de conocimiento que espera por mí, que se crea y avanza. Que se hace cada vez más poderoso y potente. Tan interminable como un sueño de la razón.


Elévate y aprende la voz del viento,  bruja recién nacida. Canta a la Diosa que guarda a tu corazón. Encuentra tu camino. Danza con las estrellas.

Así sea.

sábado, 28 de mayo de 2016

Pequeños secretos en la luz de la Luna y otras historias de Brujería.





Mi bisabuela solía decir que de existir las brujas "malvadas", ella sería una de ellas. Luego me dedicaba una de sus sonrisas maliciosas, repantigada en su sofá de orejas favoritos y mirándome una de sus largas miradas intrigantes que siempre me inquietaban un poco. Bisabuela tenía esa cualidad que supongo tienen muy pocas personas, de ponerte nerviosa sin hacer otra cosa que verse cómoda y confortable.

- Pero...¿Malvada de las que hacen hechizos y le salen rayos por los dedos? - le pregunté en una ocasión. Tenía ocho años y la cuestión me pareció de lo más importante. Ella ladeó la cabeza y sus ojos verdes brillaron de pura vivacidad.
- ¿Necesito eso para ser malvada?
- No sé.
- ¿Y que es ser malvada, brujita?

Me quedé callada. La verdad era que no lo sabía. Tenía una idea nebulosa - basada sobre todo en los cuentos que había leído - que las brujas malvadas eran criaturas fascinantes y misteriosas que recorrían bosques de leyendas para asustar a los incautos. No sabía con exactitud que las hacía más poderosas y sobre todo, aterradoras pero suponía que tenía algo que ver con ese elemento tan emocionante y enigmático que solía llamarse "poderes". Así que se lo dije así mismo. Bisabuela enarcó una ceja y a la distancia de los años, tengo la impresión contuvo como pudo la risa.

- ¿Poderes?
- Esas cosas que hacen las brujas y nadie sabe como - expliqué con detalle - ¡Ya sabes Bisa! Volar en la escoba, poner las manos sobre el caldero para hacer manzanas envenenadas, que los espejos hablen! ¡Esas cosas!

Bisabuela asintió, como si lo que le decía le resultara realmente intrigante. Después chasqueó los dedos. Un gesto ruidoso y seco que me hizo dar un brinco. ¿Estaba haciendo MAGIA (así, con mayúsculas) ahora mismo? pensé entusiasmada y un poco amedrentada. Pero bisabuela se limitó a quedarse allí, con la mano alzada y aún flexionando un poco los dedos indices y pulgar. ¿Tenían que brotar chispas o algo de ellos?

- ¿Qué hiciste? - pregunté entonces. Bisabuela sonrió entonces. La malicia le llenó la piel pálida de la cara, las arrugas que le rodeaban los ojos.
- Te provoqué una reacción: diste un salto de puro sobresalto y ahora me miras con los ojos muy abiertos, como si esperaras hiciera algo más - me explicó - Te hice actuar a mi voluntad. Eso es magia.

¿Cómo? ¿Eso nada más? me dije casi ofendida, aunque claro está no dije nada en voz alta. Bisabuela era muy directa al hablar y tenía un modo muy directo de cortarte cuando no le gustaba lo que decías, de manera que había que pensarse muy bien las palabras que utilizabas al conversar con ella. Mi abuela - la sabía, la bruja - solía decir que su madre era "Una mente afilada como un relámpago y un ánimo incandescente". Nunca entendí muy bien que quería decir con eso - al menos de niña - pero si tenía muy claro una cosa: Bisabuela era de temer.

Así que de entrada había que tomarse muy en serio lo que sea que te dijera. Miré sus dedos pálidos, la muñeca delicada flexionada, el brazo en un elegante ángulo. ¿En serio estaba haciendo magia? volví a preguntarme. Sí, era cierto. Había dado un brinco cuando hizo aquel sonido extraño y duro con los dedos. Pero lo había hecho por el sonido, no porque nada...misterioso me provocara el sobresalto. ¿O no?

- La magia es la capacidad de cualquier tipo de energía intangible de influir en el mundo - me explicó cuando se lo pregunté - así la definían antiquísimos sabios. Para ellos, la magia era cualquier poder, secreto o evidente, sutil o devastador, que fuera capaz de provocar un cambio o una reacción en la realidad. De manera que provocar un sobresalto, podría considerarse una forma de magia ¿No?

No supe que decir. La verdad tenía una idea sobre la magia más...emocionante, pensé un poco fastidiada. Bisabuela inclinó un poco el cuerpo para mirarme una larga mirada verde.

- ¿O puede ser otra cosa? ¿Puede ser esa noción enigmática que algo sucederá pero no sabes qué? ¿Esa sensación que el aire a tu alrededor se espesa, se hace casi irrespirable, te rodea...a la espera que algo ocurra? - murmuró - ¿Se trata de la capacidad de una bruja para influir definitivamente en ti y en lo que te rodea?

Me quedé paralizada, con el corazón latiendo muy rápido. Bisabuela había dicho toda aquella parrafada en voz baja y grave, con un tono amenazante que jamás había escuchado. Y aunque no había entendido la mayor parte de ellas - eran esas palabras de adultos que aún tenía que aprender - si tuve muy claro que "algo"  que no entendía muy bien, había cambiado en el aire. Que de pronto, todos los sonidos a mi alrededor se hicieron más claros y nítidos. Que sin duda estaba a punto de pasar...¿Qué?

- Bisa... - murmuré un poco acobardada. Ella inclinó los hombros hacia mí, rigidos y firmes.
- ¿Qué hace que la magia lo sea? ¿Qué la hace real? ¿Perceptible? ¿Hay un elemento muy viejo que la describe y la sustenta? ¿Qué hace que la bruja la comprenda?

Escuché más que sentí que algo se movía por la habitación. Una ráfaga caliente que no pude ver. Cuando la ventana se cerró con un movimiento seco y un temblor de cristales, solté un grito sofocado y estuve a punto de echar a correr como un vendaval hacia la puerta. Bisabuela soltó una carcajada, tan nítida y tan divertida que de pronto, toda la sensación de pesadez y tensión que nos rodeaba desapareció como si jamás hubiese estado allí.  Miré a mi alrededor con los ojos muy abiertos y asustados.

- ¿Tu hiciste eso?
- ¿Cerrar la ventana? Lo hizo el viento.
- ¡Pero tu hiciste algo! - insistí entre temblores - Tu empezaste a hablar y...

Bisabuela ladeó la cabeza, mirándome con una curiosidad casi burlona. Me encogí de hombros, furiosa.

- ¡Ya sabes! - protesté - ¡Vino el viento y cerró la ventana!
- ¿Eso que tiene que ver conmigo?
- ¡Pero estabas hablando cuando pasó!
- ¿Eso lo hace sobrenatural o mágico?

Caramba...en realidad no había pensado en eso ¿Era mágico que se cerrara la ventana sólo porque había ocurrido mientras bisabuela hablaba? me pregunté de pronto. Fue un pensamiento muy nítido y extraño, que me dejó un poco confusa. ¿Por qué de pronto cada sonido de la habitación me había parecido más real y cercano? ¿Por qué me había asombrado tanto que la ventana se cerrara? Bueno para empezar me sorprendió, me dije un poco nerviosa. Y la bisabuela había...¿Qué cosa había hecho? La miré boquiabierta.

- Sólo te hice más consciente del sonido de mi voz y de lo que ocurría a tu alrededor. Lo demás lo hizo tu mente - concluyó - ¿Entiendes ahora?
- Tu no lo hiciste - concluí. Y me asombró esa conclusión tan simple - tu...
- Yo no hice nada pero tu creíste que si lo había hecho - dijo entonces, muy satisfecha. Se dejó caer sobre el respaldo del sofá, con el cabello rojo y plateado brillando en la luz amarilla de la tarde - La raíz de toda magia brujita, es nuestra percepción del mundo y la forma como la voluntad del espíritu humano lo afecta. Lo llames sobrenatural, lo llames temible, lo llames asombro, sólo se trata de percepción.  Y esa cualidad de la mente humana para construir lo que le rodea lo que las brujas llamamos "magia". Un poder secreto y poderoso que cada una de nosotras cultiva con un esfuerzo de imaginación.

Intenté comprender todo lo que me decía, pero desde luego, no pude. Sus palabras se me escapaban entre los dedos como agua clara y me entristeció un poco que la verdad, entendía muy poco lo que me estaba diciendo o mejor dicho, el sentido de lo que intentaba explicarme. Me encogí de hombros, un poco desanimada.

- Bisa, no entiendo eso que me dices - confesé. Ella asintió, un gesto franco y amable que me sorprendió en ella.
- Lo sé muchacha. Pero el primer paso para aprender es no saber. Así que guarda mis palabras para cuando quieras encajen en alguna parte.

No supe que responder a eso. Y quizás bisabuela no lo esperaba.  Tomó uno de los libros del enorme montón que llenaba su mesita de noche y comenzó a leerlo sin más, ignorándome con tanta facilidad que incluso comencé a pensar que mi cuerpo flaco y huesudo desaparecía un poco en su desdén. Enfurecida y confusa, me apresuré a salir de la habitación. Bisabuela no levantó la cabeza del libro cuando cerré la puerta con más ruido del necesario.

¡Bruja malvada! pensé con cierta impaciencia. Imaginé que le gustaría saber que pensaba eso de ella.

