lunes, 31 de agosto de 2015

ABC del fotógrafo curioso: 10 ideas confusas sobre la fotografía





Hace unas semanas, alguien me preguntó si un fotógrafo profesional también podía ser un artista. La pregunta me pareció no sólo desconcertante sino además, síntoma de una idea muy superficial con respecto a lo que la fotografía es y de hecho, puede ser.

— Un fotógrafo es un artista visual que utiliza la cámara como herramienta — le explique — y también puede vender su trabajo. Ambas cosas no están reñidas entre sí ni tampoco son contradictorias.
— Pero si un fotógrafo sólo hace fotografías de sociales y cosas así, ¿cómo se le puede llamar artista?
— Porque cada fotografía está creada a partir de las decisiones artísticas del fotógrafo: como encuadrar, que conceptos utiliza, que ideas plantea. Incluso la fotografía más impersonal y comercial, expresa conceptos personales, aunque el fotógrafo no lo sepa.

Mi interlocutor no quedó del todo convencido. Insistió una y otra vez que la fotografía se limitaba a captar una imagen por medio de una herramienta técnica muy precisa y que llevaba a cabo la mayor parte del trabajo. Cuando le expliqué que toda fotografía es un documento autoral, incluso de forma muy sutil, pareció muy sorprendido e incluso, asombrado que la fotografía fuera algo más que una imagen sobre lo inmediato y lo instantáneo. Escuchándole — y sobre todo, debatiendo sobre el tema — comprendí que una buena parte de su perspectiva de la fotografía proviene de una serie de opiniones y conceptos sobre la imagen que desvirtúan su sentido real y sobre todo, elaboran una concepción muy distorsionada sobre lo que la fotografía puede ser y sobre todo, sus implicaciones. Lo cual resulta la mayoría de las veces en un evidente menosprecio de la fotografía como arte y su expresión como producto estético por derecho propio.

¿Y cuáles son las ideas confusas sobre la fotografía que con más frecuencia se toman por ciertas? Luego de investigar y preguntar un poco a fotógrafos que conozco, podría decir que se podrían resumir en las siguientes:

* La fotografía es un hecho tecnológico: Sólo necesitas sostener una cámara para crear una imagen:
El filósofo Willem Flusser teorizó por años sobre las múltiples interrelaciones entre la cámara y la creación fotográfica, un tema que se debate desde el origen mismo de la fotografía. Y lo hizo justamente basado en la idea que la creación fotográfica depende de manera directa del funcionamiento de la cámara para la elaboración de conceptos. No obstante, a diferencia de otros teóricos artísticos, Flusser se preguntó si la fotografía se origina al fotografiar o se trata de la conclusión de un largo proceso artístico que culmina con la toma de la imagen final. Luego de analizar cientos de fotografías y comprender que cada imagen es el resultado de una reflexión intima de su autor, Flusser llegó a una inevitable conclusión: la cámara es sólo una herramienta que permite la creación de la imagen, pero no la produce y probablemente jamás lo hará.

Durante mucho tiempo, la fotografía se concibió como un sucedáneo tecnológico del funcionamiento de la cámara, cosa por completo comprensible luego que por décadas enteras, el proceso fotográfico fuera obra de la experimentación tecnológica y científica. No obstante, la fotografía es una expresión artística y lo es por su capacidad para expresar ideas y opiniones de manera creativa y sobre todo, basada en conclusiones y símbolos personales. De manera que la fotografía es un arte que precisa de la cámara para su creación y desarrollo pero que no se basa únicamente en la tecnología para elaborar ideas visuales profundas.

Así que no, una mejor cámara — más precisa, tecnológicamente avanzada, costosa, voluminosa, robusta — no te hará mejor fotógrafo. Te permitirá quizás tener una mayor habilidad técnica pero jamás sustituirá tus decisiones artísticas ni tus planteamientos conceptuales al momento de crear.

* No necesito estudiar fotografía: Mi padre/Hermano/Novio/Esposo es fotógrafo y eso es suficiente:
Lo extraño de este planteamiento es que la mayoría de los fotógrafos que conozco suelen insistir que la fotografía es un arte complejo que necesita años de aprendizaje y práctica para lograr un desempeño óptimo. Resulta confuso, entonces, que haya una considerable cantidad de aspirantes a fotógrafos convencidos que el hecho de estar en contacto o en una estrecha relación con el mundo fotográfico, les hace inmediatamente fotógrafos. No sólo se trata de un planteamiento que desconoce el valor de la práctica, la experimentación, el aprendizaje, el método y lo académico como parte del aprendizaje fotográfico sino que además, menosprecia directamente la idea esencial de lo que la fotografía es: un arte capaz de expresar ideas visuales personales, maduradas a través de procesos íntimos que permiten la construcción de símbolos y metáforas para la expresión de ideas intelectuales muy concretas.

Así que no, no serás fotógrafo sólo porque alguien de tu familia o de tu círculo de amigos lo es. Tampoco lo serás si tienes una relación frecuente con el ámbito fotográfico. Lo serás cuando dediques un considerable esfuerzo en aprender los aspectos técnicos, conceptuales, artísticos y estéticos que crean una obra visual coherente. Y lo que es aún más importante, cuando logres profundizar en tu trabajo fotográfico lo suficiente como para para dejar de crear imágenes genéricas y encuentres un concepto propio y profundo sobre el cual meditar fotográficamente. En otras palabras, serás fotógrafo cuando las imágenes que captas sean parte de tu manera de crear, una expresión concreta de tu opinión, reflexión, miedos, temores y cualquier otra idea intelectual que brinde sustancia y profundidad a lo que creas.

* Un fotógrafo es cualquiera con una cámara:
No, un fotógrafo es un artista visual que utiliza una cámara para crear. De la misma manera que un pintor utiliza los pinceles y el óleo para expresar sus ideas visuales sobre un lienzo, un fotógrafo necesita la cámara para captar la idea fotografía que imagina y compone en su mente. No obstante, la fotografía no empieza ni termina con el hecho de capturar la imagen fotográfica. Y tampoco, empieza ni termina en el hecho concreto de fotografiar. Toda gran fotografía comienza mucho antes de apretar el obturador. Todo trabajo fotográfico no termina sólo con el mero hecho de captar la imagen. Se trata de una reflexión consistente, elemental y originaria de los motivos que llevan al fotógrafo a mirar el punto de la manera que lo hace y como se expresa.

* Un fotógrafo profesional es todo aquel que toma fotografías atractivas:
Cualquier fotógrafo medianamente competente puede tomar fotografías atractivas pero eso no le hará un fotógrafo profesional. De hecho, aún hay un extendido y frecuente debate sobre la profesionalidad del fotógrafo y todos están basados, en esencia, en la manera como el fotógrafo utiliza los medios y recursos visuales a su alcance para sustentar una capacidad comercial y/o artística específica. Lo que viene a significar que lo que hace a un fotógrafo ser profesional tiene mucho más que ver con su manera de comprender su trabajo que con lo hace, al fin de cuentas.

Según algunas opiniones mayoritarias, un fotógrafo es profesional cuando es capaz de comercializar su trabajo de manera tal que sea viable como actividad económica. Puede parecer un punto de vista muy pragmático, pero la profesión fotográfica, está estrechamente relacionada con la capacidad del fotógrafo de crear un producto visual comercialmente apetecible. No hablamos sólo del hecho que el fotógrafo difunda sus imágenes a través de redes sociales o que sea muy visible al ojo público, sino que además la capacidad de administrar y sobre todo construir un planteamiento comercial inteligente con respecto a su trabajo visual.

La profesionalidad fotográfica, vista de esta perspectiva, incluye conocimientos financieros específicos que le darán al fotógrafo la oportunidad de construir un planteamiento visual que también sea atractivo como actividad comercial. Desde conocer cuanto es el valor de su trabajo, como negociar, los planteamientos y reglas tácitas que median entre negociaciones e intercambios hasta el método publicitario idóneo, un fotógrafo profesional es quien además de tener una excelencia técnica y de planteamiento considerable, puede comercializar su trabajo de manera idónea y obteniendo ganancias de ellos.

No obstante, la discusión sobre la profesionalidad del fotógrafo también incluye otro punto de discusión: Se considera que un fotógrafo es profesional cuando ha rebasado las trabas técnicas y tiene absoluto control sobre lo que crea, expresa y debate visualmente, incluso si no tiene un objetivo comercial. Lo que viene a significar que la fotografía (como profesión) también tiene una variable artística que expresa ideas consecuentes con respecto a su capacidad como expresión y sobre todo, elaboración de ideas artísticas.

* Tomar muchas fotografías — de todo lo que me tropiezo, de todo lo que me interesa — me hace inmediatamente fotógrafo:
Esta es una idea muy extendida y que tiene relación inmediata con el hecho que la fotografía se considera un documento sobre la realidad y basado en la realidad. No obstante, si analizamos lo que la fotografía es como hecho artístico, las cosas no son muy sencillas. No se trata sólo de tomar fotografías de lo que nos rodea, incluso de manera atractiva, sino que el documento visual sea reflexivo y exprese nuestras ideas al respecto. Como diría el fotógrafo Ansel Adams, una fotografía no se toma, se hace. Lo que viene a significar que todo documento visual es el resultado de un largo proceso de asimilación de ideas y de la construcción de teorías visuales sustentadas sobre una expresión fotográfica muy concreta.

Todo fotógrafo es un artista visual — o debería aspirar a serlo — , por lo que es necesario que sus fotografías mediten, analicen, reflexionen e incluso, contradigan su manera de mirar y las razones por las cuales, contemplan el mundo de la manera en lo que hacen. Es esa búsqueda de expresiones y formas estéticas lo que otorga valor a un documento fotográfico y de hecho, lo que hace a un fotógrafo serlo, cualquiera sea su especialidad.

* Todas mis fotografías tienen el mismo color de revelado, compongo de manera idéntica, uso el mismo lente: ese es mi lenguaje fotográfico y no pienso cambiarlo:
En realidad, sólo te encuentras atrapado en la peligrosa zona de confort, que equivale limitar tus opciones visuales y expresivas al mínimo. El lenguaje fotográfico no se trata de cómo se ven tus fotografías, sino en cómo planteas las ideas que lo sostienen y de cómo la estética permite a esa expresión visual, plantearse y desarrollarse. Fotografiar de la misma manera y bajo los mismos aspectos, visiones y expresiones no hace que tengas un lenguaje fotográfico. Un concepto sólido, estructurado, fruto de la investigación y del riesgo fotográfico sí te lo permitirá. En otras palabras, no es cómo expresas tus ideas visuales, sino que expresas a través de ellas.

* Mucha gente le gustan mis fotografías y sólo recibo las buenas críticas de mis amigos. ¿Mi trabajo fotográfico es bueno?
Puede serlo pero eso no lo sabrás hasta que tomes riesgos que incluyan contradecir las ideas que hacen tu trabajo visualmente atractivo. Un fotógrafo se encuentra siempre en plena evolución, en una transformación continúa y profunda de de ideas visuales consistentes que permiten analizar quienes somos de una óptica personal. No se trata de que tus fotografías sean visualmente atractivas, sino que construyan espacios intelectuales profundos que sustenten lo visual. Una fotografía atractiva pero vacía es sólo una imagen sin sustento conceptual. Una fotografía conceptualmente poderosa es quizás inolvidable.

*Me encanta el mundo del arte. ¿Seré fotógrafo sólo si puedo comprar una cámara?
Las influencias artísticas — directas o indirectas — forman parte de tus referencias inmediatas como futuro creador visual. Siempre será idóneo que un fotógrafo disponga de una amplia educación sobre el arte y la capacidad creativa, pero por sí solo este tipo de conocimiento y análisis no te hace fotógrafo. Lo hará la disciplina, perseverancia, profundización y problematización de conceptos visuales, la habilidad técnica, la necesidad de arriesgarte a expresar ideas intimas a través de las imágenes.

* Llevo algún tiempo fotografiando y tengo una página en Facebook donde incluyo mis imágenes, ¿ya eso me hace fotógrafo?
No, no lo hace. Te hace alguien con un considerable e importante interés en la fotografía pero que necesita plantearse el aprendizaje fotográfico como algo más que la captura de la imagen inmediata. Te hará fotógrafo fructificar e insistir en ese interés y sobre todo, construir un discurso visual lo suficientemente consistente como para elaborar ideas fotográficas complejas. Un fotógrafo habla en imágenes, lo que equivale a decir que estructura ideas concretas para elaborar discursos coherentes sobre ideas y percepciones del mundo y su forma de pensar. Un fotógrafo no lo es sólo por las fotografías que toma, sino por lo que expresa a través de ellas.

