sábado, 30 de julio de 2016

Danza de primavera y otras historias de brujería.





Mi tia J. era una mujer con un carácter tempestuoso. O esa era la manera como solía definirla mi abuela - la sabia, la bruja - en un intento de explicar su impulsividad, impaciencia y esa personalidad suya tan cercana al furor y a los extremos. Tia siempre parecía a punto de sufrir una rabieta descomunal, de esas que enrojecen las mejillas y hacen brillar los ojos. O derramar su colorida tristeza en un llanto sentido y absurdo que le llevaba horas consolar. Cual fuera el caso, tía siempre parecía estar en medio de un delirio tumultuoso y extraordinario, como si su manera de comprender al mundo tuviera inmediata e íntima relación con esa intensidad volcánica que parecía no poder contener.

- Es una bruja, es normal que se comporte así - comentó en una ocasión mi abuela. La miré desconcertada.
- ¿Qué grite es cosa de brujas?

Tia siempre hablaba en voz alta. Le encantaba hacerlo además: tenía un tono poderoso y florido capaz de hacerse escuchar y notar en cualquier parte. Tia siempre parecía al borde del desastre, en medio de alguna batalla íntima y su voz - grave, levemente rítmica - era el precursor de esa energía desordenada y brillante que parecía sacudirla tan a menudo.

A mi, por supuesto, me encantaba. Cuando venía de visita a casa, la seguía a todas partes, medio desconcertada por ella, por ese extrañísimo comportamiento suyo que jamás pude entender muy bien. Me asombraba oírla cantar a toda hora y en todas partes, conversar con voz tan potente que podía escucharla con toda claridad desde mi habitación mientras debatía sus candentes ideas políticas con quien quisiera escucharla en el salón. Todo en ella era brillante, muy definido. En contraste, todo lo demás tenía un aspecto un poco borroso a su alrededor.

- Que viva a plenitud es cosa de brujas - dijo mi abuela con una sonrisa - Una bruja lleva fuego en el espíritu.

Esa me pareció una imagen encantadora. De inmediato imaginé una mujer con cabellos flamígeros flotando alrededor de su cabeza. Por supuesto, la bruja en llamas en mi mente era idéntica a tia J. e incluso tenía su sonrisa maliciosa y exaltada. Solté una carcajada de puro placer.

- ¿Se incendia la tía de vez en cuando?

Con ocho años, estaba bastante convencida que cualquier cosa maravillosa y extravagante podía ocurrir en la aún muy misteriosa casa de mi abuela. Llevaba menos de dos meses viviendo en ella y no tenía dudas que aquel enorme caserón destartalado y lleno de maravillas cotidianas, guardaba montones de secretos que aún no había descubierto. Coloreada por mi salvaje imaginación infantil, la vieja casa familiar era quizás el lugar más mágico que había conocido nunca.

De manera que no me parecía en absoluto extraño que una de mis particulares parientes tuviera algún don misterioso y demencial, como incendiar su cabello o escupir fuego. De hecho, solía fantasear que tarde o temprano, yo también descubriría alguna capacidad estrafalaria, fruto por supuesto de esa extraña historia familiar de la que formaba parte. ¿O es que alguien había conocido alguna vez una bruja que no pudiera hacer cosas fantásticas y sorprendentes? pensaba todo el tiempo, corriendo de un lado a otro por el jardín antipático de mi abuela. Con toda seguridad, en algún momento descubriría que podía volar hasta la rama más alta del árbol de mango o caminar de cabeza para mirar la enorme biblioteca de mi abuela y robar alguno de los libros que tenía prohibido leer.

-  Agla, ¿Qué piensas de lo que te acabo de decir?

Abuela me miraba con la ceja enarcada. Me pregunté cuanto tiempo había estado allí de pie boquiabierta imaginándome cosas. Me encogí de hombros, avergonzada.

- Lo lamento...pensaba en las brujas y el fuego.

