lunes, 30 de noviembre de 2015

ABC del fotógrafo curioso: De la educación fotográfica. Del cómo, del cuándo, del por qué




¿La fotografía puede enseñarse?
El cuestionamiento se ha repetido desde la primera vez que la imagen inmediata comenzó a comprenderse como una forma de arte. Desde el debate del hecho técnico - que engloba la presunción de la fotografía como una expresión visual directamente relacionada con la herramienta que permite realizarlo - hasta la experiencia artística y estética, la imagen se ha interpretado como una correlación de ideas que intentan sostener una propuesta concreta. De manera que no sorprende que el hecho de cómo se enseña (o mejor dicho, de cómo se imparte el conocimiento fotográfico) sea un asunto que aún se interprete a fragmentos y lo que resulta más preocupante,  siempre en claro menosprecio a lo que puede ser la disciplina fotográfica.


El debate sobre la pertinencia y necesidad - o no - de la educación fotográfica, siempre será uno de esos temas insistentes en el mundo fotográfico. Siendo como lo es, un arte/técnica relativamente joven, la fotografía aún intenta encontrar una forma de definirse así misma que pueda sustentar no sólo sus aspiraciones como documento sino también, como arte en pleno derecho. Lo cual incluye por supuesto, la manera en que la fotografía se enseña o mejor dicho, el lento recorrido que todo fotógrafo atraviesa al momento de aprender los rudimentos del lenguaje fotográfico. Y es que además, de analizarse la idea del aprendizaje fotográfico como un planteamiento que engloba la evolución de la fotografía como propuesta, cabe preguntarse, si la fotografía como arte es parte de una reflexión que puede de hecho basarse en ideas académicas o se trata de algo más instintivo, relacionado con la capacidad creativa del autor.

No obstante, más allá de la abstracción sobre la visión de la fotografía como expresión artística autónoma - y que por tanto, requiere ser enseñada - a una mera abstracción - que nace de la experiencia - se encuentra el hecho que la educación fotográfica continúa careciendo en la mayoría de los países del mundo de un aprendizaje estructurado que permita su comprensión como idea artística. Además la educación fotográfica suele ser costosa, y la mayoría de las veces poco accesible. Actualmente, y debido al renovado interés del público en general por el arte fotográfico, las posibilidades y la oferta se han diversificado, pero aún así, la idea de conceptualizar el aprendizaje del recurso visual sigue siendo complicada, y en la mayoría de los casos, muy poco estructurada. Una consecuencia inevitable del hecho que  aun la fotografía no es considerada por los medios y centros educativos como una disciplina autónoma: se suele impartir como parte de licenciaturas y técnicos análogos pero jamás como profesión concreta. De manera que, a la fecha, un fotógrafo que desee educarse se encuentra en la preocupante disyuntiva de preguntarse qué hacer para lograr una formación en el arte visual idónea.


En mi caso, fotografío desde los once años de edad, pero en realidad, puedo decir que mi educación formal comenzó hace menos de diez años, y casi de manera casual. Desde entonces, y por iniciativa propia, me he dedicado a llevar un cronograma y organización informal de los elementos que deseo aprender, no solo en la búsqueda de pulir mis conocimientos técnicos, sino obtener orientación en la parte artística de mi trabajo fotográfico, punto de especial importancia para mi. De hecho, durante siete años he dedicado tiempo, esfuerzo y una considerable inversión económica para lograr abarcar la idea general que creo podría ayudarme a mejorar mi preparación como profesional de la fotografía.

Aún, por supuesto, me resta recorrer un largo camino para sentirme satisfecha con mi aprendizaje, pero sin embargo, ahora mismo, podría decir que he cubierto los elementos básicos de los que creo debe ser una base concreta sobre la que cualquier creador visual pueda basar su posterior educación. He decidido entonces, compartir esta concisa idea sobre la instrucción fotográfica que proviene netamente de mi experiencia personal, con la intención de comparar pareceres y sobre todo, opiniones sobre lo que debería ser el esquema central de una correcta (y sustentable en el tiempo) educación visual.

De la historia y otras ideas:
La fotografía, como todo arte que se precie de serlo, posee una historia y una evolución que le ha permitido crecer y construir un lenguaje visual propio. De manera que para comprender lo que haces ahora —a nivel técnico, conceptual, y también a nivel semiótico— te recomiendo profundizar en la historia de la disciplina y sus mejores exponentes. Familiarizate con la fotografía no solo como técnica, sino como arte: conoce los grandes iconos visuales, disfruta del proceso creativo de los grandes artistas. Interesate por el pensamiento y la idea que sostiene la fotografía como disciplina formal. De esta manera, comenzarás a comprender la fotografía como una consecuencia de circunstancias concretas, una evolución lenta y progresiva de una visión artística elemental.

* Composición, reglas, ideas, conceptos:
Es necesario familizarse con cada una de las reglas de composición y construcción de imágenes para comprender su peso conceptual: podrás utilizarlas en beneficio de tu discurso visual, y además construir ideas propias que definan tu personal estilo fotográfico. La composición, así como todos los elementos visuales que individualizan una toma, te permiten elaborar no solo ideas conceptuales sino además, lograr expresiones visuales armoniosas tanto a nivel técnico como eminentemente estético.

*De la base, del proceso y la etapa:
Como mencioné antes, comencé a fotografiar a los once años y con una cámara de film bastante básica. El salto a lo digital ocurrió después, y lo realicé debido básicamente a la accesibilidad y practicidad del formato. No obstante, la necesaria evolución trajo como consecuencia que debí empezar otra vez por aprender los rudimentos de la fotografía, con todo lo que la inmediatez y las particularidades de lo digital significa. De manera que podría decir, lo básico para cualquier fotógrafo debería ser lo siguiente:

Digital primer nivel o, como se le llama en nuestro país, Digital I.
Comprende las nociones básicas sobre la utilización de la cámara y el conocimiento más elemental sobre las variables de la imagen. ¿Es necesario el Digital I siendo que la mayoría de las cámaras son instrumentos tecnológicos más o menos semejantes? Es la pregunta que muchos de los entusiastas de la fotografía podrían hacerse al comprar su primera herramienta de trabajo, y mi respuesta, luego de aprender de la experiencia, es sí. Lo empírico y la aptitud auditacta pueden facilitarte enormemente el camino del aprendizaje, pero una buena dirección te permitirá no solo enriquecer tu experiencia, sino crecer a medida que tu idea sobre la fotografía se hace más consistente y madura. Recuerda, quién hace una fotografía meritoria y hermosa, eres tu, no la cámara. Es tu visión lo que se plasma, la cámara te lo facilita.

Digital segundo nivel o, como se llama en nuestro país, Digital II.
Una vez que la técnica y el conocimiento de tu cámara no entorpezcan tu desempeño, el hecho de que ocurre con el resultado fotográfico que obtienes, es el segundo gran paso en tu desempeño visual. Los formatos a utilizarse, sus usos y beneficios, y las distintas herramientas de edición digital, forman parte de la nueva visión de la fotografía, de manera que aprender sobre ello hará que tu expresión fotográfica sea más madura y consistente.

Digital tercer nivel o, como se llama en nuestro país, Digital III.
La técnica es una manera de obtener lo mejor de la imagen a desarrollar, pero este conocimiento precisa, necesariamente de la capacidad del fotógrafo para solventar los diversos inconvenientes o circunstancias que puedan entorpecer el necesario proceso de creación. En otras palabras, mientras mejor sepas utilizar tu cámara a nivel profesional, mucho más fácil será el desempeño que tendrás a la hora de captar la imagen que deseas.

* De lo que se crea y de lo que es:
La edición fotográfica es una de los puntos más debatidos dentro de todo proceso de aprendizaje visual que se precie: que escoger entre una serie de fotografías y los motivos por los cuales hacerlo, es uno de los elementos más delicados y complicados al momento de comenzar a decidir una idea visual personal. Así que que intenta educarte lo mejor posible al respecto: familiarízate con las técnicas de edición más fáciles y luego, la más concretas y efectivas. Conceptualiza tu trabajo como un método y otorgarle un sentido concreto a tus decisiones. Enriquecerás tu ritmo fotográfico y además, crearás una idea conceptual de tu trabajo más rica y específica.

* El lenguaje de la luz:
Todo fotógrafo es necesariamente un gran observador. Y la luz su mejor aliada en el momento de crear ambientes y enriquecer sus tomas a través de ideas visuales concretas. De manera que lo siguiente en la lista de especialización a la hora de mejorar nuestra educación fotográfica es, necesariamente el arte de comprender la iluminación como recurso fotográfico. Una disciplina que no solo te permitirá obtener el resultado más optimo en tus tomas sino además, de crear un estilo visual único. Este aprendizaje podría dividirse en dos aspectos distintos:

Iluminación en general, utilización de instrumentos y esquemas de iluminación.
Un fotógrafo debe familiarizarse en cuanto pueda con el lenguaje visual de la luz, lo que incluye conocer los instrumentos a su disposición, así como también la capacidad y posibilidades que le brinda cada uno de ellos. Una primera aproximación a la idea te permitirá comprender las cualidades de las diferentes fuentes de iluminación, así como también el resultado que obtienes al utilizar cualquiera de ellas.
Iluminación en locación
Es otra variante de la Iluminación, especializada en ambientes interiores y sobre todo la manera de iluminar para crear atmósferas e ideas conceptuales específicas. Si sueñas con lograr elaborados escenarios con tus fotografías, necesariamente deberás aprender la técnica.

Iluminación de retratos.
Los retratos son probablemente el tópico fotográfico más extendido, y también uno de los más complicados. La luz no solo crea ambientes, sino que juega para crear expresiones y sentimientos alrededor de la fotografía que desees realizar. De manera que es necesario conocerla, para avanzar hacia un resultado pulcro de tu concepto visual.

Iluminación de productos.
Es necesario conocer los rudimentos del arte especialmente concreto de la iluminación de objetos a la hora de entender la fotografía como un arte global. Un objeto o producto, posee sus particulares requerimientos de composición, así como de iluminación y recreación de espacios y atmósferas y aprenderlos sin duda, es una manera de conocer el íntimo equilibrio entre ideas aparentemente tan disímiles como superficies, texturas y nuestra capacidad como fotógrafos.

De tu visión, de tus ideas, de tu manera de ver el mundo:
Una vez que hayas cubierto los puntos básicos y digamos que formales dentro de tu educación fotográfica, te encontrarás entonces con la necesidad de dirigir tus esfuerzos hacia la idea fotografía de tu preferencia. Y es aquí cuando la oferta educativa se hace más variada, y también mucho más personal. En nuestro país, las opciones a este respecto han aumentado enormemente y tal vez por ello, resulte más complicado encontrar un camino especifico al respecto. No obstante, para mí, el camino consistió en delimitar exactamente a que deseaba dedicar mi esfuerzo fotográfico y lo dividí siguiendo un orden personal: me siento muy atraída por los retratos de autor, pero también por el documentalismo, como disciplina y forma de contar historias a nivel fotográfico. De manera que aprendí las bases del documentalismo en su variante de foto/video periodismo y después avancé un poco más, hacia la idea de contar una historia en series fotográficas concretas. Al final, logré dar con la idea en concreto que necesitaba para crear un lenguaje visual personal.

El arte por el arte:
Una vez superadas las asignaturas técnicas, la fotografía puede ofrecerte lo mejor de si misma como vehículo de expresión artística. Crea escenarios y atmósferas, intenta construir historias, formas personales que llenen de significado y trasfondo tu fotografía. Elabora ideas más allá de lo simple y profundiza en la necesaria capacidad del arte para construir conceptos complejos. La fotografía te lo permite y además, tal necesidad —e inclinación— puede nutrir tu fotografía como una manera de identidad personal.

El origen de todas las cosas:
Comenzar a fotografía en film me permitió más adelante, comprender muchos aspectos fotográficos con mayor respeto y sobre todo, comprendiendo su peso especifico sobre la disciplina visual. Es por ese motivo que recomiendo siempre aprender un poco sobre el complejo proceso de revelado y copiado de la fotografía tradicional. No solo te permitirá crecer a nivel visual como fotógrafo —comprenderás con más claridad el poder de la fotografía como creador de imágenes trascendentes— sino que te familizará con los elementos fotográficos de una manera más contundente. En el cuarto oscuro, aprenderás sobre todo, como la evolución a lo digital dotó de inmediatez a la fotografía, pero el objeto fotográfico continúa siendo una idea profundamente arraigada dentro de la decisión particular de cada fotógrafo.