* Tengo algunas fotografías en analógico. ¿Soy fotógrafo analógico?
Esta idea la escuché mientras elaboraba un temario con miras a impartir un taller sobre el tema. Y me encantó leer las respuestas de varios fotógrafos, que no sólo reflexionaron sobre el hecho fotográfico como tal sino además, con lo que significa la fotografía en film como precursor de la fotografía actual. Y es que la mayoría llegó a la conclusión que es necesario comprender que la fotografía tradicional es parte sustancial de la manera de pensar de un fotógrafo y lo que sustenta su trabajo fotográfico.

La fotografía en film tiene un ritmo y lenguaje propio y también, una forma de comprender la idea fotográfica muy específica. Para comprenderlo, necesita no sólo de práctica sino también de asumir que la imagen en film — o su obtención — es mucho más compleja de lo que jamás podrá serlo su contraparte digital. Y por tanto, su asimilación sobre las ideas fotográficas puede resultar por completo nueva: Se trata no sólo de comprender las propiedades y capacidades de la luz sino de también, el hecho que la cámara tradicional está concebida para favorecer las decisiones artísticas del fotógrafo como creador visual. De manera que la experiencia de la fotografía en film no se trata sólo de tomar unas cuantas imágenes, sino de investigar, analizar, comprender, reflexionar sobre las implicaciones de nuestras decisiones con respecto al film que utilizaremos, la cámara que será parte de nuestra experiencia creativa, las particularidades del proceso del revelado y nuestra concepción sobre la copia. De manera que cuando se habla de fotografía analógica al hecho de captar la imagen a la manera tradicional, sino un análisis profundo, elemental y directo sobre todo lo que el pensamiento fotográfico analógico puede brindarte como creador visual.

Una lista corta, pero que sin embargo resume toda una serie de ideas dispares sobre la fotografía que con frecuencia, se toman por ciertas o lo que resulta más preocupante, menosprecian y minimizan el valor de la fotografía. Y es que la fotografía, como arte y técnica, es lenguaje completo que construye no sólo una mirada al mundo sino una versión de la realidad y así debe ser comprendida.

domingo, 30 de agosto de 2015

Alas de cristal y otras historias de brujería.




En una ocasión, declaré a quien quisiera escucharme, que deseaba vivir en la biblioteca desordenada de mi abuela con toda la intención al fantasma que según una de mis primas, vivía en ella. Me planté frente a la puerta, sosteniendo mi almohada favorita y mi cobija de estrellas, insistiendo que no me iría de allí hasta que pudiera descubrir si realmente había un fantasma y por qué había decidido vivir, justamente, entre los anaqueles repletos de libros de la habitación.

- Mi niña, pero es probable que prima te haya dicho eso para bromear contigo - me dijo abuela.
- A mi me sonó en serio.
- ¿Y que te dijo hacia el fantasma?

Solté la cobija y la almohada para poder retorcer las manos y poner cara de monstruo, intentando explicarle a mi abuela como se suponía debía verse la criatura misteriosa de la biblioteca. Después corrí de un lado a otro, aullando como posesa y sacudiendo los brazos. Según mi prima M., el espíritu era quien movía los libros de un lado a otro y hacia extraños ruidos a mitad de la noche, que aunque yo no había escuchado, estaba segura debían producirse. Abuela contuvo la sonrisa.

- Ya veo. ¿Y tu vas a descubrir que quiere?
- Claro que sí.


 Me encogí de hombros, tan segura y decidida como podía estar una niña de diez años. Abuela movió la cabeza, con uno de sus gestos serenos y comprensivos, pero siguió apretando los labios e intentando contener la carcajada. Abrió la puerta de la biblioteca con un gesto lento.

- Bueno, puedes quedarte...pero tienes que prometerme algo.
- ¿Qué?
- Que intentarás aprender una palabra poderosa al día mientras cazas al fantasma.

Parpadeé. Tomé de nuevo mi cobija y mi almohada, intentando comprender que quería decir mi abuela con aquello. ¿Una palabra poderosa? ¿Y como iba a saber yo cual era poderosa y cual no? Me entusiasmé. ¡Seguro se trataba de alguna palabra mágica y extraordinaria de la que guardaban los Libros de las Sombras! ¡Seguro mi abuela quería que aprendiera brujería y lanzara hechizos y esas cosas! Mi abuela soltó una carcajada cuando me escuchó.

- Mi niña, lo que quiero es que encuentres palabras que te hagan sentir cosas. Que te hagan imaginar, soñar y desear - me explicó - mientras cazas al fantasma, también quiero que caces palabra. Es lo único que debes hacer para quedarte en la biblioteca. ¿Está bien?
- Bueno, lo haré.

Vaya, bueno, eso no parecía tan difícil, pensé entrando en la biblioteca. Después de todo, en la biblioteca de mi abuela las palabras flotaban en el aire como motas doradas de sol. Miré a mi alrededor, como siempre asombrada y emocionada por la imagen de los anaqueles repletos de libros que rozaban el techo. Desde la primera vez que había entrado en ella, había pensando que así debían verse todas las bibliotecas: Con sus enormes muebles viejos llenos hasta el tope de libros usados, revistas y papeles, sus mesitas cojas de todos los tamaños desordenadas y cubiertos por hojas a medio escribir y el enorme escritorio de mi abuela, de madera maciza y tan alto que siempre debía estirar el cuello para ver que ponía la abuela encima. Todas las bibliotecas debían ser así de desordenadas, amables y misteriosas, pensaba con frecuencia. O así me lo parecía a mí.

De manera que quedarme para buscar el fantasma, no me parecía especialmente aterrador y mucho menos, cazar algunas palabras de las que mi abuela llamaba "poderosas". La biblioteca parecía ser el lugar ideal para ambas cosas y sobre todo, albergar tanto criaturas enigmáticas como libros de páginas abiertas. Mi abuela esperó mientras dejaba la manta y la almohada en el enorme y viejo sofa remendadado, en una de las esquinas.

- ¿Vas a estar cómoda aquí? - preguntó. La miré, muy digna con mi pijama verde olivo y el cabello suelto y rebelde cayendome sobre los hombros.
- ¡Claro! ¡A mi no me asustan los fantasmas! ¡No soy ninguna cobarde!

Mi abuela asintió y se acercó a la ventana, cerrando las cortinas de encaje polvoriento con cuidado. Eran casi el atardecer y una bonita luz dorada y roja caía como una explosión cálida en la habitación. Faltaba mucho para la hora de dormir - una eternidad, pensé con un suspiro - pero cuando abuela cubrió los cristales, una oscuridad lenta y melindrosa llenó todo. Encendió la lamparita de Cristal de su escritorio. Los libros chispearon con pequeños fragmentos de luz robados a los paneles de vidrio. Tragué saliva. La biblioteca de pronto, pareció otro lugar, uno más grande, interminable, de esquinas silenciosas y de espacios que no podía distinguir bien. Con un sobresalto, pensé que nunca había estado en la biblioteca durante la noche. Que jamás había entrado en ella sin que la luz del sol la bañara toda. Por esa razón, me había intrigado tanto las palabras de mi prima, el hecho que describiera la biblioteca como lugar tenebroso. No podía imaginarmelo. Ahora comenzaba a preguntarme si realmente había algo escondido entre los enormes y viejos anaqueles, entre los muebles que sonaban y rechinaban cuando te sentabas en ellos. Me mordí los labios para que no se me escapara ninguna palabra de miedo.

- El miedo no es algo malo, mi niña - comentó mi abuela - ni la cobardía algo tan sencillo como no tener miedo. La valentia nace del miedo más profundo y la cobardía de la arrogancia.  Como siempre, la verdad está entre las franjas de muchas ideas y pensamientos.

Me quedé sentada en el sofa donde dormiría para cazar al fantasma, apretando la esquina de la almohada. No entendía bien lo que quería decir mi abuela, pero si sabía dos cosas: es posible que me diera miedo y sería una cobarde si salía corriendo a mitad de la noche, sin descubrir que ocurría de noche en la habitación. Eso para mi era valor y cobardía. Lo demás...bueno, ya tendría tiempo de pensar en eso.

- ¿Las brujas tienen miedo? - pregunté entonces. Mi abuela - la sabia, la bruja - se encontraba junto a la puerta y se volvió para mirarme, con una singular expresión de dulzura que no comprendí bien.
- Siempre tenemos miedo. A lo que podemos encontrar haciéndonos preguntas. A lo que nos espera detrás de puertas y ventanas cerradas. A todo el largo trayecto que nos lleva a asumir que nuestra curiosidad e inteligencia es una manera de hacer magia. Siempre hay miedo - entonces sonrío - y vencerlo, es parte del aprendizaje que te hace continuar, avanzar en la oscuridad, con las manos abiertas. Encontrando piezas que faltan en ti misma y en tu mente. Siempre hay miedo, pero también el deseo de vencerlo.
- ¿Y como lo haces? - me interesé. Me dedicó uno de sus guiños maliciosos.
- Busca palabras poderosas en esos libros - hizo un gesto que pareció abarcar todos los libros de la biblioteca, los incontables mundos escondidos entre sus páginas - ellas te explicarán que hacer.

Cerró la puerta. La oscuridad cobriza a mi alrededor pareció ondular, hacerse quebradiza. Alzarse entre los libros, mirarme derecho desde las esquinas en sombras. Y tuve la sensación un poco abrumadora que estaba más sola de lo que había estado en mi vida. Que detrás de la puerta cerrada de mis temores y con el fantasma - lo que sea que fuera, al acecho - sólo estaba yo, mirando a mi alrededor con los ojos muy abiertos y asombrados. Y quizás las palabras poderosas que mi abuela quería que encontrara.

Me dispuse a buscarlas y encontrarlas, sin saber si lograría hacerlo.

***

En brujería se suele decir que las palabras son el refugio de la magia más vieja y poderosa de todas: la capacidad de todo espiritu humano para crear y soñar. Había escuchado esa frase muchas veces, repetida en cientos de manera distintas y jamás la había entendido en realidad. Pero esa noche, a solas en la biblioteca desordenada de mi abuela, de pronto tuve la sensación que esas palabras, eran un faro en mitad de los charcos de oscuridad que me rodeaban, que podían esconder - o no - a la supuesta criatura malvada y misteriosa que vivía entre los libros. De manera que me dispuse a defenderme del miedo de la mejor manera que pude y la encontré, justamente obedeciendo a mi abuela. En medio de los crujidos de la madera que me parecía escuchar en todas direcciones, de los suspiros del polvo entre la oscuridad, extendí las manos temblorosas y tomé el primer libro que encontré. Era una vieja edición en tapas muy gastadas, que comenzaban a deshilacharse por los bordes. Leí la primera línea en voz alta:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

¿El hielo? ¿Que tenía de asombroso el hielo? me pregunté un poco desconcertada. Imaginé al Coronel como un señor muy alto y de cabello plateado, mirando al pelotón de hombres que le apuntaban con sus armas y recordaba el hielo. Suspiré, concentrándome en la línea mientras la biblioteca parecía cloquear desde sus clavos viejos y sus libros pesados. Y decidí que la palabra poderosa que podía obsequiarme el libro era "recordar". Porque el Coronel Buendía, estaba a punto de morir y tenía miedo, pero no pensaba en la muerte cercana o el terror de las balas, sino en el hielo. Un recuerdo. Repetí la palabra en voz alta. Recordar, recordar para no tener miedo. Recordar.

Tomé otro libro.

Es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero y con fortuna necesita casarse cuanto antes. Y por más desconocidos que puedan ser los sentimientos o las ideas de ese caballero, cuando él llega a un vecindario por primera vez, las familias que ahí viven inmediatamente lo consideran propiedad privada de alguna de sus hijas. 

Me hizo reír el párrafo. Mi tia E. solía decir que las brujas siempre huían de la formalidad, de las cosas que se supone que debían hacer por mera obligación y de las ideas pequeñas, restringidas, como habitaciones pequeñas donde intentaban encerrar a las esperanzas. Que las brujas eran fuertes, por el mero hecho de oponerse. De contradecir. E imaginé a una bruja leyendo aquel extraña declaración, a una bruja pensando que debía casarse porque era "sabido Universalmente". Y pensé que quizás bajo esas líneas había algo más que descubrir, que se escondía bajo lo que te hacia reir. ¿Los sentimientos? Esa podía ser mi palabra poderosa. Cerré el libro, repitiendola en voz alto, ignorando el sonido extraño de las ventanas sacudidas por el viento, la sensación que la biblioteca entera cobraba vida a mi alrededor a  medida que la noche avanzaba.  Los sentimientos siempre serán misteriosos, pensé con cierto sobresalto y siempre podrán protegerte de la oscuridad.