***

Bisabuela había sido una de las primeras mujeres en mi país en completar la licenciatura en Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Lo había hecho siendo ya muy mayor y cuando nadie lo había creído posible. Mi abuela solía contarme que todo había comenzado en una ocasión en la que su madre había estado leyendo sentada junto a su ventana favorita. De pronto, se puso en pie y arrojó el libro a un lado. Miró de un lado a otro de la habitación impaciente y nerviosa, como si  de pronto hubiera recordado algo muy importante. Por último, se cambió la ropa de casa por la de la calle. Hizo todo lo anterior sin decir una sola palabra.

- ¿A donde vas? - preguntó mi abuela, por entonces una joven curiosa. Bisabuela ni la miró: tomó su bastón - que usaba desde la primera juventud debido a la Poliomielitis que sufrió - y se fue caminando con su paso lento y tambaleante a la calle. Mi tia E., ya una mujer adulta pero que aún vivía en casa de sus padres, asomó la cabeza desde la biblioteca recién construída de la casa.
- ¿Y para donde va ella? - preguntó también. Mi abuela se encogió de hombros.

Resultó que bisabuela tomó un taxi, fue directo hasta la Universidad Central y se interesó por los trámites para comenzar a estudiar. Lo hizo a su manera resuelta, sin miedo y muy firme. Caminando de pasillo en pasillo, tocando puertas e incordiando a secretarias y empleados incómodos. Muchos años después me contaría que la mayoría se rió en cara, al verla madura, coja y con aspecto de loca - siempre según sus palabras - y que hubo quien incluso le dijo que "los viejos no estudian". Eran tiempos intransigentes, en un país como el mio, conservador y pudibundo hasta lo impensable. Pero ella insistió hasta que alguien le explicó punto a punto lo que debía hacer. "Me lo dijo para que dejara de molestarme" solía contar entre carcajadas. "Pero no me esperaba verme de vuelta, claro".

Pero la vio y no sólo en la ocasión en que regresó con todos los documentos que exigía la inscripción Universitaria, sino dos años después, como alumna. Mi bisabuela había rebasado la cincuentena, ya era viuda y le costaba caminar más que nunca y aún así, se sentó en un pupitre con muchachos a quienes le triplicaba la edad para aprender. "La Vieja Bruja de la Central" le llamaron y aunque hubo quien pensó que el epíteto le molestaría, en realidad la divirtió.

- Porque en realidad yo era eso ¿No? - me dijo en una ocasión entre carcajadas. Reí con ella.

Cuando se recibió, la mayoría de sus compañeros de clases estaban asombrados con su inteligencia, voluntad y perseverancia. No sólo consiguió las más altas calificaciones sino que además, logró vencer los achaques naturales de su edad para finalmente, levantar el título de licenciada con la mano libre del bastón. La fotografía colgaba en la biblioteca desordenada de la abuela y era una imagen curiosa: Bisabuela llevaba toga y birrete y se veía muy venerable junto a un grupo de chicos menores que cualquiera de sus hijos. Esa imagen siempre me hacía sonreír.

La recordé ahora, mientras la miraba revolver el caldero de la cocina con mano firme.  Me había estado enseñando a mezclar las hierbas para lograr un té digestivo y durante la mayor parte de la tarde, me había explicado el motivo por el cual durante siglos, la mayoría de la gente pensó que la brujas eran malvadas.

- Una mujer inteligente es peligrosa, al menos en una época donde  se les exigía sumisión, obediencia y silencio - dijo, agregando albahaca al té espeso de la olla - De manera que un espíritu educado para crear, para rebelarse, para contradecir y para arder como el de una bruja, no sólo era una amenaza sino algo que debía ser destruido. Contradecía el mandato Divino del Cristianismo que toda mujer proviene de la costilla de Adán. ¿Lo imaginas no? Lo que debió ser para sacerdotes provincianos y predicadores mendicantes que una mujer tuviera conocimientos de medicina, de secretos del cuerpo y de la mente. Cuando la Iglesia comprendió que la Dama Sabia y la curandera eran más poderosas en conocimiento que cualquiera, las declaró "diabólicas" y "Malignas".

Añadió un chorro de miel al agua de color verde radiante que hervía  en el fondo del caldero de metal. Lo miré con interés y luego cuando me lo indicó, agregué unas hojitas de Romero.

- Entonces, para la Iglesia una bruja es una mujer sabia y eso se condenaba - concluí. Tenía diez años y ya sabía algunas cosas más sobre Brujería. El tema me desconcertaba y me asustaba a partes iguales - por eso decir que las brujas éramos malvadas.

Bisabuela sonrío, torciendo la boca como solía hacerlo cuando iba a decir una de sus frases memorables. Aguardé impaciente.

- Somos malvadas, muchacha - dijo entonces. Lo hizo con un tono de voz lento y elegante que me encantó - la maldad es un punto de vista. Una contradicción elemental a lo que se supone es el deber ser. Y toda bruja se opone a lo que se le inculca por la fuerza. Lo que se le insiste sin razón. Una bruja cuestiona, pregunta, destruye para crear. Construye, avanza, se debate en las dudas, encuentra respuestas. Se hace muchas más preguntas. Una bruja no tiene miedo del error, tampoco de la revelación. Una bruja no se conforma, se impacienta, sigue el camino menos transitado, el extraño. El que asusta a otros. Y eso es malo para una buena parte de las personas. Es inadmisible que alguien pueda tomar sus propias decisiones, sin el temor a la crítica, sin la inquietud del error. Y en ocasiones, hasta es imperdonable.

Siguió revolviendo la mezcla. Tenía un pulso firme, fuerte. De pie muy erguida junto al caldero de la cocina, tenía un aspecto casi juvenil. Nadie podría pensar que estaba rozando los ochenta años de vida. Y eso me gustó: me pregunté si la sabiduría la protegía de la verdadera vejez o se trataba de algo más. Sonreí para mis adentros. ¿Una forma de magia?

- ¿Por eso estudiaste en la Universidad? - pregunté entonces. Era algo que siempre había querido saber y jamás me había atrevido a indagar, aunque no sabía con exactitud por qué. Tal vez se trataba de cierto temor a lo que mi bisabuela pudiera decirme. O quizás al hecho de descubrir la verdadera historia de un secreto que siempre me había cautivado.

Bisabuela no dijo nada. Siguió revolviendo con lentitud la mezcla de hojas y semillas. Por último ladeó la cabeza y me miró entre el humo blanco que se elevaba en espiral desde el caldero.

- ¿Sabes lo que es el impulso mágico?
- No - parpadee. ¿Había escuchado mi pregunta? - Pero...
- Se le daba a ese nombre a la capacidad de la Bruja para crear algo tan nuevo y poderoso que pudiera ser heredado como un legado o tradición - me explicó  - Es el poder de toda bruja de construir un nuevo ritual para que las generaciones futuras puedan disfrutarlo.

Miró al interior del caldero. El verde oliva se había hecho casi dorado. Y de pronto, se hizo un poco más brillantes, como si la combinación de sabores y olores crearan algo más.

- El impulso mágico fue considerado "maligno" por los Inquisidores - me dijo entonces - se revisaba las casas de las brujas, sus ropas e incluso sus cuerpos para encontrar algo que pudiera representar la leyenda de la Herencia mágica. Y lo que sea que encontraran - libros, hojas, incluso bolsitas de hierbas - era quemado junto a ellas. Porque debía desaparecer no sólo la bruja...sino su maldad.

Me estremecí. Bisabuela suspiró. Apretó los labios y por una vez, pareció la anciana que era.

- La Tradición de Brujería casi muere por la violencia pero sobrevivió gracias a ese impulso mágico, a ese impulso de la voluntad, de crear y construir lo que vendría después. La historia incompleta - dijo - de manera que siguió siendo parte del secreto, de la herencia que se da a la hija, en palabras, en enseñanzas. En letras y ejemplos. El impulso mágico sobrevivió al fuego. O mejor dicho, se purificó en él.

Dejó de revolver la mezcla en el caldero. Lo escuché chisporrotear y hubo algo antiguo y bonito en el sonido. Una especie de eco primitivo que parpadeó en algún lugar de mi mente. ¿Me lo estaba imaginando? me pregunté desconcertada.

- Cuando decidí ir a la Universidad, lo hice pensando en ti, que aún no existías. En las niñas brujas que nacerían de mis hijas, de mis nietas. En toda la generación que vendría de mi sangre y mi conocimiento - dijo entonces - de la historia que debía completar. De la belleza que comenzaba a nacer de mis dedos. Eso hice: crear un impulso mágico de esta época, de este siglo. Instaurar una Tradición. Decidí que debía dejar claro que toda bruja es una sabía, que toda mujer que se encuentra así misma desea aprender y crear. Y recordarles a todas en el futuro que no hay un buen momento para seguir creciendo. Que no hay un momento aciago para dejar de hacerlo. Que hay decisiones que se toman desde el espíritu de la contradicción. Y que una bruja, siempre se enfrenta a todo.

Extendió la mano y con movimiento lento, cerró la hornilla de gas. El caldero pareció sacudirse en el silencio que vino después, con el hierro lanzando pequeños crujidos y el humo oloroso de la mezcla elevándose a nuestro alrededor. Bisabuela me dedicó una de sus miradas verdes y firmes, rebosantes de un poder misterioso que de nuevo, consiguió provocarme un sobresalto. Me pregunté en que consistía esa fuerza, esa capacidad suya para ser al mismo tiempo una anciana delgada y frágil y también una mujer extraordinaria. Una bruja, pensé con un escalofrío. De las de verdad.