Mi abuela me dedicó una de sus miradas apreciativas. Pensé me reñiría - como solía hacer mi mamá cuando me perdía en mis pensamientos - pero en lugar de eso, soltó una breve carcajada.

- Te decía que toda bruja es una mujer que tiene poder sobre su propia vida. Que se impulsa hacia adelante, atraviesa mares y caminos para llegar al centro junto de todo lo que le interesa y ama. Brilla con luz propia y a veces ese resplandor es tan fuerte que termina quemándose.  Por eso tu tía tiene fuego en las venas y en el corazón. Lo avivo ella misma. Nació de sus dedos.

Abuela siempre me hablaba así, como si me tratara de una adulta y no la niña que era. Y eso me agradaba mucho, aunque la mayoría de las veces no entendiera gran cosa de lo que me decía. Aún así, las palabras quedaban flotando en algún lugar de mi mente, como fragmentos de un rompecabezas muy complejo que creaba poco a poco. Me gustaba esa sensación de ir aprendiendo aunque no lo supiera, de avanzar hacia un conocimiento más profundo a través de pequeños descubrimientos en mi mente. Por supuesto, era muy pequeña para pensar en términos tan complejos. Pero si sabía que ese hábito un poco excéntrico de mi abuela, era su manera de enseñarme. De hablar de ese gran paisaje desconocido que era la brujería.

- Entonces una bruja es una mujer poderosa - pregunté pensando en una de mis heroínas favoritas. Abuela tomó el libro que leía y se lo puso sobre las rodillas.
- Juguemos a algo. ¿Quieres?

Parpadee. ¡Por supuesto que quería hacerlo! Me pregunté que tipo de cosas hacian los adultos - las brujas, me dijo una vocecita excitada en mi mente - para jugar. Qué tipo de sortilegios, hechizos y conjuros usaban para divertirse. En mi mente, estallaron fuegos artificiales de pura expectativa.

- Dime lo que piensas sobre las brujas y yo te diré la verdad sobre ella - dijo mi abuela.

Me quedé muy quieta, dejando que las palabras encontraran un lugar en mi mente y ajustaran unas con otras. ¿Decirme la verdad sobre las brujas? ¡Eso si que sonaba estupendo! Durante el par de meses que había vivido en casa de mi abuela, había aprendido lo suficiente para saber que las mujeres de mi familia no eran brujas como las que me contaban en los cuentos o mostraban en las películas. Eran mujeres complejas, extravagantes, extrañas. Mujeres sorprendentes, con el genio vivo, la inteligencia despierta. Mujeres que reían en ruidosas carcajadas, que lloraban a lágrima viva, que comían con buen apetito, que abrazaban con tanta fuerza que te hacían crujir los huesos. Mujeres que podían recorrer el mundo - y regresar - para encontrar algo amado. Mujeres que amaban. Mujeres que sentía la cólera con tanta sinceridad como para entender sus peligros y su belleza. Mujeres atormentadas, poderosas, tristes y felices.

Pero ¿Eso las hacía brujas? me lo preguntaba a veces, cuando veía a mi tia E. ordenar con meticuloso cuidado los cientos de tarros con especias y hierbas en el anaquel de la cocina. O cuando mi abuela leía en voz alta libros sobre filosofía y arte que poco o nada tenían que ver sobre lo que yo creía podía ser la magia.  O incluso, cuando veía a mis primas más jóvenes, llevando ropa moderna y disfrutando de la vida como cualquier otra chica de su edad. ¿No se suponía que las brujas eran mujeres misteriosas y distantes? ¿No eran criaturas solitarias y en ocasiones inquietantes, habitantes de bosques y pueblos remotos, protectoras de un tipo de sabiduría ancestral? ¿Cómo podrían serlo también estas mujeres risueñas, brillantes, con empleos y profesiones modernas, de cabellos cortos, de manos ágiles? ¿Cual era la semejanza entre las brujas que llenaban las páginas de los libros y esta nueva generación tan sorprendente? No lo pensaba claro, en términos tan complejos. Pero si sabía que había una considerable diferencia entre las brujas de las manzanas envenenadas y cualquier mujer de mi familia.