Me subí a uno de los pequeños taburetes que se amontaban al fondo de la biblioteca. Acaricié los lomos de los libros de los peldaños más altos de uno de los anaqueles. Tomé un libro donde un anciano ciego parecía escuchar el sonido de las páginas con la cabeza medio inclinada.

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.

Incesante. Jamás había escuchado esa palabra antes. Me quedé con el libro apretado contra el pecho, intentando imaginar que podía ser: de pronto imaginé a Beatriz Viterbo como una hermosa mujer yaciendo en sábanas blancas, empapadas de sudor y dolor. Los párpados hundidos, las manos delgadas sobre el pecho. Y de pronto, el Universo incesante se apartaba de ella, se iba hacia el cielo de la noche dejándola atrás. Y tuve miedo, pero también me alegré de poder repetir muchas veces la palabra incesante para consolarme. Cuando el reloj del pasillo dio las once y escuché la última puerta de la casa cerrarse, sentí que la muerte de Beatriz Viterbo, tan delicada, frágil y desconocida, me salvaba del miedo.

Seguí buscando palabras, mientras el fantasma continuaba sin aparecer. Cuando la oscuridad que bajaba de la montaña se apretó contra las montañas, me aferré a las palabras para continuar. De los libros que iba leyendo al azar, del libro de las Sombras de las brujas de la casa que encontré perdidos entre ellos. Del hombre que hablaba de la ciudad de Londres para asombrarse de su belleza y temer su crueldad. O de la tia desconocida que hablaba que el poder de las brujas reside en su capacidad para enfrentarse así mismas, para avanzar más allá de los lugares temibles de su imaginación y su mente. Una y otra vez, las palabras me salvaron de caer, de resbalar hacia los lugares de pesadillas, de los ruidos atemorizantes, de las sombras inexplicables. Y del fantasma que no aparecía, pero que parecía estar allí, en medio del susurro de las páginas abiertas, de las palabras flotando a mi alrededor. Temblando de miedo, pero esforzandome por no dejar de leer, me cubrí con mi sabanas de estrellas y seguí leyendo, haciendo retroceder al miedo tan lejos como para que me miraba, ansioso y confuso, desde los charcos de luz de las lámparas. Lo vencí una y otra vez, enarbolando ideas, imágenes en mi mente y finalmente sueños en mi imaginación.

Las palabras alzándose a mi alrededor, como pequeñas mariposas negras y blancas, huyendo del miedo y de la simple desazón.


- Mi niña, despierta.

La voz de mi abuela me sobresaltó. La luz parpadeante del sol llenaba la biblioteca, recién nacida y tan cálida que tuve la impresión que nunca había visto nada tan bello. Los primeros rayos del amanecer. En algún momento de la noche me había dormido, rodeada de libros y hojas arrugadas. Me senté en el sofa, confusa y sin saber que había ocurrido. Mi abuela, inclinada a mi lado, me acarició el cabello despeinado.

- ¿Encontraste al fantasma? - preguntó con genuino interés. Sonreí.
- No, pero encontré palabras. Muchas palabras.

Miré a mi alrededor. Los libros volvían sólo a ser libros y las mariposas de alas en claroscuros con las que había estado llorando volvían a vivir sólo en mi mente. Pero me emocionó la idea que el miedo no me había vencido. Que había logrado avanzar a través de él llevando palabras entre las manos.

- ¿Todas poderosas? - se asombró mi abuela. Reí en voz alta y levanté el libro donde el Coronel Aureliano seguía recordando el hielo justo al momento de su muerte.
- Muy poderosas. Todas me contaron cosas y no dejaron me asustara.
- Porque el miedo no puede luchar contra tus deseos de vencerlo. Las palabras crean cosas y las brujas lo sabemos desde hace mucho - dijo mi abuela. Los ojos le brillaban de alegría. Se inclinó y me besó en la frente - para nosotras, las palabras son mundos, son ideas que se elevan por su propio peso y valor, que construyen mundos y lugares.  Por eso las consideramos mágicas y de enorme valor.

Sonreí, mirando los libros entre las manos. Pensé en todas las veces en que había tenido miedo. En todas las ocasiones en que me había despertado con pesadillas, temblando de terror y mirando la oscuridad amenazante. ¿Era tan simple dejar de tenerlo? Tomé otro de los libros que me rodeaban y recordé a sus señoritas graciosas y tristes que esperaban casarse para no caer en desesperación. ¿Era tan fácil como imaginar el mundo a través de las palabras?

Aún me lo sigo preguntando, mientras miro las páginas llenas de palabras, mios o de otros. Aún sigo aprendiendo el poder de crear, para enfrentarme al temor. Y asombrandome de su sencillo poder, de su capacidad para construir la belleza. De esa magia tan vieja como profunda, tan sincera como única. La de crear para creer y volar más allá de mi imaginación.

C'est la vie.

sábado, 29 de agosto de 2015

Puertas abiertas al misterio y otras historias de brujería.





La cocina de una bruja es un lugar muy importante o eso solía insistir mi tia E., siempre que cocinaba. Inclinada sobre montoncitos de verduras y hortalizas, con las ollas humeando en las hornillas del fogón, me explicaba que desde hacia mucho, mucho tiempo, cocinar era un tipo de magia muy importante y trascendental. Yo la escuchaba, más por amabilidad que por verdadero interés, preguntándome con la insolencia de mis doce años, el motivo por el cual tia consideraba valioso algo que a me parecía tan cotidiano y definitivamente corriente. No se lo decía, claro está: Tia estaba por completo convencida que cocinar era la cosa más importante  del mundo y me lo decía a cada pequeña oportunidad.

- Cocinar fue considerado por mucho tiempo un tipo de magia muy poderosa - me decía, mientras dejaba caer en la sopa las verduras cortadas en cuadritos y los trocitos de pollo pasados por agua - imagínate: poder transformar elementos comunes en algo tan delicioso que te haga sonreír al comerlo. Que te haga maravillarte por la sutileza de sus sabores, finamente combinados, que...¡Aglaia! ¿Me estás escuchando?

Guardé rapidamente el libro que había comenzado a leer mientras tia cocinaba y me quedé muy tiesa en la silla, entre avergonzada y divertida. Tia se acercó, moviendo el cucharon de madera que sostenía en la mano con aire amenazante. Me pregunté si me golpearía con él por atreverme a descuidar la lección de magia en la cocina. De inmediato me retracté por una imagen tan poco caritativa. La tia era una mujer adorable que seguramente jamás usaría sus amados útiles de cocina para golpear a nadie ¿O sí? No estuve muy segura, mirando el rostro redondo de mi tia sonrojado por la ira.

- ¿Te parece muy poco importante lo que pasa en la cocina no? - me reclamó. Me apresuré a sacudir la cabeza pero ella no me prestó atención - Que se trata de algo tan simple como combinar ingredientes ¿No?

Apreté los labios, conteniendo como mejor pude el "sí" que casi se me escapó de los labios. La verdad, con toda la desafachatez de mi casi adolescencia, estaba convencida que cocinar era cosa de todos los días, una rutina fastidiosa y machacona que nadie hacia de buena gana. Menos la tia, claro, me dije con cierto aburrimiento, que parecía tan obsesionada como para dedicar horas de su día a cocinar.  Pero eso no se lo diría a tia, por supuesto, a menos que quisiera llevarme un buen coscorrón o peor aún, una palmada de madera de una de sus bonitas espumaderas talladas.

- Tia, lo que ocurre es que no entiendo por qué llamas "magia" a algo que puede hacer cualquiera - me disculpé en voz baja - Oye ¿Qué tiene de misterioso un pan con jamón o una arepa de queso? Eso no es...mágico en absoluto.

Abuela apretó su boquita de piñón enfurecida y se inclinó hacia mi. Retrocedí, amedrentada por su súbita furia. Tia por lo general era una mujer muy amable y risueña, aunque suponía que había equivocado el método y la forma de expresar mi opinión sobre su amada magia cocinera.

- No es tan importante como todo lo demás que te enseña mi hermana ¿No? - dijo en voz peligrosamente baja. Esta vez, tuve mucho éxito en poner cara de cualquier cosa y quedarme muy quieta, sin atreverme a decir nada. La verdad, era que aprender brujería había resultado algo muy distinto a lo que había imaginado un año atrás, cuando me había iniciado.

Había estado muy emocionada de convertirme en "bruja" o lo que yo asumía era una: una mujer con poderes misteriosos y extraordinarios, que aprendería secretos asombrosas día por medio. Pero en realidad aprender Brujería se parecía mucho a cualquiera de las asignaturas de la escuela y no las más divertidas por cierto. Mi abuela me hacia leer sobre filosofía y arte, me hablaba sobre historia, me educaba en cosas tan aburridas como nombres de plantas y viejos rituales cuyo único objetivo, parecía ser el obligarme a hacerme preguntas sobre mi manera de pensar y la forma como comprendía el mundo. Todo eso estaba muy bien, pensaba con cierto desánimo, pero no era ni remotamente divertido. Mucho menos misterioso. Se parecía más bien, a una manera de comprender lo invisible en mi mente. Más de una vez, escribiendo afanosamente en mi libro de las Sombras - que no se me permitía escribir en la computadora, sino a mano - me preguntaba si la magia era sólo eso: un montón de ideas profundas y algunas directamente incompresibles. ¿Donde estaba la magia en todo eso? ¿Donde estaba lo emocionante?

Mi abuela solía reír a carcajadas cuando me escuchaba quejarme sobre eso. Y más de una vez, me repitió que la magia era sutil y discreta, que toda bruja debía aprender a construir su propia idea sobre ella y sobre todo, hacerlo poderoso y perdurable. Pero a mi todo eso me sonaba a más libracos de filosofía que leer, nombres de artistas y escritores que memorizar y claro está, nada divertido que hacer.

- No tia...es decir sí es tan importante como todo lo demás - tan aburrido, quise decir en realidad, pero me contuve - sólo que no...
- ¿Quieres intentarlo tu?
- ¿Que yo que?
- Eso. ¿Quieres intentar cocinar? Y no un sandwich ni una merengada de helado - sonrío con cierta malicia - sino un verdadero plato mágico. Algo que vayamos a comer todo y que requiera que entiendas los sutiles equilibrios del sabor y la textura. ¿Te atreves? Entiendo que no quieras sino puedes...

Sentí que el orgullo me coloreaba las mejillas. Uno de mis peores defectos por entonces era sin duda, mi exaltado e irascible ánimo. Todo parecía disgustarme, molestarme e incluso directamente herirme. Y por supuesto, el reto de mi tia y el hecho que dudara fuera capaz de hacerlo, sólo había despertado mi genio imposible. Me paré de la silla de un brinco. Los libros que tenía en las rodillas se desparramaron por el suelo.

- Claro que puedo. No puede ser tan dificil - anuncié, con desfachatada arrogancia - dime que hacer y lo hago.

Tia se quedó de pie, mirándome con la cabeza ladeada y de pronto, durante un minuto que pasó muy rápido tuve la impresión que una cierta luz traviesa y malvada brillaba en sus ojos verdes. Una expresión muy rara en su rostro redondo y bondadoso. Y de pronto, pensé que la tia, con todo su aspecto mofletudo y dulce, era una bruja. Una mujer salvaje e inteligente, con un tipo de sabiduría que yo seguía sin entender muy bien. Un poco confusa, me pregunté en que me había metido.

- Muy bien, entonces harás las galletas para el ritual de Luna Llena - dijo con una sonrisa muy amable, ancha...y completamente falsa - las cinco fuentes que necesitamos para la celebración.

Me quedé en una pieza, sobresaltada y comenzando a preocuparme. Las galletas de avena y romero de Luna Llena, eran quizás uno de los elementos más importantes de algunos rituales de Luna Llena. No sólo se compartian entre los participantes sino que la bruja que oficiaba el ritual, solía levantar el cuenco para saludar a la Luna y a las viejas creencias. En otras palabras, era un símbolo, antes que una comida. Y ahora tendría que prepararlo yo. Me desesperé un poco.

