jueves, 23 de abril de 2015

Una rosa por una palabra: Un sueño por cada página abierta.





Leo desde muy niña. Lo hago por cualquier razón, por todos los buenos o malos motivos que me hacen refugiarme en la palabra escrita. Leo cuando estoy tan triste que el mundo me resulta insoportable, leo cuando la felicidad me hace reir a carcajadas. Leo en los días neutros, en los que carecen de color y de forma. Leo en lo que recordaré para siempre y en los que seguramente, serán otro día, en esa lenta aglomeración de horas y escenas que casi nadie recuerda. Leo para el consuelo, para la emoción, para aprender, para olvidar, para reconocer. Leo porque necesito hacerlo, porque me abruma la posibilidad de no hacerlo. Leo por costumbre, por habito, por devoción, por amor, por necedad, por necesidad, por orgullo, por humildad. Por ignorancia y por sabiduría. Leo porque la lectura fue mi primer amor. Leo porque leer será mi mejor reflejo para siempre.

Por todos esos motivos, de vez en cuando tengo la impresión que todo lo que sé sobre el mundo y el hombre, lo aprendí leyendo. Que más allá de la experiencia, de los dolores, tristezas y grandes celebraciones, leer me enseñó a vivir, a celebrar cada segundo y dimensión de mi identidad, a mirar mi vida de una manera por completo nueva. Y es esa experiencia que nunca acaba, que se entrecruza en cientos de formas nuevas, que avanza en todas direcciones, que se acumula y crece robusta, la que me forma. La que hace que las palabras sean lo que soy y que lo que soy, sean sólo palabras. Porque los libros han sido el espejo en los que me miro y también, el reflejo donde me contemplo. El universo que contiene todas las cosas, una manera de soñar.

Así que hoy, día Mundial de los Libros y del idioma, es un buen momento para preguntarme en voz alta que debo agradecer a tantos amigos de solapa y página. A los que me acunaron desde la infancia, a quienes crecieron conmigo. A los que velaron mi sueño, a los que me enseñaron sobre otros mundos cuando creí que solo existía el mio. Una puente más allá de mi misma, un Palacio de infinitas habitaciones repletas de escenas. Y en medio de todas, el tesoro de creer y de confiar. De soñar con las alas abiertas. Tan amplias, en un vuelo tan interminable como el de la imaginación.

¿Y cuales son las cosas que me han enseñado mis amigos más queridos en palabras? Las siguientes:

A soñar con lo divino y lo profano, como Neil Gaiman, que le dio sentido y forma a nuevos Olimpos.
Que soy un Cronopio, incluso antes de saberlo, que por eso avanzo contra corriente, contra todo, contra lo real y lo aparentemente verdadero. Que me rebelo para crear. Gracias señor Cortazar, mi amigo imaginario desde siempre, por darle nombre a mi espíritu.

Que soñar en Amarillo es un peldaño hacia un Universo más allá del que conozco y que las Mariposas anuncian muerte y amor, que las Mujeres más bellas del Mundo se elevan en cuerpo y en alma al cielo. Que en mi mente, me llamo Amaranta y llevo una venda en la mano por los pequeños dolores. Que el Coronel Aureliano bajó por loma para morir entre gallinaceos, como las pequeñas esperanzas. Y que siempre habrá un Buendía, en mi mente, en mis historias, anónimo y a la perfería. Gracias Gabo, por ser parte de mi historia, a la distancia, desde todas las hojas abiertas.

Que la muerte puede ser un gran personaje, las brujas hermosas y aguerridas, el mundo girando en un disco interminable. A veces, mis sueños los dedico a Terry Pratchet.

Que el dolor diminuto e insoportable de los ideales se llevan a todas partes. Se sostienen con firmeza, valen la vida y la muerte, como esa espléndida y doliente Anna Karenina, que demostró que el amor puede ser un reflejo, un sufrimiento, un paso de entre dos fronteras, una herida que jamás cicatriza.

Que caminar entre las sombras, tiene el peso de los fantasmas y dolores de nuestra imaginación, escondidos entre los pliegues de la memoria. Allí, donde el señor Stephen King los descubrió.

Que hay vacíos infinitesimales que cambian los Universos personales, pequeños espacios átonos, interminables, dolorosísimos, inolvidables. Que como Paul Auster me contó, la belleza y la muerte pueden mezclarse en una ambigua visión de quienes somos, en los secretos que se develan apenas y las preguntas que jamás se responden.