- ¿Y como se juega eso? - pregunté entusiasmada. Abuela se arrellanó en su salón de orejas y sonrío, con las manos abiertas, en una evidente invitación.
- Pregunta.
- ¿Pregunto?
- Lo que quieras.
- ¿Y lo vas a responder?
- Pregúntame todo lo que quieras sobre las brujas y lo responderé - insistió - quizás te lleves una sorpresa.

No sé cuál podría ser esa sorpresa pero de inmediato, olvidé esa posibilidad, envalentonada por comenzar aquel juego extraño y curioso. Intenté ordenar mis ideas. ¿Qué era lo que deseaba saber sobre las brujas? ¿Qué era lo que tanto me intrigaba y que ahora podría saber? De pronto, mi mente se llenó de palabras, recuerdos, sensaciones y una curiosidad indomable. Apreté las manos contra el pecho e intenté escoger una sola pregunta entre las multitud que me daban vuelta en la cabeza. De inmediato supe que quería saber primero.


- ¿Una bruja puede hacer cosas mágicas? - le solté en un jadeo de emoción - ¿Volar? ¿leer mentes? ¿Hacer conjuros?

Por supuesto, no tenía idea de lo que era un conjuro, pero sabía que era algo emocionante e insólito, justo el tipo de cosas que estaba segura ocurrían en casa pero nadie me contado hasta entonces. Abuela soltó una carcajada alegre.

- Sí, claro. Una bruja hace magia.  Una bruja crea cosas a partir de sus ideas. Una bruja construye y destruye lo que desea para aprender. Una bruja asume el poder de su mente y su voluntad para expresarse. Una bruja escribe, canta, baila, esculpe, pinta. Una bruja crea con sus manos, con su mente y con su cuerpo. Una bruja transforma el mundo que le rodea con pasión, con amor. Con ese conocimiento intuitivo y profundo sobre lo que asumimos real y lo que puede no hacerlo. Una bruja hacia magia desde su capacidad para crear.

No supe que decir a eso. ¿Eso era magia? me pregunté un poco confusa. Pensé en las brujas de los cuentos de Magia, que tomaban ingredientes y conocimientos para crear pócimas y bebedizos. De las brujas que miraban en el caldero para ver el futuro. De las brujas que miraban con ojos entrecerrados el futuro. Era...un poco como lo que decía mi abuela ¿No?. O al menos a mi me lo parecía. Pero en sus palabras había algo más profundo que calderos encendidos y escobas voladoras. Había algo bello,  real que gatos negros y sombreros puntiagudos. ¿Eso era la magia?

Me miré las manos. Pensé en lo que sentía al contar pequeñas historias desordenadas con mi letra desigual e ilegible. Escribía desde muy niña. Nada que mereciera leerse ni tampoco otra cosa que fantasías estrafalarias infantiles: Casas que hablaban, montañas que guardaban ciudades enteras en su interior, viajes a la luna en zapatos trenzados. Pero ¡Qué maravilla sentía al hacerlo! ¡Que alegría me recorría cuando tomaba el lápiz y comenzaba a soñar a través de las palabras! ¡Que sensación vívida, como si el mundo real y el imaginario fueran una misma cosa sobre la página de papel. Eso tenía algo de mágico ¿No? Tenía que ser magia de verdad.

Sonreí. Abuela ladeó la cabeza, enarcado su ceja curiosa.

- ¿No tienes más preguntas?
- ¡Claro que si! - exclamé. Tomé una bocanada de aire - ¿Una bruja es malcriada?

