sábado, 4 de abril de 2015

El canto de la libélula y otras historias de brujería.




En una ocasión, mi amiga Flor me preguntó si yo no rezaba. Nos encontrábamos en la Capilla de la Escuela donde ambas eramos adultas, en medio de uno de los largos servicios religiosos a los que debíamos asistir de manera obligatoria. Me encogí de hombros.

- No...sólo aquí - le respondí. Flor me dedicó una de sus miradas curiosas.
- ¿En tu casa no?
- No, la verdad no.

Flor parpadeó y miró de nuevo el altar, donde el padre Antolin, el confesor de las monjas bigotonas que dirigian el colegio, levantaba el caliz sacramental. La escena, como siempre, me pareció muy bella y misteriosa: una manera de comprender el vínculo con la Divinidad muy directa y personal. Por supuesto, con diez años no lo pensé así, pero si tenía muy claro que toda la ceremonia de la Misa tenía un peso y un valor específico. Era una demostración de devoción, fe y humildad que los cristianos apreciaban especialmente o eso me parecía. Me pregunté si ocurría de la misma manera con las oraciones. Si también, representaban para los creyentes una conversación con lo que consideraban sagrado, inexplicable o misterioso.

Las brujas no rezamos, por supuesto. Eso lo aprendí siendo muy pequeña. Para la Brujería, todo lo que forma parte del mundo, desde los insectos hasta el sabor del viento, forma parte de una idea de creación muy definida y profundamente asimilada. Una especie de demostración constante de la existencia de la Divinidad, la belleza y lo bondadoso en el mundo. Una bruja aprende que la naturaleza es su mejor maestro, que el mundo una gran fuente de aprendizaje y lo Divino, un trayecto interior que comprende con lentitud durante su vida. Una idea que parecía chocar directamente con la concepción Cristiana que me enseñaban en la escuela: para las monjas, la relación con Dios dependía del templo, intermediarios y una serie de pequeños actos que debían llevarse a cabo con mucha disciplina para celebrar lo sacramental. Comprender a Dios a través de una sola idea y bajo un sólo aspecto. Yo no entendía nada del asunto.

- Oye, ¿Crees que debería rezar? - le pregunté a Flor un rato después que la misa acabó. Ella se encogió de hombros, con una expresión curiosamente adulta en su carita pecosa.
- No sé. Yo lo hago porque pienso que Dios me escucha. Porque así le cuento cosas y también, le pido las cosas que quiero se hagan realidad - me explicó - ¿Tu por qué lo harias?

Me quedé pensando en la pregunta. La verdad, nunca me la había hecho. Nunca había rezado, aunque había memorizado de inmediato las oraciones de la Escuela y las apreciaba por su belleza. La invocación a Dios y a la Virgen me parecía un acto de máximo respeto y sobre todo, una vinculo con algo muy bello que apenas podía entender. En casa, nadie rezaba o yo no había visto a ningún miembro de mi familia hacerlo. En lugar de eso, llevábamos a cabo rituales: celebramos las estrellas y la Luna, los recuerdos, el conocimiento, la capacidad para crear. Bendeciamos nuestros sueños, nuestras esperanzas y todo lo que deseamos alcanzar. Pero no lo haciamos con palabras específicas o de la misma manera. Abuela disfrutaba de levantarse cada amanecer para agradecer al Universo el primer rayo de la mañana. Mi tia E. me aseguraba que cocinar, era una celebración a la divinidad. La deslenguada y descreída prima M. me insistía cada vez que podía que un ritual era nuestra capacidad para hacernos más hermosos, más fuertes, más misteriosos. En mi caso, me gustaba escribir. En mi libro de las Sombras, en las hojas que encontraba sueltas, en todos los lugares que podían guardar mis palabras. Y me alegraba poder hacerlo, lo disfrutaba de corazón. Era mi comunicación con un lugar misterioso de mi mente que de otra forma no podía llegar.

De manera que no sabía por qué querría rezar como lo hacían los cristianos, con palabras muy concretas que celebraban hechos muy concretos de su creencia. ¿Era lo mismo? ¿Tenía la misma intención? No lo sabía. Finalmente, no supe que responder a Flor.

- No lo sé. Para saber...por qué lo haces tu, creo. O cualquiera que lo haga.