Que el viento de la Serranía cuenta historias, que se lleva las viejas historias, de los muertes recientes y lo que ya nadie recuerda. Como los de esa Patagonia imposible de Leila Guerriero, que se desdibuja lentamente, entre los dolientes, las lágrimas que nadie derramada. Del duelo que nadie recuerda.
O de esos salones interminables de Oscuridad perfecta, donde Poe soñó a la muerte con una máscara roja, o las manos extendidas de una multitud de almas misteriosas que miraron la fragilidad humana casi con pesar.

Que el sexo es libertad. Y la libertad un riesgo. Y el riesgo una puerta hacia el infinito. Y el infinito un sueño personal. En un ciclo interminable que Anais Nin contó mejor que nadie, para ella misma, para el que quiso leerla y escucharla, para quienes le desearon sin conocerla, para quienes aspiraron a su belleza que solo podían imaginar.

Que los Vampiros tienen el rostro de las Eras muertas, de las sobreviven a la desesperanza, de las que se aspiran a crear. De todas las esperanzas y miserias de la humanidad. Desde ese Drácula hirsuto y violento, que aterrorizó Londres desde diarios puritanos, a la triste Belleza de las criaturas de Anne Rice. Porque la muerte es un paso hacia un tipo de vida inmaculada, en el recuerdo de alguien. Y la eternidad sólo fragmentos de esa esperanza rota e insistente de una humanidad muy niña para afrontar su propia mortalidad.

Que el dolor puede ser lírico, simple, tan amplio como una vida entera. Como Irish Murdoch, en escenas tan dolorosas como sencillas, tan cotidianas como evidentes. Puertas abiertas hacia las historias secretas.
Que hay Principes que se enamoran de Golondrinas, Amantes que besan cabezas decapitadas, de Petardos que viven una vida fugaz y fulgurante llena de poesía, que vale la pena morir un poco por la libertad. Cada idea que Oscar Wilde hilvanó con exquisita delicadeza, con enorme inteligencia y también, con una fragil esperanza.

Que las Olas destruyen pero también reconstruyen. Que la diferencia es buena, que el dolor es abrumador pero también purificador. Que Clarissa soñó con una mañana soleada y que Virginia Woolf se enfrentó al dolor con la palabra. Como desearía hacerlo yo.

Que cada hay mundos contrahechos, desconocidos, a medio descubrir. Que la realidad puede inesperada, zigzagueante y desconocida. Que cada misterio guarda mundos y que como Lovecraft me enseñó, el miedo puede tener cualquier rostro. Escondido en medio de esa perpcepción de lo inmutable.

Que lo surreal tiene el nombre de una mariposa, que cada sueño es un fragmento de luz y sombra. Y que como bien me enseñó Murakami, los gatos tienen nombre y la capacidad infinita de observar y crear. El mundo en la frontera, lo que se descubre más allá.

Y que no hay esperanza más profunda y quizás irrealizable, que la de mirar el futuro con grandes Esperanzas, con las manos abiertas y el deseo intacto de construir y crear. Gracias Señor Dickens, por siempre recordarme que el mundo real se sostiene en la palabra.

Y es que el mejor obsequio siempre será una página escrita. ¡Es tanto lo que recibido de los Libros! ¡Es tanto lo que cada día conservo en mi mente y en mi espíritu que no hay momento de mi vida donde las palabras no tengan un lugar! No puede ser de otra manera supongo: después de enamorarme de ellas, desde siempre y para siempre. En cuentos que llegaron antes de saber leer, por fantasmas que terminaban pintando manchas de sangre verdes, mi mundo lleno de imagenes obsequiadas por Wilde, Verne, Fallaci, un llanto pequeño, donde construí palacios para soñar. Por ruiseñores que cantan toda la noche para nada. Por lagunas enamoradas de sí mismas que se miran en los ojos de Narciso. Por princesas que bailan con pies como palomas. Por sirenas abandonadas por no tener pies. Por esfinges sin secreto. Por cuadros que envejecen por sus dueños..

He leído desde que recuerdo. Y seguiré haciéndolo hasta que quizás no pueda recordar nada más. En medio de ambos mundos — lo que se atesora en la memoria y los límites del olvido — hay una idea enorme de mi misma, de lo que creo y lo que aspiro. Creando en palabras, mirando el mundo que se eleva más allá de mi propia identidad. Una página abierta que cuenta una historia. La mía, de siempre, para siempre. Una palabra que vale la eternidad.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Realmente hermoso, gracias por compartir esa pasión por la lectura y los libros.

Un cordial saludo.

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