viernes, 31 de enero de 2014

Proyecto "Una Película cada vierrnes": "Henry, el retrato de un asesino" de John McNaughton.





El lado Oscura de la naturaleza humana siempre parecerá una fuente inagotable de argumento cinematográfico. Ya sea por sus infinitas posibilidades para el análisis y la recreación de esa compleja visión del espíritu del hombre o el hecho que todos sentimos una cierta atracción por lo peligroso, lo cierto es que el cine siente una especial fascinación por las historias de asesinos y villanos. Por la imagen de la maldad en estado puro. O eso parece sugerir, el hecho que el género de la violencia y de asesinos en serie siempre parezca encontrarse en constante revisión, en una evolución hacia un discurso cada vez más directo e inquietante y más allá, una visión más exacta de lo que motiva el hombre a matar y a disfrutar de la violencia. Una mirada hacia esa región de sombras de la mente del hombre, que parece tanto seducir como escandalizar.

La década de los ochenta fue prolífica en la producción del subgénero - si así puede llamarse - de asesinos en serie. Tal vez se deba a que la precedió algunos de los clásicos cinematográficos que crearon todo un nuevo lenguaje visual con respecto a lo que a la violencia se refiere ( La célebre "Matanza en Texas de Tobe Hooper se estrenó  en 1973 y La noche de Halloween de John Carpenter en 1978) o quizás, a que comenzó a experimentarse con toda una nueva propuesta argumental sobre el tema. Del asesino con el hacha, exagerado y dramatizado, comenzó a explorarse esa otra visión del mal: mucho más sencilla y menos efectista, confundida en lo cotidiano, envuelta en el anonimato del hombre común. Y es que quizás, la transición entre el Asesino evidente, el monstruo sangriento temible a ese otro rostro entre sombras, creó toda una nueva interpretación sobre el origen de la maldad, más allá del tema moral y ético. La violencia en estado puro. La crueldad por la crueldad, sin cortapisas espirituales, más allá de lo que la razón puede interpretar como comprensible. No obstante, pasarían algunos años más hasta que ese asesino de rostro normal, escondido entre los pliegues de lo corriente, formara parte del imaginario más popular del cine.


Probablemente por ese motivo "Henry, el retrato de un asesino" del director John McNaughton sea considerada una de las precursoras del género. Inquietante, cruda y sangrienta como pocas, no solo recreó todo ese temor sustancial del asesino silente y sin nombre, sino que además definió lo que sería una constante en el cine sobre asesinos en serie: la ferocidad impersonal, la frialdad del asesinato como expresión de una identidad concisa y desconcertante. Como propuesta, reconstruyó un lenguaje concreto sobre el horror de lo cotidiano y le brindó una nueva percepción a la violencia: La historia ya no se cuenta desde la perspectiva de la victima, sino desde la visión del asesino, sin disimulo alguno. La violencia como expresión de la identidad, la crueldad como una de las múltiples dimensiones del hombre.

La película recorrió un largo camino para llegar a las salas de proyección. Producida en 1986 "Henry, el retrato de un asesino" no llegó a comercializarse en EEUU hasta el año 1990 e incluso, unos años después la polémica sobre su contenido continuó retrasando su visionado en varios Estados norteamericanos. ¿La razón? La censura consideró que su argumento, descarnado y durísimo,  no formaba parte de lo moralmente aceptable. Y es que John McNaughton no tuvo empacho en construir un discurso visual que mostraba la violencia, el dolor y el asesinato de una manera que hasta entonces había sido desconocida en el lenguaje cinematográfico: sucia e hiperrealista, la propuesta del director roza en muchas ocasiones un limite entre lo tolerable y lo inquietante. Desde escenas de asesinatos filmadas con un sentido de la estética grotesco hasta giros de guión directamente insoportables, la película parece tocar todos los puntos álgidos de una visión del hombre y la violencia descarnada. Victima de la censura, la película fue replanteada en docenas de versiones, de las cuales solo muy pocas incluyen una de las secuencias más desconcertantes del cine de género:  la del asesinato de una familia - con una abrumadora escena de violación necrófila incluida -grabada con una cámara de video por los protagonistas. Y no obstante, no es la directa crudeza de las escenas, ni tampoco la manera como el argumento plantea la violencia y el terror como parte de lo cotidiano, sino su simplicidad, su presentación sin juicios lo que produce una inmediata incomodidad.



Una vez leí, que el género de terror satisface la necesidad que todos sentimos por lo morboso, desde una prudencial distancia. Una aproximación a lo terrible e inaudito desde esa frontera de lo que imaginamos puede ser el dolor, el horror y la tragedia. Tal vez, por ese motivo "Henry, el Retrato de un asesino" asombre incluso hoy, cuando el cine Gore y sus subgéneros han alcanzado cuotas de realismo desconcertantes. Y es que la película, con su discurso elemental, eficaz y sobre todo audaz, ofrece un ángulo del terror que roza peligrosamente eso que consideramos habitual. Porque a pesar que el director John McNaughton no utiliza elementos desconocidos para el cine de género - su personaje, homónimo del celuloide del asesino en serie Henry Lee Lucas es un estereotipo del clásico psicópata serial - lo hace brindándoles un peso realista que inquieta incluso al espectador más curtido. Odioso, repugnante y maquiavélico, este Henry rebasa la fantasía del asesino fortuito para confundirse en un planteamiento novedoso de la violencia cercana, la que asume directa, la que se confunde en su prosaica vulgaridad. Y es que mientras los míticos Jason Vorhees o Michael Myers, parecen encarnar al asesino que tememos pero que sabemos irreal, la visión de McNaughton, carente de artificios y profundamente visceral, asombra por su inteligente acercamiento a esa ambigüedad del hombre común, del que parece esconderse en las sombras de una normalidad fortuita y la mayoría de las veces quebradiza.

Quizás, lo más inquietante de "Henry, el Retrato de un asesino" sea justamente que la película no pretende asustar o crear suspenso sobre las intenciones de sus personajes. La tensión se crea justamente en esa naturalidad de la violencia abiertamente cruel, sin ningún tipo de premisa, limitación o una idea moral que parezca contenerla. La atmósfera creada por el director, observa la cotidianidad enfermiza de sus personajes, desmenuzando el ambiente malsano y desconcertante, más allá de la clásica visión del metraje meditado que busca construir una visión del asesinato visualmente soportable. Con un ritmo pausado, seco e indiferente, la interpretación del director sobre el asesinato y el horror parece reflejar esa necesidad del asesino de deshumanizar a la victima, de reducirla a una mera visión descarnada y desprovista de identidad de la naturaleza humana. El temor construido a base de sombras y relieves familiares. Una vuelta de tuerca al miedo y sobre todo, a nuestra percepción sobre lo esencial de la violencia y la barbarie, esa que puede tener cualquier rostro, escondido entre las sombras de lo que consideramos normal.

¿Quieres ver la película Online? Hazlo desde aquí --> http://newpelis.com/henry-retrato-de-un-asesino-1986/





jueves, 30 de enero de 2014

La última Rebelión. Exprésate como puedas: 198 métodos de protesta pacifica y una razón para hacerlo.





Una vez, uno de mis vecinos oficialistas colgó una enorme pancarta en la cartelera general de mi edificio, declarando que sus contrapartes opositores "eran la fuente de caos por promover la desunión y el debate anti ético" en el país. Quien lo hizo, un rostro nuevo en una comunidad muy vieja y que se conocía muy bien, parecía muy incómoda con el hecho que todos intentábamos mantener un clima neutral durante el conflicto político que vivíamos. Cuando uno de los miembros de la junta de condominio le explicó que nuestra pequeña comunidad intentaba no fomentar discusiones políticas, la nueva vecina se enfureció.

- Pues yo si lo haré y es mi derecho - respondió muy ufana - y nadie puede evitarlo porque esta propiedad es mía, también.

