sábado, 9 de julio de 2016

La voz de la Luna Llena y otras historias de Brujería.






Una vez, mi tia L. me dijo que sentía que el Universo palpitaba en su pecho. La miré boquiabierta, intentando descubrir entre los pliegues de su ropa alguna estrella perdida o el resplandor púrpura del cielo nocturno. Se rió cuando se lo dije.

- No lo verás. Es por completo invisible.
- ¿Y como sabes que está allí?
- Porque está lleno de pensamientos, emociones y energía. De poder para crear.

Tía L. no era en realidad mi tia, sino una de las amigas más queridas de mi madre desde hacia muchos años. Pero para mi, ella era mi pariente lo mismo que compartieramos sangre e historia. La amaba por su corazón audaz, su inteligencia despierta y sobre todo su cualidad misteriosa. Claro que con diez años, no lo pensaba en términos tan complicados: sabía que tia era una mujer formidable y por supuesto, yo quería ser como ella.

Además, tia era bruja, aunque ella no lo sabía y jamás se hubiese llamado así misma de esa manera. Pero tenía el mismo fuego en la piel de las mujeres de mi casa, la misma sabiduría en los ojos, el mismo poder enigmático en las manos abiertas. Tia era escultora: sus mujeres de cuerpos voluptuosos y rostros pulidos, eran un símbolo de algún fragmento brillante y atemporal de su mente. Me encantaba sostenerlas y mirarlas, asombrarme de sus brazos redondeados y sus ojos vacíos. Podía imaginar infinitas historias para cada una de ellas.

- ¿Y por qué dices que eso es el Universo? - pregunté curiosa. Tia me dedicó una de sonrisas misteriosas.
- Porque crear contiene todo lo que haces, lo que sueñas, lo que esperas.

Miré a mi alrededor, preguntándome si se refería a su propia obra. Nos encontrábamos en su pequeño taller, rodeada de una multitud de muñecas de arcilla que parecían mirarnos con sus rostros planos inclinados en la oscuridad hacia la luz. Era una imagen inquietante y bella, más de una vez había tenido la sensación que todas aquellas figuras femeninas tenían vida propia, una personalidad única que tía le imprimía con sus dedos y esa extraña pasión suya por esculpir. Solía sentarse junto a una de las diminutas ventanas del taller y dedicar horas a mezclar, presionar y dar forma a la arcilla. Una y otra vez, sus dedos iban y venían hasta crear una figura real, tan llena de vida que en ocasiones estaba convencida levantaría sus pequeños brazos redondeados y se echaría a bailar. ¿A eso se refería la tia? me pregunté acercándome a uno de los anaqueles. Las muñecas parecían flotar en la oscuridad de la pared de ladrillos, elevarse en un limpio espiral hacia el techo altísimo.

- Pero el Universo es muchas cosas además de lo que hacemos o somos - opiné - Somos...parte de todo eso ¿No?

La verdad, no tenía muy clara sobre lo que podía ser - o no - el Universo o su inmensidad. En una ocasión, mi tio me había llevado al observatorio de mi ciudad y juntos habíamos contemplado la falsa bóveda celeste que se nos venía encima, con sus inmensidad de tela y sus estrellas proyectadas en puntos de luz en apariencia infinitos. Pero yo sabía que el Universo era algo más que eso: solía treparme por la ventana de mi habitación para mirar desde el techo la noche, esa línea en vertical hacia la oscuridad que parecía abrirse en todas direcciones a partir de mí. El cielo ondulante tachonado de estrellas. Había algo majestuoso y aterrorizante en esa distancia infinitesimal, en esa negrura púrpura que parecía contenerlo todo. Acostada sobre sobre las tejas podridas del techo, podía sentir que mi cuerpo se elevaba y se unía a esa nada vacía pero a la vez, repleta de ideas. De las cosas que podía imaginar sobre ella y las que podía temer sobre su silencio.

- No, somos el Universo en realidad - insistió tia. Se sentó detrás de la mesa del torno - ¿No es eso lo que dicen las brujas que te educan?