Flor suspiró. Sabía que su mamá era muy religiosa y mucho después de la muerte de su hermano, aunque yo no entendiera bien la razón. Me había contado que juntas solían acudir a las Iglesias y dejar velas en la memoria del niño muerto. Luego, se inclinaban y rezaban juntas, cabezas contra cabeza, tomadas de las manos. Flor me decía que en esos momentos  de silencio, su madre lloraba en voz baja, entre suspiros, aunque después podía sonreír a pesar de las lágrimas.

- Es como si la calmara - me explico - como si supiera que rezando, alguien la escucha. Dios, mi hermano. No lo sé.
- ¿Y no la escucha diciendo sus propias palabras?
- Quien sabe: las oraciones son palabras diferentes.

Pensé en eso mientras caminabamos juntas por el jardin hacia el salón de clase. La pequeña multitud que había asistido a misa corría de un lado a otro, riendo y haciendo bullicio. Me pregunté si lo de rezar era una manera de entender mejor no sólo a Flor, sino al resto mis compañeras,  las monjas, el padre Antolin. Toda la gente que consideraba la oración algo bendito y único. Sacudí la cabeza. Todo eso me confundía.

- Bueno, reza y después me cuentas como te sentiste - dijo Flor por último. Después se entusiasmó - ¿Y que te parece si yo celebro las cosas como tu lo haces?

Me quedé en blanco, sin saber que responder a eso. Hasta entonces, Flor había parecido más o menos interesada en mis creencias, pero esencialmente por lo raras que le parecían y no por un motivo más religioso o especialmente profundo. Con frecuencia, me hacía preguntas sobre las costumbres de mi casa, lo que aprendía con mi abuela y sobre el hecho que las mujeres de mi casa insistieran en llamarse brujas. Pero nunca creí que el tema le interesara verdaderamente. Ella sacudió la cabeza cuando se lo dije.

- Si tu vas a rezar como lo hago yo, entonces yo voy a rezar como lo haces tu - me insistió - y así nos entendemos. ¡Oye será una cosa estupenda!

Una cosa estupenda...que la podía meter en muchos problemas si su muy estricta madre la descubría, le recordé. Se encogió de hombros.

- Mi mamá no le importa lo hago.
- Claro que sí.
- Desde que mi hermano murió, ni me mira.

Se quedó callada y de pronto, su rostro de niñita se hizo duro, ajado, como si hubiese envejecido por el mero pensamiento de la tristeza. El hermano de Flor había muerto unos meses atrás, luego de haber estado enfermo por mucho tiempo. Lo recordaba como un adolescente con la cabeza calva y los ojos hundidos y cansados. Siempre salía a saludar las veces en que visité la casa de Flor, a pesar de no encontrarse bien, de parecer muy cansado. Luego, simplemente se encogió, adelgazó, se debilitó hasta que se hizo frágil y lúgubre, siempre enfurecido. Cuando murió, no parecía él mismo. O el muchacho que yo imaginé había sido antes de toda aquella tragedia.

Desde entonces, los padres de Flor parecían vivir en una especie de silencio quebradizo, escondidos del mundo, distantes del consuelo. O eso era lo que me parecía. La señora apenas miraba más allá de si misma y el Señor, siempre se encontraba sentado en el mismo sillón, mirando por la rendija del balcón hacia la ciudad más abajo. Flor iba y venia entre ellos, sin existir realmente, apareciendo y desapareciendo en medio de esa tristeza endeble. Me pregunté si Flor había empezado a rezar con más frecuencia por eso.

- ¿De verdad quieres hacer un ritual? - le pregunté, entonces. Ella se encogió de hombros.
- Si tu vas a rezar, sí.

Lo decidimos entonces: ella llevaría a cabo un ritual de Luna llena de Velas blancas y yo, rezaría las oraciones de cada noche. Parecía un trato justo, pensé, una manera de comprendernos a la distancia. Para Flor, además, todo el asunto tenía algo de aventura impensable: lo cierto era que a pesar de lo que dijera de su madre, si llegaban a descubrirle en algo semejante tendría un buen problema en puertas. Supuse que yo también, me dije con cierta impaciencia. Pero Flor me aseguró una y otra vez, que no ocurriría nada.

- ¿Y si hago el ritual en tu casa? - me preguntó por último. Ahora me tocó el turno a mi de quedarme callada, un poco asombrada y preocupada.
- En serio, tu mamá armará la grande...
- No se va a enterar.
- ¿Le preguntamos a mi abuela mejor?