De manera que la vecina asumió el deber de manifestarse públicamente a favor de su tolda política: colgó otro cartel en uno de los pasillos y repartió panfletos sobre su afinidad política siempre que pudo.  Mi edificio, es una construcción vieja con unos treinta años a cuestas y la mayoría de quienes vivimos allí, nos conocemos hace décadas y durante todo aquel tiempo, habíamos logrado mantener un clima más o menos armonioso entre los diferentes pareceres de quienes allí vivíamos. Me asombró - y me irritó - el comportamiento de la dama en cuestión y sobre todo, el hecho de no saber muy bien por qué lo hacia. Cuando me extendió uno de sus pequeños panfletos invitándome a votar por su opción electoral, lo tomé en silencio y la guardé. Me intrigó esa necesidad de fomentar el debate fuera de lo que naturalmente consideramos político y más aún, entre ciudadanos que evitaban concientemente el tema.

Nadie en mi edificio contestó a la provocación directamente. De hecho, la pancarta en la cartelera continuó colgada durante muchos meses, bien visible y sin que nadie hiciera el menor intento por cubrirla. Pero, si empezaron a ocurrir cosas. Luego que uno de los vecinos sufriera un asalto a mano armada, en el ascensor apareció una fotografía de la victima, con un visible mensaje escrito a mano: "la política de la violencia: ¿Y la ética"?. Después, luego de un apagón, los buzones de correo se llenaron con trocitos de papel que recordaban varios artículos de la constitución y el deber legal del gobierno de procurar bienestar y administrar de manera eficiente los recursos públicos. Por supuesto, nuestra nueva vecina, no encajó bien la provocación y añadió a su pancarta reclamos sobre "respeto por las ideas ajenas" y "evitar el enfrentamiento con borregos del Imperio". Cuando leí aquello, sonreí. Imaginé que la reacción de ese silencioso pero muy despierto instinto de protesta que había despertando entre mis vecinos, no se haría esperar.

No me equivoqué.

Unos días después, alguien deslizó bajo mi puerta un dibujo de un borrego rojo donde se leía "¿Me dices por quién votar? La lucha sigue" y luego, encontré en el jardín, una serie de dibujos de pequeños rostros - también de color rojo - exigiendo "el nombre del heredero". Por supuesto, mi vecina no encajó bien el golpe y entre gritos, sacó la pancarta de la cartelera, amenazando con esgrimir "su derecho legal a la protesta" para enfrentarse a lo que llamó "un insoportable acoso". De nuevo, nadie respondió directamente, pero apenas la pancarta desapareció de las áreas comunes del edificio, el resto de la improvisada campaña política, también. Fue una reacción inmediata, coherente, extrañamente lógica. Eso ocurrió hace dos años y nunca más, se ha vuelto a discutir sobre política utilizando los espacios del edificio.

Pensé mucho en esa experiencia durante los últimos días, a propósito de todo este nuevo estallido de descontento popular que ocasionó la reducción de las remesas en moneda extranjera y toda una serie de problemas que parecen haber exacerbado el ánimo popular. Sobre todo, porque no se trata de una posición política ni tampoco ideológica. Es una necesidad enorme de encontrar respuesta y reinvidicación a toda una serie de situaciones que se entremezclan para finalmente, reducirse a una única idea: el reclamo y la protesta. No obstante, como dije, no se trata de una estrategia completa, muchísimo menos una reacción orquestada. El malestar social es evidente, la preocupación bastante notoria y sin embargo, los medios para expresarlas son limitados, parecen resumirse a la queja vía redes sociales, al brumoso comentario cotidiano sobre la precariedad de la situación que vivimos y lo que es peor, a la resignación.

Sobre todo, cuando la situación Venezolana no ha hecho más que agudizarse. Una buena parte de mi circulo de amigos y familiares tiene planes concretos a mediano y corto plazo para abandonar el país, la otra mitad - entre la que me incluyo - está tomando la decisión sopesando lo que beneficie el no retorno. Somos un país de emigrantes, hijos y nietos - al menos en mi caso - de inmigrantes que llegaron a Venezuela tan desesperados, angustiados y vulnerables como ahora, esta generación agotada y desesperada, está a punto de irse.

Ahora bien, más allá de la decisión - tomada o no - ¿Qué haces ahora que la crisis llegó a un punto donde es inevitable ignorarla? ¿Te resignaste a soportar lo que puedas hasta que logres escapar de esta circunstancia de país agobiante? Es comprensible, pero que tal vez, pudieras tomar todo ese desaliento y hacer algo más.

Protesta de manera inteligente. Siempre que puedas. De la manera que puedas, como sea que lo prefieras. Pero Hazlo. Ahora que tomaste la decisión o si no la has tomado, si estás furioso, deprimido, cansado, irritado ¡Hazte Escuchar!. Ahora, que eres un futuro emigrante, que te llevarás a Venezuela contigo, incluso sin notarlo, en la piel, en la voz, en todas las formas posibles ¿No es hora de una última palabra?

Sí, sé lo que me dirás. ¿Vale la pena? ¿Qué se soluciona? Si vale la pena. Por mil gestos crean un simbolo, porque mil simbolos crean una opinión, porque la opinión construye la postura y quién sabe, si tu voz, que se escuchará fuerte y clara, logra algo más que simplemente mirarte en tus criticas, de temer en este país.

¿Qué puedes perder? Probablemente nada. ¿Qué puedes ganar? Una nueva visión de autorrespeto por ti mismo, por tu capacidad de protestar.

¿Qué debes hacer? Lo que quieras. Fotografia, escribe, deja mensajes en servilletas, comenta en Twitter, manifiestate de todas las formas posibles. Y no olvides nunca, tu, que ahora estás casi mirando al horizonte y a punto de cerrar la puerta de este país, que es mejor hacerlo sabiendo que hiciste lo que necesitabas para llevar la consciencia en paz y que para ti, Venezuela forma parte de tu historia.

¿Es idealista?

Seguro.

Pero yo lo voy a intentar.

La protesta: La inteligencia contra la fuerza. 

Investigando sobre formas pacificas de protesta y al alcance de cualquier ciudadano, me encontré con las reflexiones de Gene Sharp, un profesor emérito de Ciencias políticas que tiene un profundo interés en las formas como una sociedad puede - y debe expresar su descontento y más allá, como hacer que esa protesta, esa visión del futuro y de lo que exigimos a nuestros gobernantes sea lo suficientemente efectiva como para tener efecto. A medida que profundicé un poco más en el tema, encontré que a Sharp, amable, meditabundo y sobre todo, profundamente intuitivo, se le considera el artífice intelectual e inspirador de los movimientos de protesta que derribaron a Slobodan Milosevic en Serbia, Víctor Yanukovich en Ucrania y Hosni Mubarak en Egipto. Asombrada, decidí darle un vistazo a su obra y lo que encontré en ella resumió un valioso - y poderoso - punto de vista sobre la rebelión civil, los métodos de protesta como herramienta de construcción de una novedosa visión política y además, una forma de construir un liderazgo audaz que resida, no en la figura política, sino en el activista civil. Todo un paso hacia adelante en mi manera de construir la idea de oposición de ideas y lucha de valores que por quince años, he venido intentando desarrollar de manera privada como forma de expresión de mi pensamiento político actual.