- Pero...
- ¿No dijiste que era fácil?
- Pero...son las galletas.
- Son fáciles - repitió tia y se quitó su viejo delantal. Volvía a tener esa misteriosa expresión de niña traviesa - sólo sigue las instrucciones de mi libro y cocinalas. Mañana las comeremos.

La seguí por la cocina, nerviosa y un poco enfurecida. Intenté explicarle que en realidad, prefería preparar cualquier otra cosa - y no nada que fuera a probar el resto de la familia - pero tia se negó a escucharme. Me puso en las manos el delantal que se había quitado, su libro de las Sombras y un reloj. Lo miré todo desconcertada.

- Pero...
- Nos vemos por la tarde.

Salió de la cocina tan rápido que me sorprendió encontrarme sola allí, sosteniendo el delantal en una mano y el libro en otra. Sentí que la ira se me subía a las orejas. ¡Oh vamos, está bien! ¡Lo haré! me dije colérica. No tengo dudas que podré hacerlo...que las galletas...Miré la cocina enorme con cierta sensación de urgencia. ¡Vaya, vamos, Aglaia! ¿Que tan dificil puede ser?

Pues resultó por supuesto, que era muy dificil. La receta más complicada que podía imaginarme y además, llena de pequeños trucos cocineros de los cuales yo no había tenido la menor idea hasta el momento en que los leí. Y no sólo se trataba de eso: mientras traducía la maraña de instrucciones, que en ocasiones parecían saltar una a la otra sin formula de resolución y en otras simplemente contradecirse, encontré que en realidad, el Libro de las Sombras de mi tia no hablaba sólo de cocina - como había temido - sino de una serie de conocimientos que hasta entonces yo no había tenido idea podían tener relación alguna con la cocina. Y es que apenas comencé a seguir la receta, encontré que cocinar no sólo era mucho más complicado que combinar ingredientes sino además, mucho más profundo que sólo asumir se trataba de comida.

Para empezar, la tia consideraba que cocinar era no sólo una manera de construir una relación compleja y poderosa con quien cocinas. Y contaba - entre medidas de Avena, formas de machacar las hojas de Romero y tazas de azúcar - que por siglos, cocinar era una fuente no sólo de satisfacción sino de poder. Que en diversas cortes Europeas, cocinar era un acto de enorme importancia y que el cocinero, no sólo era el responsable de la salud del Rey su familia, sino también del buen nombre de su país ante los visitantes extranjeros. Pero que más allá del lujo de las cabezas coronadas, la cocina era considerada un misterio, una muestra de poder. Que el hombre cazaba para encontrar la carne que comería su familia, pero la mujer en la cocina, con el conocimiento heredado de cientos de mujeres sabias antes que ella, la que podía convertirlo en un platillo suculento que brindara placer y satisfacción a su familia. Y que más allá que eso, la cocina era la manera como los sabios de todas las épocas y por supuesto, las brujas, creaban grandes y poderosos portentos: Desde pocimas y bebedizos para curar, hasta comidas que proporcionaban placer y júbilo al espíritu hasta incluso, cosas tan temibles como provocar la muerte. Todo eso a través de la combinación de sabores y olores. De ingredientes misteriosos, de viejos secretos heredados de olla en olla.

Y allí estaba yo, rodeada de harina, huevos mal mezclados, mantequilla, con el cabello lleno de azúcar y raspadura de limón, pensando ya no en la cocina sino en el hecho de cocinar, en la maravilla de crear algo a partir de la nada. Mi abuela entró y salió de la cocina, sonriendo pero negándose a responder mis preguntas y lo mismo ocurrió cuando mi bisabuela apareció por allí, con el clock clock clock de su bastón de madera. Mi tia J., con una luminosa sonrisa de pillete miró mi mezcla aguada que yo intentaba espesar con ingentes cantidades de leche y me recordó que cocinar es muy parecido a la quimica cientifica.

- Sólo que en lugar de compuestos, creas magia - me recordó y se fue, dejandome con el cucharon en la mano, requemado por el caramelo y los dedos embadurnados de una mezcla ácida para galletas por completo incomible.

Pero seguí esforzandome, intentandolo. Y a medida que lo hacía, comencé a comprender el empeño de mi tia en cocinar bien, en crear algo hermoso a través de los ingredientes bien cortados, de las mezclas misteriosa de las cuales obtenía un sabor maravilloso, de los hervores olorosos de las ollas abiertas. De pronto, me encontré luchando contra mis propias ideas sobre la simplicidad de la cocina, asumiendo el hecho que lo que había en ella de mágico era algo más que lo aparente. Y sobre todo, algo mucho más profundo que la simple habilidad para combinar con habilidad los sabores. Había algo bello y sentido, en comprender que cocinar no sólo era una forma de crear algo nuevo, sino de expresarse. Me encontré pensando en las ocasiones en que tía me había obsequiado platillos suculentos que definitivamente, eran lo mejor de mi dia. O que consolaba mis tristezas con una de sus incomparables tazas de chocolate muy dulce. O en su te de Albahaca, capaz de hacerte sonreír por muy mal que te sintieras. Poco a poco y mientras luchaba con los ingredientes rebeldes, con las combinaciones inexactas, comprendí que cocinar no sólo era una forma de magia - que lo era - sino una forma de amar. Una noción profundamente dura y bella de conectar la naturaleza humana con algo muy sutil que apenas podíamos comprender. Una noción sensual sobre nuestra propia manera de disfrutar del mundo que nos rodea.

Claro que, pensar y reflexionar en todo aquello  no mejoró mi capacidad como cocinera. Y cuando la tia volvió por su cocina, casi al atardecer me encontró allí, ante el enésimo tazón de mezcla de galletas aguado, con otra docena de huevos rotos, con la azúcar creando montoncitos en medio de las hojas chamuscadas de Romero. Lo miró todo, con una expresión de extraña dulzura que me sorprendió y después, me miró a mi, de pie junto al mesón, incómoda pero sobre todo, profundamente avergonzada.

- Tenías razón - dije sin pensarmelo - no pude hacerlo. No es sencillo, en absoluto. Cocinar es...

Ella levantó la mano, sacudiendo la cabeza. Me callé de inmediato. Ella se acercó al mesón y con cuidado, palpó la masa a medio fermentar. Luego miro los tazones rebosantes de mezclas fallidas, de extrañas combinaciones que había intentado hacer en medio de mi torpeza. Después me hizo una seña que me acercara. La obedecí de inmediato.

- No se trata de tener razón, sino que escuchar la sensibilidad que te permitirá comprender tantas otras cosas en tu vida - dijo. Tomó el tazón de una de las mezclas fallidas y luego de agregarle unos pocos toques de harina, comenzó a revolverlo con lentitud - no se trata de que sea sencillo, sino que comprendas que cada cosa que haces, tiene un peso y puede brindarte una sorpresa. Ahora observa.

Y sí, la manera como preparó las galletas a partir de mis trozos de masa endurecida, tazones manchados de huevo y mantequilla y hojas requemadas de caramelo, fue mágica. Lo fue en la medida que no se trató simplemente de una rutina, mucho menos una serie de  gestos más o menos repetitivos, sino de aprender y comprender una cierta delicadeza en cada alimento, una secreta belleza que podía crear algo más hermoso y por supuesto, suculento de lo que podía imaginar. Mirándola batir los huevos con lentos movimientos de muñeca, cernir la harina con enorme delicadeza, comprendí que la cocina es un tipo de conocimiento intimo, infinitamente sensible. Una sabiduría del cuerpo y de la ternura de cada alimento, de cada pequeño sabor capaz de crear algo nuevo. Un símbolo de los misterios que guarda aparentemente lo sencillo.

- La magia de las pequeñas cosas - dijo mi tia cuando sacó la bandeja de galletas recién horneadas y las dejó sobre una de las cestas de Madera de la cocina - Cada cosa que haces es una forma de creación, una manera de expresarte. Y la cocina, es además, una manera de comunicar ideas sobre lo pequeño y hermoso.

Comí una de las galletas. El sabor exquisito se me derramó en la boca como una bendición. Mastiqué mientras la tia me miraba sonriendo otra vez, con su extraña sonrisa malvada que tanto me sorprendía. Cubrió las galletas con un paño seco y limpio.

- La brujería es un arte para creer pero también para crear. Y sobre todo, para hacerte comprender que cada cosa y elemento que te rodea, guarda un misterio.

Recuerdo sus palabras mientras saboreo mi propia fuente de galletas, muchos años después. No son ni remotamente tan buenas como eran las suyas, pero si, creadas con la misma dedicación ardorosa, esa comprensión de los diminutos enigmas que guarda lo misterioso que ella me enseñó. Y sonrío, asombrada no sólo de la idea que supone esa conciencia de lo bello y lo profundo, sino del poder de nuestros propia maravilla por lo desconocido. De las pequeñas piezas sueltas en el mecanismo de nuestra mente. De todo lo que aprendemos al asumir que cada uno de nosotros somos un pequeño enigma que comprender.

viernes, 28 de agosto de 2015

Proyecto "Un género cada mes" Agosto - Poesía: "Una Temporada en el Infierno" de Arthur Rimbaud.,




De Arthur Rimbaud se ha dicho mucho. Se podría decir que su leyenda lo precede: desde precoz y extraordinario talento, demonio perverso, símbolo de la rebelión de los sentidos, hasta destructor de su propio mito, su obra  se confunde con frecuencia con esa personalidad perturbadora que es parte de la historia inquietante del autor. Aún así, continúa siendo su extraordinaria visión de la palabra, su maravillosa necesidad de mirar el mundo en "el completo desorden de los sentidos" , como insistió antas veces, lo que sobrevive sobre el escándalo, sobre el fuego fatuo de la polémica. Y es que Rimbaud destruyó su mito, su visión y su historia, pero no pudo - o no supo como - destrozar su propia trascendencia.


Porque más allá de la leyenda del poeta maldito y el hombre atormentado, subsiste el poder de la palabra, de una obra poderosa que incluso le sobrevivió a sus intentos por destruirla y denigrarla, a esa pasión adolescente y quemante que le hizo abandonarlo todo justo cuando la creación parecía ser más dura, enajenante y abrumadora. Por ese motivo, quizás Albert Camus le haya considerado el poeta "más grande todos" y la legendaria Patti Smith insistiera que Rimbaud abrió pasó a la modernidad como "el primer poeta punk". Héroe de su propio mito trágico, Rimbaud re elaboró a la poesía como un delirio, una furiosa reconstrucción de la belleza y el dolor en algo por completo nuevo. En una mirada asombrada al mundo pero más allá de eso, una noción Universal sobre el peligro de la calcinante necesidad de crear a través de la degradación absoluta, de la perdida de los nombres y formas para lograr alcanzar una nueva ilusión quebradiza sobre el poder de lo poético.

En ocasiones, desconcierta que Rimbaud haya logrado tal poder de evocación con único libro. No obstante, "Una Temporada en el Infierno" es más que una elaborada hipótesis sobre lo que la poesía puede ser sino también toda una manifestación intelectual sobre el horror y la belleza, el dolor y el place. Un éxtasis errabundo que llevó  la producción poética de Rimbaud a un nivel desconocido de intensidad y profundidad. Porque Rimbaud como poeta descubrió la manera de reinterpretar la palabra para crear un límite entre la cordura y la realidad simple, pero el Rimbaud visionario fue más allá de eso: elaboró una nueva percepción sobre el cuerpo poético y pondero el poder esencial que convierte al verso en vehículo de expiación y poder creativo. Con tan sólo 18 años, Rimbaud comprendió la idea de la poesía como sustento de la locura - alimento imperecedero del desorden de los sentidos - y dejó la posteridad una elocubración idea sobre la identidad y la necesidad de reconstruir la realidad a partir de la palabra desconocida hasta entonces.