Por supuesto, esta lista se encuentra incompleta. Y creo que probablemente añadiré algunas reflexiones más adelante. No obstante, creo que este esquema básico puede facilitar —o al menos así lo espero— los fotógrafos de mi país, que como yo, intentan avanzar en el difícil camino de la fotografía.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Alas de estrellas y otras historias de Brujería.





Toda bruja tiene un secreto, una sonrisa olvidada y una mirada al futuro. Toda bruja intenta avanzar un bosque misterioso en su mente. Toda bruja...

- ¿Como que un bosque misterioso en su mente? - pregunté atónita. Mi abuela soltó una carcajada.
- Para la brujería, la figura del bosque es un símbolo de lo complejos que son nuestros pensamientos - me explicó - de lo extraño que pueden ser. Como los árboles, que todos son distintos y diferentes.

Me sorprendió mucho eso. Era la primera vez que escuchaba algo semejante y me puse a pensar en los bosques extraordinarios que describían en varios de los libros que me gustaban. Pensé en los bosques gigantescos y peligrosos donde corrían los Elfos del Señor Tolkien o los delicados y bonitos que cruzaba Caperucita para conocer a su abuela. Y también pensé que era muy extraño que la brujería estuviera tan convencida que el bosque era una idea extraordinaria. ¿Todo era la misma cosa?

Era la primera vez que mi abuela - la sabía, la bruja -  leía para mi su libro de las Sombras - al menos, uno de ellos - y la experiencia estaba resultando más rara y confusa de lo que había supuesto. Hasta entonces, había creído que leer las palabras de mi abuela, resultaría algo divertido e incluso entretenido, muy parecido a la manera en que solía hablar todos los días. Pero en realidad, era algo distinto y mucho más extraño: los libros de mi abuela, parecían mostrar una parte suya que nunca había sospechado que existía y que me sorprendía por rica, profunda y singular. Era como un rostro oculto, tan extraño y bonito, que nunca había imaginado existía.

No obstante, no tenía que sorprenderme tanto que su Libro de las Sombras me desconcertara. Después de todo, eso era lo que se suponían debían hacer. Un libro de las Sombras es el anecdotario de una bruja, la colección de sus pensamientos, la manera como sueña y aprende. Una bruja escribirá en él todo lo que construye a medida que madura, todas las lecciones, temores y alegrías, tristezas y descubrimientos que atraviese en su largo aprendizaje sobre sus propia capacidad para crear y aspirar a la esperanza. De manera que el Libro de las Sombras, es el lugar más privado y secreto de ese intrincado bosque de ideas que suele ser la mente de una bruja.

Pero aún sabiendo eso, la experiencia con el libro de mi abuela me resultaba asombrosa. Era como recorrer no sólo sus recuerdos sino algo más profundo, más dulce. Pero sobre todo, significativo. Era ver su rostro de nuevo bajo el resplandor de sus creencias o mejor dicho, dibujado según su imaginación. Una idea bonita. Una idea que me intrigaba como pocas cosas lo habían hecho.

- ¿Sigo leyendo? - me preguntó. Asentí de un cabezazo.

Toda bruja está en la búsqueda de los espacios claros y radiantes de su espíritu. En la conquista de los más oscuros y dolorosos. Avanza a solas en la ciénaga solitaria de todo lo que ha perdido y encontrado para luchar contra si misma. Se enfrenta a sus monstruos personales. Encuentra...

- ¿Monstruos? - me sobresalté. Abuela soltó una carcajada.
- No como los que piensas...

Dejé escapar el aliento, aliviada. Hasta entonces, tenía un recurrente temor a la oscuridad, donde estaba segura habitaban las extravagantes criaturas de mi imaginación. La figura oscura que estaba segura se escondía en los rincones de mi cuarto. La mano helada que brotaba bajo la cama para acariciar mi pie - o así temía que sucediera -, las sombras extraña que imaginaba que me miraban en la casa a oscuras. El pensamiento que habitaran en mi mente era aterrador. Era como sí...el miedo me acompañara a todas partes.

- ¿Como son entonces? - le pregunté. Mi abuela ladeó la cabeza, mirándome con los ojos muy brillantes.
- ¿Que pasaría si te digo que todos somos un poco monstruos? - respondió. Me quedé boquiabierta. Un escalofrío me recorrió la espalda.
- ¿Como que...monstruos?
- Te lo repito, no como lo que piensas - insistió - sino algo más profundo, algo más cercano a todas las pequeñas cosas que tememos y que nos asustan.
- ¿Como es eso?
- Un monstruo es una criatura que nadie entiende - me explicó - es una criatura que vaga de un lado a otro, causando temor por torpeza, por violencia o por miedo. Es como nuestros terrores, convertidos en rostros. Eso es un monstruo.

Pensé en los que me imaginaba. En la figura altísima y delgada que estaba segura se entendía en el filo de mi armario o la pálida y flaca escondida debajo de mi cama. Pensé en ellos, intentando no aterrarme, no sentir que el corazón se me aceleraba de miedo. Pensé en que sólo existían cuando yo misma estaba muy cansada, preocupada o temerosa. Que eran reales cuando...

- Los monstruos son reales cuando les tengo miedo - dije de pronto, como si hubiese descubierto algo impensable. Mi abuela soltó una pequeña carcajada.
- Porque son tuyos, mi niña. Cada uno de nosotros, tiene un monstruo particular.

Vaya que esa era una idea extraña, me dije. Pero no era del todo desagradable, pensé también. Un monstruo que era parte de mi, que nacía de mi miedo...era un monstruo que podía controlar. Con el diafano pragmatismo de mis nueve años, me pregunté si todas las cosas a las que le tenemos miedo, se esconden en la oscuridad cuando se lo permitimos, cuando dejamos la puerta abierta de nuestra mente.

- ¿Por eso dices que somos un poco monstruos? - pregunté entonces. Abuela asintió.
- Y también héroes. Y también luchadores. Temerario, frágiles. Somos todos los rostros de las cosas buenas y malas que construímos. De los temores, las celebraciones, las grandes y pequeñas hazañas. De lo minimo, lo fuerte y lo espléndido. Somos mundos complejos en nuestro espíritu.

Con nueve años, no entendí todas las palabras de mi abuela, pero sentí el poder que describían. Tuve una noción muy clara y brillante que nada era tan sencillo y que eso era bueno, aunque me costara comprender el límite de las ideas, de ese Universo extraordinario que me describía. De pronto, tuve una nítida sensación de portento. Una enorme visión de mi misma más allá de la niña que era y la mujer con que soñaba ser.

- ¿Sigo leyendo? - preguntó. Me apresuré a sonreír.
- Si, buelita.

Una bruja sabe que cada idea que sostiene entre las manos está destinada a perdurar, a crecer. Como un árbol de ramas interminables. Extendiéndose más allá de todo, tocando el Infinito, soñando con las estrellas. Con el tiempo donde no hay palabra ni voz. Con el silencio de nuestro espíritu y...

- ¿Un espíritu habla abuela? - le pregunté sin poder contenerme. Abuela me miró con su acostumbrada expresión paciente.
- ¿Qué te parece a ti?

La verdad, no tenía idea a qué se refería. Para mi, el espíritu era algo abstracto, radiante y bonito que no podía encajar en ninguna parte del mundo de las cosas. Aunque pensaba que debía tratarse de algo profundo y bello, relacionado con todas las cosas trascendentales en las que mi abuela, era extraño pensar en esa esencia de una manera consciente. Por tanto, creer que hablaba me resultaba no sólo complicado...sino incluso directamente desconcertante. Me quedé en silencio, intentando ordenar las ideas que me abrumaban, que me dejaban un poco sin aliento.

- Es que no sé ni donde está ni que hace - le respondí por último, con toda sinceridad - no sé si el espiritu del que hablas es parte de mi o de algo más grande...si es...

Me encogí de hombros. Mi abuela me dedicó una larga mirada amable y cálida. Y pensé en su paciencia, en su cariñosa manera de enseñarme todas aquellas cosas. En su gran sentido del humor y su sabiduría. Pensé en la manera como reía a carcajadas. En como solía responder todas las preguntas que le hacia. En la manera como se asombraba  por mi curiosidad. En la manera en que la paladeaba. Era algo muy profundo en ella...era...Me detuve en mitad del pensamiento. Parpadeé.

- ¿El espíritu es lo que eres...lo que soy? - dije de pronto. Nada más decir aquello en voz alta, sentí como el corazón me palpitaba más rápido. Un rubor extraño y emocionado me subió a las mejillas - ¿El espíritu es lo que somos?

- Hace mucho tiempo, el hombre trató de entender por qué pensaba lo que pensaba, por qué soñaba lo que soñaba, porque sentía lo que sentía - me respondió - y le dió un nombre "Animus". Alma, espíritu, personalidad, carácter. Le dió sentido, forma, belleza. Le dio un significado. Con el correr de los siglos, el espíritu se convirtió en una idea mucho más mundana: se habló del cerebro, las neuronas. De procesos químicos.  Del conocimiento, de la sabiduría. Pero siguió sin saber que es exactamente el espíritu. Así que sigue siendo un gran misterio, una visión muy amplia y desconcertante de lo que somos. Y sí, es como dices, esa parte esencial de nuestra personalidad. O quizás de algo más grande, pero...¿Quién puede saberlo?

Entonces, escuchándola, pensé en que escuchaba a su espiritu. A esa esencia suya que la hacia diferente a todos los demás. Que la hacia preciada y querida. Que la hacia ser ella misma. Y pensé en todas las cosas que me hacian ser quien era: en mi curiosidad, mi risa nerviosa, mi sonrisa nerviosa. ¿Quienes somos? me pregunté en silencio, mirando su libro y sus manos, sintiendo el roce de mi cabello en la mejilla. ¿Quienes somos más allá de nuestros ojos y nuestras manos? Era la primera vez en la que pensaba en algo semejante. Y me gustó hacerlo. Me hizo sentir extrañamente cálida, inquieta. Feliz.

- ¿Sigo leyendo? - preguntó de nuevo mi abuela. Solté una carcajada.
- ¡Sí!

Y la bruja siempre buscará el bosque de sus ideas, para recorrerlo con pie ligero, mientras su espíritu sonríe, canta y baila. Porque la bruja danza en el hilo de la historia, de todas las palabras perdidas y encontradas, de todas las formas de belleza que conoce e imagina. De su deseo de crear. 

Con los ojos de mi mente, imaginé a una mujer joven de cabello trenzado y vestida de blanco, danzando en un bosque enorme y precioso. Rodeada de árboles enormes, con los brazos en alto, el rostro vuelto hacia el infinito. Y la vi tan claro, que de pronto el bosque fue el real - el de mis pensamientos - en el espíritu que crea y sueña. En los dedos extendidos hacia las estrellas. En esa esperanza feroz que sostienen una Tradición tan vieja como bella. Y mientras mi abuela continuaba leyendo, pensé en todas las pequeñas cosas que crean el tiempo, en lo complejo y exquisito que se enlaza con nuestro interior, con todas las cosas espléndidas que atesoramos sin saberlo. Y la niña que era, se sintió de pronto una anciana, tan antigua como la Tierra, tan enorme como el Universo, soñando con su propio rostro en el futuro. Esperando esa hora sin nombre donde la esperanza es real y la sabiduría parte de mi historia. Sentada en silencio, viendo a mi abuela cerrar su Libro de las Sombras, pensé en el poder de los pequeños misterios, de las pequeñas y grandes cosas en nuestra mente, una real forma de magia.


Y lo recuerdo, cada vez que escribo, inclinada sobre las interminables hojas de mi historia personal. De ese Libro de las Sombras, que no sólo conserva mis recuerdos sino mi capacidad de soñar. ¿Quienes somos en la esperanza? me pregunto, mientras la niña que soy danza en mi mente y la mujer en que me convertí sonríe al mirarla. ¿Quienes somos en nuestra capacidad de aspirar a lo bello y a lo profundo? No lo sé, pienso, inclinándose para continuar escribiendo. Pero avanzar en el bosque de mi mente, siempre será una manera de intentar descubrirlo. En ese asombro por los misterios de mi espíritu, en la fuerza de lo que construyo a diario. En lo que sueño con encontrar. En el aprendizaje interminable de una forma de soñar.


sábado, 28 de noviembre de 2015

Una colección de momentos preciados y otras historias de Brujería.