Como comentaba antes, Gene Sharp es el autor de numerosas obras sobre resistencia ciudadana, basadas esencialmente en la No  violencia y protestas contra regímenes autoritarios a través del recurso ciudadano. Encontré que para Sharp la protesta no es un tema que se resuma a contribuir a la una visión de la política, sino que busca satisfacer, estructurar y crear una nueva visión sobre la voz del ciudadano de pensamiento y sin tolda política definida que desea hacerse escuchar. De hecho, su libro "De la Dictadura a la Democracia", inspirado en la premio Nobel de la Paz de origen Birmano Aung San Suu Kyi, justamente insiste en el poder de la lucha que involucra a la población, que le permite la libertad y el derecho de reformular el concepto de protesta en algo personal y construido a base de la experiencia diaria y los recursos más disponibles. Y es que para Sharp, la protesta ciudadana  posee un elemento conjuntivo que la hace moralmente satisfactoria y además, enorme en significado:

“Cuando la gente rechaza cooperar, se niega a prestar ayuda y persiste en esta desobediencia y postura retadora, le está negando a su adversario el apoyo y cooperación humanas básicas que cualquier gobierno o sistema jerárquico requiere. Si lo hace suficiente gente y por un tiempo suficientemente largo, ese gobierno o sistema jerárquico perderá el poder”.

El poder de decir que no. El poder de rebelarte, de la manera que decidas hacerlo, de la forma que te sea más cómodo. El poder de enfrentarte a las ideas que oprimen y brindar un nuevo sentido a la resistencia en base al ideal. La capacidad para construir y mirar el mundo a través de las ideas más profundas, de la manera como las muestras y las expresas. La necesidad que cada ciudadano se responsabilice por reclamar su derecho, por asumir su lugar frente a lo que queremos expresar y sobre todo, lo que necesitamos cambiar.

No importa los medios a tu alcance. Utilizalos, de la mejor manera que pueda, siempre que puedas. Imagina formas inteligentes de comunicar tu descontento. Niegate a formar parte de una mayoría que acepta sin cuestionar. Asume que tienes el poder de construir el cambio que deseas. Comprometete en la medida de tus posibilidades con encontrar herramientas para promover la cultura de las ideas, de la argumentación y el debate efectivo. Pero sobre todo, jamás te resignes. Nunca dejes de asumir el valor de lo que crees y propugnas. Y recuerda que eres el artifice de ese futuro que esperas construir, de esa visión de las cosas a las que necesitas darle un nuevo planteamiento.

Como una manera de estimular la protesta individual, el método de construcción de un nuevo lenguaje político, Gene Sharp recopiló toda una serie de métodos de protesta moderna y pacifica, que actualmente parecen resumir esa otra visión sobre la rebeldía ciudadana, la lucha callejera y la subversión inteligente. Y es que, el ciudadano, como creador y promotor de transformaciones profundas, es un protagonista elemental de su propia historia y más aún, la manera en que desea se cuente después.

¿Y cuales son las propuestas de Gene Sharp para enfrentarse al poder y crear un método de lucha personal? Las siguientes:


Declaraciones formales
1. Alocuciones públicas
2. Cartas de rechazo o de apoyo
3. Declaraciones por parte de organizaciones e instituciones (declaración de los sacerdotes en la Francia de Vichy contra la deportación de judíos)
4. Declaraciones públicas firmadas
5. Declaraciones de acusación y de revelación de intenciones
6. Peticiones en grupo o en masa
Comunicación dirigida a públicos más amplios
7. Eslóganes, caricaturas y símbolos (grupo judío Baum en Berlín, 1941-42)
8. Banderas, carteles y otros medios de comunicación visual
9. Octavillas, folletos y libros
10. Periódicos y revistas
11. Grabaciones, radio y televisión
12. Escritura aérea y terrestre

Representaciones en grupo
13. Delegaciones
14. Premios satíricos
15. Grupos de presión
16. Montar guardias con piquetes
17. Elecciones satíricas

Actos públicos simbólicos
18. Exhibición de banderas y de colores simbólicos (bandera republicana en España)
19. Uso de símbolos en la vestimenta (uso voluntario de estrellas judías amarillas durante la Segunda Guerra Mundial en señal de solidaridad)
20. Oración y ritos
21. Reparto de objetos simbólicos (ratas, basura, etc.)
22. Desnudos de protesta
23. Destrucción de bienes propios (té en la Norteamérica colonial)
24. Luces simbólicas (velas, etc.)
25. Exhibición de retratos
26. Pintadas de protesta
27. Uso de signos y nombres nuevos (uso de la denominación "Polonia" en 1942)
28. Sonidos simbólicos
29. Reclamaciones simbólicas (plantación de semillas para reclamar territorios)
30. Gestos groseros

Presiones sobre los individuos
31. "Perseguir" a las autoridades
32. Burlarse de las autoridades
33. Confraternización (ganarse a las personas con una estrategia amistosa deliberada)
34. Vigilias

Representaciones dramáticas y musicales
35. Bromas y sketches satíricos
36. Representaciones teatrales y musicales
37. Cantar

Procesiones
38. Marchas
39. Desfiles (marchas organizadas en señal de protesta)
40. Procesiones religiosas
41. Peregrinaciones (Gandhi en 1947)
42. Desfiles motorizados

Homenajes a fallecidos
43. Luto político
44. Funerales satíricos (p. ej., de la "Libertad")
45. Manifestaciones en funerales
46. Homenajes en el lugar de enterramiento

Asambleas públicas
47. Asambleas de protesta o de apoyo
48. Reuniones de protesta
49. Reuniones de protesta camufladas ("banquetes" políticos en Rusia, 1904-1905)
50. Seminarios

Retiradas y renuncias
51. Abandonar la reunión
52. Guardar silencio
53. Renuncia a honores
54. Darse la vuelta

MÉTODOS DE DESOBEDIENCIA SOCIAL
Exclusión de personas
55. Boicot social
56. Boicot social selectivo
57. Inactividad al estilo Lisístrata (en "Lisístrata" de Aristófanes, las mujeres juraron no mantener relaciones sexuales con sus maridos hasta que éstos no pusieran fin a la guerra)
58. Excomunión
59. Interdicto religioso (excomunión aplicable a una zona o distrito)
No colaboración en acontecimientos, tradiciones e Instituciones
60. Suspensión de actos sociales y deportivos
61. Boicot de asuntos sociales
62. Huelga de estudiantes
63. Desobediencia social (confraternización con los parias en la India)
64. Retirada de instituciones sociales
Retirada del sistema social
65. Quedarse en casa
66. Desobediencia personal total
67. "Huida" de trabajadores
68. Proporcionar asilo con connotaciones religiosas
69. Desaparición colectiva
70. Emigración de protesta (hijrat)

MÉTODOS DE DESOBEDIENCIA ECONÓMICA: BOICOTS ECONÓMICOS
Acciones por parte de los consumidores
71. Boicot de los consumidores
72. Negarse a consumir productos boicoteados
73. Política de austeridad
74. Impago de rentas
75. Negarse a alquilar
76. Boicot nacional de consumidores
77. Boicot internacional de consumidores

Acciones por parte de trabajadores y de productores
8. Boicot de trabajadores
79. Boicot de productores

Acciones por parte de intermediarios
80. Boicot de proveedores y de distribuidores

Acciones por parte de propietarios y directivos
81. Boicot de intermediarios
82. Negarse a alquilar o a vender propiedades
83. Cierre patronal
84. Rechazo de ayuda sectorial
85. "Huelga general" de comerciantes

Acciones por parte de propietarios de recursos financieros
86. Retirada de depósitos bancarios
87. Negarse a pagar tarifas, efectos y pagos sobre valoraciones
88. Negarse a pagar deudas o intereses
89. Retirada de fondos y de créditos
90. Rechazo de impuestos
91. Rechazo de dinero procedente del gobierno

Acciones por parte de los gobiernos
92. Embargo dentro del país
93. Listas negras de intermediarios
94. Embargo de los vendedores a otros países
95. Embargo de los compradores a otros países
96. Embargo comercial internacional

MÉTODOS DE DESOBEDIENCIA ECONÓMICA: HUELGA
Huelgas simbólicas
97. Huelga de protesta
98. Huelga sin previo aviso (huelga relámpago)

Huelgas agrícolas
99. Huelga de campesinos
100. Huelga de trabajadores agrícolas

Huelgas de grupos especiales
101. Rechazo de trabajos forzosos
102. Huelgas de presos
103. Huelgas de oficios (p. ej., de costureras)
104. Huelgas profesionales (asalariados o autónomos)