Solté una carcajada. Aunque tía era buena amiga de mi familia, solía burlarse con frecuencia de nuestras creencias, aunque lo hacia en un tono amistoso y amable que me parecía inofensivo. Mi abuela - la sabia, la bruja - también lo creía. Disfrutaba del humor profano de tía, de su mente despierta y sus largas especulaciones sobre la brujería. Para tía, ninguna creencia podía contener el espíritu humano. Ninguna era otra cosa que un débil reflejo de lo que eramos y soñábamos. Sentía un natural rechazo contra cualquier idea que intentara darle forma a esa abstracción, que se tomara el atrevimiento - como solía decir - de definir la nada, el dolor de la existencia humana. Su mera capacidad para imaginarse a sí misma.

- Celia, ninguna brujería es capaz de explicar el sufrimiento, la belleza, el miedo, el asombro - solía decir, rozando los dedos sobre la biblioteca desordenada de la abuela - ni todos los libros escritos por todas las brujas del mundo pueden comprender lo que somos y lo que esperamos ser. Ese es el error de la brujería.
- La brujería no lo intenta, mi querida. De hecho, te deja todas las respuestas. Te obliga a cuestionarte y meditar sobre el hecho que existas, seas, seas capaz de meditar sobre tus emociones y temores - solía responder mi abuela. O algo muy parecido. Y lo hacia sonriendo. Amaba aquellas discusiones interminables con tia - La brujería no intenta hacer otra cosa que recordarte que la voluntad, la capacidad para construir y destruir, el poder de tu espíritu es la medida del mundo. La frontera que contiene al Universo que te define. La brujería es una búsqueda de respuestas, es una necesidad antigua y remota de encontrar significado a cada pequeño elemento que nos rodea.
- ¿Aunque no lo tenga? - la tia podía ser provocadora. A estas alturas, abuela solía soltar una carcajada.
- Todo lo tiene. Cada cosa que te crea y te sostiene tiene significado.

Recordé esa conversación y otras tantas parecidas mientra miraba a mi tía trabajar sobre el torno, inclinada sobre el trozo de arcilla que modelaba, abstraída por completo del mundo. Sus dedos subían y bajaban muy rápido, creando desde la nada una figura que comenzaba a nacer entre sus manos. Con lentitud, la arcilla cedía a su imaginación y comenzaba a reflejar lo que sea que la tía estaba soñando, ese paisaje extravagante que nacía en algún punto de su mente.

- La abuela lo dice, pero siempre añade que todos somos parte de lo que esperamos ser - expliqué en voz alta, tratando de hacerme escuchar por encima del ras ras del torno - tía, pero el Universo, el de verdad es otra cosa. Es...

Luz, pensé de inmediato. Un horizonte curvo y misterioso que se abría hacia regiones de lo desconocido que a mis diez años, no podía comenzar a abarcar. También era ese silencioso, esa nada a fragmentos que se unían para sostener a la nada. Para elevarse más allá del mundo de las cosas - de todas las que podíamos comprender - hacia el enigma. ¿No nos hacía eso pequeños e insignificantes? ¿No nos convertía en piezas diminutas de un mecanismo extraordinario?

- A eso se le llama "mecánica celeste" - respondió mi tia cuando le dije lo anterior - Galileo Galilei solía decir que todo lo conocido y lo desconocido flotaba sobre una estructura invisible, la música de las esferas invisibles. Esa melodía que podíamos escuchar y traducir como una experiencia sensorial.  Más allá de lo poético que pueda parecer, el Universo no es otra cosa que lo que interpretas de él.

No entendí gran cosa de lo que mi tía me decía, a pesar que había escuchado sobre Galileo y tenía alguna idea que había sido un gran científico de la antigüedad. No obstante, si comprendí lo suficiente de lo que intentaba explicarme para recordar una vieja historia que había leído en alguno de los viejos libros de la Sombras de la Familia.

- Las brujas creemos que el Universo es lo que ocurre detrás de tus párpados cerrados. Esa oscuridad que es tuya y donde están las cosas que piensas - le expliqué. O intenté hacerlo: la verdad no entendía del todo ese concepto - Somos parte de algo que nos une al tiempo que corre y a la luz que te lo muestra. ¿No es parecido a lo que decía el Señor Galilei?