En una ocasión, mi abuela me obsequió una pequeña caja de madera de aspecto muy sencillo. La miré con curiosidad, más intrigada por el hecho que no hubiese nada que me llamara la atención en ella que por cualquier otra cosa. Le di vueltas entre los dedos, la sacudí un poco. Pero sólo era una caja de madera pulida sin otro interés que aparentemente cerrarse de manera hermética.  La sostuve entre las manos, mientras ella me miraba con su acostumbrada picardía.

- ¿Y que hago con esto? - pregunté sosteniendo la caja sobre las palmas abiertas.
- Una caja de culpas - me respondió, como si tal cosa - guardas las culpas adentro para comprenderlas como responsabilidad.

Parpadeé, sin saber que pensar sobre eso. Tenía diez años y la culpa para mi - o lo que implicaba el concepto, en todo caso - era una idea brumosa, dispareja y sin forma. Sentía "culpa" a la manera en que lo sienten los niños: de una manera vaga y poco importante, poco relacionada con las cosas que hacía o dejaba de hacer. Claro está, sabía que cometer travesuras o desobedecer a mamá, mi abuela o las maestras no estaba bien: cuando lo hacía, de inmediato sentía esa ligera vergüenza anónima que tenía algo de amarga. Me preocupaba, la mayoría de las veces me disculpaba. Pero no era algo que me atormentara especialmente. Seguía considerando mucho más divertido hacer mi voluntad a pesar de las prohibiciones y restricciones de movimiento. Una especie de instinto para la rebeldía que no entendía muy bien pero que solía disfrutar mucho.

Así que no comprendía mucho por qué mi abuela me hacía aquel obsequio. Las brujas suelen tener cajas de madera para muchas cosas: para guardar los deseos, para conservar los buenos pensamientos, para escribir las aspiraciones y esperanzas. Era una tradición antiquisima que parecía muy relacionada con el pensamiento que la palabra es poder y también, que el espíritu conserva y protege nuestras ideas más profundas. Era una costumbre que siempre me había parecido curiosa: ¿Por qué representar el alma humana como una cajita? O mejor dicho ¿Por qué conservar guardado algo tan ligero como un pensamiento? ¿No era mejor dejarlo libre, que volara y se elevara al infinito? Con mi salvaje imaginación infantil, podía imaginar con toda claridad, las ideas y sentimientos liberándose de sus cajitas y elevándose hacia el cielo muy azul de mi ciudad.

- ¿Respon...sabilizarme? - repetí un poco confusa - ¿Y que debo hacer? ¿Meter aquí...que?

Abuela sonrío y extendió las manos para sostener las mías. La cajita, con toda su misteriosa simplicidad, pareció flotar entre sus dedos y las mías, como desafiando toda explicación. Tenía algo de complejo, esa singular belleza de madera pulida.

- Cada vez que creas hiciste algo mal, guardalo acá antes de lamentarlo. Y piensa como remediarlo, antes de cualquier otra cosa. Pero la culpa, debe ir aquí. Para que no te hiera.

Para la brujería, "guardar" no significa lo mismo que para todo el mundo. Se trata de conservar, meditar y luego comprender lo que te molesta y te preocupa. Más de una vez, había visto a mi abuela poner por escrito sus dolores y preocupaciones, mirarlos en lápiz y palabra y luego, arrojar las cenizas al jardín. Como si el pequeño ritual pudiera atrapar el malestar y luego liberarlo. O más extraño aún, como si a través del fuego, pudiera transformarlo en algo más.

- ¿Y si no me hace sentir nada...hacer algo malo? - era una idea escandalosa pero más de una vez me había ocurrido. Como la vez en que había escondido el cuaderno de asistencias a Sor Compasión en el colegio, sólo para verla rabiar. O cuando había imitado la voz finita de Flor hasta que se disgustó tanto como para retirarme el habla. No me había provocado malestar o preocupación. Eran cosas divertidas y pensaba que inofensivas - Sí... sólo me hacen reir.

Abuela no dijo nada, lo cual me reconfortó. Había tenido el angustioso pensamiento que quizás se disgustaría o incluso, se pondría triste por lo que acababa de confesarle. Pero en lugar de eso, se limitó a mirarme con la cabeza ladeada, los ojos color miel brillando de pura inteligencia. Me desconcertó un poco no saber exactamente que pensaba sobre lo que le había dicho.

- ¿Estás disgustada? - pregunté por último. Ella sonrío.
- No, creo que esta caja te permitirá entenderte mucho mejor - dijo mi abuela - Y eso es bueno. Lo que hacemos o no, son decisiones y cada una de ellas, crean lo que aprendes y el camino que recorres. Creo que la caja de la culpa te enseñará eso.

¿Una cosa tan sencilla podría enseñarme todas esas cosas? me pregunté, sin atreverme a preguntárselo. Cuando ella cerró la tapa de la cajita con un dedo, el sonoro ¡Clac! de la madera me sobresaltó.  De pronto, el objeto me pareció un poco más pesado que antes, incluso enigmático, en toda su pulcritud y sobriedad. Mi abuela se levantó de la silla donde estaba sentada y me dedicó uno de sus guiños maliciosos.

- Cuando somos conscientes de lo que hacemos y el motivo por el cual decidimos hacerlo, el mundo se hace mucho más complejo, profundo y quizás doloroso. Pero es necesario recorrer ese camino - de pie frente a la ventana de la cocina, tenía un aspecto señorial, con su vestido de tela floreada y el cabello trenzado a la nuca. Me hizo pensar en ideas antiguas y poderosas - Es necesario comprender quienes somos antes de asombrarnos por lo que podemos hacer.

Miré de nuevo la cajita entre las manos. Ahora no sólo era un objeto rústico y un poco vulgar. Era también un misterio. Y eso, me dije, acariciándola con la punta de los dedos, era suficiente para no sólo entusiasmarme sino provocarme una inmediata curiosidad. Una puerta abierta quizás, hacia algún lugar desconocido de mi misma.

***

Pasaron varias semanas hasta que finalmente utilicé la cajita de la culpa. Hasta entonces, no había encontrado nada digno de mención para guardar en ella. O sí, pero siempre que me sentaba frente a la sencilla caja de madera, que parecía esperar alguna confesión, encontraba un sin fin de excusas para no hacerlo. Después de todo ¿Por qué sentirme culpable por responder de malos modos a la bisabuela, que lo merecía? ¿o desobedecer a mi mamá, que no me tenía paciencia? Siempre parecía haber una excusa para justificar mi comportamiento, para dejar claro que todas las veces en que me comportaba mal o fastidiaba a otras personas, había un buen motivo para hacerlo. Un día, mi abuela se dejó caer por mi habitación y vio la caja abierta y vacía sobre mi escritorio de estudio.

- No has tenido nada que contarle hasta ahora ¿No? - preguntó. Me mordí los labios. La culpa - una muy genuina e incomoda - me palpitó en algún lado de la mente.
- Bueno...no mucho.

Abuela tomó la caja y la miró, como solía hacer cuando quería decir algo interesante. Me quedé muy quieta, esperando. Siempre quería escuchar cualquier cosa que la abuela quisiera decir. Incluso si eso incluía un sermón, pensé con cierto sobresalto.

- Sentir culpa y vencerla es un asunto de valientes - comentó en voz baja - no es muy fácil admitir que causamos daño y que tenemos la responsabilidad de enmendarlo.

Recordé a la bisabuela, con los ojos brillantes de furia después de escuchar mi mala contesta. O la expresión triste de mi mamá. La culpa corcoveó y pulsó en mi mente. La ignoré.

- Pero a veces...es que las cosas tienen una explicación - me excusé. Mi abuela asintió lentamente y dejó la caja donde la había encontrado.
- Puede. Además, hay que tener un corazón firme para asumir la responsabilidad de nuestros actos.

Cuando se fue, me quedé molesta e incomoda, mirando la caja acuseta sin saber que hacer. ¿Por qué me llevaba tanto esfuerzo admitir mis errores? me dije impaciente. ¿Por qué me resultaba tan fácil encontrar explicaciones para la forma como me comportaba? De pronto, tuve una sensación helada y dura subiendome por las mejillas. ¿Era una cobarde? me pregunté. ¿Le tenía miedo a la caja, en todo su silencio acusador? El mero pensamiento me hizo caminar de un lado a otro por la habitación, apretando las manos en un nudo de dedos tensos. ¿Me faltaría valor para finalmente guardar en la caja lo que me dolía? le di vueltas al asunto una y otra vez. Finalmente, me prometí hacerlo. Enfrentarme a esa sensación de dolor y de vergüenza que la culpa me hacía sentir.

Finalmente, un viernes en la tarde, me senté a escribir en una hoja de papel lo extrañamente culpable que me hacia sentir haberle desobedecido a una de mis maestras. Con los labios apretados y una extraña sensación de angustia, decidí guardar en la caja un pequeño dolor que me llevaba esfuerzos comprender.

Rosalinda era, por mucho, mi maestra favorita. Era joven, simpática y además, enseñaba literatura, la asignatura que mejor se me daba y la que sin duda, me apasionaba más que cualquier otra. Y Rosalinda como yo, amaba los libros. Solía llevar sus favoritos clase y leerlos en voz alta, disfrutando de las palabras tanto como yo lo hacía. Sus clases, eran un coro de risas, preguntas y entusiastas comentarios, como si su alegría resultara contagiosa al grupo de indolentes adolescentes que debía enseñar.  En el paisaje árido y un poco aburrido de la escuela de monjas bigotonas donde me estudié, Rosalinda era una bocanada de aire fresco. Gracias a ella,  la última hora de la mañana del viernes era un buen momento para relajarse y aprender.

Así que, no comprendí muy bien por qué me había comportado tan mal durante la última clase del mes. Era a la que más importancia brindaba Rosalinda, no sólo porque era el momento de evaluar que tanto habíamos aprendido sino también, porque era un buen momento para reír y divertirnos, releyendo los libros favoritos de las últimas semanas. Pero por alguna razón, había sido incapaz de mantenerme atenta: hice ruido y me comporté a mis anchas, riendo y alborotando desde la última fila del salón. Finalmente, me había llamado la atención en voz alta.

- ¡Aglaia! ¡No entiendo tu actitud de hoy! - me reclamó mirándome muy sorprendida y también, aunque intentó disimularlo, dolida - ¡De todas las chicas, pensé que tu serías la que más disfrutaría la lectura de hoy!

Tenía razón. Uno de mis libros favoritos era Alicia en el País de las Maravillas del Señor Carroll y justo lo había leído por primera vez en su salón, gracias a que ella había ignorado las recomendaciones de las monjas y había decidido traer clase un libro tan maravilloso como confuso, que la muy severas religiosas del colegio consideraban poco menos que perturbador. Pero yo lo había amado de inmediato y Rosalinda solía releer pasajes y pequeños fragmentos, quizás entusiasmada por mi entusiasmo por la historia. Esa tarde, había comenzado a leer la segunda parte del libro "Alicia a través del Espejo" y por supuesto, había esperado que me cautivara tanto como su predecesor. Pero yo simplemente había ignorado sus buenas intenciones.

Después de la regañina, Rosalinda no me dedicó una sola palabra más, lo cual me angustió más que el reclamo público. Al final de la tarde, cuando sonó la campana, intenté acercarme a su escritorio para disculparme pero ella  me ignoró de manera muy notoria. Me quedé de pie con el libro de Alicia apretado contra el pecho. Flor a mi lado, chasqueó la lengua con su habitual tono un adulto.

- Buena que la hiciste esta vez - comentó. Le dediqué una mirada furiosa.
- ¡Tu también te portaste horrible!
- Pero a la Maestra le dolió que tu lo hicieras.

Era verdad y yo lo sabía, pero no estaba dispuesta a admitir que la perspicaz Flor tenía la razón. De manera que me fui del salón sin darle una segunda mirada, furiosa y un poco entristecida. De inmediato, la culpa - amarga y voraz - comenzó a palpitarme en el pecho. Entonces recordé la cajita. Y pensé si no sería buen momento para guardar la culpa y comprender que ocurría en mi interior.