- Pensé que debía crear la tradición de aprender, a pesar de todo. Quizás por todo - dijo - O mejor dicho, recordar que debe hacerse. Que debía dejarle muy claro a las brujas que nacerían de mí, a las que amaba y a las que aún no conocía, que el poder de una bruja, reside en la voluntad, en ese temple rebelde y furioso por avanzar incluso contra el viento de la historia. Y estudiar, volverme alumna, sentarme en un pupitre, a la edad donde el resto de las mujeres disfrutaban de la vida plácida, fue una forma de lucha. Un sacudón de conciencia. Una manera de luchar y batallar contra el miedo. Una demostración que el poder de la bruja persiste, a pesar de todo.

Arrojó el cucharón de madera en el mesón de mármol y luego, con su acostumbrado paso incierto, avanzó. El cloc cloc cloc del bastón llenó la cocina, como un eco tenue y lento. La miré alejarse.

- Bisabuela - dije entonces. Ella se detuvo, me observó por encima del hombro - gracias.

No sé en realidad que le agradecía: la lección de herbolaria que casi olvidé seguir, las palabras que acababan de decir. La tradición que recibía de ella. Pero sentí la necesidad inmediata de hacerlo, de dejarle claro que recibía lo que fuera me obsequiara con los brazos abiertos. Bisabuela sacudió la cabeza, con el gesto impaciente y profano que siempre me hizo sonreír en ella.

- No me lo agradezcas. O al menos, no mientras no comprendas el esfuerzo que lleva caminar contra el viento que te golpea o volar con las alas rotas. Ahora sabes que te heredo conocimiento. Haz lo que creas conveniente con eso.

La vi alejarse con el pasillo con su paso renqueante y aún así, firme y casi elegante. Me conmovió su fuerza, su voluntad. Esa magia suya capaz de crear y construir el futuro. Una forma de belleza.

***

Una vez leí que el "mal" es una idea  occidental que intenta simplificar la complejidad del hombre. La pienso a veces, cuando me enfrento a lo que se supone debería detenerme, cuando camino en medio de un trayecto lleno de obstáculos. Cada vez que levanto los brazos para celebrar un triunfo. Porque el "mal" de la bruja es quizás ese secreto imposible de comprender pero que se crea en silencio, que se mira desde la distancia, que cambia su historia para siempre. Una mirada al interior del tiempo que la define. Una manera de crear.

Una voz que danza desde las estrellas.

viernes, 27 de mayo de 2016

Proyecto "Un país cada mes" Mayo: EEUU. David Foster Wallace.




Hablar de David Foster Wallace es hablar de escándalo, contradicción y locura. Hablar de su obra, una percepción en constante debate de quien fue este joven mártir de la palabra - se suicidó a sus escasos 40 y tantos años - o incluso,  cuestionar su aporte a la literatura como elemento de rebeldía, contracultura y búsqueda de identidad. Y quizás también, hablar de David Foster Wallace sea un poco meditar sobre la medida de la palabra por la palabra, esa búsqueda incesante de encontrar un objetivo a toda producción literaria. Porque Foster Wallace, en la vida y en la muerte, simboliza un tumultuoso enfrentamiento entre la verdad, la mentira, el hecho literario y algo mucho más brumosa: la esencia misma de la literatura contemporánea.


Hace seis años, Foster Wallace sucumbió a la depresión. Por extraño que parezca, uno de los grandes escritores de la narrativa contemporánea estadounidense decidió que el consuelo de su talento, la fama aparejada a su extensa obra literaria y el unánime reconocimiento del que gozaba, no era suficiente para consolar el profundo sufrimiento existencial que lo sofocaba desde hacia décadas. Un pensamiento inquietante, si se tiene en cuenta que Foster Wallace no solo encarna al ideal americano del escritor rebelde, sino además al libre pensador por excelencia.  Al momento de morir se le consideraba en buena parte del mundo con uno de los cronistas más brillantes de su generación y sobre todo, un escritor con necesidad de renovar ese equilostado mecanismo de la literatura contemporánea. Y es que Foster Wallace, luchó en silencio contra sí mismo por tanto tiempo, que esa batalla anónima pasó desapercibida en medio de su éxito como escritor. De manera que todo lo que sobrevive a su leyenda en una sensación de asombro, a mitad de camino entre el asombro que provoca su muerte prematura y el desconcierto, por esa contradictoria visión del mundo que nos deja su obra.


Porque Foster Wallace representa esa literatura que redime y destruye. Un héroe maldito de su propia percepción del verbo creador. Un hombre extraordinariamente prolífico que paladeó lo esencial de la palabra como vehículo creador y que tal vez, reinventó lo más básico de la idea para brindar sentido a algo más amplio y turbio. Y es que quizás, en esa Rebeldía del símbolo que no madura, que no asume su idea de inevitable transformación, sea una de sus más reconocibles características. Una juventud inquietante e irritante: leer un texto de Foster Wallace siempre deja una sensación de que algo está incompleto, que en el enciclopédico saber del escritor, falta una pieza, quizás muy pequeña para que el mecanismo de su mente sea por completo funcional. Sin duda, es esa pequeña excepción, ese fragmento de imperfección lo que hace su prosa hipnótica. Porque si algo dejó bastante claro Foster Wallace, en su apresurada necesidad de desmenuzar el mundo en palabras, de esculcar la realidad a través de escenas y circunstancias, es que la literatura dura y pura siempre será un reflejo de la inquietud más secreta de quien esgrime la pluma.

Quizás el mayor talento de Foster Wallace era el de brindar interés a cualquier tema que tocara: incluso lo más sin sentido, aún los que no parecían tener relación alguna entre si. Y es que Foster Wallace creía en la palabra como creadora, así sin más, sin medias tintas. La palabra al servicio de la imaginación, la idea que se construye así misma como vehículo de expresión. De manera que escribía todo lo que podía, sin tomar un respiro para el análisis, o quizás llevándolo a cabo con esa necesidad de evasión del que huye constantemente de su propio abismo. Palabra tras palabra, Foster Wallace construyó una obra llena matices y paradojas, tan formidable como confusa. Porque para Foster Wallace la palabra - el hecho de escribir - dignificaba incluso las ideas más simples, la visión más leve del mundo. La breve visión del que escribe como devoto de la creación en estado puro.

Ejemplos sobran: Foster Wallace fue pródigo en demostrar que la palabra era la herramienta esencial para comprender - y asumir - esa vieja herida humana de la vanidad rota por la imperfección. Para Foster Wallace, todo merecía ser contado, demostrado, observado atentamente desde la óptica del que teme y del que se reconstruye.  Todo podía convertirse en una buena historia, incluso lo más nimio. En ocasiones me pregunto si el escritor, sentía una necesidad irreprimible de traducir lo que le rodeaba a palabras, de elaborar un cuidadoso mapa de ruta a través de la cultura y sus implicaciones, para encontrarse así mismo. Una idea abrumadora pero en la que Foster Wallace parece insistir con frecuencia: desde los textos incluídos en la recopilación "Hablemos de Langostas"  (donde viaja a cubrir el Festival Anual de la Langosta en Maine y terminó creando una recopilación de ensayos de diversa indole) hasta  "En cuerpo y en lo otro", una quincena de textos de intenciones multiples, que deja bien claro que para Foster Wallace, la escritura no es solo el hecho concreto de escribir, sino algo más inquietante y sustancial. Una manera de mirarse, comprenderse y construirse a través de la narración.

Durante los últimos años de su vida, Foster Wallace luchó contra sí mismo. Una guerra sorda: las dosis de depresivos dejaron de tener efecto, y su tristeza que no era tal  - más bien, furia creadora - alcanzó su punto álgido. Escribió más que nunca. Llamó al lenguaje "Su Dios".  D.T. Max, uno de sus biografos, insiste en que  la única creencia cierta que alguna vez profesó Foster Wallace fue hacia el lenguaje, su poder casi divino para crear "de la nada y por la nada" los pensamientos, el mundo. Incluso la misma realidad.  Se obsesionó con la gramática, luchó una batalla a ciegas contra ese lenguaje del yo divino que se le escapa entre los dedos: “Si todo lo que tenemos como mundo y como dios son palabras, debemos tratarlas con cuidado y con rigor: debemos adorarlas”, insistió más de una vez.

Y entre palabras murió: su obra le precede y le sustituye. Consagrado en la muerte sin la torpeza de la vida, Foster Wallace se ha convertido en el simbolo de esa necesidad del escritor por encontrar sentido a la palabra, más allá de si mismo, en la visión del tiempo que vivió y más allá de él. En una ironía que quizás podría muy bien nacer de la imaginación del escritor, Foster Wallace murió pero le sobrevive quizás lo que siempre detestó: su propia historia.



Como siempre, si quieres las obras de David Foster Wallace, déjame tu dirección de correo electrónico en los comentarios y te lo envío.

jueves, 26 de mayo de 2016

Crónicas de la feminista defectuosa: Siete cosas que toda mujer feminista quiere que sepas





Hace unos días, alguien escribió en mi timeline de Twitter lo siguiente: «Todas las feminazis son unas resentidas, feas y gordas que temen los hombres las violen». Lo dijo, luego de ponderar en varios tuits sobre el hecho que «no hace falta que nadie reclame derechos, las mujeres tienen (sic)» y concluir que «una feminista es una tipa insatisfecha». Por supuesto, no me sorprendió la colección de prejuicios en sus comentarios, pero sí el hecho que buena parte de quienes apoyaban el inquietante punto de vista, eran mujeres. Leí más de veinte respuesta, la mayoría de ellas celebrando «que finalmente alguien pusiera clara las cosas para esas locas» (refiriéndose, por supuesto a las feministas) y que sin duda «había que insultarlas más a menudo» para que «entendieran su lugar en el mundo».