Tía no respondió. Siguió modelado con dedos firmes a la muñeca que nacía de la palma de sus manos. Apretó un poco aquí, se deslizó con un rápido movimiento entre sus hombros recién nacidos, suavizó las líneas de sus caderas voluptuosas. De pronto, el trozo de arcilla había dejado de existir para crear algo más: Una criatura real nacida de ese deseo de mi tía por construir algo a partir de sus ideas. Me maravilló ese proceso tan simple, tan evidente, tan extraño. Crear con el sudor de tu frente y las imágenes que nacían en algún lugar imaginario al que nadie podía mirar a no ser a través de lo que podías construir. Era una idea que asustaba un poco por su poder pero también, te hacia concebir la realidad de otra manera. Con otro peso y belleza.

- El Universo es todo lo que eres capaz de imaginar, especular y aspirar - dijo entonces tía. Suspiro, dejó caer las manos de la muñeca que había estado modelando - Te rodee o sea parte de ese silencio interior del que hablan las brujas, la sustancia que lo crea es la misma. Esa noción sobre el poder y la magnitud de la realidad que todos tenemos.


Dejo de presionar el pedal del torno y el circulo de madera comenzó a detenerse. La muñeca en su centro parecía flotar sobre el rastro de madera apenas visible. Los pequeños brazos alzados hacia un cielo invisible parecían ondular en la semi oscuridad del taller.

- Las brujas creen que todo lo que nos rodea es parte de una idea extraordinaria sobre lo que podemos comprender - prosiguió - que nuestra capacidad para comprender lo que somos, cada elemento que compone nuestra vida y lo que ansiamos crear, construye una visión sobre todas las cosas reales e incluso las invisibles. Esa es una idea hermosa pero incompleta. Es idea pequeña en comparación a lo que realmente puede ser el corazón humano. El poder del espíritu creador.

Tia se levantó con un movimiento lento de la mesa del torno. El cabello castaño y despeinado le cayó sobre los hombros. Llevaba algunos mechones manchados por chorretones de arcilla.  También se había ensuciado las mejillas y la frente. Tenía un aspecto salvaje y febril que me pareció hermoso.

- Eso suena a algo que diría mi abuela - dije sin malicia. Tia sacudió la cabeza y me dedicó una de sus sonrisas torcidas.
- La diferencia es que yo no creo en la poesía y el misticismo para definir al mundo, aunque pueda parecerlo - me explico - cuando hablo del poder del espíritu creador me refiero justamente a eso. Ese fuego misterioso e insólito que nos hace desear comprender lo que nos rodea, analizar sus consecuencias e incluso, atrevernos a crear nuestra propia idea sobre él.

"Hace siglos, esa idea sobre la creación se consideraba herética y peligrosa. La iglesia consideraba que sólo Dios tenía la capacidad para crear y que cualquier artista, era sólo el reflejo de esa voluntad divina de hacer y construir ideas. Por ese motivo, sólo los hombres podían estudiar cualquier ciencia o arte. Las mujeres, como tentadoras y pecadores, estaban confinadas a las labores del hogar y de la maternidad, lejos de cualquier posibilidad de tomar ese poder y hacer algo que la Iglesia no pudiera controlar."

Tia se acercó a una de las largas repisas de la pared y miró a su multitud de muñecas con los ojos entrecerrados. Las mejillas se le enrojecieron por alguna emoción que no pude adivinar.

- ¿Lo imaginas? ¿Tener que contener todo lo que deseabas crear, decir, expresar...sólo por ser una mujer? - murmuró - ¿Tener que esconder tu talento, el que fuera, para no ser maltratada o incluso asesinada?

Un escalofrío me recorrió la espalda. Una vez abuela me había leído un fragmento de una historia que alguna de las brujas de la familia había dejado por escrito en su libro de las Sombras. En el relato, la bruja hablaba sobre las mujeres sin nombre, las que a pesar de tener grandes ideas, nadie las recordaba. Mujeres anónimos que habían atravesado la historia en silencio, ocultas en sombras. La bruja hablaba sobre todo lo que se había perdido en ese enorme vacío. Todos los rostros, creaciones y pensamientos que nadie conocería jamás. La idea me había producido real miedo e incluso, había tenido pesadillas donde me veía a mi misma corriendo por un descampado oscuro en mitad de una tormenta violenta. Me tropezaba, caía, miraba hacia el cielo encapotado. La línea de luz de los rayos parecían cicatrices sobre el cielo violento.