No resultó sencillo. Al principio, garabateé un par de frases sueltas para explicar mi comportamiento salvaje en clase: "estaba cansada", "tenía calor" pero de inmediato supe mentía. Sentí la verguenza subirme al rostro como un rubor caliente y melindroso y me sentí incluso más avergonzada que antes.  Suspirando, rompí la hoja y tomé una nueva. Me quedé mirando el lápiz entre mis dedos con una sensación de furia y angustia que no sabía explicar muy bien.

"Fue una semana con muchas tareas" intenté de nuevo. Mentira otra vez. Rompí el trozo de papel. "A veces, quiero reirme y hablar" insistí. Pero tampoco era verdad. Rompí de nuevo la tira de la hoja y la hice una bolita, sosteniendola entre los dedos. Finalmente, apreté los labios y me volví a inclinar sobre el papel, con el corazón latiendo muy rápido.

"No quería prestar atención ni hacerle caso a Rosalinda porque no sé si va a volver" escribí. Me sorprendí de leer la frase pero de inmediato, supe que era cierto. El lapiz me bamboleó entre los dedos, mientras intentaba ordenar mis pensamientos. Era tan cierto que me dolía ahora mismo escribirla. Quería romper la hoja, hacerla añicos, no mirar las palabras. Pero allí estaban. Muy claras y acusadoras. Y sobre todo, dolorosas. Le pasé un dedo por encima, sintiendo el papel caliente bajo mi piel.

La maestra Rosalinda no le caía bien a la mayoría de las monjas del colegio. Tan mal les caia de hecho, que parecían alegrarse cada vez que faltaba y eso ocurría dos o tres veces al mes. Sabía que un pariente de Rosalinda estaba muy enfermo y por ese motivo, en ocasiones se ausentaba. Y su lugar, lo tomaba una monja gorda y de malos modos que nos obligaba a leer libracos aburridos que la mayoría de las veces me producían dolor de cabeza. Pero ¿Por ese motivo me había comportado así? ¿Por qué me hacia sentir mejor incomodar a Rosalinda?

Miré la caja otra vez, sencilla y callada. Para las brujas, la madera tiene un significado muy especial: se trata de un elemento de la Tierra que contiene el poder de las estrellas. Un árbol tarda cientos de años en crecer, en hacerse enorme y señorial. En hacerse tan fuerte como para enseñar cosas. Un Árbol escucha el sonido del viento, del Infinito, las voces de la gente y las conserva en sus ramas, como un eterno guardián. O así se cree en brujería. De manera que un objeto de madera, es un simbolo de las cosas buenas, de las trascendencia y de las lecciones aprendidas.

Pensé en el dolor de culpa que tenía en el pecho. Me había sentido antes de la misma manera, pero sólo ahora era conciente que la culpa, era como una piedra caliente sobre mi pecho. Me aplastaba, me hacia sentir pequeña y frágil, pero en realidad  no hacia otra cosa que recordarme mis errores. ¿Que había dicho mi abuela? pensé sosteniendo la caja entre los dedos. ¿Que había comentado sobre la culpa? Que había que comprenderlas como responsabilidad. Y eso quería decir, que podía hacer algo para no sentirme tan culpable. Para no sentir ese dolor pequeño e insistente que tanto me molestaba.

Volví a la hoja para escribir. Le conté al silencio el dolor que me provocaba no sólo que Rosalinda no volviera, sino dejar de aprender justo lo que más me gustaba. Dejar de leer libros y descubrir nuevos mundos. Aprender el peso y la importancia de la palabra, de la manera en que me gustaba y tanto disfrutaba. Y también...suspiré entristecida...perder a mi maestra favorita, la que me había creado todo un mundo de palabras por descubrir. La que me había obsequiado un largo camino de historias que recorrer.

Miré la hoja, escrita con mi letra nerviosa y desigual de niña. El dolor menguó, se hizo menos punzante. Pero la culpa siguió allí, recordando lo muy decepcionada que había parecido Rosalinda por mi comportamiento. Pensé en lo que había dicho mi abuela, sobre la responsabilidad. Y escribí una última frase "Aprender es un recorrido de ideas". La frase favorita de Rosalinda y que usaba al final de cada clase.

Sabía lo que tenía que hacer. O al menos, ya sabía que la culpa no era suficiente para componer lo que había hecho. Doble el papel y lo guardé en el interior de la caja de madera. Cuando cerré la tapa, me pareció que se hacia más densa, más pesada. Ahora guardaba un sentimiento, pensé con un sobresalto. Y quizás, mis pensamientos. Y que poderoso podía ser eso, pensé un poco desconcertada por esa noción lenta que la palabra podía ser tan poderosa como un arma. Sostuve la caja entre las manos y pensé en los secretos, los misterios, pero sobre todo, el valor de afrontar los propios. Un pensamiento muy adulto, me diría después, muchos años en el futuro. Quizás el primero que tuve alguna vez.

***

Rosalinda me miró desconcertada cuando dejé frente a ella el fajo de papeles. Había llegado antes que cualquiera de las alumnas al salón y me había acercado a donde se encontraba sentada, sin que ella me dedicara una sola mirada. Pero ahora, parecía tan desconcertada como para echarle un vistazo a lo que yo había colocado con todo cuidado en su escritorio.

- ¿Qué es? - preguntó. Una curiosidad genuina. Sonreí.
- Hice un ensayo sobre Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo - le expliqué - con lo que nos dijiste y pensando en las cosas de Alicia como me enseñaste. Quería mostrarte que si había aprendido...a pesar de como me porto.

Me preparé para su indiferencia, para otro sermón - seguro que lo habría - o quizás, para su silencio. Pero no estaba preparada para la manera como sonríó. Para la franca y amplia sonrisa que me obsequió. Me quedé de pie, con las manos apretadas sobre el vientre, entre avergonzada y feliz.

- ¿Hiciste eso? - me preguntó.
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque tu... - no sabía como poner en palabras lo mucho que me había inspirado Rosalinda en la lectura, a disfrutar de leer como una aventura interminable - porque tu me enseñaste que una palabra es un mundo.

Fue algo extraño, inmediato y contundente: Cuando dije eso en voz alta, la culpa en mi interior dejó de palpitar en ese lugar secreto de mi mente donde me había atormentado por toda una larga semana. Y aún más, cuando Rosalinda tomó el fajo de papeles escrito con mi letra desigual y un poco extraña  y lo miró con atención. Percibí su sorpresa y también algo muy parecido al agradecimiento. O quizás me lo imaginé.

- Lo voy a leer para corregirlo - me dijo. Y sonrío. El disgusto y la incomodidad entre ambas parecía desaparecer con rapidez, como si las palabras que había escrito para Alicia consolaran a Rosalinda también - y después te recomendaré un libro más, ¿está bien?

Quizás Rosalinda tendría que ausentarse pronto. O no volviera después. Pero en ese momento, en esa conversación entre risas y entusiasmo, todo estaba bien. Y pensé en el miedo que me había hecho sentir admitir el dolor. En lo mucho que me había asustado enfrentarme a esa sensación amarga que tanto me abrumaba. Y en lo bien que estaba ahora que me había liberado de ella. Y sonreí, con toda la naturalidad de esa sensación de libertad. Con esa sensación que la culpa era sólo un pensamiento olvidado.

Mi abuela me encontró mirando la caja ese día, inclinada sobre mi escritorio de estudio. Sonrío.

- Así que ya la utilizaste - comentó. La miré con los ojos muy abiertos.
- Es muy poderosa.
- Cada caja en nuestra mente es un secreto que se revela - dijo. Se sentó a mi lado para mirar también la caja - y que nos permite construir mejor el paisaje de que somos. Es una idea bonita.

Es una idea poderosa, pensé, aunque no se lo dije. Y en el silencio que siguió pensé que la magia, quizás era algo tan simple y fuerte como la caja cerrada de madera que escondía su secreto o quizás, una noción mucho más antigua sobre el dolor.

Una forma de crear y soñar. Una palabra perdida y vuelta a encontrar.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Proyecto "Un género cada mes" Noviembre - Novela: El héroe discreto" de Mario Vargas Llosa.




Vargas Llosa suele describirse así mismo como un eterno observador. Un hombre dedicado al oficio de mirar y traducir la realidad en palabras. Y no se trata sólo por su propio placer o por un mero debate sobre su capacidad para crear: Para Vargas Llosa lo de escribir es una declaración de principios. Una expresión deliberada de lo que cree puede ser el mundo que le rodea. Un idealismo clásico sujeto a un pensamiento mucho más profundo y demoledor: el hecho de existir a través de la palabra. Por ese motivo, Vargas Llosa escribe para enfrentarse al vacío, al dolor, a la simplicidad, así mismo. De continuar avanzando hacia lo que asume pertinente y sobre todo, hacia lo que desea expresar como origen de todos sus argumentos. Para el escritor nada es sencillo: hay una complejidad sugerida y perenne en todo su discurso creativo, pero también en esa comprensión emocional sobre su propia perspectiva de la verdad. Esa noción redentora y constructiva sobre el hombre y su circunstancia. El que somos y hacia donde nos dirigimos.

No es de extrañar por tanto, que  para Vargas Llosa el quehacer literario desborde las fronteras de lo artístico e intelectual para alcanzar la frontera de algo mucho más nítido. Un método de redención y también, el autodescubrimiento de la identidad. “Un pueblo contaminado de ficciones es más difícil de esclavizar que un pueblo aliterario o inculto. La literatura es enormemente útil porque es una fuente de insatisfacción permanente; crea ciudadanos descontentos, inconformes. Nos hace a veces más infelices, pero también nos hace mucho más libres” dijo Vargas Llosa  al recibir el doctorado ‘honoris causa’ de la Universidad de Salamanca, la más antigua de España. Lo hizo respondiendo sus propios cuestionamientos, analizándose desde la periferia, como un personaje más: ¿Para qué sirve la literatura? ¿por qué se escribe literatura? y ¿cómo se escribe una novela?

La respuesta pareció abarcar el mundo entero. Todas las artes e implicaciones que parecieron converger en puntos semánticos evidentes: La palabra lo es todo, existe en todas partes, es cada cosa hecha y soñada, pensada y proscrita. Porque la literatura no sólo pare el mundo sino además la crea y la sostiene a través  de una relación privilegiada con el lector, con la creación y todas las implicaciones entre las ideas. Una y otra vez, Vargas Llosa parece concebir la escritura como un principio, más que un hecho moral y sobre todo, una expresión consecuente de la idea esencial de lo que somos y lo asumimos existe como expresión del arte. “Me gusta mucho el cine, veo unas dos películas por semana, pero estoy convencido de que las ficciones cinematografías de ninguna manera tienen ese corolario lento, retardado, que posee la literatura en el sentido de sensibilizarme respecto a lo que son las deficiencias de la realidad y hacerme sentir la importancia de la libertad”, explicó durante la alocución, quizás analizando el hecho del arte por el arte y sus repercusiones como una expresión ideal “No hay nada más entretenido que un poema o una gran novela, pero ese entretenimiento no es efímero. Deja una marca secreta y profunda en la sensibilidad y la imaginación”. Una idea que no sólo sostiene la capacidad de Vargas Llosa para asumir la capacidad esencial del peso de lo literario, sino sus repercusiones a futuro.



Tal vez por ese motivo, hablar sobre Mario Vargas Llosa - como escritor y como figura pública - siempre será un asunto espinoso. Y es que gracias a su frontal visión del mundo, se ha convertido en uno de esos personajes de los que nadie tiene una opinión tibia: o lo admiras o lo detestas. No hay puntos medios ni tibios en este creador nato convencido del poder de la palabra o mejor dicho, de la necesidad de esgrimirla como arma intelectual esencial. No existe un punto medio para definir su obra y mucho menos su predilección por la opinión crítica, una especie de personal enfrentamiento contra ciertas ideas que no todo el mundo comprende demasiado.  No es algo casual, por supuesto: en su rol de intelectual comprometido, Vargas Llosa continúa encarnando esa figura romántica del escritor como defensor incansable de las ideas o mejor dicho de los argumentos intelectuales y no siempre lo más populares. Neoliberal confeso y además, crítico de ese socialismo romántico latinoamericano en plena renovación, se encuentra desde hace más de una década en el ojo de huracán, debatiéndose entre su visión de un mundo contradictorio y su visión elemental sobre una corriente de ideas que rechaza de manera frontal. Al final, Vargas Llosa parece encarnar uno de sus propios personajes: Visceral, contestatario y siempre dispuesto al enfrentamiento dialéctico, su mayor transgresión es justamente su capacidad para la contradicción.