Flor estuvo de acuerdo con la idea. Así que a la hora de la salida, corrió como un vendaval a donde mi abuela me esperaba. Mi abuela parpadeó asombrada mientras Flor le contaba todo lo que habíamos hablado a toda velocidad, sin detenerse para respirar.

- Pero a ver - mi abuela levantó las manos, como para detener el aluvión de palabras - ¿Quieres hacer un ritual de Luna llena?
- Y yo a cambio, rezaré como ella lo hace - le expliqué. Flor dio un cabezazo feliz.
- Así yo sabré por qué ustedes rezan así y Agla aprenderá como me enseñaron en mi casa - dijo Flor. Finalmente tomó una bocanada de aire para respirar. Miro a mi abuela ansiosa - ¿Podemos? ¿Podemos?

Mi abuela nos dedicó una de sus miradas brillantes. Parecía conmovida y un poco divertida por el entusiasmo de Flor, pero también le noté preocupada. Me pregunté si pensaba en la Madre de Flor, tan rigida y tan seria y que diria de saber que su hija participaría en un ritual de Brujería. Seguramente se disgustaria, pensé con un escalofrío. Y cuanto.

Y es que la verdad era que a la madre de Flor yo no le agradaba mucho. No sólo era una niñita irritante con una afición cargante por preguntar, sino además tenía toda esa rara historia familiar a cuestas. En una ocasión, me había reprendido por llamar a mi abuela "bruja" pero cuando le expliqué que así se llamaban así mismas las mujeres de mi casa, se quedó asombrada y preocupada. Poco después, dejó de invitarme a casa y mi abuela, me había recomendado no insistir. Me habló de dolor reciente, de la necesidad de intimidad de la familia. Pero yo recordaba con toda claridad la mirada desconcertada y un poco hiriente de la madre de Flor al escucharme hablar sobre mis creencias. No supe como explicar todo eso a Flor, tan entusiasmada o a mi abuela, que parecía considerar la idea, así que me callé y aguardé, con cierta impaciencia.

- Puedes venir a casa y acompañarnos en lo que quieras. Pero sólo si quieres hacerlo. Y esa noche, Agla rezará como tu lo haces - dijo por último mi abuela - y yo también lo haré. Así aprenderemos muchas cosas la unas de las otras. ¿No te parece?

Flor abrió mucho los ojos, emocionada. Hasta yo me sorprendí. No me imaginaba a mi abuela, con su trenza cobriza, su risa escandalosa, sus vestidos de flores y su cocina llena de olores y sabores, juntando las manos para rezar en silencio y humildad. Pero al parecer estaba bastante dispuesta a hacerlo, como se lo aseguró a Flor. Mi amiga se veía radiante de emoción.

- ¡Le pediré permiso para quedarme en su casa entonces! - gritó Flor sacudiendo los brazos. Mi abuela soltó una de sus carcajadas estruendosas.
- Hazlo. Te vamos a esperar.

No dije nada mientras mi abuela y yo caminábamos hacia la casa. Me miró por el rabillo del ojo.

- No le van a dar permiso - dije, dándome por aludida de inmediato. ¿Para qué disimular? - esa Señora cree...bueno.

Me mordí los labios. Flor me había dicho que llamaba a las brujas "mujeres locas" y que solía comentar que llamarse así "era algo incomprensible". Con todo, la mamá de Flor parecía tomarse todo el asunto como una excentricidad, una especie de demencia benigna. Pero dudaba que siguiera viéndolo así sí Flor llegaba a decirle que quería quedarse en casa y además...participar en alguna de nuestras creencias. No supe cómo explicarle algo tan complejo a mi abuela. Pero ella pareció entenderlo, a su manera misteriosa.

- La mamá de Flor cree lo que le enseñaron a creer y no deberías juzgarla por eso - me dijo - cada quien asume las creencias según la manera como ve el mundo. Y debemos respetarlas.
- Pero según sus creencias, tu y yo, mis tias y mi mamá - la boca me supo amargo con la palabra que intentaba pronunciar - somos locas. Somos...
- La locura no tiene por qué parecer insultante, mi niña - dijo. Me dedicó una de sus sonrisas luminosas y amplias - lo normal, es una mera forma de entender el mundo. La locura, también. Y cada quien tiene derecho a ser todo lo loco que pueda o que desee. Lo demás, es una forma de comprender como vives y como deseas construir quien eres.