Huelgas sectoriales normales
105. Huelga en el centro de trabajo
106. Huelga sectorial
107. Huelgas de solidaridad (prohibidas durante el régimen de M. Thatcher)

Huelgas restringidas
108. Huelga al detalle (dejar de trabajar o marcharse de uno en uno)
109. Huelga "paragolpes" (cada vez en una empresa distinta)
110. Huelga de trabajo lento
111. Huelga de celo
112. Huelga de bajas por enfermedad
113. Huelga por dimisión
114. Huelga limitada (p. ej., negarse a trabajar fuera de las ocho horas diarias)
115. Huelga selectiva

Huelgas multisectoriales
116. Huelga generalizada (sin llegar a participar la mayoría de los sectores económicos)
117. Huelga general

Combinaciones de huelga y de cierre económico
118. Hartal (suspensión de la actividad económica en señal de protesta política, India)
119. Paralización económica (todo el mundo)

MÉTODOS DE DESOBEDIENCIA POLÍTICA
Rechazo de la autoridad
120. Interrupción o retirada del apoyo
121. Negarse a mostrar apoyo en público
122. Libros y alocuciones en favor de la resistencia

Desobediencia ciudadana hacia el gobierno
123. Boicot de los órganos legislativos
124. Boicot de elecciones
125. Boicot de empleos y cargos públicos
126. Boicot de departamentos, agencias y otros organismos gubernamentales
127. Retirada de las instituciones educativas gubernamentales
128. Boicot a organizaciones respaldadas por el gobierno
129. Negarse a colaborar con los agentes de la autoridad
130. Retirada de carteles y distintivos propios
131. Rechazo de nombramientos
132. Negarse a disolver las instituciones existentes

Alternativas a la obediencia ciudadana
133. Mostrarse reacio y tardar en cumplir las normas (p. ej., pago de impuestos)
134. Desobediencia cuando no existe supervisión directa
135. Desobediencia popular
136. Desobediencia camuflada
137. Negarse a disolver una asamblea o reunión
138. Sentada
139. No colaborar en reclutamientos y deportaciones
140. Ocultarse, huir y usar identidades falsas
141. Desobediencia civil de las leyes "ilegales" (p. ej., al pago del impuesto sobre la sal en la India colonial)

Acciones por parte de los gobiernos
142. Negarse selectivamente a proporcionar ayudas gubernamentales
143. Bloqueo de líneas de mando e información
144. Obstaculización y obstrucción (científicos involucrados en la investigación atómica en la Alemania nazi)
145. No colaboración administrativa en general
146. No cooperación judicial
147. Ineficacia deliberada y no cooperación selectiva por parte de los agentes de la autoridad
148. Levantamiento militar

Acciones gubernamentales a escala nacional
149. Evasivas y retrasos cuasilegales
150. No colaboración por parte de ciertos departamentos gubernamentales
Acciones gubernamentales a escala internacional
151. Cambio de representaciones diplomáticas y de otros tipos
152. Retraso y cancelación de encuentros diplomáticos
153. Retirada del reconocimiento diplomático
154. Ruptura de relaciones diplomáticas
155. Retirada de organismos internacionales
156. Negarse a pertenecer a organismos internacionales
157. Expulsión de organizaciones internacionales (la Liga de Naciones expulsó a la URSS tras atacar Finlandia en 1939)

MÉTODOS DE INTERVENCIÓN NO VIOLENTA
Intervención psicológica
158. Autoexposición a los elementos
159. Ayuno:
a) Ayuno de presión moral (San Patricio para un trato mejor a los esclavos)
b) Huelga de hambre (incluso llegando a la muerte)
c) Ayuno satyagrah (Gandhi, llegar a la autoconsciencia a través del sacrificio)
160. Juicio inverso (los defensores piden cuentas a fiscales y autoridades)
161. Acoso no violento

Intervención física
162. Ocupación con sentada
163. Ocupación de pie
164. Entrar en medios de transporte público
165. Adentrarse en el agua (por ejemplo, en una playa)
166. Dar vueltas en grupo
167. Ocupación rezando
168. Incursión no violenta
169. Incursiones aéreas no violentas (p. ej., lanzando octavillas)
170. Invasión no violenta
171. Interposición no violenta (con el cuerpo)
172. Obstrucción no violenta (usando el cuerpo como barrera física)
173. Ocupación no violenta

Intervención social
174. Establecimiento de nuevas pautas sociales (mezcla social saltándose las barreras)
175. Sobrecarga de instalaciones
176. Enlentecimiento de negocios legales
177. Entrar en un lugar hablando
178. Representación teatral tipo guerrilla
179. Instituciones sociales alternativas
180. Sistema de comunicación alternativo (p. ej., periódicos alternativos)

Intervención económica
181. Huelga inversa (acudir a trabajar)
182. Encierro en el lugar de trabajo
183. Apropiación no violenta de terrenos
184. Quebrantamiento de bloqueos (Berlín durante la guerra fría)
185. Falsificación con fines políticos
186. Comprar recursos para impedir que otros accedan a ellos
187. Aprehensión de bienes
188. Dumping (venta deliberada por debajo del precio de coste)
189. Compra selectiva
190. Mercados alternativos
191. Medios de transporte alternativos
192. Instituciones económicas alternativas

Intervención política
193. Sobrecarga de los sistemas administrativos (exceso de cumplimiento de la legalidad por parte de los ciudadanos en protesta por la intervención de EE.UU. en Vietnam)
194. Divulgación de la identidad de agentes secretos
195. Búsqueda activa de encarcelamiento
196. Desobediencia civil a leyes "neutras"
197. Trabajo sin colaboración
198. Doble soberanía y gobierno paralelo (Irlanda, 1919)

Escoge la que prefieras. Manifiestate y hazte escuchar.


Leo la cartelera de anuncios de mi edificio con cierto aburrimiento. Solo encuentro las habituales noticias sobre reparaciones, pagos y otras informaciones de interés social. Pero entre los papeles mal colocados y los anuncios amarillentos, distingo un borrego rojo mal recortado. No puedo evitar sonreír y me pregunto si la próxima vez mi pequeño grito de libertad será tan efectivo. Quién sabe, probablemente sí.

C'est la vie.

miércoles, 29 de enero de 2014

De la cámara al sueño: ¿Te has preguntado por qué fotografías?





Me llevó media vida llamarme fotógrafo. Me parecía irrespetuoso hacerlo: Después de todo, mi experiencia fotográfica era personal, emocional y privada. Lo que sabía, lo había aprendido a golpes de esfuerzo y después, procurandome la mejor educación que pude obtener en un país donde la fotografía continúa siendo una especie de hobbie elitesco. Me encantaba fotografiar, lo hacia a toda hora, mi relación con mis imágenes era tortuosa, profunda y dolorosa. Pero ¿Eso me hace fotógrafo? ¿Eso me permite llevar el nombre con toda responsabilidad? Como dije, no lo creí por un buen tiempo. Al final, lo hice más por respeto a mi trabajo que por cualquier otra cosa.

El primer fotógrafo de verdad que conocí - o así lo pensé a mis tiernos ocho años - me dio también el mejor consejo sobre fotografía que nadie me ha dado. Era un anciano desdentado que tomaba instantáneas Polaroid en la Plaza Bolivar de Caracas. Cuando me obsequió una fotografía, me dedicó un guiño amable que nunca olvidé.

- Un fotógrafo siempre está mirando - dijo - eso lo hace fotógrafo.