Y sin embargo, Vargas Llosa es ante todo un escritor. Prolífico como pocos, expresa la controversia e incluso lo simplemente ideal a través de un ingente trabajo periodístico, artístico y sobre todo, lo puramente literario. Incombustible y sobre todo, comprometido con la necesidad de construir un nuevo tipo de literatura latinoamericana comprometida con ideas concretas, es uno de los autores con mayor influencia en nuestro hemisferio. Para bien o para mal, Vargas Llosa representa al escritor que se reconstruye en cada obra y aún más, se cuestiona en cada nueva creación literaria. No es casual, por supuesto que que como observador de una latinoamericano en constante transformación, sus libros parezcan el reflejo de una sociedad joven, adolescente y a medio construir. Una idea de cultura resquebrajada por los bordes.

Tal vez por ese motivo, el lector consecuente se pregunte cual es el mensaje que Vargas Llosa quiere transmitir en su último libro "El héroe discreto". Porque ciertamente, el autor dejó a un lado sus conocidos preciosismos autorales y construyó una obra que ha sido llamada "sencilla" y criticada duramente por "vacilante". Una mirada crítica a un Peru que pudiera confundirse con cualquier otro país de Latinoamericano. Un país transformándose desde lo esencial, creciendo y haciéndose cada vez más cínico y mucho menos utópico. Una sociedad en pleno tránsito desde la niñez cultural hacia algo más abstracto y poco definido. ¿Que desea mostrar Vargas Llosa con una historia local, con tintes casi vulgares, una historia común? El cuestionamiento es válido, claro está. Pero a la vez, es quizás tan insustancial como esa pequeña visión de dos ciudadanos de una historia prestada tropezando con la realidad.

Claro que, con Vargas Llosa nada es sencillo, mucho menos aparente.  El azar, la casualidad aparente, entreteje una historia con muchos traspiés y momentos bajos, que es también es una historia que nos recuerda que Latinoamérica aun se mira así misma con inocencia. Que alimentados por el culebrón de la sangre caribeña, miramos la realidad con un inevitable punto de melodrama. Que nuestra identidad parece diluirse entre las pequeñas vicisitudes de una historia compartida. Que somos hijos de un gentilicio común de tierra y cielo, que se diluye y se fragmenta en esa expectativa de lo quienes somos - como ciudadanos continentales - más allá de la frontera y dentro de ella. Y Vargas Llosa lo refleja con toda precisión en una narración que ha sido catalogada como "broma barroca" y que incluso ha sido acusada de soporífera. Lo es, probablemente. También es incómoda, documental. Una combinación azarosa de preguntas y planteamientos que nunca terminan de definirse bien, de asumir una directa respuesta a lo que se mira como evidencia cuestionable.  Aún así, es una historia entrañable, de esas que quizás se olvidan con facilidad. Allí su debilidad: porque de Vargas Llosa se espera cualquier cosa, se exige dureza y crítica. Pero nunca este juego de pequeñas intrigas sin verdadera resolución. Sin duda,  una historia para los nostálgicos de las pequeñas escenas de lo cotidiano, de esa manera de contar la realidad que en ocasiones olvidamos es tan válido como las grandes epopeyas.

Probablemente, nadie recordará al "Héroe Discreto" como uno de los mejores libros de su autor. De hecho, es bastante probable que algún distraído olvide mencionarla al hacer un recuento de sus obras. Pero para el recuerdo, esta obra menor, en toda su sencillez de documento histórico de un presente brumoso, es quizás la manera más evidente de demostrar que el mundo de las pequeñas cosas tienen un valor casi anecdótico, frágil y en ocasiones insustancial. Pero aún así, sobrevive en las promesas de redención que jamás llegan a cumplirse y más allá, en la simplicidad de una interpretación venial de la realidad.

jueves, 26 de noviembre de 2015

El arte, la moral y otras batallas interminables.




Desde hace unas cuantas décadas, lo políticamente correcto parece ser un punto de debate álgido entre lo que consideramos aceptable a nivel cultural e incluso, social y esa abstracción tan poco comprensible, como lo es lo "popular". Sobre todo en el mundo del arte y la difusión de las ideas, donde lo polémico, lo absurdo y lo contradictorio, forma una parte sustancial de la idea que se comunica. Una percepción sobre el hecho del arte como elemento transgresor y sobre todo, cómo esa visión de lo artístico como un vehículo de expresión consecuente de crítica. Y no obstante, esa línea invisible entre lo polémico y la audacia de la creación en estado puro, parece encontrarse cada vez más limitada por esa interpretación de lo "correcto" que no sólo dilapida (y sacude) las bases de lo que consideramos estético sino también, esa percepción artística que se basa en ideas controvertidas, incómodas, incluso dolorosas. Porque ¿Qué es el arte sino una comprensión sobre las vicisitudes y contradicciones de la idea formal sobre la realidad? ¿Y cual es el sentido de  interpretación sino una visión subjetiva del mundo que nos rodea?

Este año, esa necesidad de lo políticamente correcto ha suscitado una serie de debates donde lo artístico parece enfrentarse a esa insistencia en mantener una línea de ideas "digeribles" tan en boga últimamente. Desde películas hasta fragmentos de cultura pop, el arte se ha visto envuelto en una interminable argumentación sobre lo que debería ser y el hecho básico que supone que toda pieza artística, del índole que sea, es por naturaleza transgresora. De manera que esa visión - esa interminable discusión - sobre la cualidad del arte como elemento de distorsión y sobre todo, de replanteamiento de lo que consideramos absoluto, se ha visto en pleno centro de una serie de ideas que parecen insistir en la necesidad de adecuar el arte a un discurso de fondo muy concreto y en evidente relación con cierta moderación preocupante. Y el resultado ha sido una serie de pequeños escándalos de diversas índole que reflejan que el planteamiento artístico está enfrentándose de manera directa a una nueva percepción sobre su existencia: La visión del arte como parte de un discurso moderado - y moralista - de implicaciones desconcertantes.

Una perspectiva preocupante sobre lo que el arte es - y aspira construir - y lo que puede ser.

* La violencia de género y el arte como reflejo de lo contemporáneo: Una broma macabra. 

Cuando supe que el artista Rafael Alburqueque homenajearía a la extraordinaria y fundacional “The Killing Joke” de Alan Moore con motivo del 77 aniversario de DC comic, sentí una profunda curiosidad. Después de todo, la historia es quizás uno de las obras más poderosas y simbólicas en la historia del género y además, un ejemplo fidedigno de la capacidad del Comic para resumir ideas complejas en planteamientos sugerentes y profundamente metáforicos. No es una obra de lectura sencilla, por supuesto. Alan Moore, célebre por crear universos complejos, despiadados y crueles elaboró para The Killing Joke una trama oscura que transformó para siempre la tradicional historia de Batman. El autor logró analizar la locura, maldad y el bien y el mal desde una perspectiva ambigua y sobre todo, compleja que apartó de los habituales planteamientos de la bondad y la transgresión moral a la narración. No sólo analiza la historia del Batman y el Joker como paralela — dotándoles de una profundidad argumental inédita — sino que plantea la novedosa idea que ambos sufren de un tipo de locura — en la medida que la transgresión anárquica sea considerada como tal — pero canalizada de manera distinta y contradictoria. Mientras el Joker asume la violencia como herramienta para expresión de su profunda enajenación, Batman decide hacerlo a través de un estereótipo distorsionado del héroe. Entre ambos plantamientos, hay una línea que sostiene la visión paralela de los personajes: una especie de reflejo maltrecho de quienes pudieron ser y quienes definitivamente, rechazan convertirse. Una y otra vez, Moore reflexiona sobre la naturaleza humana y sobre todo, sobre los elementos que hacen al hombre moralmente comprensible. E incluso, como la idea básica sobre lo que creemos es el bien y el mal puede resultar ambigua en condiciones extremas. Todo un tratado existencialista sobre la razón y la locura, el poder y la necesidad de rebelión.

Una de las escenas que suele producir mayor incomodidad dentro de la historia de The Killing Joke, es la tortura y violación de Bárbara Gordon, Bat Girl en el Universo del Comic. Moore plantea la agresión de una manera espeluznante: es un acto de vejación de profundas implicaciones psicológicas que no sólo afecta a la victima sino a la estructura fundacional de la historieta. La violencia sexual — que Moore muestra sin atenuantes — no sólo tiene el objetivo de formar parte de la trama sino de sostener toda una serie de crudas reflexiones sobre la cordura, la humanidad y hasta que punto, somos capaces de valorar los atributos de la razón humanas en condiciones tan deplorables. El Joker somete al comisionado Jim Gordon — padre de Bárbara — a la impensable tortura de mirar el cuerpo torturado de su hija y es a partir de ese punto de inflexión, en que la historia del Comic toma un rumbo desconocido hacia un tipo de reflexión filosófica desconcertante. Una trama que desconcertó a los lectores de su época y convirtió al ejemplar no sólo en una joya de coleccionista sino en una obra esencial dentro del mundo del Comic y la construcción de la narracción gráfica.

No me sorprendió por tanto, que Rafael Albuquerque decidiera mostrar a Bat Girl junto al Joker en su portada homenaje. La terrible e inolvidable escena de su agresión forma parte del imaginario esencial de la obra homenajeada y además de eso, es definitiva e imprescindible para conocer el desarrollo de la narración y el punto de inflexión que Moore quizo construir a través de ella. Lo que sí me sorprendió fue el escándalo posterior y sobre todo, las acusaciones de “sexismo” y “violencia sexual” para la portada. Finalmente, la obra fue retirada — a petición del artista — aunque la polémica continuó debatiéndose en redes sociales y Bloggers especializados. El planteamiento central del escándalo analizaba la inquietante consideración que la portada de Alburqueque intentaba glorificar una agresión sexual y también, una de las escenas de violencia sexual más crudas en la historia de DC comics.

La portada no deja lugar a dudas sobre su intención: En ella, Bárbara Gordon — llevando su icónico traje como Bat Girl — aparece maniatada y frágil, el rostro cubierto de lágrimas. El Joker la sostiene, apuntandole a la cabeza con una arma de fuego. Además, le ha dibujado en el rostro una sonrisa demencial — símbolo del personaje — con lo que supongo es sangre. La imagen es perturbadora y me produce una inmediata incomodidad. Pero sólo es el reflejo del argumento que analiza al detalle The Killing Joke, con escenas que no sólo no dejan duda que la violación de Barbara Gordon es un giro argumental imprescindible sino que convierte la historia en algo más turbio y perturbador de lo que hasta entonces había sido. En otras palabras, la portada sólo resume lo que el comic muestra.

De hecho, Alan Moore es conocido por sus argumentos basados en crear situaciones límites para sus personajes. De hecho, no hay uno sólo de sus trabajos gráficos que no sea desconcertante y destructor de elementos comunes a toda novela gráfica. Más aún, Moore insiste en la crítica social, incluso en su etapa más comercial: En más de una ocasión, su aproximación al Comic ha sido considerada como un debate de ideas, más que una reflexión dramática. La mayoría de los guiones del autor son críticas directas a elementos culturales muy concretos, como el sexismo, el pro capitalistas de la época y la hipocresía política. Para Moore el comic es un instrumento de debate ideológico, antes que una obra exclusivamente simbólica. De hecho, la violencia sexual ha sido parte de muchos planteamientos culturales y Moore lo describe como parte de esa comprensión del bien y el mal, no como un hecho que deba celebrarse .  The Killing Joke se basa en la lucha del bien y el mal, no en la violencia sexual.  Y aunque hay un elemento de infravaloración de la imagen femenina en varios Comic, el hecho es que también, las novelas Gráficas suelen reflejar la cultura de la cual proceden. Por tanto, el cierto que la mayoría de las heroínas de los comic — incluso las más poderosas y las simbólicas — parecen encontrarse constantemente en peligro.

No obstante, el argumento de The Killing Joke no sólo desborda esa idea de la Heroína al borde del peligro sino que transforma la relación entre héroes de una manera traumática. Ya por la época, se le acusó a Moore de desconsiderado y brutal. El autor se limitó a decir que un Villano “hace lo que debe hacer” y más aún, “la manera como construí la historia deja claro que el Joker es un villano, un desequilibrado peligroso y no sólo un caricatura del mal”.