Parpadeé. Cuando volví a la realidad, tia me miraba con atención.

- ¿Lo sabes no?  Por ese motivo, entre muchos otros, las brujas fueron perseguidas - me explicó en voz baja - por ese motivo, la mayoría de las mujeres instruidas y poderosas de todos los siglos fueron castigadas e incluso asesinadas. Una mujer no podía aspirar a la redención de crear. Al poder absoluto de construir el mundo. Cientos de mundos.

Sacudí la cabeza, abrumada por el pensamiento. Las muñecas a mi alrededor parecieron ondular como una ola de rostros silenciosos y tensos de dolor.

- Pero una mujer puede ser mamá - murmuré por último - puede tener un bebé...
- Una mujer es mucho más que su capacidad para concebir - me interrumpió tia, quien no era madre por entonces y no lo sería en el futuro - puedes dar vida no sólo a través de tu cuerpo, sino todas las cosas que puedes imaginar, desear, aspirar a elaborar como una idea independiente a quien eres.

En Brujería solía decirse que una madre es el símbolo de la fertilidad de la Tierra pero también, de sólo uno de los rostros de la Madre Luna. Un reflejo vivo y real de la capacidad de la bruja para decidir sobre su cuerpo, su futuro y su capacidad para dar comprender su propia identidad. A los diez años, no lo entendía así y de hecho, me llevaría años comprender que las Brujas asumen su capacidad para concebir como una posibilidad y no como una obligación. Para una bruja, la capacidad creativa no se limita a su cuerpo sino que forma parte de su mundo, de todo lo que mira y aspira. De su necesidad de confiar en la esperanza, quizás.


- Somos un Universo porque la creatividad nos une con esa noción de lo desconocido que engendra vida - dijo mi tía en voz baja, como si razonara a solas - Cada uno de nosotros es capaz de reflexionar sobre lo que hace, lo que desea, lo que teme y lo que aspira a través de infinitas variaciones de nuestras ideas y emociones. El Universo es una distancia inabarcable entre las ideas. El espíritu humano es una llanura fértil para la curiosidad y la voluntad. Un espejo de esa búsqueda incesante, de esa necesidad de combatir la incertidumbre. ¿Lo piensas así de vez en cuando?

Se volvió a mirarme. Me sentí más pequeña que nunca, con mis pantalones de jean rotos y mi camiseta carmesí. Una niña, que no tenía real idea de la magnitud de las ideas que acababa de expresar tia L., que soñaba con páginas de libros e historias ajenas. Me encogí de hombros.

- Mi abuela suele decir que una bruja es una mujer que sueña con fuego - respondí en voz baja - que se pregunta sobre lo invisible con la misma curiosidad que por lo visible. Que atraviesa el miedo con los ojos cerrados. Que vuela con las alas rotas.

- Todas formas muy metafóricas de hablar sobre el poder del conocimiento - dijo mi tia con una sonrisa - para las Tradiciones antiguas, una mujer era un misterio. No sólo por su capacidad para engendrar, que ya ea el mayor de todos los misterios, sino por el hecho que era libre a pesar de las ataduras de la historia y la tradición. Libres para aprender y huir a los bosques para encontrar sabiduría donde nadie más podía encontrarla. Para hacerse preguntas a pesar del castigo. Para ser rebelde a pesar del miedo.

- Eso es una bruja - opiné con timidez. Tia sacudió la cabeza con un gesto enérgico.
- Las mujeres de tu familia llaman a la fortaleza y la voluntad magia y a los fuertes brujos  - tomó una de sus muñecas - y es válido. Pero también es una sola forma de comprender ese poder que te hace enfrentarte a lo que temes, que te obliga a continuar a ciegas. Llámale brujería, llámale coraje, llámale poder. Llámale belleza. Llámale riesgo. Cual sea su nombre, es la identidad de todo aquel que osa contradecir, que no permite que nada lo detenga, que crea Universos y mundos con su mente y su espíritu.