La frase me la llevé a todas partes en los años siguientes. La recordé cuando comencé a fotografiar, con una vieja cámara Kodak que se convirtió en mi manera de hablar. La atesoré cuando miré mis primeras fotografías, borrosas y anónimas, pero mías, parte de mi mente. Me obsesionó cuando hice mi primer autorretrato, temblando de miedo y de algo parecido a una expectativa torpe y profundamente intima. Porque fotografiar para mi es un acto de valor, simbólico, ritualista y agónico. ¿Eso es fotografiar? me pregunté muchas veces, cámara en mano, confusa y preocupada. Solo soy una persona que toma fotografías, que necesita hacerlo porque la imagen es su otro idioma, el más visceral, el más exacto, el reflejo de una parte de mi mente que de otra manera, me resultaría por completo desconocida. ¿Eso es ser fotógrafo?

La primera vez que me hice la pregunta - en tono preocupado - fue cuando conocí a un fotógrafo profesional. O así se hacia llamar. Tenía una cámara enorme, con un lente de considerable envergadura también y miró mi pequeña cámara de rollo con una conmiseración que me hirió de una manera que aún recuerdo. Ambos pertenecíamos a un pequeño grupo de amateurs que recorrían Caracas cámara en mano y a la sazón, yo era la más joven - y única mujer - del grupo.

- Eso es una antigüedad - comentó. Intento sonar paternalista, incluso - pero está bien para ti, porque no te lo estás tomando en serio ¿No?

Recordé mis noches de insomnio fotografiando. Mis lágrimas mirando mis fotografías. Mi obsesión por la imagen, que me acompañaba a toda hora y a todo lugar. Esa sensación abrasadora y quemante de crear y construir mi propio lenguaje a través de lo que miro. De observar a toda hora, de contemplar el mundo en pequeñas construcciones ideales. ¿Me lo tomo en serio? Apreté la cámara entre las manos para no arrojarsela a la cara y traté de conservar la calma.

- No lo sé - respondí al cabo - creo que tenemos diferentes percepciones de la fotografía.

- La fotografía es una sola cosa: la mejor imagen que puedas lograr. Y eso te lo brinda una gran cámara - me contestó el fotógrafo profesional y se fue, dejándome incómoda y furiosa, pero sobre todo confusa, sin saber muy bien el motivo. Después de eso, la pequeña reunión de entusiastas perdió brillo y lustre. ¿Que sentido tenía estas pequeñas tertulias entre apasionados por la imagen si parecíamos contradecirnos en el planteamiento esencial? A mi alrededor todos parecían obsesionados con los equipos que sostenían y no las imágenes que producían. Me encontré preguntándome si alguna vez podría rebasar esa idea emocional sobre el arte y ser mucho más pragmática. Realista, le llaman. No volví a reunirme con ellos de nuevo.

No tenía a nadie a quien preguntarle sobre el tema. Después de todo, tenía solo diesiseis años, una cámara barata, muchos rollos revelados, un montón de fotografías escondidas entre mis libros favoritos y un deseo insuperable y profundamente caótico por documentar mi vida y lo que me rodeaba. Por hablar en imágenes. Esta bien, no soy fotógrafo, me dije finalmente, agotada de cuestionarme largamente y por meses sobre un tema sin resolución. Entonces, ¿Qué soy? ¿Que significa este amor enorme y radiante por la fotografía?

No lo sabía. Recuerdo que intenté no obsesionarme con la idea, pero a veces es inevitable enfrentarse a esas pequeñas batallas personales a diario. Sobre todo porque la fotografía es una parte de mi misma ajena a cualquier explicación. Es una necesidad instintiva de reconstruir el mundo que miro a través de símbolos personales. La fotografía llena todos los ámbitos de mi vida, le brinda sentido a una serie de ideas dispares. Me permitió mirarme de una manera tan objetiva como definitiva. Me brindó un nombre y una motivación.

Pero seguía sin llamarme fotógrafa.

Más allá del lente: el mundo de la lucha por la imagen y una definición. 

La primera vez que recibí una clase formal de fotografía tenía 27 años. Estaba tan nerviosa como puede estarlo cualquiera que logra alcanzar un sueño largamente acariciado. Tenía fotografiando desde los once años pero de alguna manera, tenía la sensación que había algo brumoso y elemental en mi pequeña historia detrás de la cámara. La realidad, la concisa, comenzaba allí, en esa pequeña aula de clases. Para mi sorpresa - y después mi alivio - la cosa no era tan sencilla.

- Hablemos sobre por qué fotografiamos - dijo un inspirado Luis Roberto Lipavsky ese primer día de clases. Me asombró la seriedad de su tono y además, la manera como hizo la pregunta. De pie en la mitad del salón, dedicó una mirada silenciosa al grupo que le escuchábamos un poco sorprendidos. Al menos, yo lo estaba - Una buena fotografía comienza aquí.

Y al decir aquello,  no señaló la modernísima cámara que se encontraba en su escritorio. Señaló sus ojos. Me sobresalté, porque recordé, con una nitidez casi conmovedora, al viejo fotógrafo de la Plaza Bolivar de Caracas, con su cámara Polaroid entre las manos. Un fotógrafo siempre está mirando, había dicho. Eso lo hace serlo. Sentí un estremecimiento de placer, algo parecido a reconocer mis ideas en algo más amplio, más conceptual, mucho más cercano a esa visión de la imagen como documento y expresión creativa. Ese primer día de clase fue un despertar, una manera de recomponer mis ideas y de comprenderlas con mayor claridad.

Unos meses más tarde, decidí llevar a cabo mi primer proyecto fotográfico, más allá de mis autorretratos y mi obsesión por coleccionar pequeños momentos. Intentaría expresar toda la angustia y la desazón que me provocaba mi extraña relación con mi madre a través de fotografías. Todo un paso, si tomamos en cuenta que durante casi toda mi vida, mis fotografías eran documentos auto referenciales que parecían formar parte de una idea mitología personal muy definida. Este proyecto también lo era por supuesto, pero había algo más, mucho más profundo, mucho más elemental: en esta ocasión lo haría mirando a través del lente a alguien más, construyendo mi propios códigos - o tratando de hacerlo - a través de la experiencia ajena. La mera idea me aterrorizó. Pasé noches enteras preguntándome como lo lograría, de qué manera lograría hilvanar esa idea elemental que siempre me hizo fotografiar - desear expresar mis ideas más profundas - con esa otra de mirar el mundo e interpretarlo. Tenía miedo de no poder lograrlo. Miedo de encontrarme torpe y limitada para contar una historia que no era mía pero que deseaba expresar a través de mi lente. ¿Podría hacerlo? ¿Era posible un híbrido entre ambas cosas? ¿Podría tener la suficiente sensibilidad para comprender la historia de otro y construirla con mis imágenes? Me preocupaba no saber cual era la respuesta a esas preguntas.

Además, no era fotógrafa.

¿O sí?

Durante casi dos años, fotografié a Madres e Hijas. Me obsesioné con ellas, las contemplé entre asombrada, aturdida y emocionada. Las vi gritarse una a la otra, llorar juntas. Las vi tomarse de la mano en silencio, en medio del dolor de una sala de quimioterapia. Las vi reír a pleno sol, corriendo por la hierba fresca de una Caracas desconocida. Me senté en la sala de la casa del barrio, con las rodillas temblandome de miedo, para escuchar la historia de una madre huérfana. Lloramos juntas. Me permitió fotografiarla. Fui de un lado a otro, fotografiando, fotografiando, fotografiando. Miré con tanta atención el mundo que de pronto brotó algo más,  una idea diáfana. Algo tan claro como inmenso. La imagen era capaz de abarcarlo todo, de crear una conversación fugaz pero indeleble, entre dos espíritus. Y lo comprendí, asomándome al mundo de otro a través de mi cámara. Sosteniéndola con los dedos temblorosos, con el corazón lleno de angustia y de pasión. La cámara habló a través de mi y de pronto, escucharla se hizo más sencillo, más cercano. Más real.

No le mostré a nadie mis fotografías de Madres e hijas. Solo a un buen amigo, que las miró todas con ojos muy abiertos, un poco asombrado de esa otra tónica en mi forma de fotografiar. Me tomó de la mano con calidez.