Por supuesto, no entendí todo lo que me quiso decir, pero me gustó su manera de decirlo. Esa sonrisa confiada y segura. De pronto, caminé más erguida y me sentí menos preocupada por lo que mamá de Flor pensaba sobre mi familia y sobre mi. No podría explicar por qué - y no lo entendí hasta mucho después - pero de pronto, comencé a considerar nuestra "rareza" como algo hermoso, único, sustancial. Una forma de mirar.

- ¿Tu crees  que la mamá de Flor le dará permiso para venir a casa? - pregunté. Mi abuela me apretó el hombro con una de sus manos callosas.
- Ya veremos. Yo creo que sí.

Yo lo dudaba muchísimo, pero como siempre, decidí confiar en mi abuela. En ese entusiasmo contagioso suyo, en esa tranquila forma de vivir.

***

Resultó que la mamá de Flor no tuvo problemas en dejarla pasar la noche en casa. Eso, después que la abuela conversó durante horas con ella por teléfono, intercambiaron galletas e incluso una taza de café. Como todo el mundo, la mamá de Flor encontró a mi abuela encantadora y le comentó que no entendía de donde sacaba yo mis "ideas escalofriantes sobre el mundo". Mi abuela me contó que no dudo en responderle que mi imaginación salvaje era algo que se estimulaba en mi casa en todas las formas posibles. La mamá de Flor aquello le pareció extraño pero no precisamente preocupante. No se habló sobre la palabra "bruja" de manera que mi abuela no lo mencionó.

- Seguro que cree que me lo inventé o algo así - me quejé con cierta tristeza, tomando un sorbo de café con leche. Mi abuela soltó una carcajada.
- Te preocupas demasiado por cosas que no puedes controlar. Recuerda, lo realmente importante no es lo que ocurre sino como reaccionas.

Era una frase que mi abuela solía repetir varias veces y que yo nunca había logrado comprender demasiado bien. Mucho después, me había sonreír con frecuencia recordarla.

Flor llegó a primera hora de la noche del viernes como un vendaval de buena salud y entusiasmo. Su madre miró la vieja casona de mi abuela con cierta sorpresa y me pareció a mi, un poco incómoda.

- Es una casa muy vieja - comentó como de pasada. Flor miraba entusiasmada la vieja fachada de madera con la pintura un poco resquebrajada y la reja ornamental con varias hojas de metal rotas.
- Oh sí, lo es. Envejece con la familia. Es una manera de recordar que somos la historia que vamos creando - comentó mi abuela. La madre de Flor parpadeó y sentí una secreta satisfacción al pensar que quizás no había entendido lo que mi abuela había querido decir. A decir verdad, yo tampoco, pero eso no me importó demasiado en ese momento.

A Flor, la casa de mi abuela sencillamente le encantó. Aspiro ruidosamente el olor a vainilla y café de la cocina, abrió y cerró anaqueles en los muebles del salón, correteó por el jardín antipático, que pareció guardarse su opinión sobre la visitante conteniendo el deseo de echarla al suelo con las raíces del árbol. La miré entre sorprendida y aliviada. No sabía si mi amiga se sentiría a gusto y cómoda o al menos, tanto como yo deseara estuviera.

- ¡Todo es muy bonito! - gritó cuando mi abuela nos servía pan con mantequilla y jugo de naranja - ¡Mi casa está tan ordenada y todo está tan callado! ¡Aquí todo habla!

Me pregunté si se refería al ulular del viento de montaña que bajaba a toda hora desde la línea curva del Ávila, o a las machones y pequeños crujidos de la madera del piso. Incluso a los portazos y golpes que las puertas solían propinar de vez en cuando a sus goznes. Flor sacudió la cabeza.

- ¡No! ¡Es que la casa está viva y está contenta! ¡Como si hablara su propio idioma!

Me gustó esa idea. La pensé mientras nos sentábamos en el jardín, unas horas después y encendíamos las velas a nuestro alrededor. Flor lo miraba todo con ojos muy abiertos y curiosos. Mi abuela le explicó con todo detalle como sería el ritual que llevaríamos a cabo.