De hecho, el comic profundiza con cuestionable morbosidad sobre la naturaleza del bien y el mal. La violación de Bárbara Gordon es uno de los elementos más desconcertantes de esa visión temible del bien tan semejante a la crueldad. Ambos extremos usando las mismas armas y analizando la perspectiva del castigo desde un concepto muy similar. Palabras más , palabras menos, para Moore el bien y el mal son indistinguibles y además, comprendidos de una manera ambigua bajo la noción que sólo se trata de un punto de vista. Por tanto, para el autor la violencia sexual que sufre un personaje femenino no es una promoción de la agresión, sino otra de las consecuencias del mal — o la indiferencia del bien- en medio de una batalla de abstracciones morales poco importantes.

Por supuesto, Albuquerque parece haber equivocado el método y quizás el momento histórico para su creación artística. No sólo las recientes heroínas del comic se mueven en un Universo brillante y dirigido a un público mucho más joven que sus antecesoras sino que además, el análisis sobre el punto de vista de la mujer en el comic se ha transformado. Mientras Moore asumió a Bat Girl como la victima propiciatoria en un Universo netamente masculino, la Bat Girl actual es una metáfora de poder femenino dentro de un sistema comercial que busca atraer a un publico nuevo a sus filas. Así que con su portada, Albuquerque no sólo parece haber ofendido a un planetamiento específico sino a toda una nueva generación de lectores (y especialmente lectoras ) cuya percepción sobre el comic es radicalmente distinta a la que fue hace treinta años.

De manera que con toda probabilidad, la Portada de Albuquerque contradijo no sólo la idea de la mujer que deja de ser un elemento marginal y sexualizado para convertirse en un héroe por derecho propio, sino que además analizó la idea de la victima desde una perspectiva incorrecta para el momento comercial que atraviesa la casa editorial. ¿Habría sido distinta la reacción si en lugar de mostrar a Bat Girl como una victima, el obra hubiese mostrado a la manera como se concibe el poder femenino hoy? ¿Quizás con el Joker atado, aterrorizado, humillado? ¿Hasta que punto podría haber afectado la idea sobre el personaje — y sus implicaciones en el Universo de DC comic — una interpretación totalmente nueva sobre su personalidad?
La polémica continúa. ¿Es la portada de Alburqueque una promoción a la cultura de la violencia? ¿Es una muestra de celebrar la cultura de la violación bajo la justificación del homenaje? La respuesta no parece ser tan sencilla: La discusión parece aumentar y dirigirse directamente hacia la manera como la portada demuestra que la imagen femenina sigue infravalorandose, no sólo en el mundo del Comic sino también, a nivel general dentro de la cultura pop. En el foro Comic Book Resourches el debate incluso analiza el hecho de por qué Alburqueque — o mejor dicho, su pieza artística — parece haber despertado una reacción semejante, cuando de hecho el personaje del Joker se ha convertido en un símbolo de agresión y violencia. ¿Se trata que en esta ocasión la portada fue demasiado lejos en la mirada sobre la heroína en riesgo que suele popularizar el Comic o que Albuquerque tocó un punto incómodo dentro de su concepción simbólica. ¿Era el momento cultural apropiado para regresar a la mujer victima después de construir una renovada imagen de la heroína?

El debate sobre la portada de Albuquerque no sólo deja dudas al respecto sino que además, pone en tela de juicio, el futuro del discurso del comic desde el punto de vista actual. Una discusión que parece se extenderá hacia nuevas implicaciones que apenas podemos adivinar.

* Una heroína sin rostro: La viuda negra como la reinvención de la chica en desgracia. 

Tenía unos dieciocho años la primera vez que vi “Buffy, The Vampire Slayer” y de inmediato, me convertí en fan de la serie. No sólo por la renovada y original mitología que ofrecía sobre mis monstruos y personajes de fantasía favoritos — la recreación del vampiro de la serie es quizás una de las que más me agrada -sino porque además, la heroína, la Buffy que daba el nombre a la serie, era una mujer extraordinaria. Un personaje que no tenía nada que envidiarle a cualquiera de sus contrapartes masculinos y que de hecho, era la concreción de todas las grandes características de cualquier super héroe acción que se precie. Y es que Buffy no solamente cazaba vampiros — y lo hacia especialmente bien — sino que además era un personaje rico en matices, lo suficientemente interesante como para sostener la serie durante sus diez temporadas y además, sentar un lúcido precedente de lo que podía ser un personaje femenino en el mundo de la televisión y el cine. Toda una renovación de lo que hasta entonces había sido la percepción sobre lo femenino en la series e incluso en el muy machista — por razones obvias — mundo del comic.

Todo obra de Joss Whedon, hasta entonces un modesto guionista esporádicamente acreditado que saltó la fama justamente por crear un personaje memorable para el mundo de los super héroes. Un personaje femenino. Un personaje que fue la síntesis no sólo de la una inusual visión sobre el mundo de la fantasía y lo que se espera de los personajes que lo habitan, sino de la forma como hasta entonces se había percibido la participación de la mujer en cualquiera de sus tramas. Y es que Buffy, ágil, fuerte, con las habilidades de pelea de cualquier contrincante masculino, ambigua, sexual y falible, cambió el rostro resultón y secundario de la gran mayoría de los roles femeninos en el mundillo pop. Un paso adelante que construyó todo un nuevo lenguaje acerca del tema a partir de entonces.

Por ese motivo, me sorprendieron — y me irritaron — las acusaciones de misógino y machismo contra el Whedon que corrieron de un lado a otro de las redes Sociales luego del estreno de la película "Los Vengadores: La era de Ultrón" hace unos cuantos meses. Una ola injustificada de ataques, críticas e incluso amenazas que provocaron que el director y Guionista abandonara Twitter, luego de ser incapaz de enfrentarse al ataque desproporcionado en su contra. ¿El motivo? el aparente machismo del director al momento de construir y concebir el personaje de la Viuda Negra (Interpretada por Scarlett Johansson) dentro de la trama de Los Vengadores: La era de Ultrón. Al director no sólo se le acusó directamente de disminuir al personaje y convertirlo en un estereotipo de la clásica “damisela en desgracia” sino además, de someterlo a una serie de esquemas de rol misóginos que convirtieron al personaje en una caricatura de sí mismo. Las ataques no sólo criticaban el guión de la película — y el aparente menosprecio de la Viuda Negra en detrimento al resto de los personajes de la trama — sino al hecho, que transformaran al personaje interpretado por Johansson en un mero secundario comparsa dentro de la película.

No obstante, la real pregunta que surge en medio de los argumentos cruzados sobre del tema que desencadenó los ataques contra Whedon es si realmente, el guión de “Los Vengadores: la Era de Ultrón” tiene una clara connotación machista y misógina. Una y otra vez, el debate pareció dirigirse directamente al hecho y no a las implicaciones que conlleva. No se trata de un tema sencillo y mucho menos, que se pueda dirimir sólo analizando la forma como Whedon ideó el mundo de sus personajes. Y es justamente, esa simplificación del resultado artístico — la crítica con respecto una película desigual con algunos problemas evidentes de guión y edición — lo que hace que el debate surgido en Redes Sociales resulte tan inocuo como inútil. Y es que no es tan sencillo tachar a una película que engloba un Universo en particular de machista sin llevar a cabo un análisis concienzudo de las bases donde se sostiene su peculiar visión del tema.

¿Es machista la película “Los vengadores: la Era del Ultrón”? En realidad, cabría preguntarse si el hecho que la gran mayoría de sus personajes sean masculinos y con un marcado rasgo ególatra, la hace machista. ¿Es suficiente para definir un rasgo misógino el hecho de analizar el guión y la historia en pantalla las actuaciones o el peso de la trama que tienen sus personajes femeninos? Pero profundicemos más allá en el argumento: ¿Es machista la forma como se concibe a la Viuda Negra dentro del Universo Marvel?

El personaje de “La Viuda Negra” fue creado por Stan Lee, Don Rico Don Heck para el comic Tales Of Suspense número 52 y desde su origen, se concibió como un personaje que integrara no sólo las características habituales del super Héroe al uso sino también un marcado perfil femenino. Porque Natasha Alianovna Romanov (nombre real del personaje en el comic) es fuerte, audaz, ágil, con una notable pericia técnica y habilidad tecnológica. Pero también es una mujer muy bella, al estilo de las mujeres idealizadas y comercializadas por el mundo del Comic. No obstante, esa interpretación de la mujer en un mundo esencialmente masculino, tiene un elemento que lo hace por completo distinto a propuestas semejantes. Natasha no es solamente bella, sino que utiliza esa belleza como otra de las armas y recursos contra los numerosos enemigos a los cuales debe enfrentarse en medio de las multiples tramas en que participa.
La historia de Natasha en el comic, es de hecho, una reinvención del clásico cuento de hadas. Descendiente de los zares rusos, Natasha fue rescatada siendo una niña por un soldado soviético, quien cuidó de ella hasta que se hizo una mujer. En ningún punto de la historia, Natasha es concebida como un personaje débil, sino de hecho una sobreviviente a una circunstancia política e histórica con la que se la relaciona de manera tangencial. Posteriormente, sería reclutada como espía y llegaría a tener su propio peso argumental en el Universo de la factoría Marvel.

En su transición a la gran pantalla, La viuda Negra perdió parte de su autonomía y quizás independencia — al menos, como se le concibe en el mundo del comic — en favor del argumento. El personaje tuvo su primera aparición en la secuela de Iron Man, donde se desempeñó como una espía dentro de las empresas Stark en un remero de una de las tramas principales de la historia original del personaje. La viuda Negra, encarnada por la actriz Scarlett Johansson, tenía la misma frialdad, inteligencia, audacia y fuerza física de su homónima en papel y nadie pareció especialmente preocupado porque un ambivalente Tony Stark (en la piel del actor Robert Downey Jr) dedicara algunos comentarios directamente machistas al personaje en varios puntos de la acción. De hecho, la dinámica entre los personajes se muestra como un ambiguo coqueteo que termina en una redimensión sorpresiva del personaje a mitad de la trama.

¿Por qué entonces el desempeño y percepción del personaje en la película de Whedon produjo una polémica a tal escala? Para comprender la reacción de las Redes Sociales y sobre todo, lo insustancial de la diatriba, vale la pena analizar el asunto desde un punto de vista mucho más amplio que el simple ataque no sólo contra el producto fílmico sino contra su director. Porque el problema — de existir — con la percepción de Viuda Negra con respecto al resto de los Vengadores, parece ser la reacción no sólo a las implicaciones del personaje en pantalla, sino todo lo que venía ocurriendo -antes y después del estreno de la película — y que pusieron en tela de juicio, no sólo la aproximación de Whedon al personaje sino la percepción de la trama sobre el escaso elemento femenino que forma parte de la historia que cuenta.

¿Que ocurre con Viuda Negra entonces y el debate que suscita? tal vez se debe en realidad al hecho que los problemas en torno al personaje comenzaron antes del estreno de “Los vengadores: La era del Ultrón”. En las semanas previas, el personaje — o mejor dicho, la percepción que se tiene sobre él — fue ampliamente debatido en redes sociales luego que Jeremy Renner y Chris Evans (Hawkeye y Capitán America respectivamente en la serie de películas Marvel) llamaran al personaje “Zorra”, lo cual suscitó un inmediato debate en redes sociales y medios de comunicación. El comentario, en tono humorístico, despertó una considerable ola de críticas y obligó a los actores a disculparse públicamente, aunque sólo Evans admitió se trataba de un insulto y una concepción ofensiva sobre la mujer. Renner en cambio, insistió que su comentario había sido fruto de las extenuantes jornadas de entrevistas y promoción que había llevado a cabo durante meses. En ningún momento admitió que calificar como “zorra” un personaje femenino fuera en específico, un acto misógino. De hecho, Renner volvió a insistir sobre su particular punto de vista sobre el personaje — a pesar de la previa disculpa pública — durante una entrevista en el programa nocturno que conduce Conan O’Brian, en el que declaró “si te acostaste con cuatro de los seis Vengadores, no importa lo bien que lo hubieras hecho, eres una una puta. O al menos, así lo veo”. El comentario provocó reiteradas críticas sobre el supuesto machismo de la película — que aún sin estrenarse para el momento de la entrevista — y puso en el ojo del huracán el posible tratamiento del personaje dentro de la trama. Fue inevitable que más de una asociación feminista se preguntara en voz alta por qué el actor parecía tan preocupado por el comportamiento sexual de La Viuda Negra, y no con el de Tony Stark, en la trama un conocido Playboy y seductor.