- ¿Que vas a hacer con todas estas Evas silenciosas? - preguntó. Me encogí de hombros. Realmente no lo sabia. Miré el retrato de una mujer silenciosa, con una sonrisa amable pero rota. Había perdido a su hija y la fotografié junto a su tumba. Le obsequié la fotografía. La colocó junto a su cama y me dijo que de vez en cuando, despertaba para mirarla con una sonrisa. Que amargo y angustioso. ¿Eso podría pertenecer a alguien más que a mi misma?

- No lo sé.

Caminé por Caracas, cámara en mano. Ya con treinta años, miras a tu ciudad de una forma muy distinta a cuando eres una niña, cuando le perdonas todo, cuando la miras a través de pequeños filamentos y excusas. La fotografié por las esquinas, en la basura, en las rejas, en las calles rotas. La recordé pequeña, diminuta, esencial. La Caracas que soy yo misma. Cuando le conté a Nelsón Garrido, con quien tomaba clases por la época, me dedicó una de sus raras miradas torcidas.

- Somos lo que fotografíamos, como expresión de lo que miras y cómo lo miras - explicó. Nos encontrábamos en el enorme comedor de la Escuela de fotografía que fundó en Caracas y que intenta darle una vuelta de tuerca a esa visión clasista y exclusiva de la imagen. Me gustaba estar allí, con sus paredes cubiertas de extraños iconos de cultura local, su bullicio extravagante y sobre todo por el profesor Garrido, un hombre que comprende la fotografía como un concepto único, más allá de cualquier otro elemento formal - eres tu propio concepto, tu manera de construir la imagen. La gran herramienta de la fotografía es la mente que se educa, la curiosidad que se afila, la necesidad de expresar ideas. Cualquier otra cosa es accesoria.

Recordé lo que decía Roland Barthes “Lo que la Fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: la Fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente." El documento, el mundo que se reconstruye para crear un momento único. La anécdota que se sustrae como valor elemental. Y la esencia de la fotografía que lo cobija. Sin duda, lo esencia y valioso de una imagen, lo que otorga una razón para elaborar un pensamiento, incluso quizás una reflexión.


En la Escuela del profesor Garrido, la máxima aspiración parecía construir un discurso visual. Tan original y poderoso que trascendiera ese límite de lo cotidiano. Una idea que parecía construirse día a día, en esa escuela suya tan poco tradicional, cubierta de ideas de pared a pared, entre los salones enormes repletos de fotografías e ideas transgresoras. Me encantó pensar en la idea fotográfica como fruto de algo más profundo, afilado. Y fue ese concepto el que me llevé a todas partes, el que me permitió elaborar otra idea sobre la fotografía basada en mi necesidad para crear documentos personales sobre la realidad. Porque, por eso fotografiamos ¿No es así? Por ese motivo levantamos la cámara y hacemos el click definitivo.

¿Por eso nos llamamos fotógrafos?

El día que fotografié a Maria Belén, paciente de cáncer de Mama, lloré muchísimo. A escondidas, con las manos temblandome de miedo. ¿Quien era yo para transgredir su intimidad? ¿Quién era yo para invadir su angustia, ese sentimiento de vulnerabilidad que cualquier padecimiento de salud trae consigo? ¿Que derecho tenía yo para hacerlo? Pero sonreí cuando le tomé de la mano y le aseguré le tomaría la mejor fotografía posible, que haría mi mejor y mayor esfuerzo porque la imagen expresara su espíritu y su valor. María Belén me miro, con esa sonrisa suya, entre cómplice e inocente y me dedicó un guiño amable.

- Confío en ti, eres la fotógrafa.

¿Lo soy? Me dije de pie, delante de ella, con la cámara en la mano. Pensé en la trascendencia de ese momento, en el valor de captar el mundo de alguien más, de honrar su confianza, de construir un mensaje a través de su cuerpo de su rostro. En un momento que pareció hacerse eterno, comprendí que la imagen es más allá de cualquier consideración, un documento de la realidad, una expresión del yo que se eleva y se comparte, se enlaza con una idea tan profunda como exquisita. Una conversación entre dos silencios, un espacio de luz y sombra rebosante de significado y valor.

Y de pronto, las piezas en mi mente parecieron encajar. Encontré, más que un por qué, una visión de la sustancia misma de lo que me hace fotografiar y el hecho que mi concepto de la fotografía trasciende la cámara que sostengo y la visión mínima de lo que asumo es parte de mi lenguaje. Hay algo más, relacionada con el sentimiento, el valor del yo, la identidad que trasciende, el valor de la imagen como parte de esa gran vivencia espiritual que todo arte conlleva consigo. Incluso hay más aún, una búsqueda de respuestas, de cuestionarte, de mirarte a ti mismo y a quienes te rodean en el espejo de la imagen, en la simple identidad del creador y esa mínima empatia de quien expresa ideas emocionales con una mera expresión de su propia espiritualidad.

Miro mi pared, cubierta de fotografías. Mi historia contada en base a imágenes. Las primeras, borrosas y simples, las más recientes, el rostro de una idea que subyace bajo muchas otras y sonrío. Con esta sensación de comprender el tiempo que vive a través de mis ideas visuales, el poder de construir un visión del mundo tan poderosa como personal. Y siento este poder - privilegio - de mirar el mundo no como una manera de comprender ( me ) sino como un vehículo para crear. Una forma de soñar.

C'est la vie.







martes, 28 de enero de 2014

Prófugo del gentilicio: Anatomia de una emigración forzada.





Hace un par de años, emigrar era una decisión que se tomaba de manera muy meditada. A mi amiga K. le llevó casi una década recorrer el tortuoso camino del visado, de encontrar un lugar donde vivir, de enviar curriculums y estudiar ofertas de trabajo más allá de las fronteras patrias. Sólo entonces emigro. E incluso a pesar de todo, fue duro: aún continúa adaptándose, luchando con la sensación de no pertenecer realmente a ningún lugar, de extrañar la cultura donde creció a la vez que intenta familiarizarse con la que la adoptó. Todo un proceso que probablemente le lleve unos cuantos años más y que ella transita con una buena dosis de esperanza y voluntad.

Pero, actualmente, el Venezolano que decide  emigrar no tiene la oportunidad de tomarse las cosas con tanta calma, de preparar el terreno de la mejor manera posible, de lidiar con cierta paciencia y lentitud con todos los pequeños obstáculos que con toda probabilidad encontrará en el camino. El nuevo emigrante Venezolano, huye y asume el riesgo enorme de arrojarse al vacío. El nuevo emigrante Venezolano lo hace por miedo, antes que por cualquier otra razón. El nuevo emigrante Venezolano quema las naves para no tener la opción de un regreso forzado. En suma, el nuevo emigrante escapa de una guerra silente, urbana y anónima. Escapa quizás del gentilicio y de este país donde la visión de futuro se convirtió en incertidumbre. Una sociedad rota, que erosiona las bases de cualquier expectativa y que utiliza la desesperanza como arma.

Hablar del tema, por tanto, no es sencillo. Es duro, doloroso, abrumador. Sentados juntos en la pequeña sala de mi apartamento, el grupo que reuní para debatir al respecto tiene un aspecto desolado. Una pareja que toma el avión de la huida en dos semanas, un amigo que tomó la decisión luego de la última devaluación monetaria, una amiga que aún lo medita. Y yo, que todavía me debato entre una visión pragmática de mi vida actual y de lo que deseo para mi futuro. Un pequeño grupo de exiliados intelectuales en un país que los obliga a tomar una determinación basada en el temor más que en cualquier otra razón.

- No lo puedo negar, siempre supe que tarde o temprano emigraría - empieza mi amiga T., casada hace dos años con M., que le toma de la mano en un gesto cariñoso - pero aún así, no creí que sería así.