—¿Te afectan todavía ese tipo de opiniones? —me preguntó mi amiga G., con quien almuerzo y que me escucha leer en voz cada uno de los tuits. Me encojo de hombros, sin saber que responder a eso.
—La mayoría de las veces no pero… —tomo una bocanada de aire— ¿Cómo es que una mujer se burla de otra que defiende tanto sus derechos como los suyos? ¿Cómo es posible que pueda minimizar el hecho que alguien asuma militancia sobre la inclusión y la igualdad?

Mi amiga G. es socióloga y por años hemos conversado sobre temas parecidos. En más de una oportunidad, le he explicado mi frustración por el hecho que la palabra «feminista» se haya convertido en un insulto venial, en la descripción de una mujer «histérica» y «radical», en una especie de grosería a media voz con la que nadie sabe muy bien cómo lidiar. Y su respuesta siempre es la misma o algo muy parecido:

—Cualquier posición política minoritaria tiende a ser infravalorada, menospreciada y lo que es aún peor, satirizada. Es una reacción natural —me dice de nuevo en tono paciente—. El cambio siempre produce temor y una expresión de ideas políticas que incluye un cambio social, aún más. Cuando un hombre escucha a una mujer ponderar acerca su papel en la cultura y sobre las presiones y límites que sufre, no piensa en empatizar sino que se siente amenazado. Se cuestiona el motivo por el cual debería sentirse responsable sobre ideas sobre las que no tiene control y las cuales heredó sin saber de donde proviene.

—Pero ¿y las mujeres? ¿Qué pasa con todas las mujeres que se burlan y critican al feminismo?
—Ese «rechazo» también se extiende a las mujeres por motivos muy parecidos. La inclusión no es un tema simple: se trata de comprender hasta que punto necesitas reivindicar tu lugar en el mundo y que necesitas para hacerlo.

Sigo sin entender del todo su argumento aunque, por supuesto, sé muy bien sobre qué elementos se sustenta. Nuestra sociedad, hija del positivismo y muy consciente de sus debilidades y dolores, es una mezcla de cinismo con algo más parecido a una toma de conciencia tardía sobre quienes deseamos ser y cómo lograrlo. Y con respecto a la mujer el trayecto es mucho más escarpado y duro: después de todo, hasta hace menos de un siglo las mujeres ocupaban un papel secundario en la sociedad de cualquier país del mundo. La mayoría no podía votar, ejercer derechos económicos, disfrutar de libertad personal o incluso, decidir sobre su cuerpo. Las transformaciones sobre la identidad femenina son data reciente y la mayoría de ellas aún atraviesan una etapa de construcción muy temprana: buena parte de las ideas que promulga la tercera oleada del feminismo se encuentran en pleno debate y forman parte de un imaginario más amplio a nivel cultural de lo que podemos sospechar. Pero, ¿es suficiente esa justificación para la actitud ambivalente y la mayoría de las veces crítica que un considerable números de mujeres tienen con respecto al feminismo? Mi amiga piensa que sí.

—La mayoría de las mujeres de esta generación disfrutan del trabajo de feministas aunque no lo sepan —me explica—, disfrutan de independencia personal, económica, profesional. Son individuos que pueden aspirar a una serie de reivindicaciones que serían impensables en otras épocas. Pero para las mujeres actuales esa idea es poco menos que brumosa.
—En otras palabras, denigran del feminismo al mismo tiempo que disfrutan sus victorias —protesto. Mi amiga suelta una carcajada amable.
—Suena tramposo pero en realidad se trata de movimientos históricos naturales: todos somos herederos de una serie de reivindicaciones de todo tipo que son frutos de procesos sociales y culturales en los que no participamos y que ahora mismo podríamos criticar. La revolución francesa e industrial, el academicismo… hay una serie de ideas que se construyen sobre los escombros de otras. Y disfrutamos de sus consecuencias.
—¿Y qué ocurre con el feminismo?
—Se trata que aún hay muchísimos mitos, prejuicios y distorsiones sobre lo que una feminista es… y sobre la mujer en general —me explica— lo que quiere decir que como toda vanguardia histórica de data reciente, aún está en plena construcción. De manera que de vez en cuando hay que aclarar, ordenar y sobre todo, ofrecer ideas concretas sobre lo que el feminismo es y puede ser. Una forma de elaborar planteamientos específicos sobre el tema.

Me preocupó la perspectiva. ¿A casi la tercera década del siglo XXI y todavía es necesario aclarar lo necesario que es un movimiento inclusivo que intente reducir la desigualdad entre géneros? La pregunta tiene cierto tono remilgado e incluso romántico y me molesta formularla en voz alta. Pero aún así, me permite aclarar lo que pienso sobre el tema. Comprender los alcances de esa inquietud que me provoca el rechazo que suscita el feminismo, como concepto y movimiento. De manera que comencé a cuestionarme sobre lo que cualquiera debería saber sobre el feminismo y más allá de eso, aclarar los mitos más comunes que acarrea el término.

¿Y cuáles podrían ser esas ideas erróneas, los puntos de vistas más insustanciales y las opiniones más sin sentido sobre el feminismo? Quizás las siguientes:

* Una mujer que es feminista es casi lo mismo que un machista o en otras palabras, el feminismo es «machismo al revés»
Hace unos meses, un conocido escribió en su timeline de Twitter que el «feminismo y el machismo» habían causado el «mismo daño» en la historia occidental. La expresión me sorprendió —y, lo admito, me enfureció— aunque no tanto como el hecho que insistiera en que «la actitud de las mujeres refuerza la idea del machismo». Luego de sostener un corto debate público, admitió que más que el feminismo lo que parecía irritarle era la actitud de algunas feministas. Cuando le hice preguntas sobre el feminismo como el movimiento político y su conocimiento sobre sus repercusiones e implicaciones, dejó de responder.

La idea es muy común y se basa esencialmente en el desconocimiento sobre lo que puede ser —o no— el feminismo y el machismo. Sobre todo, cuando la mayoría de las percepciones sobre el tema provienen de fuentes incompletas, erróneas y con frecuencia, burlonas. Pero más allá de eso, se trata además la manera más simple en que puede desvirtuarse lo que es el feminismo como expresión político a todo derecho. Resulta mucho más sencillo criticar a un movimiento que nace de la reacción o que incluso, no es otra cosa que el extremo contrario de lo que intenta enfrentar que analizar desde un punto de vista concreto sus alcances y sus logros. Una forma de reducir su importancia y sobre todo, banalizar su objetivo.

Y claro está el feminismo, con toda su carga cultural basada en ideas polémicas y que contradicen la mayoría de las veces el concepto de normalidad más corriente, es mucho más vulnerable a este tipo de ataques. Más de una vez, he leído y escuchado opiniones que tildan al feminismo como un «peligroso y radical» aunque no se extienden en detallar las razones por lo que le consideran de ese modo. Una actitud que banaliza la percepción sobre un movimiento social nacido por necesidad histórica y sobre todo, lo reducen a una visión muy simple de lo que puede ser.

Sólo para aclarar: el feminismo «no es machismo al revés». En realidad, el feminismo es un movimiento político y social que aboga por la inclusión legal y cultural sin distingo de género. El feminismo además, es una también reflexión sobre los problemas que acarrea la discriminación y el prejuicio, pero sobre todo una visión sobre la necesidad que cualquier hombre o mujer tengan los mismos derechos y deberes como individuo.

El machismo, por otro lado, es una «actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres» según la definición de la Real Academia Española, pero también se trata de una conducta de menosprecio de género. El machismo no se reduce solo al sexo femenino o a la actitud del hombre sobre la mujer: como conducta social, abarca temas sensibles como la discriminación de minorías sexodiversas, así como también, ejerce presión social y cultural sobre el comportamiento masculino. En otras palabras, un hombre puede ser tan víctima del machismo como una mujer y padecer las mismas consecuencias sociales que conlleva.

De manera que que pensar que el feminismo es es el otro extremo del machismo, no sólo equipara percepciones distintas de origen sobre el género sino que además, se trata de un error conceptual considerable.

* Gorda, bigotuda y feminazi:
Hace unos dos años, acudí a cita de trabajo con un cliente a quien no conocía. Nada más estrechar manos me dedicó una mirada sorprendida y un poco confusa.
—La imaginaba distinta —me explicó cuando le pregunté que ocurría.
—¿Distinta cómo? —pregunté un poco nerviosa. Se encogió de hombros.
—Como usted habla de feminismo, pensé era más… masculina.
No supe qué responder al comentario, entre sorprendida y desconcertada. El futuro cliente se apresuró a explicarme que había googleado mi nombre y la búsqueda había arrojado una serie de artículos sobre el feminismo. Intenté conservar la calma, mientras el desconocido me explicaba con torpeza la impresión que le había provocado mis opiniones públicas.
—Creí que… bueno, que usted sería de esas mujeres… desagradables.