Sostuvo la pequeña muñeca entre las manos con cierta gentileza y luego hizo algo que me hizo pegar un salto de puro sobresalto: la arrojó al suelo. Un gesto fluido y rápido que me tomó por sorpresa. La muñeca se hizo pedazos y los trozos de arcilla secos salieron disparados por el suelo de yeso mal curado en todas direcciones. Me quedé de pie con la boca abierta, entre asombrada y temerosa.

- Para crear, hay que destruir. Para soñar, hay que asumir el costo de hacerlo - suspiro, mirando los trozos de arcilla rotos con cierta indiferencia - para elevarte sobre tus dolores hay que creer puedes hacerlo. Para hacer magia hay que creer en su existencia. Para ser bruja tienes que creer que hay un poder real que vive en alguna parte de tu espiritu y te empuja a buscar respuestas.

En una ocasión, mamá me había dicho que amaba a tia por su terquedad. Que desde que ambas se conocían, tia le había enseñado a resistir y perseverar hasta el cansancio e incluso, después de perder sus fuerzas. Que tia, con su personalidad extravagante y poderosa, le había enseñado que cualquier límite nació para ser transformado en una enseñanza. Cuando me lo dijo, mi mamá sonrío con cierta tristeza.

- Dicho así, suena tan poético. Pero en realidad, a veces necesitas que alguien te enseñe la diferencia entre el cansancio y esa necesidad impenitente de continuar avanzando a pesar del agotamiento. Una mente inasequible al desaliento.

Recordé esa conversación y de pronto, descubrí que la entendía como no lo había hecho por entonces. Que mirando los trozos rotos de arcilla a nuestros pies, casi podía atisbar ese núcleo de fuego y miedo que hacia a la obra de tia tan frágil y poderosa. Tan exquisita. Tan pequeña y a la vez trascendental. Como la magia, pensé con las manos húmedas de nerviosismo. Como los cuentos que yo escribía a escondidas y que tanto amaba y protegía. Como esa multitud de muñecas que nos rodeaban, con sus cuerpos redondeados y cálidos, casi frágiles. Hay un mensaje allí, me dije un poco desconcertada. Una visión sobre las cosas que nunca había visto antes.

- La brujería es una forma de entender esa nada que nos rodea y que la razón humana completa y traduce - continuó tia - La primera vez que tu abuela me dijo que lo era, que todas las mujeres de tu familia lo eran pensé en conocimiento, pero también en un hilo de historias antiguas que se sostienen unas a otras para recordar que no hay momento de silencio en nuestro espíritu. Que todos somos mundos. Que hay el sonido de las mecánicas celestes en nuestra mente, tan poderoso e imprescindible, que forma parte de la música de nuestra mente.

Sonreí hacia la idea. Me gustó imaginar planetas radiantes, estrellas estallando y naciendo en la oscuridad densa y prolífica de mi interior. Con los ojos de mi mente, me vi contemplando un cielo de extraordinaria belleza, tachonado de estrellas púrpuras, que parpadeaban y ondulaban al compás de una melodía secreta. Una ráfaga de poder imposible de contener, capaz de crear palabras, imágenes, esculturas, de hacer a las brujas de hoy  y de cualquier época, las manos hacia el infinito. De brindar sentido a todos los espacios sin nombre, a esa ideas peregrinas que transitan en medio de los labios y párpados cerrados.

Me incliné y tomé una de las piezas de la muñeca rota. Un brazo diminuto, agrietado por los bordes, pero que aún conservaba los diminutos dedos de arcilla abriéndose hacia la realidad. Lo sostuve con cuidado y pensé en el circulo de velas con el que celebrabamos la Luna Llena en casa, en la hoja de mi cuaderno repleta de palabras. En el brillo imposible de una fotografía. Pensé en todas las cosas que nacían y morían mientras yo me encontraba allí, sosteniendo ese fragmento de historia. Por alguna razón, sentí el escozor de las lágrimas en la garganta. Dejé caer el trozo de arcilla.