- Cada vela representa nuestras esperanzas, nuestras ideas y lo que deseamos se eleve a las estrellas - dijo - el caldero quemará nuestros temores. Las rosas, una celebración de lo que consideramos sagrado.
- ¿Como en la Misa?
- La misa es un acto que lleva a cabo una congregación. Un ritual es una celebración pequeñita y privada  - dijo mi abuela. Colocó las flores en el Centro del círculo de velas - una forma de expresar nuestro cariño y asombro por las cosas que no entendemos.

Flor escuchó todo con atención. Tenía una curiosa expresión de concentración que no le había visto nunca. Me pregunté si se encontraba cómoda y me sorprendió verla sonreír cuando mi abuela levantó los brazos para decir en voz alta las viejas invocaciones. Pareció muy interesada por las palabras dulces, por el hecho que mi abuela bendijera con enorme cariño cada cosa que parpadeaba en la luz de las velas.

- ¿Por qué agradece al Universo y a las estrellas? ¿Es lo mismo que Dios pero con otro nombre? - preguntó Flor en voz bajita y respetuosa. Abuela soltó una carcajada.
- Todos aspiramos a entender lo desconocido. Y sí, para nosotras el Universo equivale a todo lo creado, a todo lo que se creará, lo mismo que es Dios para ti - respondió - Es una idea que nos une, no que nos separa.

La idea me sobresaltó, me conmovió, aunque no supiera exactamente el motivo. Cuando levanté los brazos también para agradecer todo lo bueno y lo bonito en mi vida, tuve la impresión que de alguna forma, entendía mejor a Flor, a las monjas del colegio. Al venerable Padre Antolin, que solía decirme que Dios sabía hablar todos los idiomas y que la Diosa en la que yo creía también. La idea me desbordó, me envolvió. Se hizo algo tan enorme que llenó la montaña oscura, la cúpula azul añil sobre nuestras cabezas, la ciudad resplandeciente más allá. Tuve la sensación nítida y sobre todo, poderosa que el mundo formaba parte de una idea más grande de lo que podía suponer, una historia tan vieja como hermosa que apenas podía adivinar.

Cuando el ritual acabó, Flor estuvo callada un buen rato, mirándonos guardas las velas y calderos que habíamos utilizado para celebrarlo. Luego se acercó a mi abuela y la abrazó: un gesto espontáneo y cariñoso que me conmovió y que a mi abuela, la tomó desprevenida.

- Fue como hablar con las cosas bonita, en un lenguaje que todos entienden - dijo, aún con los brazos alrededor del cuello de mi abuela - fue como ver las cosas desde otra parte, pero también desde la mía.

Me gustó esa frase. Seguí pensándola cuando regresamos a mi habitación para cambiarnos de ropa y ponernos la pijama, cuando nos arrodillamos alrededor de mi cama junto a mi abuela para rezar. Y de pronto,  al decir el Padre Nuestro, sentí que no sólo eran las palabras de otra creencia, sino de la mía también, una mirada al mundo que incluía no sólo mi manera de soñar y crear, sino la de Flor, su madre y de muchas otras personas también. Una sensación de pertenencia, de comprender a quienes me rodeaban desde un vinculo en común y no sólo la diferencia.

- Oye Agla...

Estaba a punto de dormirme. Escuché a Flor moverse inquieta en el pequeño Sofá que mi abuela había hecho traer para ella desde abajo.

-¿Qué pasa?
- Creo que no hay una sola manera de rezar - comentó. Un susurro entusiasmado, como si descubriera una pequeña maravilla desconocida - sino muchas. Porque...se trata de algo del corazón. Que rezar y hacer rituales es como...reírse. Todos los hacemos distinto pero siempre es bueno.

Me gustó esa manera de pensarlo. Flor se cubrió con las sábanas y hundió la cabeza en la enorme almohada. La escuché suspirar.

- ¿Tu crees que la gente adulta entienda esas cosas alguna vez? - me pregunté muy seria. Y también con mucha seriedad, pensé en la respuesta.
- No lo sé, espero que sí.

Flor bostezó, no hablo de nuevo y supuse comenzaba a quedarse dormida. Yo también me quedé callada, mirando las sombras de mi habitación bailar y preguntándome si habría respuesta para esa pregunta alguna vez.

Aún me lo sigo preguntando.

C'est la vie.

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