Por supuesto, no es la primera vez que escucho un comentario semejante. De hecho, es uno de los más frecuentes con lo que una mujer que milite en el feminismo puede encontrarse. Desde insultos poco disimulados como el tuit que menciono más arriba hasta conversaciones incómodas como la anterior, una considerable cantidad de personas están convencidas que la defensa de los derechos femeninos te masculiniza o la mayoría de las veces, te convierte en un estereotipo que no es otra cosa que una caricatura cultural sobre lo que la mujer feminista puede ser. Una percepción burlona muy extendida sobre la personalidad y aspecto físico de una mujer que expresa ideas que contradicen planteamientos culturales muy específicos.

No, una feminista no es una mujer de aspecto masculino. Puede serlo si lo desea, pero lo que hace a una feminista serlo es su consciente activismo sobre causas concretas o su apoyo a ideas políticas relacionadas con el tema. Una feminista no tiene un aspecto físico específico y de hecho, no tiene importancia como luzca: lo esencial es su compromiso en la defensa con las ideas que promulga el movimiento. Una feminista puede llevar falda corta y escote y defender el derecho a verse como le plazca sin tener que sentirse amenazada. Una feminista puede llevar pantalones de corte masculino y debatir sobre ideas que afecten su capacidad para concebir y los derechos sobre su cuerpo. Una feminista puede ser delgada, con sobrepeso, de piel blanca o morena, ser joven o vieja. Porque el feminismo no condena, proclama o apoya la necesidad de lucir de alguna manera para apoyar un sistema de ideas basadas en la igualdad de género.

En una ocasión leí que la percepción de la feminista como «masculinizada» provenía de la Revolución Francesa, donde mujeres como Mary Wollstonecraft insistieron en la necesidad de analizar los derechos de hombres y mujeres por igualdad. Sus ideas fueron consideradas «masculinas» por contradecir lo que solía asumirse la pasividad del sexo femenino y por años, Mary execrada y marginada por continuar insistiendo sobre ellas. De hecho, durante siglos se masculinizó —y por los mismos motivos— a la mujer que sostiene y defiende ideas que no se consideran propias de su sexo. Una idea que perdura en mayor o menor medida hasta nuestra época.

¿Hay feministas que llevan pantalones y no desean usar maquillaje? Por supuesto: y también las que expresan su punto de vista sobre la moda, estilo y la estética de acuerdo a su preferencia. Lo realmente valioso en todo discurso político es la percepción de lo esencial de las ideas que promueve y el feminismo no es la excepción.

En cuanto a la palabra «feminazi» —tan de moda durante la última década— se trata de confusión de un término confuso creado en 1990 por el locutor conservador Rush Limbaugh, donde se mezcla el feminismo con algunas connotaciones sobre el «nazismo», en un intento de resumir ambas ideas en un planeamiento que pudiera achacar al feminismo de «radical» y «violento». Limbaugh lo utilizó para señalar a las mujeres que exigían el derecho al aborto y equiparó sus exigencias a las prácticas de control de la natalidad que ejerció el nazismo sobre sus regimen de terror. Con el transcurrir del tiempo, la palabra se volvió parte de los términos que se utilizan para ridiculizar y minimizar el impacto ideológico del feminismo.

* La culpa la tiene el «hembrismo»
La primera vez que escuché el término me lo lanzó a la cara alguien con quien discutía. Me acusó de insistir en ideas que proclamaban la supremacía de la mujer sobre el hombre y sobre todo, en «atacar a la masculinidad» con supuestas reivindicaciones innecesarias. Luego esgrimió la palabra para resumir su malestar e incomodidad sobre las ideas que aluden a la igualdad de género.

—Que una mujer se crea igual que un hombre es «hembrismo» —me explicó tajante—. Eso es el machismo, pero la versión femenina.
Me quedé callada, tratando de asimilar el término y además, encajarlo en medio de la discusión que sosteníamos, en la cual debatíamos sobre el derecho al aborto, la pastilla anticonceptiva y el maltrato masculino. Cuando le pedí me hablara sobre los orígenes del supuesto movimiento, se encogió de hombros.
—Como feminista lo debes saber.

Pues no, no lo sabía. Más tarde dediqué horas a investigar y encontré que el «Hembrismo» no es otra cosa que un término que se suele usar para definir al feminismo radical y que no tiene en realidad otro origen que la cultura popular. Para la periodista Monserrat Barba, autora del artículo «“Hembrismo” y “feminazismo”, dos conceptos del machismo», el término no es otra cosa que otra forma de ridiculizar las posiciones feministas y así sostener la idea que cualquier exigencia de inclusión es una muestra de fanatismo. La palabra «hembrismo» además alude justamente a una idea que contradice cualquier idea feminista: la búsqueda de equidad.

* Esas mujeres radicales e histéricas:
Sí, hay militantes del feminismo mucho más radicales que otras y lo son, por los mismos motivos por los cuales hay seguidores de partidos políticos e ideologías extremos: la forma como se postula una idea puede ser personal y de hecho, muchas veces lo es. No obstante, la radicalización de medios e instrumentos para la difusión de ideas feministas, no define al movimiento en sí sino que expresa su capacidad para ser percibido de muchas formas distintas. Por el mismo motivo, soy una feminista que ha asistido en muy pocas ocasiones a manifestaciones públicas y que basa su actividad política en la difusión de reflexiones y consideraciones sobre los temas de reflexión que creo importantes sean parte de la discusión sobre género. Mi apoyo consiste en crear las condiciones teóricas y académicas necesarias para el debate de ideas y sobre todo, facilitar conclusiones al respecto. ¿Me hace eso mucho «menos» feminista que un miembro del grupo ucraniano de feminismo radical Feme? No lo creo. De la misma forma que tampoco podría decir que el feminismo se define sólo a través de sus rasgos más extremos.

Existe además, una percepción sobre el «feminismo radical» que abre un tipo de debate mucho más profundo sobre el particular: ¿Cómo se define lo «radical» en la lucha por la obtención de derechos? ¿Manifestaciones callejeras ruidosas, desnudos, opiniones críticas, argumentos desafiantes? ¿O se trata del hecho que toda la estructura del feminismo en sí misma una idea que parece apoyarse y desafiar los criterios culturales a través de los cuales se percibe a la mujer? ¿Exigir derechos profesionales, económicos y culturales puede ser considerado un extremo? ¿Hacerlo a través de los medios políticos a la alcance de cualquier militante puede ser considerado una forma de radicalización? Se trata de cuestionamientos válidos que invitan no sólo al debate sino también, al análisis de lo que el feminismo puede ser.

* El juego de citas y la seducción, ¿enemigos del feminismo?
Una vez, un amigo me insistió que lo que más le molestaba del feminismo era que su novia ahora intentara «pagar su café» cuando deseaba «obsequiarla» con «gesto caballeroso». Cuando le pregunté muy asombrada que tenía que ver el feminismo en eso, me dedicó una mirada furiosa.

—¡Esa idea ridícula que una mujer debe pagar lo que come cuando sale con un hombre o rechazar galanterías! ¡O que no se pueden maquillar ni verse atractivas por el feminismo!

Por más que sea un comentario común, creo que jamás termino de acostumbrarme al hecho que se culpe al feminismo de tantas cosas distintas que poco o nada tienen que ver con sus postulados. Aún peor, el hecho que la mayoría de las acusaciones sean una serie de micromachismo que parece estar en todas partes. Me armé de paciencia.

—El feminismo realmente no se preocupa por los pactos y acuerdos a los que puedan llegar las parejas en sus relaciones —le expliqué— de hecho, el feminismo no se trata sobre el comportamiento entre hombres y mujeres, sino de los derechos a los que pueden aspirar ambos.

—Pero una feminista se ofende cuando le regalas un café o una cena —insistió—. ¿Qué pasa con eso?

Me pregunté si debía hablarle sobre el hecho que la mujer moderna disfruta de una libertad y autonomía económica inédita. Que para la gran mayoría su trabajo y profesión representan en buena medida una forma de triunfo social y que gran parte de las mujeres que conozco, están orgullosas de poder pagar sus gustos y sobre todo, su estilo de vida. Que hay una percepción sobre el tema cada vez más compleja, que se relaciona con la forma como la mujer se percibe así misma. Que no se trata de un menosprecio y mucho menos, una crítica a la caballerosidad, galantería o cualquier concepto análogo sino a una percepción muy concreta sobre lo que la mujer desea y quiere hacer. Una toma de control digamos, sobre aspectos de su vida que hasta hace poco eran difusos e incómodos.

No lo hago. Y me quedo callada porque para la mayoría de los hombres, la percepción sobre la independencia de la mujer es cuando menos confusa. No se trata de machismo o algún prejuicio, sino parte de esa herencia cultural que se hereda y que de alguna forma, aún presiona la forma en que el hombre percibe a la mujer. ¿Es ese punto de vista bueno o malo? En realidad, solo necesita evolucionar, hacerse más concreto, construir una idea más consistente sobre lo que pueden ser las relaciones entre hombres y mujer. De manera que sonrío, aprieto con cariño la mano de mi amigo y le dedico una mirada amable.

—Tú intenta entenderla —le digo entonces—, llegará un punto que quizás gracias a eso, se entiendan mejor entre sí.

* El patriarcado tiene la culpa
La tiene, claro. Y no es una excusa filosófica enrevesada que las «feminazis» utilizan para justificar su «victimismo». Durante casi nueve siglos, la cultura y sociedad del mundo se comprendió a través de lo masculino: No sólo las leyes, sino todo el entramado social, el arte y la dinámica familiar del mundo occidental se rigió a través de ideas donde la figura del hombre se privilegiaba sobre la femenina. Por buena parte de nuestra historia como civilización la organización social se ejerció a través de la autoridad del Pater Familia. ¿La consecuencia? Parte de la percepción secundaria, anónima y prejuiciada con que se tiene sobre la mujer proviene de esa herencia histórica.