Eso se lo había escuchado a mi impenitente tía J., que lo decía con júbilo y una enorme exuberancia. Pero "malcriada" era la palabra que utilizaban las monjas bigotonas del colegio francés en donde me educaba, para señalar a las niñas desobedientes, a las que siempre sufrían regaños y expulsiones. Como yo. No era una palabra que me gustara mucho. Así que tenía que preguntar.

- Una mujer "malcriada" suele ser una que expresa sus emociones como puede y como quiere - dijo mi abuela para mi sorpresa - que no se atiende a los límites de la cultura donde nació. Y se le llama "malcriada" porque alguien a quien se le educa bien, sabe obedecer y callar. O al menos, eso se creyó mucho tiempo. Pero una bruja no se atiene a esas cosas. Una bruja es una mujer que rompe las reglas, que hace lo que considera necesario para crecer y madurar, incluso si eso quiere decir que con toda seguridad se enfrentará a lo que otros consideran real o verdadero. Una bruja hace sus propias reglas y lucha porque sean justas con su propio espíritu. Una bruja lucha por lo que cree, sabe qué batalla luchar. Una bruja no le teme a contradecir, a caminar por el camino menos transitado. Una bruja sabe a donde dirige su corazón.

- Y es malcriada - insistí. Mi abuela río a carcajadas.
- ¡Claro que lo es! ¡Y disfruta siéndolo! Una bruja hará siempre lo que quiera mientras su comportamiento no dañe a nadie.

Suspiré. Me gustaba mucho lo que mi abuela acababa de decir, aunque suponía que a mi madre y no digamos a las maestras del colegio, les gustaría mucho menos. Solté una risita.

- ¿Una bruja es buena? ¿O puede ser mala?
- Una bruja decide según su sabiduría, conocimiento y experiencia. El bien y el mal son conocimientos morales, ideas culturales con las que crecemos y asumimos absolutas. Pero no lo son. Una bruja respeta a cada una de las personas que le rodea,  sus creencias y tradiciones, aunque no concuerden con las suyas. Una bruja sabe que cada hombre y mujer merece ser escuchado, comprendido y amado. Y actuará en consecuencia. Pero el bien y el mal están en su corazón. Los excesos, los dolores y el miedo. La alegría, el amor y la pasión. Porque cada espíritu tiene el conocimiento de su experiencia. Y una bruja no sólo lo asume necesario, sino que lo celebra.

Me asombró esa idea sobre lo bueno y lo malo. Las monjas del colegio eran muy puntillosas sobre lo que era la bondad y la maldad y casi siempre, esa visión se parecía mucho a las reglas que todas las alumnas debíamos obedecer. Pero al escuchar a mi abuela, comencé a pensar que quizás no todo era tan sencillo, tan evidente, tan concreto. Y eso me gustó

- Las monjas del colegio dicen que todas debemos ser "niñas de bien" para que Dios no nos castigue - expliqué a continuación - ¿Una bruja no cree eso? ¿O no le da miedo que Dios se disguste con ella?

Mi abuela suspiró. Uno de sus largos suspiros que siempre solían indicar que estaba pensando en cosas muy profundas. A la distancia del tiempo, me pregunto si aquella tarde lluviosa de mayo, intentaba decidir como explicar a la niña inquieta y curiosa que yo era, la sutilezas de la religión, esa ligera línea que divide la creencia con la madurez intelectual. Y aún me sorprende de nuevo su paciencia, su enorme capacidad para mirar el mundo más de lo obvio.

- Las brujas creemos que Dios es en realidad una Diosa, una energía capaz de dar vida y crear, que no te juzga ni tampoco te pide explicaciones - dijo entonces en un tono mesurado y lento que me sorprendió. Tal parecía deseaba que asimilara palabra por palabra de lo que me decía - la Diosa es como la naturaleza, inexplicable, contradictoria, poderosa. La Diosa no es buena ni mala, ni se disgusta o te castiga. La Diosa sabe que hay un poder en ti que te permite discernir lo que haces entre lo injusto y lo justo, lo que te hará crecer y lo que no. La Diosa confía en tu inteligencia.