La polémica estaba servida y no hizo más que aumentar, cuando se señaló que buena parte de la publicidad y la venta juguetes alusivos a la película, ignoraban al personaje de la Viuda Negra. Un hecho tan notorio que provocó que incluso Mark Ruffalo (Hulk en la trama) señalara la notoria ausencia vía Twitter, pidiendo que además, se incluyera al personaje como parte de los paquetes de muñecos de acción que llenaban todas las estanterías de jugueterías a lo largo y ancho del país. El comentario provocó un discreto revuelo con respecto a la manera como Marvel percibe a las mujeres dentro de las tramas de sus películas y puso en tela de juicio, la consistencia de los personajes femeninos en cualquiera de ellas.

Por supuesto, el problema no se trata sólo de la manera como se percibe un personaje en particular, sino el hecho que Marvel, a pesar de sus intentos por mostrar una nueva versión de lo femenino dentro de su Universo de Super Héroes, ha cometido una serie de preocupantes omisiones que sólo parecieron hacerse más notorias a medida que el estreno de “Los vengadores: la era de Ultrón” se aproximaba. A pesar que el 40% de los audiencia de Marvel — y de hecho, de la mayoría de las películas de la franquicia son mujeres — ninguna de las 11 películas estrenadas hasta ahora por el Universo Marvel, tiene un personaje femenino de tanta importancia y relevancia como uno masculino. O al menos, es el inmediato análisis que se lleva a cabo cuando se analiza la franquicia desde el punto de vista de la participación de la mujer en el tema. La crítica Jen Yamato no sólo lo confirma sino que añade que el tratamiento argumental de las mujeres Marvel parece esencialmente dirigido a un punto de vista “Hasta ahora, las co-protagonistas femeninas sólo han aparecido principalmente como mujeres fatales emocionalmente impenetrables que carecen de verdadera profundidad”. Lo cual parece señalar de manera directa, el hecho que una vez que se decide brindar verdadera sustancia a la historia de la Viuda Negra, no sólo se reafirma su planteamiento como figura femenina distante, elemental y unidimensional, sino que además se añade una visión dramatizada y esquematizada sobre lo femenino: su esterilidad.

Y es que Natasha, como personaje y también como miembro del equipo de “Los Vengadores”, no sólo es un personaje entrenado para matar, sino que además, sino que lo hace con singular eficiencia. A través de unos cuantos flashback, se nos cuenta a grandes rasgos que Natasha fue no sólo educada como un arma letal sino también, para ejercer su habilidad como asesina de manera despiadada y dura. No obstante, en uno de los giros del guión más criticados, La Viuda Negra habla sobre su cualidad “monstruosa”. Y lo hace haciendo hincapié en que durante su entrenamiento fue “esterilizada” y así “convertida en una criatura monstruosa”. No se trata sólo que el guión maneje de manera muy torpe y poco consistente el hecho que Natasha es un personaje esencialmente peligroso, sino el hecho que insista en mostrar que su principal horror y dolor, no es su capacidad para asesinar — como es de hecho, el enunciado de buena parte de la película con respecto al resto de los personajes — sino en su incapacidad para concebir. ¿Lo que hace entonces a Natasha implacable y feroz no es su entrenamiento sino el hecho de su capacidad para ser madre?
El escándalo fue inevitable. Eso, a pesar que el personaje disfruta de estupendas escenas, que muestra en multiples ocasiones su habilidad y capacidad. No obstante, para la memoria popular, para esa afilada opinión pública que ya discutía desde hacia semanas la supuesta misoginia de una película que aún no había sido estrenada, fue suficiente. El hecho que el personaje de Natasha no se cuestione sus motivos para matar — como si lo hacen el resto de sus protagonistas masculinos — sino el hecho que no pueda ser madre, hace que la profundidad del personaje sea poco realista y sobre todo, carente de esa interesante aproximación que podría haber tenido de haber sido analizado como un personaje más allá del género. Y en ese particular punto de vista que las discusiones vías Redes Sociales parecen alimentarse e insistir. Y sobre todo, basar toda la absurda campaña con la que se enfrentan y presionan a Joss Whedon con respecto a su lenguaje machista.

No obstante, muy pocas de las acusaciones que se le achacan a Whedon son realmente válidas. Porque a pesar de lo anterior, La Viuda Negra tiene un peso concreto y sobre todo, sustancial en la trama de “Los Vengadores: la Era de Ultrón”. De hecho, Natasha y a pesar de los fallidos intentos del guión por humanizarla, sigue siendo el personaje efectivo e interesante por derecho propio. Es ella, quien sostiene quizás el único elemento argumental para comprender a Hulk — sin necesariamente supeditarse a él — y también, es el único personaje que sin poseer un poder físico especial, tiene un considerable peso dentro de la narración. Incluso, se ha insistido en más de una ocasión, que la Viuda Negra, con su sorprendente agilidad física y determinación, recuerda mucho a Buffy, ese primer referente inmediato sobre lo que a mujeres poderosas en el mundo del comic y la televisión se refiere.

Por lo tanto, el ataque sufrido Whedon no sólo resulta injustificado sino también, blando y por completo desproporcionado. No sólo olvida que una película es a menudo el fruto de un trabajo en equipo — y que debe enfrentarse no sólo a sucesivas re escrituras de guión sino también, a decisiones de producción y comercialización muy específicas — sino que además, es la suma de sus puntos fuertes y débiles. Y en el caso del trabajo del director — no sólo en la franquicia relacionada con el Universo Avengers, sino en el resto de sus trabajos — hay una metódica búsqueda de la evolución de los personajes, del crecimiento del planteamiento, incluso de la visión del bien y del mal. ¿Lo logra? ¿Llega a una interpretación consistente sobre un punto de vista tan concreto? Quizás no, pero resulta lamentable que ahora mismo, el debate — que pudiera ser necesario e incluso de enormes posibilidades — se base en el autor, en el ataque personal contra su trabajo y no la obra y sus implicaciones. Un giro peligroso en la percepción sobre el poder superficial de la cultura de las redes sociales y sus posibles implicaciones.


¿Debe el arte complacer el sentido de la "normalidad" y la "moral" para ser un vehículo consumible? ¿Debe el arte adecuarse a ideas fáciles, cómodas y sobre todo, cimentadas en una única interpretación de la realidad? ¿Debe el arte atenerse a la presión de grupos de opinión específicos y sobre todo, comprenderse y analizarse como una reflexión consecuente sobre la identidad ética de la época y cultura que representa? ¿No es el arte de hecho, el vehículo primario de rebelión, provocación y audacia por excelencia? Se trata de reflexiones insistentes en un mundo como el nuestro, sometido a la idea de la popularidad y lo consumible. Una expresión ideal que sin embargo, parece enfrentarse con muchísima frecuencia a la idea del propósito del arte en estado puro: Crear una nueva percepción sobre el mundo y los elementos que conforman nuestra personalidad.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Del silencio y otros terrores insistentes.




Hace unos años, un amigo me dijo que no pensamos lo suficiente en la muerte. Que somos una cultura ingenua y sobre todo, profundamente superficial que asume la muerte de la misma forma. El comentario surgió luego de un atentado terrorista en algún punto remoto del Medio Oriente que nadie comentó ni mucho menos, provocó preocupación. Otro de tantos, pareció sugerir el silencio de los medios de comunicación y más allá de eso, la actitud general de asumir que la violencia se naturalizó y se hizo parte de cierta idea sobre esa región del mundo. No obstante, lo más preocupante fue esa percepción edulcorada y romántica sobre la muerte, el dolor y el sufrimiento. Una imagen fija sobre una idea abstracta que nadie entiende muy bien.

— La muerte ya no es una idea recurrente, en una cultura tan obsesionada con la vida, la juventud y la inmortalidad como la nuestra — me comenta mi amigo, cuando nos reunimos para compartir un café, unos días después del atentado en París del 13 de Noviembre — no pensamos en la muerte, ni como símbolo ni como realidad física. Nos obsesionamos con la trascendencia, lo ideal antes de admitir que todos alguna vez moriremos y que no, no es una idea bonita.
— Es más fácil de superarla así — le respondo — lo contrario es…morbosidad supongo.
— Lo contrario es pragmatismo — me dice, mientras miramos un periódico que ha traído y en el que hay una serie de artículos bienintencionados y profundamente sensibles sobre lo ocurrido en París. Se habla sobre cielos gloriosos, bellas expresiones de amor. Pero de la muerte, casi nada — vamos a morir y aceptarlo, hace la vida más plena.
— Esa si que es una idea morbosa — me burlo. Se encoge de hombros.
— Es una idea realista. Todos la tenemos aunque no la sepamos.

No sé que responder a eso. Como buena hija de mi cultura que soy, también evito pensar en la muerte lo más que puedo, pero aún así lo hago. O digamos, que hay una parte de mi mente que no olvida mi mortalidad y que de hecho, no quiere hacerlo. Es una sensación perenne, abrumadora y angustiosa, que me acompaña a toda hora aunque en realidad, no sé como denominarla. ¿La conciencia de la muerte, quizás? Pienso con un poco de melodrama. Mi amigo ríe cuando se lo digo.

— La muerte es parte de todos los días. Hace décadas, nadie se escandalizaba por hablar de la muerte en voz alta, por analizarla como un conjunto de ideas, incluso reflexionar sobre ella como parte de la vida cotidiana. En nuestra sociedad aséptica y a veces estéril, eso es impensable.

No sé por qué, sus palabras me recuerdan a una escena que recuerdo de vez en cuando y que parece resumir esa concepción del tema. Cuando tenía siete años, mi primo menor murió con apenas dos meses de edad. Habiendo sido un bebé muy deseado y esperado, el hecho que naciera con una serie de trastornos de salud, afectó y abrumó a mi familia de una manera muy particular. Mi tío, su padre, se negó a contemplar la posibilidad que el bebé pudiera morir y de hecho, hasta el último día de la vida de su hijo, insistió en que sobreviviría. Cuando murió, se negó a despegar los labios por semanas y se sumió en una depresión incrédula. Cuando le pregunté a mi madre por qué mi tío no aceptaba que mi primo “se había ido al Cielo” — que eufemismo ese — me miró escandalizada.

— Nunca digas eso de nuevo en voz alta — me reclamó. Parpadeé desconcertada.
— Pero se murió — insistí — eso fue lo que pasó.
— Pero de eso no se habla — me cortó, zanjando el tema para siempre — y no lo vuelvas a repetir.
De manera que nadie volvió a mencionar la muerte de mi primo o incluso, el hecho del dolor que vino después. La vida continuó su ritmo, sus padres sufrieron la pena de manera privada — y discreta — y su muerte pareció envolverse en un hálito de dulzura que nunca entendí muy bien. Para mí, su muerte continuaba siendo ese momento crudo en que vi su ataúd blanco en una sala repleta de flores o el llanto de mi tía, tendida sobre la cama y con los nudillos blancos de apretar las sábanas entre las manos.
— La muerte no es una idea que pueda simplificarse, matizarse o al menos analizarse desde un punto de vista que no sea uno solo: lo definitivo — dice mi amigo cuando le cuento lo anterior — por eso, preferimos adornarla como un paso de conciencia, una idea trascendental que no entendemos demasiado y que mucho menos digerimos. La muerte representada como una criatura ajena y peligrosa. O suavizada por imágenes de paisajes y belleza. Pero de la física, la real, se habla muy poco.

Miro de nuevo el periódico, donde la noticia del ataque a París es la noticia más visible. Hay pequeños cuadros de información con crónicas, datos y también testimonios. Y claro está, los nombres y rostros de las víctimas. Todos sonríen, todos parecen suspendidos en una belleza eterna. Nadie es malo o desagradable en la muerte, pienso mirando las fotografías que retratan a cada uno de los fallecidos. Todos tenían vidas ejemplares, una bella historia que contar. ¿Donde queda la muerte en todo esto?