La segunda ola del feminismo —ocurrida en los años sesenta y que tuvo como resultados derechos individuales inéditos para la mujer— insistió en que debía desmontarse patriarcado histórico, en otras palabras la dominación y supeditación ancestral de la mujer al hombre. El feminismo actual también aboga por la mismas ideas: lucha contra la dominación de la sexualidad femenina, intenta evitar la objetivación y relegamiento de las mujeres al hogar, difunde la necesidad de otorgar a las mujeres espacio y relevancia pública. La ideas feministas abarcan desde lo sencillo hasta agresivo de esa percepción de superioridad masculina que afecta los derechos legales y culturales de la mujer alrededor del mundo: se manifiesta en contra de ideas específicas como la ablación, el burka hasta alcanzar argumentos más sutiles como el desprecio por lo que puede definir a la mujer (todas las construcciones culturales del universo femenino) y su infravaloración como formas de expresión en pleno derecho. De manera que sí, el patriarcado tiene la culpa y es uno de los puntos álgidos en la lucha política del feminismo.

* ¿Qué es eso de «empoderada»? ¿Se trata de alguna otra cosa feminista que nadie entiende?
No, se trata de un proceso natural de toma de conciencia sobre los derechos y deberes —poder, sin más ni menos— que posee o puede ejercer un colectivo o una persona, con frecuencia menospreciado por una situación de exclusión. Una mujer «empoderada» es una mujer que sabe con exactitud el valor de sus capacidades y cómo asumir un rol mucho más activo en la defensa de sus ideales, compromisos personales y principios. En otras palabras, una mujer empoderada es una mujer inteligente y talentosa que sabe que lo es y disfruta siéndolo.

En una ocasión, alguien me insistió que ninguna mujer debería ser feminista porque es una «forma de insulto» a su identidad femenina. Pienso a veces en esa frase cuando redacto artículos sobre el derechos de la mujer, mientras participo con mis ideas y mi punto de vista sobre nuevos escenarios que incluyan a la inclusión y equidad como un tema de enorme relevancia, cuando me enfrento a la exclusión y discriminación de todas las maneras que puedo. Y creo que es justamente esa percepción sobre la normalidad trastocada e «insultada» lo que me anima a continuar luchando como lo hago. Lo que me inspira a continuar. Una pequeña batalla diaria, una forma novedosa de comprenderme a mí misma.

Una nueva forma de celebrar mi identidad.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Cinco películas para comprender la figura de la bruja en el cine.





A estas alturas, nadie duda que la película “The Witch” del director Robert Eggers es quizás una de las mejores películas de terror de la última década. No sólo se trata de una vuelta de tuerca al género sino además, una renovación del lenguaje fílmico sobre el miedo. No obstante, quizás el mayor logro de la película es abandonar los clichés fílmicos habituales sobre la bruja, la magia y la brujería para crear algo por completo distinto y poderoso. Fiel exponente del terror Folclórico, “The Witch” evita los terrenos habituales del cine de género y bebe en tradiciones judeo cristianas para sostenerse, creando una atmósfera creíble donde la naturaleza — esa agreste, tenebrosa y espesa visión del bosque atávico — se impone sobre la naturaleza.

No hay nada sencillo en una propuesta que se cimienta sobre visiones clásicas sobre el bien y el mal, el horror y la beatitud y sobre todo, esa visión clásica de la bruja como una figura ambigua y la mayoría de las veces aterradora. Con un pulso firme y un manejo de escena que sorprende por su sutileza y poder de evocación, Robert Eggers crea una propuesta que se nutre de todo tipo de símbolos y metáforas hasta construir una reflexión sobre lo que nos asusta — y por qué nos asusta — que sorprende por su solidez. El miedo se transforma entonces en un rasgo, una interpretación de la realidad. Una elaborada percepción sobre lo que nos rodea y su implicación sobre el dolor y la pérdida.

Pero la obra de Eggers no es la primera en meditar sobre la Bruja como elemento simbólico cultural y convertir la tradición que la rodea no sólo en una propuesta filosófica sino en un planteamiento más complejo y extravagante. Durante buena parte de la historia del cine la bruja, la magia y la brujería han sido motivos y elementos recurrentes para comprender no sólo el origen del bien y del mal — en una aproximación humana, elemental y dura — sino también como una expresión elemental sobre esa noción sobre lo desconocido que obsesiona al hombre y al creador. De manera que resulta interesante realizar un recorrido no sólo por la forma como el arquetipo de la bruja ha sido analizado a través del tiempo en la cinematografía mundial sino su repercusión inmediata sobre la figura de la mujer, la forma como comprendemos el bien y el mal y más allá de eso, ese concepto tan abstracto y en ocasiones ambiguo que con tanta inocencia llamamos misterio.

¿Y cuales son las películas que han marcado hito sobre el tema de la bruja y la brujería? Quizás las siguientes:

* Häxan:la brujería a través de los tiempos de Benjamin Christensen (1922)
Es quizás la película más antigua de todas sobre el tema y con toda seguridad, también la que más analizó la figura de la bruja y la brujería desde una perspectiva pseudocientífica. Obsesionado no sólo con las leyendas populares sino también con el célebre Malleus Maleficarum, Christensen creó un estudio visual sobre la superstición, el temor y la ignorancia que llevó a la histeria de la cacería de brujas en la Europa Medieval y además, construyó el mito de la bruja tal y como lo conocemos en la actualidad.

Filmada como un documental a pesar de sus largas secuencias dramatizadas, la película es también una crítica a la interpretación de la figura de la mujer durante el medioevo y un meditado punto de vista sobre el uso del poder como herramienta de terror. Aún en la actualidad, la película por su minuciosa recreación de la Edad Media (Christensen se asesoró con historiadores y escritores para crear una atmósfera creíble y lo logró) y sigue siendo considerada la película muda escandinava más costosa de la historia. Para el momento de su filmación, Christensen invirtió casi dos millones de coronas suecas (unos 900 mil euros actuales) en la producción, una cifra inédita en el país e incluso en el continente Europeo, donde aún se seguía considerando al cine un arte menor. Un suma que Christensen jamás pudo recuperar en ganancias reales por la distribución y proyección de su obra: A pesar que fue aclamada por el público de Dinamarca y Suecia, Häxan fue censurada en la mayoría de los países del continente, por considerarse una representación gráfica y escandalosa de la tortura, la desnudez y la perversión sexual.

* Andrei Rublev de Andrei Tarkovski (1966)
Con tinte biográfico, Andrei Rublev es una recreación sobre la vida y obra del pintor Ruso del siglo XV, que atraviesa la Rusia medieval en medio de dolores y sobre todo, asombrosas experiencias místicas que alimentan su divina devoción. Rublev, que además de uno de los más renombrados pintores de iconos de su época también fue considerado un modelo de Santidad, es también testigo de excepción de las tentaciones que hieren a su tierra natal, encarnadas en la figura de la bruja. Por ese motivo, Tarkovski recurre a todo su talento visual para crear uno de las recreaciones más verosímiles e impactantes de un aquelarre en medio de un bosque. Como la contradicción exacta a la bondad y pureza de Rublev, Tarkovski crea una escena de puro libertinaje cuya mayor trascendencia consiste en simbolizar una rebelión salvaje contra un sistema cruel que no agrede e infravalora al individuo. Sin caer en maniqueísmos habituales, Tarkovsky brinda a la brujería una simbología específica: esa meditada decisión de enfrentar al poder a través de lo visceral, lo violento y lo doloroso.

Tal vez por ese motivo y a pesar que no se trata de una película sobre la brujería, Andrei Rublev parece resumir la interpretación de la magia y la figura de la bruja como una metáfora sobre el bien y el mal, su influencia sobre la visión del hombre acerca de lo que le rodea y más allá de eso, una fábula espiritual sobre el poder del misterio. Se trata de una película sencilla que maneja cuestiones morales, humanas y estéticas muy complejas, de allí su valor al momento de elaborar un concepto muy concreto sobre lo que la magia — comprendida en esta ocasión como un reflejo del alma humana — puede ser. Rublev como personaje, nunca se explica así mismo: el director insiste en mostrarlo como una representación cardinal de todo lo que el hombre puede ser a través del bien y el mal. Resulta por tanto inevitable que Rublev, deambule entre símbolos para asumir el peso esencial de su obra y visión y elabore una conclusión esencial sobre los espacios interiores de nuestra mente y espíritu que elaboran nuestra concepción sobre nuestra visión del mundo que nos rodea.

* El árbol de enebro de Nietzchka Keene (1990)
La película es una pequeña joya del simbolismo y la recreación de la metáfora como elemento primordial para la comprensión del espíritu humano. Protagonizada por una jovencísima Björk, la película se analiza así misma desde una distancia prudencial: nada es lo que parece en este trayecto existencialista que recorre el arquetipo de la bruja buena y mala a través de una concepción nihilista sobre la moral. Con una inteligente visión narrativa, Keene se hace preguntas sobre la profundidad del poder que se ejerce a partir del deseo, la voluntad y la promesa. Analiza las relaciones de poder entre la figura de la bruja tradicional — encarnada por una Madre que jamás vemos y quien fue asesinada al comienzo de la historia — y su percepción como elemento de dominación. Resulta desconcertante la manera como la historia se desenvuelve a través de esa noción de la bruja como seductora y también, como doncella confusa en busca de su redención. Entre ambas cosas, la película se sostiene gracias a un inteligente uso de los recursos visuales — largos planos secuencia que muestran paisajes desolados, primeros planos en el que el rostro de la bruja es un reflejo exámine de lo que le rodea — pero sobre todo, por una tensión que se sostiene en el silencio. Una concepción ancestral y primitiva sobre el poder y sobre todo, una búsqueda de respuestas que jamás llega a cristalizarse. Quizás el acercamiento más poderoso al arquetipo original de las hermanas mágicas que se ha filmado hasta la fecha.

