domingo, 25 de enero de 2015

Fragmentos de recuerdos y otras historias de brujería.



Mi tia M. tenía un espejo enorme, con un pesado marco de madera  que siempre me produjo un poco de miedo, aunque no supiera por qué. Ella solía llamarlo su "espejo mágico", aunque en realidad más parecía una fea pieza de museo que otra cosa. Pero ella lo amaba, y solía dedicar horas a limpiar la madera y a pulir su brillante superficie. Solía mirarla un poco incrédula, confusa, incluso directamente irritada. ¿Por qué le prestaba tanta atención a ese cachivache inservible?

- Oye, ese espejo no tiene nada de mágico - me atreví a decirle una vez - parece...

Basura, era lo que realmente quería decir. Pero por supuesto no dije nada y preferí quedarme callada. Ella siguió limpiando con un trapo seco y esponjoso la madera labrada, sonriendo con cierta impaciencia.

- Es mi espejo querido. No todo lo mágico debe ser hermoso.

Bueno, eso ya lo sabía, me dije con cierto sobresalto. Al parecer el real requisito para ser mágico era ser viejo, pensé con el descaro de mis nueve años cumplidos. Y es que todos los objetos en casa de mi abuela, parecían tener una historia propia, haber pertenido a alguien más, tener muchos años a cuesta. Ninguno me gustaba mucho: no entendía por qué abuela y mis tias se empeñaban en conservar pesados muebles y feos recuerdos familiares, pudiendo comprar otros nuevos, mucho más bellos y modernos. Era como conservar fragmentos de historias que nadie entendía muy bien, pero formaban parte de nuestra familia. Y se suponía que esa idea tenía que conmoverme, pero en realidad no lo hacia. Más de una vez, me pregunté si no era mejor comenzar una historia propia, comprar algo nuevo y que te perteneciera unicamente a ti, que comenzara su historia entre tus manos. Pero esa no era una idea popular en la casa. La abuela solía decir que cada objeto que conserva la bruja, es una palabra olvidada que se intenta recordar. Y en casa había mucho que decir, al parecer, solía pensar con cierto malestar.

- ¿Qué hace que dices que es mágico? - pregunté entonces. Tia tomó otro paño, más delicado y liviano que el anterior y comenzó a pasarlo sobre el cristal, con gestos lentos y espaciados. Miré su rostro en el reflejo: tenía una expresión pensativa y un poco dura. Detrás de ella, sentada sobre su cama, el mio parecía muy pequeño y menudo, con los ojos muy abiertos y el cabello despeinado. Tenía un aspecto un poco deslucido, como si estuviera muy cansada o muy aburrida. Parpadeé y procuré no mirarme. O mirar a tia, que siempre me había parecido muy bella.

- Porque me recuerda quien soy.

- ¿Un espejo?

- Claro. Un espejo te muestra tu historia en la piel, en el cabello, en todas las cosas que eres. Te mira cuando eres niña y curiosa. Cuando eres una joven que comienza a descubrirse así misma. Cuando eres una mujer que se observa cambiar. Un espejo es un objeto poderoso.

Le eché una mirada recelosa al suyo. El objeto pareció mirarme desde la dignidad de su madera tallada e ignorarme. Bueno, tampoco me agradas, pensé resentida. Seguí mirando a mi tia, sus gestos lentos mientras limpiaba el cristal espejado, su expresión dulce y remota.

- ¿Todo eso te lo dice un espejo?
- ¿Qué te dice a ti?

Me miré otra vez. Era una niña delgaducha, pálida y pecosa. Me sentía casi siempre muy inadecuada, con mi nariz respingona, mi boca demasiado grande, el cabello abundante y rizado. Oye, que no era una niña muy bella como mi prima C, con su melena gloriosa de rizos o mi prima G. que era una bebé regordeta y preciosa de sonrisa fácil. Yo era una niña bajita, torpe y nerviosa, de rodillas siempre raspadas y zapatos que le venían muy grandes. Incomoda, dejé de mirarme y observé el reflejo de mi tia. Ella sí que era bella, con su cabello rojizo cayendole sobre los hombros, la piel pálida y tersa, los ojos verdes. ¿Por qué yo no era como ella? me dije con cierta impaciencia. ¿Por qué no tenía su piel tan radiante o su bonito cabello que siempre se veía hermoso? Me entristeció el pensamiento y de inmediato, culpé al feo espejote por recordarmelo, por mostrarme tal cual como era. ¿Eso era mágico? Vaya, de serlo era una magia que no me gustaba nada de nada.

- Que soy una niña, ¿Qué más me va a decir? - contesté con cierta brusquedad - que soy una niña flaca, con un cabello que no deja peinar y que tiene las manos sucias.

Solté un respingo impaciente. Realmente me molestaba y lo hacia por una razón importante: me sentía fea. En realidad, no sólo no me consideraba bonita sino que estaba muy conciente que mis primas y las niñas que estudiaban conmigo en el colegio, si lo eran. Era un pensamiento triste, un poco angustioso. Porque quería ser bonita. Quería tener el cabello sedoso y brillante, las mejillas sonrosadas, que los vestidos que queria llevar, me quedaran rellenos y no parecieran colgarme de los hombros flacos. Pero bueno, no ocurría así. No era una niña bonita, me dije de nuevo con un suspiro. Me costaba pensar en esa idea, me producía dolor. Y los espejos, sobre todo este enorme espejote con aires de señor severo, me lo recordaba aún con mayor frecuencia.