Tal vez se debió justamente a su juventud, que Rimbaud traspasó ideas que hasta entonces se habían considerado absolutas dentro de la poesía. El mito de "Una temporada en el Infierno" se sustenta justamente en la capacidad de Rimbaud para crear a costa de su sufrimiento juvenil, de la disipación y una infinita angustia existencial. Y es que Rimbaud, escritor, decidió que la palabra podía expresar ideas pero no contener el mundo, lo que pareciera una contradicción a su furiosa creación juvenil. Y es que Rimbaud, tan joven que su retrato aún sorprende a las generaciones de poetas que admiran y veneran su obra, sólo necesito una única y desgarrada concepción de la poesía para abandonarlo todo. Para dejar la literatura atrás y decidir que deseaba vivir todas las vidas, que necesitaba vivir más allá de los bordes abiertos de las páginas y someterse al suplicio de la destrucción, el sufrimiento de la voz interna y la amputación de su necesidad creativa. Resulta desconcertante que el poeta muriera a los 37 años, justamente luego de atravesar el mundo, vivir todas las existencias que el dolor y el placer podría brindarle y por último morir entre sufrimientos, amputada una de sus piernas como años atrás, había arrancado la voz poética de su necesidad intelectual. ¿Es acaso un paralelismo casual o Rimbaud leyenda tránsito la idea más extraordinaria de la palabra, esa de concebir mundos, de predecir Universos y construir ideas por completo novedosas a partir de un furiosa aspiración por la verdad? Nadie podría decir que Rimbaud creó para trascender, pero tampoco es posible ignorar que su historia cimentó las bases para la leyenda que no sólo le sobrevivió sino que legó para la posteridad el símbolo del dolor que crea. Del dolor que reconstruye el mundo y el sufrimiento luminoso que elabora nuevas formas de la razón.

Hace unos años, la editorial (Barril & Barral) publicó una recopilación de las cartas del poeta, titulada para sorpresa de muchos de sus devotos seguidores  "Prometo ser bueno: cartas completas" que reúne la más extensa colección de cartas del poeta hasta ahora publicadas. Lo más sorprendente, es que la publicación no sólo muestra a un Rimbaud por completo distinto a la criatura furiosa, epítome de la rebeldía literaria, sino a un hombre de enorme sensibilidad, a medio camino entre el desamparo y la necesidad de comprenderse así mismo.  Las Misivas autobiográficas no sólo demuestran los miedos y anhelos de un hombre condenado a un tipo de tránsito interno que de nuevo, parecía reflejarse como parte de su vida, sino la multiplicidad de personalidades y reflejos que crean un Rimbaud imposible, un diorama de infinitas variaciones donde la figura del poeta parece hacerse extraordinaria, perdurable, inquieta, asombrosa. Porque Rimbaud no sólo viajó incansablemente, sino que también fue decenas de hombres distintos, reconstruidos a la medida de la soledad, el delirio, la angustia pura y sobre todo, ese desgarro espiritual e intelectual que crearon en Rimbaud el reflejo de mil vidas. Porque el poeta dejó la pluma, pero su vida fue poética por necesidad.  Fue profesor, mendigo, explorador, comerciante, traficante de armas y hasta miembro de un circo. Fue en incontables ocasiones cientos de ideas, de percepciones y una y otra vez, su mejor obra de arte. El mito perdurable que creo quizás sin desearlo y quererlo.

Y es que Rimbaud, pareció enfurecerse contra esa noción del arte que consuela. De la mirada absoluta de la poesía como enigma y como visión  multitudinaria de la realidad. Quizás por ese motivo, se alejó de ella. No obstante, su voracidad intelectual, el talento que lo dotó no sólo de absoluta originalidad sino de una osadía que rara vez se permite al arte, una mirada hacia el futuro que construyó una nueva senda para la percepción de la fotografía como un todo destructor. Y quizás es allí donde reside el triunfo del poeta, con sus consignas exuberantes y de una dureza que asombra "Yo es otro", "Hay que ser absolutamente moderno", "La verdadera vida está ausente" que le convirtieron no sólo en un gran mito sobre la rebeldía y la necesidad de contrariar la noción individual, sino en el hecho mismo mismo de crear una idea nueva sobre las posibilidades de crear a través de si mismo. Peregrino, autodestructivo, dolorosamente escindido y sobre todo, decidido a destrozar su obra con la rabia del dolor, Rimbaud triunfa en la angustia donde no pudo hacerlo en la poesía corriente.


En julio de 1873 Rimbaud escribe a Paul Verlaine, su trágico amante saturnino "Vuelve, vuelve, querido amigo, amigo único, vuelve. Prometo ser bueno. Si me he mostrado desagradable contigo, fue tan sólo una broma; me ofusqué, me arrepiento de ello más de lo que eres capaz de imaginar. Vuelve, todo se habrá olvidado totalmente. ¡Qué desgracia que te hayas tomado en serio esta broma! No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido todavía. [...] No me irás a olvidar, ¿verdad? No, no puedes olvidarme, yo te llevo siempre conmigo". Y se pregunta el lector, el apasionado, fiel creyente del mito Rimbaud, sino es a la poesía a quien escribe, a los trozos desiguales de su angustia espiritual que pierde a minutos, como declara le encanece el cabello y como insiste, existe sólo a medias. Porque en Rimbaud nada es sencillo, nada es completamente visceral ni real. Entre el mito y la angustia, el poeta parece no reconocerse así mismo.


Y es "Una temporada en el Infierno", esa obra única, ardiente y fervorosa, donde ese talento perverso para la ambiguedad se hace más evidente. La obra fue escrita durante su tumultuosa estadía en Londres junto al poeta Verlaine y muy probablemente refleja el fuego de la necesidad insatisfecha, el dolor de la fractura del templo sagrado de su mente, su tumultuosa caída a los infiernos. Porque para Rimbaud, la poesía no expresa, no construye, no canta elogios a la existencia humana. La poesía es la existencia humana propiamente dicha, y es esa ambivalencia, ese deambular entre los páramos de la locura, la angustia de la frustración de una existencia rota y su propia necesidad de encontrar un sentido en el medio del caos interior. Para Rimbaud, la poesía brota ya no como consuelo, sino como estigma, como una evasión definitiva de toda historia humana y tal vez, de toda expresión genuina del poder de crear de la literatura.

¿Quieres leer el poemario "Una Temporada en el Infierno" de Arthur Rimbaud en formato PDF? Déjame tu dirección de correo electrónico en los comentarios y te lo envío.

jueves, 27 de agosto de 2015

Todos los rostros de un país en fragmentos: De la ideología del odio a la tierra arrasada




Hace poco, alguien me insistió que yo no tenía ninguna representatividad en el país porque soy blanca, hija de Europeos, una profesional Universitaria que trabaja en lo que ama. Que en resumidas cuentas, no sólo no tengo “permiso” para aspirar a un país más justo, menos corrupto, pero sobre todo menos violento y caótico, por el mero hecho de ser “una sifrina”, término que se utiliza en Venezuela para definir a las “niñas bien”, de “recursos” según como la imaginación popular concibe el estereotipo. La idea completa me asustó, no sólo por sus implicaciones sino porque además resume a la perfección la nueva noción sobre la lucha de clases que el chavismo impuso en Venezuela y que de hecho, la mayoría de la población asimila tan bien, que lo toma por hecho cierto. Y es que para gran parte de los venezolanos, la única manera de ser un ciudadano es justificar “el hecho de la humildad”, para llegar a esa “expresión del pueblo llano” y poder, entonces tener la posibilidad de opinar y justificar su opinión en su propio suelo.

Cuando se analiza así, es una idea que perturba pero sobre todo, síntoma de la extraña ruptura histórica que vivimos. No se trata sólo del subtexto que yace en el hecho que la idea del chavismo sobre la lucha de clase se haya impuesto de manera tan sencilla, sino que forme parte constitutiva de la cultura chavista. Sí, utilizo la palabra “cultura” con toda intención. Porque el Chavismo, asimilado, mezclado, entronizado en la manera de comprendernos y asumirnos como ciudadano se ha convertido no sólo en un rasgo social sino también, en una cultura muy concreta. En una manera de interpretar el mundo y quienes somos muy específica. Y eso, por supuesto, apoyado en la ideología y en el fanatismo casi religioso de un gobierno que manipula desde la promesas populista, resulta grave. Más aún, peligroso.

Pero volvamos a la conversación con mi amigo. Luego de escucharle insistir una y otra vez que “en Venezuela mandan los pobres y a eso había que acostumbrarse”, aguardé a que agotara el argumento y finalmente nos quedáramos en un incómodo silencio. Me dedicó una mirada inquieta.

— Sabes que lo que digo es cierto — me insiste — ahora si tienes plata, nadie te para bolas. Aquí tienes son los pobres los que marcan la pauta.
— ¿A qué pobres te refieres? — Ya sabes, la plataforma del Gobierno. Los que votan una y otra vez por el chavismo. Esos son los que tienen el poder.

El comentario me hace recordar a Oswaldo, el conserje del lugar donde vivo. Un hombre amable que trabaja con enorme decoro y responsabilidad en las áreas comunes del lugar donde vivo. Lo hace desde hace cuatro años y que yo recuerde, jamás le he visto el dedo manchado de azul. Ni siquiera en el usualmente deprimente lunes luego del domingo electoral. Oswaldo, taciturno y un poco encorvado ya, no parece muy interesado en nada de lo que pasa el país. Y así me lo dejó claro en la ocasión en que le pregunté.

— No mija, eso de política es pa’ otros — me contestó, con el azadón del jardín al hombro y secándose el sudor con el dorso de la mano — yo estoy viejo y naiden me hace caso. Tengo años que no voto.

No se trata sólo de Oswaldo. Es hijo de cinco y abuelo de doce. Nadie en su numerosa familia vota. Incluso, uno de los hijos ni siquiera tiene cédula. Una vez me contó que les simpatizaba Chavez, pero que se aburría con sus cadenas. “Uno llega muy cansao del trabajo pa’ ver a ese señor chacharear”.

Oswaldo no es el único caso supongo. Tampoco lo es su familia. A veces, sobre todo durante las frecuentes campañas electorales de mi país, imagino a los cientos de hombres y mujeres que como Oswaldo, simplemente me dan un paso atrás al momento de inmiscuirse en la política. Que disfrutan misiones y también todo tipo de beneficios del Gobierno de turno — como antes lo hicieron de todos los anteriores — pero que en realidad, la política les interesa bien poco. Porque en su barrio, en su casa, en todos los lugares del país, la política es cosa de adinerados, de la gente de “allá”, de los tipos con traje y corbata que se aparecen cada cierto tiempo para pedirles el voto. Es probable que convenzan a más de uno, pero la mayoría continuará a la periferia, al margen de las decisiones generales. Un elemento ciego en medio de un destructor y cada vez más agresivo mapa político.

— ¿Crees que las bases del chavismo sólo son pobres y desesperados? — le pregunto — ¿que votan porque no tienen otro remedio?
— ¿Y quien más puede votar por esta mierda? — me pregunta inquieto — ¡Por eso tienen poder! ¡Son el arma del Chavismo!

Hace dos años, me hice buena amiga de una vecina de Antimano. Nos conocimos por casualidad y desde entonces, sostenemos una especie de larga conversación a tropezones y en ocasiones incómoda sobre lo que ocurre en el país. Porque “Gladys” (no es su nombre real) es chavista y además, lo continúa siendo a pesar de la crisis que atraviesa el país. Lo es por una serie de ideas tan complejas que en ocasiones, a ella misma le lleva esfuerzo explicar y definir. Pero el hecho cierto es que Gladys vota por el chavismo y continuará haciéndolo, no obstante criticar con mucha sensatez al Gobierno de Nicolas Maduro y quejarse sobre muchas de las políticas que implementa.

— Nadie del gobierno me da nada, pero son la gente con que me identifico. El Comandante hablaba para que yo le entendiera, no como los adecos y copeyanos — me dijo en una oportunidad—. No es que el Comandante fuera el mejor presidente, pero era mi presidente. Y votaré por su proyecto hasta que pueda.

Gladys vive en una populosa barriada caraqueña pero realmente no es pobre, no al menos como amigo concibe al Chavista tradicional. Tiene una casa que construyó su difunto esposo, su hija estudia en la Universidad y el mayor es gerente de un banco de Caracas. Gladys misma se dedica a la costura y eso le permite “costearse sus cositas”, a pesar de lo costosa que se ha puesto la tela y los hilos, si es que los consigue. Pero para Gladys, como para su familia, el Chavismo no es solamente una opción, sino un modo de vida. Es una identidad que tiene mucho que ver con el lugar donde vive, con el hecho de considerar a Chavez una mezcla de padre y algo tan brumoso como un líder popular. Gladys no me odia — al menos, no creo que lo hace — ni yo tampoco siento una especial preocupación por el hecho que yo viva en un edificio residencial y ella no. Pero es chavista y lo es al extremo, de guardar un preocupado silencio cuando la interpelo sobre el hecho que las políticas de Maduro sumieron al país en un desastre económico de proporciones preocupantes. No me responde, cuando le insisto sobre su opinión sobre la inseguridad, sobre la noción de un país tan peligroso que resulta agobiante. Sobre la inflación de tres dígitos que también le golpea como a mí. Pero la lealtad de Gladys es implacable y continuará siéndolo. Y claro está, Gladys vota.