* Los creyentes de John Schlesinger (1987)
A pesar de su aparente tono de película policíaca al uso, “Los Creyentes” es en realidad una búsqueda muy meditada sobre el terror, el origen de lo que asumimos por creencia y sobre todo, la capacidad del hombre moderno para comprender ideas ancestrales como lo son la fe y el miedo. El guión maneja todo tipo de clichés de películas al uso, pero también analiza a profundidad los mecanismos que hacen posible que la idea de la magia aún mantenga cierta influencia sobre la psiquis colectiva. Y es quizás esa combinación de tono tradicional y un análisis más enrevesado sobre lo que la magia y lo desconocido pueden significar, lo que crea el ambiente malsano y extravagante que sostiene el metraje entero. A pesar que el director Schlesinger no maneja con suficiente habilidad las rápidas transiciones entre las típicas concesiones del género — los estereotipos y los lugares comunes de la película amenazan su solidez — hay una cierta conciencia sobre esa comprensión de lo oculto como una parte intrínseca de la psiquis humana. Una y otra vez, el argumento elabora ideas consistentes sobre la influencia de lo que tememos — o mejor dicho, lo que nos infunde miedo — para crear una atmósfera malsana e inquietante que la película conserva hasta su inesperado final. Poco conocida y confundida entre cientos de propuestas parecidas, “Los Creyentes” tiene la osadía de cuestionarse a sí misma y su endeble entramado de símbolos. Todo un acierto que le brinda una inesperada honestidad.

* La bruja de Blair de Eduardo Sánchez y Daniel Myrick (1999)
La figura de la bruja entra de lleno al siglo de la tecnología y lo hace a través de una propuesta mínima que medita sobre el origen del miedo, el mal y la superstición. Pionera en el género del Found Footage, “La Bruja de Blair” analiza a la bruja desde su vertiente más tenebrosa. La interpretación atávica de la figura tenebrosa y despiadada crea no sólo una percepción sobre el mal originario sino además, se mezcla con toda una serie de mitos y reinterpretaciones del dolor, la amenaza y el peligro del horror. Hay un ingrediente crudo y directo en esta sencilla alegoría al terror ciego, al que provoca las manifestaciones de lo sobrenatural que no podemos ver sino tampoco, comprender. Con el sencillo recurso de la grabación de vídeo, Sanchez y Myrick lograron replantear el terror desde lo básico. La bruja — o mejor dicho, lo que creemos sobre ella — parece sólo la excusa para una puesta en escena cruda y original. La película avanza a medida que el terror se hace más instintivo y primitivo: los protagonistas intentan defenderse de una fuerza de la naturaleza invisible, que lo acosa y por último, atacará sin que puedan evitarlo. Las escenas se desdibujan en la oscuridad, mientras las víctimas atraviesan un bosque en sombras entre gritos y llantos. Es entonces cuando la película se convierte en un profunda metáfora sobre lo que nos atemoriza o mejor dicho, lo que crea una noción sobre el miedo más allá de toda sofisticación. La oscuridad en contra de la luz, el triunfo del terror en estado puro y al final y la trama cinematográfica como ritual.

Se trata por supuesto de una lista corta, que no incluye otras tantas recreaciones del tema pero que quizás, puede resumir la percepción que el cine y el arte en general suele tener sobre la bruja y la brujería. Ese temor a la pérdida del control intelectual y moral que tanto parece temer nuestra cultura pero sobre todo, el cuestionamiento sobre lo que consideramos el bien y el mal que simboliza un tipo de miedo ancestral y poderoso. Un símbolo primitivo de nuestra visión sobre la realidad.

martes, 24 de mayo de 2016

De pequeños dolores culturales y otras ideas: ¿Existe un límite para el Spoilers? Algunas consideraciones sobre tramas arruinadas.




Cuando la película el “Sexto Sentido” del director M. Night Shyamalan se estrenó, faltaban unos años para que llegara el auge de las Redes Sociales, al menos en este lado del continente americano. Aún así, el rumor el giro final de la trama corrió como la pólvora por foros internautas y también a través del tradicional boca a boca. Parecía inevitable hablar de la película sin mencionar ese “elemento” que según todos quienes habían visto la película, era indispensable para comprenderla. Mucho antes que el film se estrenara en los cines de mi país, ya tenía una idea bastante clara que el director M. Night Shyamalan iba a intentar no sólo “asombrarme” sino que ese particular giro argumental que todos anticipaban era quizás, la esencia de la película. Como cualquier otro cinéfilo, deseaba disfrutar del espectáculo sin que nadie me arruinara la sorpresa.

No lo logré. Faltaba un par de días para sentarme en la butaca del cine, cuando un amigo me contó lo que ocurría en la mentada escena final de la película. Antes que pudiera detenerlo, detalló lo mejor que pudo la secuencia, agregando además su opinión sobre cómo afectaba el argumento y la historia que narraba el film el súbito cambio de perspectiva argumental. Lo escuché incrédula, enfurecida y dolida.

— ¡No la he visto! — protesté también, muy ofendida — ¿Cómo se te ocurre contar el final?

Mi amigo miró a todos con una sincera sorpresa. Pero más allá de eso, pareció desconcertado por el hecho que yo esperara mantuviera la discreción sobre un asunto que no sólo era de conocimiento público, sino que también se había convertido en un suceso cultural de considerable importancia. La película había roto récords de taquilla y era celebrada como una obra Maestra del terror, lo que la había convertido en tema de conversación recurrente en buena parte del mundo.

— Tiene más de tres semanas estrenada en varios países — respondió — ¿Cuanto tiempo tengo que esperar para hacer algún comentario sobre la película?

La verdad, su pregunta me tomó desprevenida. Hasta el momento, no me había detenido a pensar en el hecho que aunque para mi se tratara de una novedad, el hecho real era que gran parte del público mundial había disfrutado ya de la película. De hecho, se hablaba de ella en la mayor parte de las revistas de espectáculos alrededor del mundo y en algunas páginas de internet — por entonces, un logro bastante considerable — lo que había convertido su “secreto” en parte del comentario cotidiano con respecto a la historia que narraba. Mi amigo me dedicó una mirada traviesa.

— La única forma en que no sepas que ocurre en la película es que te escondieras debajo de la tierra hasta que pase el furor — comentó sin disculparse — así que tienes que aceptarlo: sólo podrás escapar de un suceso mundial ocultándote de él.

Recuerdo esa anécdota mientras leo las furiosas protestas de espectadores de todo el mundo, por los llamados “spoilers” que suelen desbordar las Redes Sociales acerca de la trama del fenómeno televisivo Game Of Thrones. La mayoría se queja del hábito de buena parte del público de comentar lo ocurrido en el capítulo que recién termina sin preocuparse por la considerable porción de seguidores de la serie que aún no disfruta de la historia. No obstante, la discusión y la conversación sobre los detalles de la trama que apenas acaban de descubrir continúa siendo uno de los placeres culposos que gran parte de la audiencia disfruta. Para la mayoría se trata de un hábito social tan natural como espontáneo: una especie de tertulia Universal sobre no sólo lo que acontece en la historia sino la percepción personal sobre el tema. La conclusión necesaria a una rutina nocturna y mediática.

Por supuesto, se trata del reflejo de ese cambio sutil pero definitivo que sufrió la manera en que nos comunicamos con la llegada de las Redes Sociales. Ya no se trata de esa discreción debida — solidaridad de espectador, leí en una oportunidad — sino en el hecho de asumir que la Red Social es el espacio ideal para el debate de las ideas de cualquier naturaleza y origen. Un intercambio de ideas egocéntrico y venial que no se detiene en el análisis de las consecuencias o incluso las implicaciones que puede tener para el probable — y siempre hipotético — lector. Por ese motivo, resulta improbable que una nueva generación de espectadores acostumbrados a la inmediatez de las Redes sociales, pueda considerar la idea de evitar comentarios sobre cualquier espectáculo que acaba de disfrutar por el sólo hecho de respetar sensibilidades de un interlocutor invisible. O lo que es lo mismo, vivimos en una época ególatra, infantil y aficionada al debate público ¿Realmente es posible evitar la discusión global sobre temas de interés general?

***

El spoiler consiste en develar una parte importante de alguna trama televisiva, cinematográfica e incluso literaria al público en general, antes que la mayoría del público que consume la información haya tenido acceso al material. Una percepción lo suficientemente abstracta como para que no exista una una idea clara sobre cuál es el momento ideal para revelar lo que ocurre en un fenómeno de masas como lo es una serie o película de moda sin herir de susceptibilidades. Además, el spoiler suele tener una intención malintencionada que la convierte en una especie de “arma de terrorismo cultural” y que no es otra cosa que ese ataque consciente y directo al derecho del otro disfrutar un espectáculo público bajo sus propios términos.