Porque aunque no creía que el espejo de tia M. fuera mágico, algo particular debía tener para que no pudiera dejar de mirarme una vez que pasaba por frente suyo. Me miraba con sobresalto, con angustia, como si no me reconociera. Me miraba con desánimo, las faldas del colegio que me venían grandes, el cabello que siempre parecía crecer como hierba fresca alrededor de la cabeza. Me lo mostraba con una claridad llena de detalles, como si la luz que golpeaba la superficie fuera más fresca y pura que cualquier otra. Lo detestaba por eso, lo insultaba mentalmente siempre que podía. Pero él, altivo y señorial, insistía en ignorarme y seguir mostrando lo que más me desagradaba de mi misma.

- El espejo sólo te muestra lo que quieres ver de ti misma - comentó tia M. cuando finalmente terminó de limpiar al espejo y lo dejó brillante e impecable - sólo estás mirando lo que temes y te desagrada de ti. Pero si te miraras de otra forma, él te mostraría la verdad sobre quien eres.

Las palabras me sobresaltaron. Di un brinco que casi me hace caer de la orilla de la cama. ¿Mostrarme la verdad sobre quien era? Vaya, eso si sonaba mágico, me dije boquiabierta. ¿En serio ese espejo tan desagradable e irritante podía hacer eso?  Lo miré con más atención. Era una pieza magnifica de manera y hasta yo podía verlo, a pesar de lo antipático que me resultaba: el marco era de madera muy labrada, con pequeños rostros de Diosas desconocidas y estrellas en lo alto, curvas elegantes que sostenían el cristal como si se tratara de pequeñas ráfagas de viento talladas en la madera. Era antiquisimo - creo que había pertenecido a alguna pariente italiana y que había llegado a casa por mero accidente - y según decía mi mamá, muy valioso. "Una reliquia" había comentado en una ocasión. A mi sólo me parecía un armatoste chismoso y muy malhumorado. Pero ahora que mi tia hablaba que podía hacer esas cosas...

- Oye ¿pero de verdad puede hacer eso? - me entusiasmé. La niña del espejo movió las manos impacientes y se atusó el cabello rebelde - ¿Me puede mostrar...?
- Quien eres de verdad - repitió tia - ni más ni menos.

Le eché una miradita al espejo, sobresaltada. Él pareció torcer su rostro de madera en un gesto altivo. Vaya tipo insoportable, pensé irritada. Pero ahora también interesada. ¿En serio un vulgar espejo podía hacer algo tan asombroso?

- ¿Y como logro que lo haga?
- Solo miralo. Lo demás, vendrá sólo.

Esa noche, mientras todos en la casa cenaban, me asomé al pequeño vestier de mi Tia M. para contemplar el espejo. Siguió pareciendome sólo un cachivache viejo y con muchas infulas, pero estaba muy decidida a comprobar si podía hacer lo que la tia insistía era su mayor cualidad. ¿Mostrar quien realmente eres? me dije con cierto sobresalto. Me pregunté que veía si le pedía me lo mostrara. Que podía reflejar. ¿Una niña hermosa que nadie había visto nunca? ¿La mujer joven y bella que aspiraba a convertirme? Di un paso hacia el espejo, que en ese momento reflejaba los bonitos vestidos de mi tia colgados con cuidado en la pared. ¿Y si no me mostraba eso sino...? Sacudí la cabeza. Di otro paso. Me quedé allí, en mitad de la oscuridad, con los puños apretados ¿Y si sólo seguía mostrándome a mi misma?

Era una idea inquietante. Me asustaba mirarme al espejo y que sólo me mostrara la niña impaciente y nerviosa que era. ¿Y si no había nada más que eso en mi? ¿Si ese era mi único reflejo? Suspiré, con una abrumadora sensación de perder sentido, de avanzar en mitad de la nada con los brazos extendidos. En alguno de los Libros de las Sombras de la familia, había leído que en en Brujería se consideraban los espejos mensajeros implacables, porque siempre dicen la verdad, porque siempre muestran la realidad, te guste o no lo que mires. ¿Qué ocurría si al echarle una mirada al espejo sólo encontraba mis temores, esa sensación de ser tan...poquita cosa que me atormentaba siempre? Retrocedí, me quedé en la mitad de la habitación. Quise correr. Y quizás lo habría hecho si la luz del vestier no se hubiera encendido de pronto.

- ¿Agla? ¿Qué haces aquí? - tia M. me miró desconcertada. La habitación entera pareció mirarme acusadoramente, sobre todo el espejo acuseta, que tuve la impresión levantaba su nariz respingona para dedicarme un gesto reprobador. Me encogí de hombros.
- Pues...vine a mirarme al espejo - dije en voz baja. Apreté las manos con nerviosismo, me miré los pies - quería ver...quien era yo de verdad.