Por un largo minuto, me quedé en silencio, dejando que las palabras se ordenaran para hacerse comprensibles. ¿Una...Diosa? Era la primera vez que escuchaba algo semejante. Sabía de la Virgen María cuya escultura estaba en el centro del Jardín del colegio. Era la Madre de Dios o eso decían las monjas, pero jamás ninguna de ellas me habló de la figura de la Virgen de la forma como mi abuela lo hacía. ¿Eran lo mismo? Mi abuela ladeó la cabeza con cierta tristeza cuando se lo pregunté.

- La visión de la Virgen María es sólo una parte de la manera como los antiguos concebían a la Diosa - me explicó con paciencia - el Cristianismo cree en que la maternidad es algo hermoso y es bendecido por Dios. Pero no en todas las demás cualidades de las primitivas Diosas. Olvidaron que la Diosa además de ser madre, también era guerrera,  violenta, daba la vida pero también la muerte. De manera que...no es lo mismo, aunque alguna vez lo fueran.

Tragué saliva. Aquello se ponía cada vez más complicado. ¡Y pensar que había creído era un juego simple!

- ¿O sea que las brujas no creen en Dios?
- Creemos en una Inteligencia Superior que creó todo lo que vemos y lo que no - dijo mi abuela - y eso es también una concepción sobre Dios, aunque no sea la misma que de las de muchas religiones. Creemos también que hay muchas cosas que nadie puede explicar y que nadie puede entender. Y que eso es bueno.

- ¿No creen en el castigo de Dios?

Para mí, ese era un punto muy importante. Por meses, las monjas del colegio habían insistido que Dios podría castigarnos por hacer cualquier cosa que contradijera la rígida disciplina de la escuela. A veces me preguntaba si Dios nos estaba mirando con el ceño fruncido desde las alturas, esperando para reprendernos.

- Creemos que cada cosa que hacemos tiene su consecuencia y que todo lo que no hacemos, también - explicó - en otras palabra, todo lo que nos ocurre lo decidimos en cierta forma. El "castigo" no es otra cosa que parte inevitable de lo que somos. Del lugar donde nos lleva cada visión que tenemos sobre el mundo.

Sacudí la cabeza. Eso sonaba muy extraño.

- ¿Eso quiere decir que yo decido mi "castigo?
- Lo que quiere decir es que una bruja se respeta así misma más que a cualquier dogma moral, tradición o idea que traten de imponer quienes le rodean o la cultura donde nació - dijo - una bruja confía en su criterio, en su instinto y en su aprendizaje para construir el futuro. Una bruja sabe que lo que hace tiene consecuencias y aprende a vivir con esa conciencia.

- ¿Y eso no da miedo?
- Da muchísimo - mi abuela soltó otra de sus alegres carcajadas - pero también es lo más hermoso que se puede aspirar. Por eso se dice que una bruja es indomable, no tiene compón, es impenitente, irreverente. Una bruja siempre está creando, construyendo, enfrentándose a sus miedos y temores. Una bruja siempre está asumiendo un papel activo en todo lo que necesita aprender. Una bruja jamás se detiene, se enfrenta al temor como puede. Una bruja tiene miedo, claro está. Y a veces es tanto que parece abarcar el mundo. Pero el miedo es una puerta. Cuando la cruzas, encuentras algo más.

- ¿Qué cosa? - pregunté asombrada.

- Aprendes que debes ser fiel a tu valor, a tu poder y a tu convicción - mi abuela se inclinó y apoyó su mano derecha sobre mi pecho. Un gesto firme y bonito que no supe interpretar muy bien - una bruja confía en su criterio, tan ciegamente que en ocasiones parece imprudente. Pero en realidad, es una manera de forjarse a sí misma. De construir lo que desea ser y lo que aspira a crear. Una bruja siempre busca ser libre. Siempre intenta mirar al infinito para no olvidar que su lugar está en las estrellas.