- ¿Así como? - pregunto. Ella parpadea, con una expresión de profundo abatimiento.

- A la carrera, huyendo - explica - todo es temor, cuando entiendes que no puedes vivir en tu país y que debes encontrar otro lugar donde sobrevivir. Las opciones se te multiplican, la decisión se toma en base a todas las hipótesis. Porque nada es seguro, porque todo implica abandonar lo que hasta ahora tuviste y empezar de cero, en algún otro lugar donde deberás enfrentarte no solo a los mismo que aquí te presiona sino además, a solas.

Silencio. Una especie de escalofrío invisible nos recorre a todos. Estamos recordando quizás, todas esas pequeñas historias de horror que conocemos: la del amigo que emigró y tuvo que regresar con los bolsillos vacíos a padecer una segunda tragedia, esta vez la de encontrarte a mitad de la tierra árida de empezar de nuevo, pero en tu país, con la humillación a cuestas.

- Además, está el hecho que emigrar en estas condiciones, con temor, te hace olvidar toda una serie de pequeñas cosas que antes parecían importantes. Ya no parece tan necesario ejercer tu profesión o al menos algo relacionado con lo que siempre has hecho para vivir. Harás lo que sea para continuar  - comenta M. en voz baja. Antes de esta reunión, me comentó que ambos emigrarán a Chile, en una especie de peregrinación descuidada. Vivirán mientras puedan en casa de unos amigos y tratarán de trabajar en "lo que puedan", lo que abre un amplio espectro de posibilidades. Ambos son profesionales ( ella publicista, él economista ) pero sus opciones no incluyen trabajar - a mediano plazo - en sus respectivas áreas. Ambos están bastante conscientes que comenzar otra vez implica simplemente vivir al día, quizás.

Pienso en esa preocupante visión de lo inmediato que de pronto, parece tan común en todos los Venezolanos. Ya no parece tan importante construir un plan viable para subsistir más allá de nuestras fronteras, para comenzar con buen pie la durísima travesía de convertirte en ciudadano de otro país. Todo parece quedarse a medias, sin completar. La idea del emigrante se transforma en urgencia, en una necesidad sin pulir ni meditar demasiado. El propósito de una nueva experiencia fuera del país natal se convierte en mera supervivencia.

- ¿Como puede ser de otra manera en Venezuela? Quedarte en este país te deja sin ninguna opción, de manera que sí, es una cuestión de supervivencia - comenta K., desempleado desde hace dos meses y que tomó la decisión de viajar a Europa gracias a su pasaporte Europeo. No tiene claro de qué hará exactamente en el país en el escogió refugiarse - la República Checa que vio nacer a sus abuelos -, ni tampoco como sobrevivirá la difícil transición, solo sabe que continuar en Venezuela ya no es una opción. Cuando le pregunto si no le parece que es ilógico viajar a un nuevo país solo para sufrir en tierras extrañas lo que padece en la propia, me dedica una mirada socarrona.

- ¿No es una contradicción, insisto?

- El tema no es como sobreviviré sino que hay la posibilidad pueda pasar de sobrevivir a simplemente comenzar a disfrutar del fruto de mi trabajo - me responde - ¿No lo entiendes? El problema básico de Venezuela es que las opciones se limitan a sobrevivir indefinidamente. Se acabó la idea de conseguir avanzar hacia algún punto con tu trabajo, tu esfuerzo. Eso ya no existe. El problema es basicamente que aquí vas a sobrevivir hasta que no puedas hacerlo y debas, entonces sí, tomar la decisión de irte. Es un camino inevitable, la única posibilidad que tienes de decidir es cuando lo harás.

El pensamiento me produce escalofrios. Mi amiga B., que como yo, todavía no ha tomado la decisión realmente, intercambia conmigo una mirada preocupada.

- Hablas entonces que la emigración es solamente una puerta abierta y que la decisión consiste en saber cuando cruzarla - dice B, casi exasperada. Para ella, la decisión no es sencilla: divorciada y madre de un niño de seis años, además cuida de su madre anciana. Emigrar para ella no se limita a una aventura en solitario sino de una situación familiar precaria y complicada - es posible que sea así, pero tampoco, por ese motivo, voy a irme a otro país a padecer lo que justamente me estoy quejando. Y sí, entiendo las razones - se apresura a decir cuando K. abre la boca para responder - pero no todo es tan sencillo como tomar un morral e irme a otro país a probar que tal me va.

- No, no lo es. Pero prefiero hacerlo que seguir sufriendo a Venezuela - dice de pronto T., con los labios apretados. Esta furiosa pero no con ninguno de nosotros. La furia viene por esa visión de lo inevitable, por el miedo que produce, por la angustia que precede la decisión. Se seca los ojos húmedos con el dorso de la mano - hablamos que no es solo reflexionar sobre un lugar en donde puedas encontrar mejores opciones. En Venezuela todo se reduce a luchar por no perder lo poco que tienes o a intentar que no te maten.

Nada que añadir a eso. De todas las razones que estoy sopesando para huir de Venezuela y su circunstancia, es la inseguridad. Estoy aterrorizada, siempre lo estoy. Me despierto temiendo que pueda esperarme el día, camino por las calles mirando sobre el hombro, temerosa de lo que pueda suceder. Tengo miedo en todas partes y a cualquiera hora. Y no se trata de paranoia, de un transtorno mental que desarrollé por obra y gracia de mis penurias personales. Esta paranoia urbana, tan Venezolana, me la produjo vivir en el tercer país más peligroso del mundo, de escuchar a diario todo tipo de historias de asesinatos, agresiones, muertes y temores. Me lo provocó estar muy conciente que la ley no me protege, que hay otra Venezuela, desconocida, donde mi muerte le brinda "caché" a un asesino adolescente que nació con un arma entre las manos. Esa es la Venezuela donde me hice adulta, y esa es mi razón, para comenzar a sopesar el salto al vacío. Podría soportar la crisis econónica, podía incluso enfrentarme a la exclusión social por mi pensamiento político, pero al miedo que me acompaña a toda hora, que incluso entró en mi casa y en mi vida cotidiana, no puedo. O mejor dicho no puedo.

Todos me escuchan con la cabeza inclinada cuando lo explico. Lo hago con tacto, lo mejor que puedo. Todos somos victimas: a T. la asaltaron en la autopista hace un par de meses: un motorizado le apunto a la cara para arrebatarle el teléfono celular. A su esposo M.  lo golpearon en plena calle por tropezar con un sujeto mal encarado que resultó ser una ex presidiario armado. Crónicas del desastre, pequeñas historias que se entrecruzan para dejarte desnudo y huerfano, a mitad de camino entre la angustia y la amargura, esta sensación sin nombre, de ser un extranjero en el país donde naciste.

- Porque al final todo se resume así - dice K. en voz cansada - ya no eres Venezolano.

La idea me sobresalta. ¡Pero parece tener tanto sentido! pienso en la manera como el gobierno de turno me ignora y me discrimina por exigir probidad, por asumir mis derechos ciudadanos lo mejor que puedo. Me han llamado "apátrida" a mi y a cualquiera que se enfrenta a la Venezuela de pedazos mal engranados que heredamos de un líder hegemónico y retrógrado. Y es que la grieta entre la Venezuela posible, la perdurable y la que es, es cada día más grande, más amplia, más dolorosa. La esperanza se transformó en urgencia, en la necesidad de tomar una decisión que puede significar la diferencia entre reconstruir tu vida o destruirla en medio de los escombros de un país en ruinas.

- Hace unos años habría pensado que era exagerado pensar de esa manera - comenta B. cuando me escucha - te habría insistido que Venezuela es Venezuela, a pesar de la politiqueria, que Venezuela es más que la calle que se enfrenta, que la bandera política. Pero ya no puedo. Venezuela se convirtió en una reflexión borrosa, sin terminar. Venezuela es una serie de despropósitos, es una cultura deformada, es una frontera de un gentilicio que no es mio, que no quiero que lo sea.