— En ningún lado — opina mi amigo cuando se lo digo. Caminamos por una calle del Este de la ciudad donde vivo. El cielo brilla de un azul casi doloroso y hay un saludable ambiente de vitalidad en todas partes. La muerte, ahora mismo, parece imposible — pero aún así, es un tránsito hacía comprender por qué morimos o como aceptamos que va a suceder. Tal parece que solamente pensamos en la muerte si alguien nos asegura que algo de nuestra vida permanecerá.

Un fotógrafo que conozco suele decir que le teme más al olvido que a la muerte. Que de hecho, que nadie recuerde quien eres — un rostro en una vieja fotografía quizás — es de hecho mucho más temible y aterrador que la muerte física, con todos sus símbolos y rituales. Una vez me comentó que el olvido le obsesionaba porque es de hecho, el último escaño hacia la nada. Un espacio en blanco hacia ninguna parte.

— ¿Te asusta la muerte? — le pregunto a mi amigo. Se encoge de hombros. Sé que parte de su trabajo como escultor está relacionado con la perdida y también con tópicos muy duros de digerir como la ausencia y la culpa. Y también la muerte parece estar allí, me digo, recordando sus pequeñitas esculturas de hombres y mujeres de rostros angustiados que miran hacia un cielo imaginario. Todas sus figuras hacen preguntas sobre la trascendencia que él jamás ha pensado en responder.
— Me aterra — me dice entonces. Sonríe, se rasca la nariz. Un gesto nervioso — me aterra en cientos de maneras que no sé muy bien como construir o incluso, brindarles forma. Me aterra el hecho que sea parte de todo, que ninguna historia acaba de manera diferente. Que la muerte es una certeza entre muchas incertidumbres.
— Y entonces esculpes para enfrentarte a eso — le digo. Bueno, al fin y al cabo, yo fotografío y escribo por las mismas razones, me digo con un suspiro. Al fin y al cabo, todos nos enfrentamos al vacío y al terror de no ser creando. Hijos, familias, fotografías, libros. Todos avanzamos a contracorriente, con las manos extendidas. Tratando de detener lo inexorable.
— Esculpo para que el terror tenga rostro — me dice con sencillez, aunque no se trata de una idea sencilla — pero lo logro sólo a veces. No es sencillo.

La verdad no lo es. Durante casi dos años, he trabajado en un proyecto donde intento crear una alegoría sobre mi muerte física. Me he fotografiado muriendo, flotando en medio de un pozo de agua oscura rodeada de flores muertas. Con los ojos blancos, las uñas rutas. Una Ophelia triste y anónima a la deriva. Una poesía en imágenes muy vaga sobre la persistencia de la memoria.

— La muerte es un pequeño dolor que tocas de vez en cuando — me dice mi amigo en voz baja — siempre huimos de él, pero al final…está allí.
Lo dice de manera casual pero la frase me provoca un escalofrío. Siento que las manos se me humedecen de un sudor nervioso y de pronto, comprendo cuanta razón tiene o mejor dicho, cuando dolor produce la incertidumbre.

La muerte y el dolor: Un mundo a ciegas.

Siendo aun estudiante de la licenciatura de leyes en una Universidad de mi país, visité junto a un grupo de mis compañeros de clase el depósito de cadáveres de Caracas, la tristemente célebre Morgue de Bello Monte. Y aunque había recibido advertencias, consejos y recomendaciones con respecto a lo que encontraría en el lugar, nada me preparó para la sensación de desolación y pánico que me provocó la idea que rodeaba el lugar, como un percepción persistente no sobre la muerte en general, sino la devastación física a la que todos tendremos que enfrentarnos en alguna oportunidad.

Por supuesto, no se trataba sólo de una percepción vaga y circunstancial. Recuerdo que nada más el olor de la descomposición — sutil, persistente y por completo reconocible — me detuvo en seco antes de entrar. El corazón me latía tan rápido de un miedo ciego y confuso, que me llevó esfuerzos unirme al resto del grupo cuando comenzamos a avanzar por los pasillos del edificio. Cuando lo hice, comencé a estar muy consciente que estaba rodeada de cadáveres por primera vez en mi vida.
No es un pensamiento sencillo. De hecho, es tan duro como para arrasar con cualquier otro. Me encontré temblando de miedo — uno muy real y sincero — mientras el patólogo de Guardia intentaba explicarnos todos los rudimentos legales de la dependencia. Pero yo no escuchaba nada de eso: sólo tenía la sensación que me encontraba en un espacio árido y duro donde la muerte era real por el mero hecho de ser incontestable. Eso, a pesar de tratarse de un lugar de habitaciones sencillas, de paredes con baldosas blancas y medianamente ordenado. Por entonces, la destrucción que luego convertiría la morgue en una leyenda urbana de mi ciudad aún no era notoria, pero aún así, había un aire contenido y amenazante que me provocaba una sensación casi física de angustia.

— Nadie reacciona bien a esta experiencia — comentó el médico cuando nos condujo a una de las salas interiores. El corazón comenzó a latirme muy rápido. Parte de la visita guiada incluía el hecho de atestiguar un procedimiento legal de reconocimiento de un cadáver. En papel, la idea me pareció intrigante. Ahora me resultaba completamente espeluznante — tienen que tener en cuenta que un cadáver es algo que nadie quiere ver, que poca gente ha visto en realidad. No se parecen a las imágenes de la televisión ni de las películas. Si tienen estomago débil, les recomiendo quedarse afuera.

Nos miró a todos con una larga mirada cansada detrás de sus anteojos de miope. Varios de mis compañeros retrocedieron, otros carraspearon y se alejaron del grupo. Apreté los dedos y me pregunté si debía hacerlo. Sí debía también dar un paso atrás e imaginar lo que podría haber sido…de…

Cuando entré a la sala con el resto del grupo, la garganta se me cerró de puro pánico. Un escalofrío helado me dejó sin respiración, como un latigazo de emoción blanca y estuve a punto de correr hacia la puerta abierta y escapar con mis compañeros que habían decidido permanecer afuera. Pero no lo hice. Me quedé de pie, con los ojos muy abiertos y la sensación irreal que estaba a punto de desplomarme de angustia.

El cuerpo tendido sobre la mesa de autopsias no tenía el aspecto impoluto de los cadáveres de las películas que recordaba, ni tampoco el trágico de los libros que había leído. Era el cuerpo de un hombre joven, de piel morena — ahora amarillenta — y cabello liso. Un hombre robusto, con el rostro contraído en una expresión extrañísima y la boca levemente entreabierta. Tenía un aspecto casi normal, el de un sujeto desconocido durmiendo…pero estaba muerto. El pensamiento me asaltó con tanta fuerza que me produjo nauseas. Estaba muerto, sin vida. La piel marchita, los labios contraídos, las facciones endurecidas. Los dedos blancos. Los ojos hundidos. Muerto, sin vida. Abandonado para siempre de lo que nos da identidad y sentido, sea lo que sea.

Una sábana blanca le cubría hasta bajo el mentón y aún así, podía notar la herida amoratada y curiosamente seca de la autopsia. Sentí que la angustia se convertía en algo sólido en mi mente, en una sensación tan dura que apenas me permitía respirar.

— Un cuerpo en reciente descomposición es la prueba que somos parte de un ciclo mucho más grande y complejo que la limitadísima idea que tenemos sobre la muerte — dijo el médico, acercándose al cadáver. Sostuve el grabador con la mano temblorosa, intentando acercarme sin hacerlo. Pero deseaba conservar sus palabras. Quería recordarlas exactas — un cuerpo muerto, eso que tanto miedo nos da…en realidad rebosa vida. Está en plena transformación en algo mucho más extraño y singular de lo que pensábamos a diario. Transformandose en otra cosa.
Alguien a unos pasos de donde me encontraba dejó escapar un jadeo de miedo. Hubo un sollozo contenido. Escuché abrirse y cerrarse la puerta. Ahora sólo éramos cinco estudiantes, de pie bajo la luz liquida de la sala, escuchando al doctor hablarnos sobre lo que nadie quería escuchar.
— La vida prospera a medida que la descomposición avanza como proceso — continúo y me pregunté si le daba aquella charla morbosa a todos los estudiantes que pasaban por la sala o sólo a nosotros, tan asustados que la mayoría había preferido no entrar — el cuerpo humano deja de ser impoluto para ser habitado por cientos de formas de vida y recordamos que sólo somos una pieza en el eslabón de la vida.

Nadie dijo nada. El médico se inclinó y siguió señalando el proceso de la autopsia en base a la descomposición del cadáver. Pero yo sólo podía mirar al hombre tendido en la cama de metal. ¿Como había sido para él morir? ¿Como había sido para él simplemente dejar de ser? ¿Se es consciente en una situación tal? ¿Y por qué serlo? ¿Por qué creer que el ser humano, que comparte la muerte con todas las criaturas de la tierra, tiene el privilegio de comprender que sucede? ¿De saber que de pronto, deja la identidad de quien fue para simplemente desvanecerse?

En algún momento salí de la habitación, aunque no recuerdo cuando o por qué lo hice en realidad. Sólo recuerdo encontrarme inclinada sobre una silla, tratando de recuperar el aliento, temblando de un pánico que apenas me permitía pensar. Y sin embargo, no sabía a qué le tenía miedo en realidad. O que me lo provocaba. Tal vez se trataba que no era una única razón ni tampoco una fácilmente explicable.

Por meses, me obsesionó la experiencia. Me dediqué a pensar en la idea de la muerte como algo que no atañe únicamente al hombre ni acaba con el hecho que la consciencia humana pueda comprenderlo. Es una idea complicada de asimilar, pero que sobre todo, pone a la muerte en una perspectiva por completo nueva: Nos une a la idea del ciclo de la vida como algo más duro, primitivo y poderoso de lo que podemos imaginar en nuestras ideas simples sobre la muerte, ese romanticismo insistente que busca disimularlo.

La descomposición del cuerpo humano comienza unos minutos después de la muerte, dando paso a un proceso llamado autolisis, que también se conoce como autodigestión. Cuando las células se quedan sin oxígeno, se desencadena una reacción que aumenta los derivados tóxicos de nutrientes en el cuerpo. Las enzimas destrozan y diluyen las membranas celulares y se filtran por las celulas rojas. En otras palabras, el pueblo se consume así mismo, se devora. Progresivamente, se deshace hasta convertirse en un compuesto que la naturaleza podría procesar de necesitarlo. Un recordatorio morboso y persistente que toda materia en el Universo obedece al mismo ritmo, que en lo esencial, nuestra consciencia superior no nos libera de ciertas leyes fundamentales sobre nuestra pertenencia biológica al ciclo natural. Nos desmenuza hasta que nuestro cuerpo pueda volver a ser parte de esa interminable idea sobre la vida que incluye cada elemento del mundo en un único concepto de principio y final. Luego, algo más poderoso.

Una idea sobre la muerte que la despoja de toda ternura y también, de ese elemento humano que invocamos para hacerla más comprensible, quizás sin lograrlo jamás.

***

Tendida en la terraza del edificio donde vivo, casi a quince pisos de altura, miro el cielo estrellado parpadeando sobre mi cabeza. Y pienso en las teorías que aseguran que la vida y la muerte comenzaron en ese infinito portentoso que apenas puedo adivinar abriendose en todas direcciones a partir de mi. De pronto, soy mucho más consciente de lo fugaz de mi vida, de mi mortalidad tan cercana. Del hecho simple y cotidiano que moriré, no importa que tanto me abrume la idea. Pienso también en la ciencia, que quizás comprendió mejor el propósito de la muerte antes que cualquier filosofía. Según la termodinámica, la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma en un ciclo interminable que nos une a todos de alguna manera. Ergo, las cosas se descomponen y en el proceso, lo real se convierte en energía. ¿Que es la muerte sino una transformación? pienso con cierta sensación de dolor. ¿Y que es la vida sino un recordatorio que al final todos estamos unidos por una misma idea sobre nuestra fragilidad?

Sonrío, como siempre temerosa y llena de esperanza. Y pienso que quizás el equilibrio entre el miedo y la capacidad para crear sea esa contradicción diminuta, de todos los días, entre la incertidumbre de nuestra mortalidad y algo más poderoso que de lo que apenas somos conscientes y tiene relación con nuestro vinculo con la eternidad. La del mundo que se renueve y la transformación como parte de un ciclo poderoso y desconocido que apenas comenzamos a comprender.
C’est la vie.