¿Pero Gladys tiene poder? ¿Tiene la capacidad de exigir cambios y transformaciones? ¿De interpelar a cualquier líder del turno y reclamar la responsabilidad política que le brindó su voto? Claro está, no soy ingenua. Sé a que tipo de poder se refiere mi amigo: el poder de ser una herramienta electoral visible de un gobierno arraigado en mayorías muy concretas. Pero no todo es tan sencillo, no todo es tan obvio. Porque no se trata de pobreza, tampoco de un tipo de convicción ideológica. La militancia del chavismo lo es por un vinculo emocional, definitivo e incontestable. Por un resentimiento añejo y concreto contra quienes le gobernaron. E incluso, vayamos a un punto menos abstracto. A una idea muy específica: el chavista vota por el Chavismo por la identificación social y cultural es tan obvia, que cualquier alternativa le parece impensable. No se trata de pobreza, tampoco ignorancia ni mucho estupidez. Es una idea completa que incluye identidad y también algo más profundo: una manera de comprenderse.

— ¿Por qué votas por los partidos de oposición? — le pregunto a mi amigo — Por que como yo eres profesional, ¿tienes automóvil propio? ¿Qué ocurre contigo? ¿Es tu título Universitario lo que te hace votar por la oposición, sea quien sea y quien la represente?
— No te entiendo. — ¿Qué te hace votar en contra de Chavismo? ¿Qué te hace apoyar a la oposición? — ¿Y lo tienes que preguntar?
— Piénsalo.

Hará unos siete años, mi amigo celebró, junto a muchísima gente que conozco, la eliminación por parte del Gobierno de las cuotas de intereses llamadas “Balón”, que presionaban el historial crediticio de la clase media venezolana. También aprovechó las ventajosas condiciones de los créditos de la banca pública e incluso, llegó a viajar gracias a los sistemas de Venetur. Obviamente, se trata de beneficios de los que cualquier ciudadano venezolano puede presumir pero que esencialmente, representan las escasas mejoras que el Chavismo dedicó a la clase profesional de mediana edad del país. Pero mi amigo jamás consideró votar por Chavez ni lo hizo jamás. Tampoco se ha sentido identificado, mucho menos comprendido por un tipo de ideología que promociona la lucha de clases como parte de toda una idea sobre la pobreza justificada y sostenida en el enfrentamiento social. Mi amigo, como yo, jamás contempló al chavismo como opción. Y no sólo por la disparidad política, sino por el hecho que jamás nos identificamos con la propuesta Chavista, ni como idea redentora ni como Gobierno de mayorías.

— Porque este gobierno es hambreador y piensa que la igualdad es hacia abajo. Que tener plata y trabajo es una ofensa. Que progresar es una conspiración. Este es un gobierno mezquino y violento — me responde — y jamás me identifiqué con ninguna mierda que dijo Chavez. Jamás lo haré con nada que diga un partidario suyo. Soy un tipo educado, criado con buenas costumbres en su casa. Jamás apoyaré a este grupo de malandros.

Mi amigo Pedro es un antropólogo con varios postgrados a cuestas. Es un hombre educadísimo, un adorable padre de familia, uno de las personas más gentiles que conozco. Y también es Chavista. Y lo es porque la identificación política con las ramificaciones de izquierda del Chavismo le son más comprensibles que cualquier otro planteamiento político. Porque la mayor parte de su vida, fue educado para asumir que el Socialismo es una idea concreta y realizable, que insiste que el trayecto confuso y duro que atraviesa Venezuela es parte de una transformación “necesaria”. Pedro me ha repetido más de una vez, que jamás votaría por ningún líder de oposición por el mero hecho que representan las razones de la existencia de Chavez, de la necesidad de un caudillo carismático que engendre una ruptura política. Que jamás votaría por un hombre que no tuviera entre sus prioridades la comprensión de la pobreza como una variable en discusión constante y cuestión esencial de un altercado ideológico. No importa que le insista sobre el hecho que el Chavismo sea un grupo político sin otra ideología que la pugnacidad. No importa el comportamiento violento y soez que Hugo Chavez Frías tuvo en vida o la insultante y preocupante irresponsabilidad de su sucesor, Nicolas Maduro. Para Pedro, el Chavismo es una corriente histórica necesaria, que engendró cambios y que se perfeccionará a medida que las primeras opciones de transformaciones sean válidas. Y es que desde la perspectiva de Pedro, un gobierno que no sea Chavista no sólo es impensable sino directamente peligroso.

— Lo que provocó el nacimiento del chavismo y lo que sustenta la oposición no es tan fácil de analizar como el hecho que se contradigan una a la otra — le insisto — . Se trata de un proceso de identificación, de una idea congruente con la que comulgas. Y en algún nivel, esa idea hace que continues apoyando la tendencia que sea, no importa cuanto te decepcione. Los extremos son dos fuerzas de choque, pero también, dos visiones de país opuestas. Y cada partidario cree real y válida.

— ¡Esa mierda podías aplicarla antes de Maduro! — me dice, muy alterado — pero es imposible ahora, con el país en el suelo, a punto de un colapso económico. Quienes apoyan al chavismo es por conveniencia, por estupidez y por necesidad.
— No todo es tan sencillo.
— Claro que lo es. Venezuela está en rota en dos por una visión política sin ningún sentido ni lógica. Y quien la apoya es tan mierda como el Gobierno mismo. Así estamos. Eso es todo.

Pienso en Gladys y en Pedro. Pienso en los actividades de camiseta roja que he visto en Plazas y calles del país. En el hombre que hace dos semanas, me extendió un panfleto con las ventajas del proyecto Chavista. Pienso en la ancianita solitaria en mi edificio, que suele rezar el rosario por “el alma del Comandante”. Pienso en la esposa de un buen amigo, que admite apesadumbrada que el Chavismo y la oposición son casi lo mismo. Pienso en mi angustia por carecer de opción a un gobierno terrible y violento, en la sensación que la oposición no sólo absorbió los peores vicios del Chavismo, sino que también los hizo parte de su propuesta. Pienso en la sensación que Venezuela va a la deriva en medio de un paisaje desolado y roto. Pienso en el hecho que en realidad, el Chavismo cumplió una especie de reto histórico: el de transformar a Venezuela en una especie de idea brumosa y sin sustento. Una propuesta que no existe, basada en el enfrentamiento. ¿Qué podemos esperar más allá de eso?

Hace poco, el chef Sumito Estévez publicó un corto artículo en la página web ProDaVinci titulado “¿Por qué yo no podría votar por el chavismo?”, en el que analiza las razones por las cuales, a pesar de identificarse con el izquierdismo histórico del continente, no comulga con el Chavismo. Entre una serie de interesantes reflexiones, Estévez concluye que votó por el chavismo — o mejor dicho por Chavez por una aspiración de cambio pero no puede, ni antes ni después, convalidar la situación que actualmente padecemos. En un análisis personal sobre las causas que llevaron a Chavez al poder, Estévez se mira así mismo como testigo histórico y también, como parte de esa opinión general que Chavez simbólizo un nuevo tipo de noción sobre Venezuela. No obstante, después añade:

“Voté por Chávez en 1998 porque sentí que los que hasta ese momento habían gobernado seguirían haciendo las cosas igual. Voté por él porque era el diferente. Pero ya el chavismo demostró que tenemos la misma desigualdad, los mismos corruptos y, además, todo aquello que servía ha sido destruido.

Yo no voto por la MUD porque dejé de ser de izquierda. Votaré por la MUD porque sigo siendo de izquierda. Y porque, además, sé que si voto por el chavismo todo esto seguirá igual”

Cuando compartí el artículo en Facebook,  una de mis más queridas amigas dejó su opinión al respecto y me sorprendió lo mucho que coincidió no sólo con la opinión de Estévez sino con el hecho simple que la crisis política de Venezuela no es de fácil lectura ni mucho menos, un análisis simple. Para mi amiga, el Chavismo no representa a la izquierda ni tampoco las legítimas aspiraciones de reivindicación que dice representar, no importa el color de tu piel o el origen social del que provengas: “[…] No sabes todas las veces que me han dicho: ¿cómo es que tú siendo de un pueblo, de familia pobre y negra, no eres chavista? ¿No eres de izquierda? Y yo tener que responder: yo si soy de izquierda pero no soy chavista porque este gobierno no es de izquierda, este gobierno es de una cuerda de malandros, es una farsa. Siempre seré de izquierda, siempre estaré del lado de los pobres, por eso nunca sería chavista.”

La conversación con mi amigo culminó con un incómodo silencio. Pienso en ella mientras regreso a mi casa, rodeada del rostro de Chavez que me mira desde todas las paredes, de los incontables afiches de las múltiples elecciones que se han llevado a cabo durante diecisiete durísimos años. Y pienso en que a pesar de las casi dos décadas de Gobierno Chavista, seguimos sin comprender al país, sin asumir el costo político de la situación que enfrentamos y aún peor, sin comprender quizás las infinitas implicaciones de una idea política basada en el resentimiento pero también en brumosos ideales de izquierda. Me pregunto que espera a Venezuela más adelante, que ocurrirá cuando el desgaste del chavismo sea imparable y se muestre la raíz misma de la idea política Venezolana: una percepción del poder desmedido y de un ciudadano anónimo incapaz de contenerlo.

Me asusta no tener las respuestas a eso. Me preocupa que no sé si las tendré.

C’est la vie.

miércoles, 26 de agosto de 2015

De la propaganda ideológica a la credulidad: Las mentiras predilectas del venezolano




Hace unos días, mi amiga J. se quejó amargamente de la larga fila que había tenido que soportar para comprar un poco de carne. Desanimada y acongojada por la experiencia, me contó la humillación que le produjo estar de pie bajo el sol durante casi cuatro horas para finalmente, adquirir una bolsa pequeña de carne de ínfima calidad. Me explicó que de pronto, la idea de la crisis nacional dejó de ser una estadística, una noticia de opinión, un debate ideológico y se volvió parte de su vida privada, un elemento doméstico que le lleva esfuerzos asimilar y que de hecho, no termina de comprender en todas sus implicaciones. Aunque me sorprendió su confesión — ¿Dónde había estado mi amiga durante los últimos meses? Pensé con cierta alarma, aunque no se lo dije — aún más lo hizo cuando añadió:

— Y saber que toda esta mierda es culpa de los “Bachaqueros”.
— Revendedores — le corregí de manera automática y casi involuntaria. Mi amiga me dedicó una mirada costernada y un poco irritada.
— ¿Cuál es la diferencia?
— La diferencia entre una y otra palabra, es que entre ambas hay un peso de culpabilidad ideológica importante — le expliqué — la palabra “bachaquero” encubre una realidad muy concreta. La palabra “revendedor” deja muy claro quien es el responsable de lo que vivimos.
— ¿Me vas a decir que la culpa no es de todos estos ladrones que están vendiendo a treinta veces su precio los productos de primera necesidad? — me dijo, ahora muy enfurecida — ¿Qué todo lo que está pasando no es consecuencia de eso?

Me quedo callada, asombrada por su argumento. Mi amiga es una mujer profesional y bien educada, ella misma suele definirse como culta e intelectual. También es una férrea opositora a las políticas gubernamentales del gobierno chavista y lo ha sido por años. De manera que no sé muy bien como interpretar el hecho que no sólo repita casi de manera espontánea el fallido argumento ideológico para justificar la escasez sino que además, asuma el hecho de la escasez y sus implicaciones, no como una consecuencia, sino la una causa de la crisis de preocupantes proporciones que padece el país. ¿Hasta que punto el discurso ideológico ha calado en la forma como comprendemos el país? ¿Hasta donde las propaganda gubernamental construye una nueva versión de la realidad que la mayoría de los ciudadanos venezolanos acepta sin mayor objeción? Me cuestiono lo anterior mientras mi amiga continúa despotricando en voz alta contra “los desgraciados que provocaron esto” y a señalando sin dudar a los “venezolanos que no les duele la patria” como chivos expiatorios de una situación insostenible. Y resulta preocupante la forma como parece convencida, con una certeza casi dolorosa, que la ruptura histórica que sufre Venezuela es consecuencia no sólo de una serie de circunstancias aisladas, sino de una especie de culpa cultural muy antigua que todo venezolano sostiene casi con torpeza. De nuevo, me asombra esa visión inmediata e incompleta de la situación que vivimos. Pero sobre todo, lo que significa de cara al análisis de lo que ocurre realmente en nuestro país.