- Ya lo ves, la brujería y la creación artistica no son tan distintas. Ambas sueñan con el Universo y encuentran el camino hacia el Cosmos interior. Lo miran, lo asumen real. Lo comprende, lo sostienen - dijo tía acercándose a donde me encontraba. También tomó el pequeño brazo cercenado pero en lugar de mirarlo con detenimiento como había hecho yo, lo apretó con fuerza en la palma de la mano. Escuché la arcilla crujir, un chillido breve casi humano. Cuando abrió la mano, los trozos era sólo puntos diminutos de luz sobre la palma.
- ¿Crees en la magia? - pregunté. Tía suspiró.
- Creo en la posibilidad de siempre ser mucho más complejos y poderosos de lo que somos gracias a lo que soñamos ser - respondió - Creo en la posibilidad de tomar la realidad y construir algo nuevo a partir de lo simple, lo obvio. Creo que hay una fuerza Universal que me une a lo que amo y lo que intento imaginar.


Mi abuela solía celebrar el ritual de Sol del Solsticio de Verano de cara al sol. De pie, con los brazos abiertos en ese amanecer radiante que anunciaba vida y renacimiento. La primera vez en que la había visto de pie allí, con la piel coloreada de dorado y carmesí del primer resplandor matutino, me había desconcertado su expresión serena, las manos abiertas sobre la cabeza, el cabello suelto cayéndole libre y despeinado sobre los hombros. Me quedé a su lado, sin saber que decir, preguntándome que significaba todo aquello.

- ¿Por qué celebras el sol? - pregunté por último, cuando ella parpadeó y me dedicó una mirada cariñosa al encontrarme de pie a su lado. Me tomó de la mano, la apretó con dulzura entre la suyas.
- Es mío, en todas las formas en que algo puede pertenecerte.
- ¿Tuyo? - sacudí la cabeza, confusa - Pero si...está muy lejos y no tiene nada que ver...contigo.
- Somos parte de todo - dijo entonces mi abuela - de lo que existió y lo que existirá. De lo remoto y lo cercano. Somos una pieza de un extraordinario mecanismo, de una idea que se celebra así misma, que se cruza y se entrecruza en medio del Infinito. No hay nada que no te pertenezca y nada a lo que no pertenezcas. La magia te lo recuerda, te lo demuestra, lo llena de un significado trascendente y profundo.


Recordé esas palabras en el taller de tía, mientras ambas mirábamos las piezas de rotas de una criatura de su imaginación que había desaparecido para demostrar el poder de las ideas que renacen. Y pensé en el Cosmos que se extendía sobre mi cabeza cuando lo miraba desde el techo de la casa de mi abuela y el otro, el complejo y silencioso que habitaba  mi mente. Tia sonrío cuando me vio llevarme la mano al pecho y apoyar la palma abierta sobre el corazón.

- ¿Ahora si ves el Universo que guarda en el mio? - murmuró. Suspiré y las estrellas en mi imaginación se movieron de un lado a otro.
- Las escucho cantar.
- Como mecánicas celestes.
- Como una bruja que danza en la oscuridad.

***

Sentadas en el viejo porche de su taller, tia y yo vemos la tarde caer. Venus, la más brillante de todas, se alza hacía el límite del azul añil de la última luz del día. Hay un momento de extraordinaria tranquilidad y silencio en esa belleza interminable, en el viento cargado de calidez, en el resplandor movedizo de la noche que nace.

- Somos lo que creamos - dice mi tia entonces. A mí, a ese silencio, a si misma - somos el mundo que construimos, el Universo que se abre y se cierra en nuestra capacidad para soñar.

Y esa idea es más clara que nunca, mientras la bóveda celeste se hace oscuridad y plata, mientras el mundo avanza hacia la historia con el espíritu del hombre a cuestas. Y sonrío, entre sorprendida y feliz, por ese Universo que es mio y que existe en mi imaginación. Por todas las palabras que quiero descubrir y soñar. Por la mirada ciega del Universo en éxtasis que me rodea.

Una antigua forma de magia.


"Deja de actuar como si fueras insignificante. Eres el Universo en éxtasis." –Rumi

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