Esta frase me gustó. Tanto, que me llevé las manos al rostro y me cubrí los ojos. En la oscuridad de mis párpados cerrados, vi la noche como la admiraba cada día. Esa monumental belleza que se extendía en todas direcciones haciéndome sentir pequeñas. De pronto me pregunté y fue como una revelación, sino nuestros pensamientos también era parte de esa inmensidad silenciosa. Si éramos, las estrellas y quienes las observábamos, una misma cosa. La idea me deslumbró. Me hizo sentir ingrávida, feliz. Como si se tratara de magia.

- Una vez leí que en las tribus antiguas, todo ritual empezaba repitiendo la palabra "bruja" o "sabia" tres veces para invocar a las tormentas. Que lo hacían como un ritual, todos reunidos alrededor de la llama ceremonial. Pero sobre todo, era una invitación a la sabiduría. Que los hombres y mujeres del pueblo abrían los brazos para saludar a las más ancianas, a la de cabellera blanca. Las sabías, la viejas que sabían las historias de las tribus, la mirada asombrada por los misterios de la tradición. Y es que una bruja siempre ha sido símbolo de lo bueno  - me contó mi abuela - de un tipo de conocimiento viejo y terrenal que por mucho tiempo se consideró sagrado.


Con un gesto lento se levantó del sillón y caminó hacia la ventana junto al salón. El jardín tenía un aspecto salvaje y dorado, con su hierba mal cortada brotando de todas partes moteada por el color de las diminutas flores de verano. Había algo primitivo en ese paisaje privado pero a la vez sin nombre. Una dulzura lenta, nacida de la luz de la tarde. De esa sensación de ternura que me provocaba el olor del aire caliente y húmedo con olor a montaña que lo llenaba todo.

Mi tia J. corría por el jardín. No tenía idea que hacía pero me hizo sonreír su entusiasmo, su cabello al aire, su rostro encendido por las últimas luces de la tarde. Como si se tratara de una niña mujer, saltaba, levantaba los brazos, sacudía la cabeza. Se aferraba a los troncos de los árboles, se impulsaba hacia arriba para alcanzar las ramas más altas. Y todo lo hacía riendo, con los ojos muy abiertos. Simplemente feliz.

- Lo que nos hace brujas es la misma energía que nos impele a mirar el mundo cada día como si lo descubrieramos por primera vez - dijo entonces mi abuela, que también miraba a su hermana pequeña y sonreía - es esa pasión que nos hace luchar a brazo partido por nuestras ideas y valores. Lo que nos hace aspirar a que cada día de nuestras vida tengan sentido, sean hermosos por su capacidad para ser únicos. Que nos hace apreciar el poder del caos, de esa explosiva y desordenada noción que estamos en constante transformación. Eso es una bruja. Eso es una mujer poderosa. Eso es una mujer sabia.

Nos quedamos allí, viendo la tarde caer. Y a tia bailar y bailar para sí misma, con los brazos en alto sobre la cabeza, bajo el cielo limpio y radiante que se asomaba en el perfil de la montaña. Envuelta en el aire fragante impregnado de luz. De la vieja historia que le definía. Del rostro de la bruja antigua que vivía detrás de su rostro joven.

- Recuerda, tres veces bruja para crear la tormenta - dijo mi abuela con una sonrisa - tres brujas para recordar el poder de tu corazón.

Apoyé la cabeza en el cristal de la ventana. La luz me rodeó y me sostuvo. Y sonreí, mano de mi abuela apoyada sobre el hombro, mirando a mi tia bailar y la primera estrella de la noche elevándose sobre cabeza al morir el día. Tres veces bruja, pensé maravillada por la simple magia del momento. Tres veces bruja, como una forma de sabiduría y paz.

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