Y es que cuando se analiza desde cierta perspectiva la situación venezolana, desconcierta el hecho que se asuma como una serie de re interpretaciones políticas y económicas que surgen al margen de quienes detentan el poder. Que la visión sobre lo que ocurre se restringa al hecho concreto y no a sus implicaciones, causas y sobre todo, trayecto histórico que permitieron — y sustentaron — su aparición y gravedad. Una serie de proyecciones y distorsiones erróneas sobre las circunstancias que cimentan una situación cada vez más compleja e imprevisible, pero que aún así, continúa siendo atribuida a variables aleatorias y lo que es aún peor, a ideas más o menos caóticas sobre lo que ocurre en nuestro país.

¿Cuáles serían las interpretaciones y conclusiones erróneas más comunes con respecto a lo que ocurre en nuestro país? Tal vez las siguientes:

* El Bachaquero o el culpable universal de los anaqueles vacíos:
Por años se le denominó “bachaqueo” al contrabando de gasolina y otros productos hacia Colombia, utilizando la facilidad de tránsito fronteriza entre nuestro país y el vecino. No obstante, actualmente se utiliza el término para describir la reventa fraudulenta de productos de primera necesidad en un mercado secundario y semi clandestino, a varias veces el precio legal que el gobierno estipula como “justo”. Una y otra vez el gobierno culpabilizó a los “Bachaqueros” de la crítica caída del abastecimiento en la mayoría de los rubros prioritarios. Finalmente, el “Bachaqueo” se convirtió en un delito a toda regla, penado con cárcel y que el Gobierno además, considera una “traición a la patria”. La versión oficial insiste en que los mermados inventarios nacionales no pueden soportar la desviación de recursos que supone la venta ilícita y que por tanto, las largas filas, el mínimo abastecimiento e incluso, la inflación que padece el país se debe al “bachaqueo”. A su vez, el “bachaqueo” crea un mercado clandestino que determina el precio de los productos en existencia, a pesar de la llamada “ley de precios justos”.

Como mi amiga, buena parte de quienes conozco también responsabilizan a los llamados “Bachaqueros” de la crítica escasez de productos básicos que padece Venezuela. Sobre todo, insisten en el argumento de que “el bachaquero” y su reventa de productos, no sólo presiona sobre un mercado deprimido sino que además, provocan que el rápido desplome de inventarios y líneas de producción que podrían solventar el gravísimo desabastecimiento. Incluso, he escuchado versiones que aseguran que la crisis podría solventarse de inmediato si llega a “desmontarse” la mafia que controla la distribución de productos e insumos que sostiene el comercio ilegal de los bachaqueros.

Resulta preocupante una conclusión semejante, sobre todo en un país que durante quince años ha padecido todo tipo de restricciones y controles en la compra y venta de productos y conoce sus consecuencias. Mucho más, siendo que la figura del “Bachaquero” resume esa noción ideológica del enemigo invisible que por casi una década y media el gobierno ha usado como justificación a su ineficacia. En otras palabras, la denominación “Bachaquero” no sólo encumbre el hecho de la reventa de productos de primera necesidad bajo control debido a la mínima producción interna sino un hecho mucho más preocupante: que el Gobierno es incapaz de estructurar un sistema económico que pueda sostener la demanda comercial y alimenticia del país.

Entonces, ¿qué es realmente el “Bachaqueo”? En general, el término desvirtúa y oculta la reventa de productos regulados de primera necesidad, ocasionado por el estricto control de la línea de producción y comercialización que mantiene el gobierno. No obstante, la reventa no es la causa, sino la consecuencia del desabastecimiento general de productos que padece el mercado nacional. Por casi diecisiete años, el gobierno expropió tierras cultivables, creó controles económicos cada vez más estrictos y burocráticos, llevó al minimo la producción nacional, destrozó infraestructura agrícola y provocó como consecuencia, un virtual colapso en la red de cultivo, distribución y comercialización alimenticia. No sólo se trata del hecho que muy poco de lo que se consume en el país se produce en suelo venezolano, sino que el ataque y destrucción a los diferentes canales de distribución y comercio, provocó la caída inmediata de los inventarios en la mayoría de los rubros esenciales. Todo lo cual provoca que la cantidad de productos que llegan a los anaqueles a disposición del público, sea ínfima en comparación a la demanda.

A eso se debe añadir que el depauperado mercado venezolano se sostiene a base de importaciones, lo cual quiere decir que realiza transacciones en moneda extranjera. En consecuencia, el férreo control de cambio venezolano no sólo disminuye la capacidad del comercio para sufragar gastos y reponer inventarios, sino que lo disminuye a niveles ínfimos. A su vez, lo poco que puede comprarse a través de la oferta en dólares, triplica su precio debido al aumento exponencial del dólar paralelo fuera del mercado oficial, único método de compra de divisas a la que la mayoría de los comerciantes tienen acceso pleno. Finalmente, todo lo anterior debe analizarse desde la caída exponencial del precio del dolar, la disiminución de reservas internacionales y el hecho que el sistema económico chavista se basa en planteamientos ideológicos, antes que financieros. La mezcla para un perfecto desastre económico y lo que resulta más preocupante, para una prolongada situación crítica con cientos de implicaciones inmediatas sobre los habitos de consumo del Venezolano.

El llamado “Bachaqueo” por tanto, existe y es parte de la situación que sufre en el país, pero no es ni mucho menos, el responsable del gravísimo desabastecimiento que se padece a nivel general. La reventa de productos — termino correcto para denominar el mercado clandestino que ocasionó la restricción de ventas de consumo — es de hecho, una consecuencia de la debacle económica que padece el país y que se acentúa con el transcurrir de los meses. No obstante, considerar al bachaqueo “culpable” exclusivo de la situación económica actual, es desconocer los cientos de factores que no sólo provocan la crisis sino que la perpetúan a través del tiempo.

* La “culpa” del precio del dólar la tiene una página web:
Hace unas semanas, alguien que conozco comentó en su TimeLine de Twitter que se debería crear una página web para contrarrestar “el monopolio de la información” con respecto al costo del dólar. Cuando le pregunté por qué le parecía de utilidad un método tan rocambolesco, me explicó que estaba convencido que la fluctuación del dólar paralelo a los exorbitantes niveles actuales, era fruto sin duda, del ciertas presiones “externas”, llevadas a cabo por “inescrupulosos”. No supe que responder.

— En otras palabras, ¿el precio del dólar lo pone alguien a discreción?
— No dudo que haya una formula para calcularlo, pero el hecho básico es que resulta más que conveniente que una página sea el origen de la paridad.

Una teoría conspirativa a toda regla. Después, leí comentarios que respondían al suyo no sólo reflexionando sobre la posibilidad, sino asumiendo que el precio del dolar paralelo era sin duda “una manera de atacar la economía”. Alguien que se llamó así mismo “ecuánime” aseguro que estaba convencido que las fluctuaciones de la moneda americana, eran un “plan” de los enemigos de la democracia para “quitarnos la oportunidad de votar”. Leí todas las conclusiones con una extraña sensación de desconcierto y algo parecido a una amarga sorpresa.

Porque, no sólo se trata que ese tipo de conjeturas demuestran un preocupante desconocimiento de cómo funciona el mercado bursátil y de divisas del país, sino porque además, exculpan de manera olímpica al gobierno de su responsabilidad directa sobre el precio del dólar paralelo. Aún peor, ese tipo de conclusiones allanan el camino a la toma de medidas mucho más duras con respecto al control de la venta de dólares y alejan la posibilidad de un mercado abierto y al alcance de todos los ciudadanos, lo que acentúan el uso discrecional y político de la venta de dólares en nuestro país.

En realidad, el precio del dólar paralelo es consecuencia directa del mínimo mercado de moneda extranjera disponible para el mercado comercial y de producción interno. No se trata en absoluto de cifras aleatorias, sino de una formula que proviene de la oferta y la demanda del dólar contra el Bolívar en un mercado libre de restricciones. A mayor demanda y muchísima menor oferta, el precio del dólar tiende a aumentar, lo que produce un dígito muy específico que se calcula a través de una formula logarítmica específica, basada en las transacciones en dólares en frontera. El calculo se realiza a diario y sobre él incide no sólo el tema concreto con respecto al valor de la moneda sino las repercusiones inmediatas del restringido mercado venezolano.

Además, está el hecho, que la única manera de obtener dólares en Venezuela de manera legal se encuentra restringidos por tres tipos de cambio ajustados a una idea política antes que financiera. Además, el hecho es que la compra y venta de dólares lleva a cabo a través de una serie de controles cada vez más complicados y sobre todo, burocráticos, que dificultan cualquier transacción basada en su precio. Además, las asignación de dólares desde el Gobierno, no responde a una política concreta, sino a una cierta discrecionalidad que evita la planificación y la organización del gasto y de la obtención de divisas de manera concreta.

De manera que, la conclusión que la economía venezolana se rige a través de una serie de parámetros espontáneos basados en páginas web u otras herramientas ajenas al poder es cuando menos ilusorio, cuando no directamente ingenua.

* La “culpa” de la inflación la tienen los comerciantes:
En más de una oportunidad, he escuchado a un buen número de compradores furiosos, acusando a los comerciantes de tener “la responsabilidad” de los altísimos precios de los productos de consumo. Incluso, alguien llegó a decirme que la ley de precios “justos” no sólo se adecuan a la “realidad” de la compra venta sino que es “necesaria para mantener” la estabilidad del país. Escuchando ese razonamiento, comprendo con claridad como es que el Gobierno continúa avanzado en sus métodos del control del consumo y lo que es más preocupante, en su evidente objetivo de gestionar e intervenir en todos las formas de comercio y producción del país de manera despótica.

La inflación, que se refleja directamente en los precios de los productos, no es fruto — ni lo será jamás — de un componenda entre comerciantes para aumentar los precios establecidos. Lo que refleja los indices de Inflación es una perdida inmediata del valor adquisitivo, que en Venezuela se traduce en una mayor cantidad de efectivo en la calle no respaldado por las reservas internacionales y mucho mayor que la velocidad de la tasa de crecimiento económico. En otras palabras: El valor de la moneda disminuye con enorme rapidez, lo que provoca que los productos y bienes de consumo alcancen precios cada vez más altos.

La depreciación de la moneda, además, no es no sólo producto de los altos precios, que en todo caso es una consecuencia, sino del hecho concreto que en Venezuela las reservas internacionales han disminuido casi un 60 % desde su punto más alto durante los dos años. No obstante, el gobierno continúa no sólo imprimiendo papel moneda que no tiene respaldo efectivo, sino usándolo para costar misiones y el salario de empleados públicos. La enorme cantidad de dinero circulante, sólo ocasiona que la moneda curso pierda valor con tanta rapidez, lo que provoca el aumento desproporcionado de precios. Por supuesto, es indudable que habrá quien aproveche la situación en beneficio propio, pero aún así, continúa siendo una consecuencia de un proceso económico y no la causa que lo provoca.

* La solución para la crisis económica es que aumente de nuevo el precio del petróleo:
En realidad, cualquier eventual aumento del petróleo probablemente se utilice para amortiguar la deuda que el Gobierno contrajo con diferentes países del Globo o para financiar nuevos métodos de populismo. El problema venezolano no se debe a la disminución o aumento del precio del petróleo — no al menos, como única causa — sino a una deficiente e irresponsable administración de los recursos públicos y sobre todo, de la ausencia de métodos y estructura económica que permita una administración eficiente de los recursos disponibles. El problema venezolano no se basa en la carencia de recursos, sino en el hecho que su distribución y control se estructura en razones políticas e ideológicas y no económicas.

Además, el dinero proveniente de la renta petrolera no es tan cuantioso como insiste la creencia popular. Al respecto, el economista Luis Oliveros es contundente en su magnifico artículo Leyendas urbanas de la economía venezolana: “Si repartimos a todos los venezolanos el ingreso recibido por exportaciones petroleras en este 2015, el número total no llega a $2 diarios. Saque la cuenta a la tasa de cambio que usted quiera, ¿con ese dinero puede usted sacar de la pobreza a alguien?, ¿cambia notablemente su patrimonio ese ingreso? La renta petrolera hoy no alcanza para todos.”

Así que no se trata de cuanto dinero dispone el Gobierno para administrar sino de cómo lo administra. Y tomando en cuenta el hecho que la llamada “Revolución Chavista” ni siquiera tiene un proyecto basado en aspectos fundamentales de la economía, resulta poco creíble que el aumento de los precios en el petróleo pudiera solventar de alguna manera la gravísima situación financiera que el gobierno atraviesa actualmente.