— El “spoilers” en realidad no es cosa nueva — me explica J., comunicador social y suele ser de los primeros en acudir a las redes sociales para comentar películas y series sin decoro alguno — sólo que ahora la resonancia de la información es incalculable. Antes se trataba de un comentario y discusiones personales. Ahora la repercusión se basa en herramientas inmediatas de alcance mundial. ¿Cómo cambia eso la forma como te comunicas? ¿Las costumbres del espectador?

Hace unos años, leí que Alfred Hitchcock había inventado el concepto del Spoiler durante el estreno de su obra clásica “Psicosis” . El director, en un claro golpe de efecto llenó los cines donde se proyectaría la película con carteles que exigían al espectador llegar a la hora justa para “no perderse de lo mejor”. La expectativa que creó el anuncio no sólo cambió el por entonces muy norteamericano hábito de llegar al cine un poco después del comienzo de la función sino la forma como el público se relacionaba con la trama. Los rumores sobre la “sorpresa” de Alfred Hitchcock — y el hecho que nadie deseaba perdersela o que alguien pudiera arruinarla— convirtió la película en un fenómeno mundial. Una magistral comprensión de Hitchcock sobre la relevancia del secreto — y su pertinencia — y cuando impacto puede tener en el público que disfruta y consume cualquier tipo de arte.

Pero tal vez se trate de algo más relacionado con el furor que suele provocar cualquier producto artístico. Se cuenta que en la Francia pre Revolucionaria había grupos de lecturas clandestinos en los cuales los miembros intercambiaban libros lujuriosos antes que cualquiera pudiera leerlos. La expectativa y sobre todo, la necesidad de disfrutar antes que nadie de la historia hacía que incluso se pagaran altísimas sumas de dinero por la exclusividad de esa primera y anhelada lectura. Unas décadas después, estos grupos secretos continuaron prosperando a la sombra del país en la República, conservando el hermetismo y la insistencia en la novedad. De hecho el único motivo para ser expulsado de cualquiera de ellos, era revelar el secreto — o los secretos — que pudiera contener algún libro. Un primer atisbo de esa insistencia en la primicia cultural cuyos restos aún conservamos en la actualidad.

No obstante, el cine llevo esa noción de la “mordaza cultural” a otro nivel. Sobre todo, a partir de la década de 1980 cuando la saga Star Wars logró concentrar su éxito en un golpe de efecto que aún se recuerda como uno de los más importantes del cine. Y es que ese “Luke, soy tu padre” transformó el secreto narrativo en algo más trascendental que una mera giro argumental. Y aprovechó el tirón que provocó la necesidad de consumir el producto integro en una forma de asegurar la rentabilidad comercial. Como Hitchcock, el director y guionista George Lucas encontró en la sorpresa — y en todas las maneras con las que puede protegerse — una manera de asegurar el interés para su producto cinematográfico.

Pero no todo es tan pragmático. Hay un elemento emocional en juego en la idea de contar — o no — los pormenores de un codiciado producto artístico. Y aunque “El Imperio Contraataca” definió y marcó los límites de lo que actualmente se conoce como Spoiler, también abrió un jugoso debate sobre cierta responsabilidad moral de un espectador con respecto al otro que resurge de vez en cuando, sobre todo en épocas de acontecimientos culturales de relevancia como el estreno de una película muy esperada, un libro clave dentro de una saga literaria o la conclusión de algún programa televisivo. El Spoiler parece basarse en alguna regla no escrita sobre el respeto al prójimo comunicacional y el derecho del cual dispone para disfrutar a plenitud de una experiencia en concreto.

— ¡Pero es que ya no existen sorpresas! — insiste J., luego de lidiar de nuevo con el malestar que provoca en algunos de sus seguidores en Twitter sus comentarios sobre el capítulo más reciente de la serie Game Of Thrones — no puedes esperar que un fenómeno mundial que se transmite a la vez en casi todos los países del mundo no tenga repercusión en las Redes Sociales. O que cualquiera deba esperar días para compartir sus puntos de vista sobre una película o su programa parecido ¡Eso es absurdo!

En parte tiene razón, pienso un poco después, cuando realiza una búsqueda sencilla en Twitter, en la que intento buscar información sobre la serie del canal por cable HBO. Me sorprende no sólo la manera como la información fluye sino también, la forma como el debate posterior a cada capítulo se ha convertido en una costumbre aceptada por buena parte de los espectadores. ¿Cual es el lapso suficiente que debería aguardar cualquiera para participar en un hábito social de tal magnitud? ¿Realmente es posible contener un efecto multitudinario como es el debate público sobre un producto disfrutable y una envergadura semejante?
Lo cual nos lleva por supuesto, a una pregunta inmediata: ¿Existe ese derecho difuso y la mayoría de las veces ambiguo sobre “guardar el secreto” sobre un hecho público? Hace poco, leía un debate un foro de Reddit, donde varios usuarios intentan establecer el tiempo justo en que un spoiler lo es. ¿Horas? ¿Días semanas? ¿Depende de la accesibilidad de medios del público? ¿Hasta que punto esa discreción no es también una forma de censura? Después de todo, se trata del hecho que incluso si asumimos la responsabilidad difusa de no contar el contenido sensible de cualquier producto cultural, la información continúa existiendo al margen de nuestra opinión al respecto. En otras palabras, siempre habrá la posibilidad que alguien tropiece con la información incluso tomando todo tipo de precauciones. Porque el hecho es que el problema no es el tiempo en que se difunde la información — que es un elemento dentro del planteamiento — sino las cientos de vías a través de la cual se puede filtrar la información y que no depende del esfuerzo individual para mantenerse en secreto.

Hace poco, la actriz  Jennifer Lawrence contaba entre risas que aprendió que el spoilers es una invención sin sentido cuando le revelaron el final de la tercera temporada de la serie “Homeland” a la cual es aficionada. Por meses, había evitado cualquier noticia al respecto y lo había logrado con cierto éxito, hasta que un pariente le detalló el final en una conversación espontánea. “No lo podía creer pero comprendí que obviamente era cuestión de tiempo. Fue mi culpa por no llevarla al día” declaró después. Lo cual parece reflejar esa visión sobre el spoiler más relacionada con la precaución del espectador que desea disfrutar de la sorpresa de la película o serie favorita y no por la actuación de un sistema que intente favorecerlo.

Poco después del estreno de la Séptima película de la saga “Star Wars”, los fanáticos de la franquicia tomaron las redes sociales y foros de Internet para debatir cuál era el tiempo “justo” para comentar y debatir sobre el reciente estreno. Luego de sufrir lo que sin duda fue la peor campaña de memes y filtraciones que haya sufrido película alguna, los seguidores de la obra de Lucas llegaron a un acuerdo sobre dejar pasar “al menos cuatro días” para comentar en Redes Sociales sobre la película. Claro está, la reacción de la mayoría de los espectadores sobre el tema demostró de nuevo lo inútil que resulta cualquier intento de contener el eco comunicacional que puede producir un evento cultural de tal magnitud: Incluso días antes del estreno de la película, ya las redes se encontraban inundadas de imágenes y pistas sobre los puntos argumentales más importantes. De nuevo, se trató de un tema sobre la accesibilidad — y el derecho del otro a compartir lo que le plazca en u espacio virtual — y en la manera como lo compartimos.

Se trata de un fenómeno irremediable: los medios de comunicación actuales están construidos y diseñados para reaccionar de inmediato y de manera muy pública, a lo que ocurre en el mundo. Se trata de una reacción aprendida y sobre todo natural, en medio de una herramienta de comunicación basada en su capacidad para difundir ideas personales al público en general, sin ningún intermediario. No es probable que un fanático entusiasta espere por horas o incluso días para expresar su entusiasmo sobre lo que acaba de ver. Y la pregunta que inevitablemente surge es si debe exigirse lo haga. Se trata además de una idea que tiene cientos de implicaciones abstractas: ¿Cuánto debe esperar cualquiera para comentar como le plazca sin herir susceptibilidades? ¿Quién diseña un sistema infalible que pueda proteger al usuario eventual de posibles filtraciones?

La idea del Spoiler además juega en contra de ese elemento tan necesario para los medios de comunicación como es la exclusiva. Apenas unas horas después de haberse revelado un importante giro de la Trama de Game Of Thrones, la revista Entertainment Weekly compartió via Twitter la portada de su revista de la semana: en ella aparecía el actor que encarna a uno de los personajes en la serie, anunciando a quien quisiera leerlo la revelación más importante de cualquier fanático. ¿Podría haber esperado Entertainment Weekly que la mayoría de los fanáticos mundiales disfrutaran del capítulo a riesgo de perder la exclusiva? Seguramente sí, pero no tenía reales para hacerlo.

Con toda seguridad, el concepto del Spoiler comenzará a desvirtuarse a medida que el espectáculo comercial esté más relacionado de lo que ya está con su éxito en Redes Sociales. Y es que a pesar de todos los intentos de llegar a una conclusión general sobre el tema, la solución para evitar que alguien más dañe la manera como disfrutamos de nuestras películas, series y libros favoritos continuará siendo una sola: Alejarse lo más posible de las Redes Sociales, esa gran conversación en ocasiones mal intencionada, antes de disfrutar de ese anhelado objeto del deseo que tanto apreciamos. Después de todo, me digo mientras tarareo los Main Titles de la serie Game Of Thrones y agradezco disfrutarla casi al mismo tiempo que el resto el mundo, no hay forma de impedir que el entusiasmo infantil que nos despierta la cultura pop se desborde. Llegue a todas partes. Se transforme en un gusto adquirido que compartimos con el resto del mundo.

Una nueva forma de comunidad Universal.