Las palabras me sonaron ridiculas, incluso a mi misma, pero no supe que más decir. Tia se acercó y me dedicó una mirada callada y penetrante. Siempre me había parecido que tenía una forma de mirar que parecía abarcar el mundo, como si no sólo te mirara a ti sino a todas las cosas que te gustaban y te preocupaban. Eso me daba un poco de miedo a veces.

- ¿Te atemoriza la idea? - preguntó. Sacudí la cabeza.
- No lo sé. Pero...

Me callé. No quise explicarle como me sentía, la sensación que no entendía mi cuerpo, mi rostro. Que no me gustaba lo que veía en ellos cada vez que lo hacia. Pero ella pareció entenderlo. Me pasó el brazo por los hombros y me dio un apretón cariñoso.

- Ven, vamos a mirarnos juntas en el espejo.
- Pero... - retrocedí. La boca seca de miedo. Mi tia sonrío con ternura.
- Te prometo te gustará la experiencia.

Le obedecí por último. Nos acercabamos al espejo. Allí estaba la niña flacucha y la mujer espléndida a su lado. Me pregunté que tenía que hacer ahora, como podía invocar la magia del espejo y si quería hacerlo.

- Bueno...¿Y ahora? - pregunté en voz baja.
- Antes de pedirle al espejo lo que quieras, mira hacia arriba.

Me señaló la pared. Tia coleccionaba fotografias de todas las mujeres de la familia, enmarcadas en bonitos y sencillos marcos de madera. Había decenas de fotografias: de su madre, de la mia, de mis tias y tios, de mis abuelos. De parientes desconocidos que jamás había visto. De algún otro que sólo había visto una vez. Todos sonreían y miraban hacia el mundo, eternizados en su blanco y negro pálido.  Me gustaba mucho mirarlos. A veces, cuando tia llevaba el espejo gruñón a otra parte de la casa para reparar sus bisagras o asegurarse que la madera estuviera sana y bien laqueada, me sentaba en el suelo para mirarlos a todos, para asombrarme de lo jovenes que se veían o de lo hermosos que eran sus rostros. Ahora los miré, lejanos y espléndidos, y me conmovieron otra vez.

- ¿Y...?
- Mira la nariz de abuela Celia - dijo mi tia, señalando una de las fotografías, donde mi abuela se veía joven y radiante, el cabello oscuro cayéndole por la espalda en una abundante melena. Miré la imagen, como me indicaba mi tia: abuela había sido una chica preciosa, de aspecto vital y bonito cuerpo. Su rostro era delgado y elegante y...solté un respingo. Tenía una nariz respingona y llena de pecas, como la mía. ¿Como no lo había notado antes? Miré a mi tia asombrada. Ella enarcó las cejas - ahora mirate en el espejo.

Lo hice. Pues sí: mi nariz era idéntica a la de mi abuela. La toqué con un dedo nervioso. Miré de nuevo la fotografía. ¡Idénticas!. Mi tia ahora me señaló la fotografía de una de mis primas desconocidas, una mujer espléndida de ojos grandes y soñadores. ¡Como los mios! tia sonrío cuando se lo dije.

- Mírate al espejo otra vez - me indicó. Miré ¡Sí, tenía los mismos ojos que la mujer a quien no conocía! y también el cabello rizado y abundante de una tia Italiana, y el cuerpo nervioso y pequeño de una prima en España. Y de pronto, todo parecía evidente, aunque jamás lo hubiese visto antes: ¡Mi rostro contenía la historia de toda la familia! y el espejo gruñón me lo mostraba bien claro. Muy nitidos mis ojos amplios, mi mejillas flacas de niña, mis manos pequeñas. Como las de mi madre, mi tia, mi abuela, tantas mujeres e historias en mi vida, en mi rostro, en mi cuerpo, en mis manos. De pronto, no era sólo una niña: era una imagen de muchas personas queridas, importantes, desconocidas pero cercanas. Era un eslabón de una larga historia.

- ¿Ves lo que te muestra el espejo? te muestra a ti, como parte de todas las cosas que quieres y amas - me dijo mi tia con un guiño amable - muestra lo querida que eres, lo muy querida que siempre serás. No lo olvides.

Sonreí. Y me miré. Una sonrisa tan parecida a otras sonrisas que contaban historias, de tantas palabras e imagenes fragmentadas, espléndidas, diminutas, sutiles, discretas. Los pequeños fragmentos de la historia de mi familia, de quien soy, de quien quiero ser, en mi.

A veces me miro al espejo y recuerdo esa sensación de reconocimiento, ese poder de soñar con tantos pequeños hilos de historias que convergen en mi rostro. Y sonrío claro, como lo hice ante el espejo gruñón, como lo seguiré haciendo después, más tarde, incluso cuando no tenga motivos para hacerlo. Cada vez que recuerde el poder de reconocer mi propia historia en mi piel, mi propio futuro en mi esperanza más privada. Un sueño a medio construir, una historia siempre a punto de contarse en el idioma del viento.

Un palabra olvidada y recordada en una historia de brujería.

C'est la vie.

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