En ocasiones me pregunto que tan responsables somos como ciudadanos de la actuación del Gobierno. Que tanto permitimos que la idea política se inmiscuya en nuestro análisis sobre la realidad que padecemos y la conclusión es inquietante. Que tanto influye esa percepción errónea y en ocasiones disparatada sobre lo que ocurre con respecto a cómo reaccionamos y nos enfrentamos a la crisis que padecemos. Porque no se trata del hecho que la constante y ensordecedora propaganda Gubernamental ha creado una visión distorsionada sobre la situación que vivimos, sino que además, el venezolano lo asume como real. ¿Hasta qué punto la ideología de la masificación del engaño ha hecho mella en nosotros? Una pregunta para la que aún no existe respuesta y que preocupante resulta que así sea.

C’est la vie.

martes, 25 de agosto de 2015

El país en ninguna parte: El legado de los inmigrantes Venezolanos.




Como tantos otros Venezolanos, soy hija y nieta de inmigrantes. Crecí en una casa donde se escuchaba zarzuela, se comía paella y risotto, donde se hablaba italiano y español. Pero también, en un hogar de Venezolanos trabajadores, enamorados de un país de oportunidades, de un sueño cumplido luego de años de guerra y privaciones. Me educaron en la idea que Venezuela es el país más hospitalario del mundo, donde miles de hombres y mujeres de todas partes del mundo viajaron para encontrar un nuevo hogar. Crecí amando a Venezuela desde los ojos de los extranjeros, desde el recuerdo de una patria Lejana, pero el agradecimiento a una tierra próspera y joven que supo acoger a mi familia y a tantos otros, como sus hijos. Crecí entre Venezolanos por decisión y elección. Crecí como hija y nieta de devotos del gentilicio Venezolano.

Hace seis años, recibí el primer insulto xenófobo que recuerde. Un desconocido me insultó vía redes sociales “por mi apellido vende patria” y me exigió “volver a mi país” antes de seguir “robando y jodiendo” en el suyo. Leí las frases en silencio, con un escalofrío de miedo y angustia recorriendome la espalda. Porque no sólo tengo otro país a donde volver, porque estoy en el mio, sino que hasta entonces, no había sido consciente que el prejuicio y el resentimiento chavista, de la ideología del revanchismo social comenzaban a socavar lo esencial de cierta percepción del Venezolano, de cierta idea consistente sobre quienes somos y la manera como se construyó nuestro país. Con una sensación de amargo miedo, leí muchas veces el insulto, preguntándome a donde correr cuando el odio proviene de tu compatriotas, a donde ir cuando el rechazo es parte de toda una política de enfrentamiento y cólera racista que no sabes como manejar ni mucho menos, comprendes a cabalidad. Tuve tantos deseos de llorar que me llevó un considerable esfuerzo contener el llanto, pero lo hice. Me quedé sentada frente a la pantalla de mi computador, tratando de entender que ocurría, sin lograrlo. De asumir que de pronto, era extranjera en mi propio país.

Mi abuelo materno era español, uno de los tantos canarios que cruzaron el mar con una maleta maltrecha llena de esperanzas. Lo hizo siendo muy joven, un mocetón de dieciocho años que llegó a Venezuela huyendo de la guerra. Cuando era una niña, el escuché muchas veces contarme lo que había sentido al ver la línea azul de la Guaira, de oler ese mar recién nacido con olor a montaña. Solía decirme que se quedó de pie en la popa del barco, con su maleta vieja, mareado y asustado. Y que entonces, el viento de la Guaira, cargado del olor del Ávila le acarició el rostro. Un olor fresquito, como de hoja verde y crujiente, de una promesa de bienestar que mi abuelo, campesino y humilde, hasta entonces no había conocido. Supo que había llegado a casa, su casa. Que no habría otra, antes o después. Que Venezuela sería el lugar del para Siempre, del todo los días. De la vida que transcurre en paz.

— Fue como cuando uno se enamora, niña — me contaría años después. Caminábamos por el Centro de Caracas, su “muchacha grande”, como le llamaba. Ya estaba muy anciano y encorvado, pero aún quería a esa muchacha malcriada y grosera que es la ciudad. Aún la quería tanto como para avanzar, pasito a pasito, para disfrutarla — uno se enamora y ya no ve para los lados. Así pasó conmigo y Venezuela. Para siempre.

Mi abuelo paterno era Italiano y llegó a este país un poco mayor. Lo hizo también huyendo del miedo y la pobreza. Lo hizo sin saber que llegaría a un país que le deslumbró desde el primer paso. Él también solía contarme que nada más bajar del barco, el olor a Venezuela lo llenó todo. El olor a paz, a prosperidad. A la belleza en todas las cosas. A la asombrosa luz del sol, a este verano perpetuo. A esta ternura de todos los días, de una tierra tan joven. El país de los brazos abiertos, de los buenos días con sol rojo y dorado, de las tardes plácidas con olor a mango. Para mi abuelo paterno, Venezuela fue también fue final del viaje, el último paso en el recorrido. Y el Para siempre.

— Es como llegar a la casa que nunca creíste pudieras encontrar — me decía. Mi abuelo era un romántico, enamorado de los Araguaneys de Altamira, de las tardes de la Plaza Bolívar con su retreta, del páramo la Culana, de la Isla de Coche — llegas y sabes que ya no hay otro lugar como este, que a donde vayas, vas a volver. Porque es tuyo.

Mis abuelos - ambos — me enseñaron que el país que uno nace no siempre es el lugar que llamas casa. Me enseñaron que el futuro se construye con esfuerzo y que se puede amar el hogar adoptivo tanto como el que te dio el nombre y guarda tus recuerdos. Ambos trabajaron durante toda su vida para sacar adelante a sus familias. Ambos amaron a este país con una devoción que en ocasiones me sorprendía. Ambos, conservaron afectos, el acento y el gusto por la comida del terruño, pero antes, estaba Venezuela. Antes de la Paella, estaba la Hallaca. Antes del Panettone, estaba la torta negra. Antes de cualquier lugar, estaba Venezuela.

Pensé en ellos, cuando una mujer levantó una pancarta escrita a mano donde se podía leer “váyanse pa’ su país, extranjeros de mierda”. Lo hizo, en medio de una marcha opositora a la que asistí y se aseguró que nadie dejara de verla, sacudiéndola y mostrándomela hasta asegurarse que no podía ignorarla. Pensé en mi abuelo el canario, que le gustaba muchísimo ir a Todasana para admirarse del azul más bello del mundo e insistir que Venezuela es tierra de Gracias. Pensé en Nono, que me tomaba de la mano mientras paseábamos juntos por la casa de Simón Bolivar, para recordarme que la historia del país “que uno ama” siempre te recuerda lo valioso que es el país que llamas tuyo. A mi familia completa, que brindó al país su esfuerzo, su tesón, su enorme amor como ciudadanos. A mi taratabuela, que aún con el acento belga tan perceptible, solía insistir que bailaba el tamunangue “mejor que todas las muchachas de Barlovento”. Me pregunté de nuevo, como te proteges del dolor cuando te lo infringe alguien que como tu, se llama así mismo Venezolano, a donde huyes cuando es tu tierra la misma de quien te odia. A donde te escondes, cuando quien te amenaza es parte de tu historia.

En Venezuela, la Xenofobia no es cosa reciente, pero si lo es su uso político, mezclado con un patrioterismo barato y vulgar, con el rencor de clases aderezado con un brumoso pensamiento político. El Chavismo ha utilizado todos los recursos a su alcance para insistir en que la responsabilidad de la situación que atraviesa el país puede justificarse a través del resentimiento, del chivo expiatorio, el dedo acusador a escogido a enemigos invisibles dentro de la frontera. Lo ha hecho con toda la cobardía que supone el uso de los recursos del poder para el ataque y la agresión al distinto, la insistente visión del ataque irresponsable para evadir la responsabilidad debida. No obstante, no se trata sólo del comportamiento político de un Gobierno violento y obsesionado con los medios de propaganda ideológico, sino del hecho que un considerable número de Venezolanos, aceptan y asumen el discurso de la xenofobia como parte de una idea cultural. Que defienden no sólo el hecho de la agresión sino sus implicaciones y consecuencias.

Unos meses antes de morir, mi Nono me habló sobre la Italia que recordaba, esa Toscana en flor de cielos interminables de azules radiantes que jamás olvidó del todo. Estábamos en su casa junto al Ávila, la misma que construyó al llegar al país, la misma en que vivieron mi padre, mis tios y primos. La casa que levantó luego de años de trabajo, que fue su hogar y el de toda nuestra familia, por casi cuatro décadas. Para mi abuelo, no sólo se trataba del lugar que soñó para hacerse adulto y envejecer, sino de soñar, más allá de cualquier cosa, con una idea de país que se construye a diario.

— ¿Y quisieras regresar a Italia? — le pregunté. Me tomó de la mano, con su apretón firme y calloso de hombre de trabajo. — No quiero ni nunca lo quise. Porque una vez que Venezuela es el color del mar, el rostro de tus hijos y la forma como te entiendes, ya no hay donde regresar. Estás en donde quieres ir.

Mi abuelo murió unos meses después de esa conversación. Y sus cenizas fueron a parar a Todasana, como lo deseaba. Al sol radiante del Caribe, en ese azul profundo y violento que amó cada día de su vida. Y es que para ese italiano de provincias, para ese anciano que se hizo Venezolano como amor, no hubo nunca otro país que el nuestro. No hubo otro gentilicio que del país de adopción.

Tal vez por ese motivo, esa noción del país que te recibe y te hace parte de su historia, es que me aterroriza el súbito brote de nacionalismo mezclado con una rampante xenofobia que el Gobierno estimula con hechos como los que están ocurriendo actualmente en la frontera con Colombia. No hablamos únicamente de las agresiones que están sufriendo ciudadanos colombianos en una aparente arremetida del gobierno contra un enemigo desvalido y vulnerable, sino el hecho que utiliza la excusa política — otra vez — para justificar su inefacia de un ejercicio de poder que es incapaz de mantener a flote un proyecto fallido y una noción de Estado cada vez más tambaleante. De nuevo, el chavismo utiliza el arma de enemigo sin nombre y artificial para disimular su incapacidad para manejar una coyuntura de proporciones imprevisibles y que avanza hacia una debacle definitiva y peligrosa.

No obstante, no se trata ya que el Chavismo utilice el resentimiento como una forma de convalidar sus disparates políticos, sino del hecho que al parecer una considerable cantidad de ciudadanos lo acepten. Y no todos chavistas. ¿Qué está ocurriendo para que el Venezolano admita el discurso de odio y violencia del Chavismo y además, asuma la xenofobia como una razón válida para una serie de tropelías jurídicas que se cometen en su nombre?

No, la crisis económica del país no la causa los “bachaqueros” del vecino país, sino el hecho que Venezuela no puede producir ni mucho menos sostener su consumo interno. Tampoco la causa la reventa de productos, sino el hecho cierto que el Gobierno Venezolano destrozó las tierras cultivables, diezmó las empresas productivas, controla y ataca las lineas de producción, consumo y comercialización. No, los colombianos de la Frontera y de ningún otro lugar en Venezuela tienen la responsabilidad sobre el desastre económico y social que vivimos. No la causa el puñado de indocumentados que han sido deportados, golpeados, agredidos y desocupados de manera violenta por un Gobierno represor que decidió no sólo convertirlos en un símbolo de expiación sino también, en el rostro de una crisis artificial y de graves consecuencias.

No, los “paramilitares Colombianos” no tienen la responsabilidad del gravísimo indice de inseguridad en el país. La tiene un Gobierno agresivo, que armó a civiles con el propósito de autopreservarse en el poder, que utiliza la violencia callejera como arma de control social. La tiene un Gobierno que no sólo ignora, minimiza, invisibiliza los altísimos índices de Violencia e inseguridad, sino que además propicia la impunidad como un elemento político.

De nuevo, me pregunto a donde huyes cuando el enemigo está en tu propio país y le llamas compatriota. A donde vas, cuando la agresión proviene de quienes como tu, se llaman Venezolanos. A donde te escondes, cuando el horror tiene las armas del poder de tu país y eres su víctima. Cuando el odio proviene de quienes como tu, consideran a Venezuela parte de su historia. ¿A donde vas cuando el país donde naciste te considera un extranjero?

No lo sé. Y quizás tampoco, sepa la respuesta a ninguna de esas preguntas después.