- Nos convertimos en apátridas, sin saber como - comenta M. casi con sorna. Pero el sentido es exacto y doloroso. ¿Cuando pasó esto? ¿Cuando dejé de sentirme parte de este gentilicio? Nunca me sentí muy afín con esa identidad dicharachera del Venezolano, de la "rochela" bulliciosa y exagerada, de la música estruendosa. Pero incluso así, Venezuela era mía, Venezuela era yo. Con nuestras diferencias y pequeños temores, pero aún así, este país, me pertenecía. Ya no. Soy una extraña que camina por la calle sintiendose amenaza y cansada, que la sofoca la visión de una nación que no me reconoce como ciudadana. Un amigo decía hace meses que pasó años divorciandose de Venezuela hasta que todo se consumó y solo entonces tomó la decisión de huir. ¿Me está ocurriendo eso también? ¿Atravieso ese intimo y largo proceso de no reconocerme como parte de esta historia en común?

¿Quién soy ahora, entonces? Lo pienso horas más tarde, a solas. Lo hago mirando a esta Caracas que amo y que temo. Lo hago sintiendome ingenua, con una mirada triste y brumosa sobre el futuro. Porque tengo que decidir - antes o después - que es lo que deseo hacer - ¿debo? - para sobrevivir a esta circunstancia, para crear una nueva perspectiva de futuro. Para soñar más allá de la incertidumbre. Una respuesta que resuma este temor perenne, esta sensación de nunca saber muy bien a donde me dirijo y lo que es más doloroso, quién soy ahora que soy una exiliada sin abandonar aún Venezuela.

lunes, 27 de enero de 2014

Una mirada al espejo: ¿Quien es la mujer Venezolana? De la explotada a la abnegada, un juego de palabras.





Hace poco, una amiga me envió al correo electrónico una fotografía de una escultural modelo, sobre la que alguien había dibujado lo que parecía el mapa de una disección forzada: sobre los opulentos pechos, se leía "para conseguir empleo" y en las caderas, se indicaba "para conseguir marido". Lo más sorprendente es que la misma mano había señalado la cabeza de la anónima chica con un circulo de tinta azul y había escrito: "Vacio por remodelaciones". Borré la imagen, furiosa y luego telefoneé a mi amiga, que se rió al otro lado del teléfono al escuchar mi voz.

- Sabia que te ibas a disgustar.
- ¿Tu no lo estás? - pregunté asombrada.
- No, soy otro tipo de mujer.
- Pero te juzgan bajo el mismo estandar.

Silencio. Noté la incomodidad en mi amiga.

- Oye ¿Esto se va a convertir en una de esas conversaciones filosóficas? - preguntó - solo me pareció algo gracioso, el hecho que...

Se calló. Sabia lo que estaba pensando. Durante el último año, se había quejado más de una vez que en la empresa donde trabajaba, le estaban exigiendo una cierta apariencia física. En una ocasión llegó a comentarme que uno de sus compañeros de trabajo le había sugerido "vestirse más sexy" para "causar mejor impresión" en el natural escalafón de trabajo. De manera que aguardé, hasta que finalmente la escuché carraspear la garganta, inquieta, al otro lado del teléfono.

- Pero no siempre es tan grave - insistió. Sacudí la cabeza.
- ¿No?

No respondió. Cuando colgué, me quedé mirando las manos con una extraña sensación de desamparo que no sabía muy bien a que atribuir. ¿Quienes somos las mujeres en este país, en esta cultura, en esta sociedad? ¿A donde nos dirigimos? ¿quienes somos como parte de esta amplia idea sobre la feminidad contaminada con todo tipo de prejuicios?

No tengo respuesta para ninguna de esas preguntas. De vez en cuando, creo que nadie las tiene.

De la moda a la estética: Un trecho. 

Nunca he tenido un cuerpo a la moda, lo que sea que eso pueda significar. Y en un país como el mio, tan obsesionado con la belleza, con una necesidad tan profunda de mirarse en el espejo de la vanidad, eso puede ser incómodo. Incluso un poco grave. Porque soy una mujer normal en el país de las más bellas.

De niña era delgadísima, de rodillas huesudas, pálida, despeinada y huraña. Estudie en un colegio de Monjas, donde solo se admitían niñas, de manera que tuve un acercamiento bastante temprano a la psicología de la mujer Venezolana. Porque la cosa comienza desde casa, por supuesto. Comienza con las niñas que deben ser "lindas y femeninas", llenas de lacitos y pulseras y que tienen al parecer tienen el deber, de excluir a las que no lo son tanto. Hablo de las niñas que no tienen melena sedosa, a la gordita - o como en mi caso, a la muy flaquita -, a la que no se preocupa demasiado por ese aspecto físico necesario que en Venezuela es indispensable. Recuerdo que más de una vez, mis compañeras de clase me preguntaron si no odiaba mis rizos, si no me preocupaba lucir "impecable". ¿Qué podía decir a eso? Mi cabello era rebelde, yo no tenía el más mínimo interés en falditas y lacitos, tampoco en pulseras o los cantantes de moda. Era una niña "aburrida", como me insistió más de una vez una de mis pocas amigas de la época. La palabra me inquietó la primera vez que la escuché.

- Bueno, ya sabes, aburrida. No te ves como las Misses de la Televisión - me explicó cuando se lo pedí - una tiene que ser bella, muy mujer.

- ¿Muy mujer? - le pregunté sobresaltada. La verdad que no entendía nada. Me inquietaba no parecerme a las niñas de la televisión, a ese celebérrimo "Club de los Tigritos", la novela de moda o programas parecidos, con sus mejillas siempre sonrojadas, las uñas de manos impecables, el cabello cortado a la última moda. Me preocupaba la sensación definida de sentirme inadecuada siempre, de preguntarme cada tanto, si era fea o bonita. Uno podría pensar que no tendrían que ser pensamientos que pudieran atormentar a niñas tan pequeñas, pero en Venezuela lo son. Y apenas nos damos cuenta. Porque es normal y culturalmente aceptable, porque en esta Patria de Mujeres muy bellas, la responsabilidad de serlo empieza muy pronto. Claro está, no solo hablamos de la estética, de las niñas de ocho y diez años disfrazadas de pequeñas mujercitas, de las que llevan una feminidad forzada como máscara inmediata. Hablamos de la niña a la que le dejan muy claro que será mamá y madre, la que le recuerdan que la "calle es pa' las putas", que le dicen que deben cuidarse de "los machitos". Hablamos de la cultura que educa a la mujer para temer a que hay más allá de esa mujer ideal que se entrelaza con el mensaje social y el hilo histórico que sujeta. Pero así somos ¿No es así?

- Si, la bonita, la que es simpática y que es decente - me siguió enumerando mi amiga - mi mamá dice que todas debemos ser mujeres "de Bien".

Una rara conversación para un par de niñas de diez años. Pero en Venezuela, no lo es tanto. O quizás en latinoamerica, si miramos la situación con mucha más amplia. ¿O en el mundo quizás? Porque al parecer la cultura tiene ideas muy claras y preciosas sobre quienes debemos ser, de que es lo femenino o que no lo es.  El caso es que en Venezuela, la cultura patriarcal ya no es tan despiadada, ni tampoco golpea tan fuerte. Aún así persiste, claro. En Venezuela el mensaje está claro desde que somos muy pequeñas: Las mujeres son asi o son asao. Son bellas, sin duda. Delgadas, complacientes. O el otro rostro de la célebre "cuaima", de la matrona violenta y celosa. La cultura te premia si lo aceptas y te castiga si lo rechazas. Así son las cosas. Es una idea extraña, si la analizas con detenimiento pero que todos aceptamos por buena, admitimos existe. Ese anonimato de ser parte de la identidad nacional, esa idea tan elemental sobre quien somos, que parece enfrentarse con el quien deseamos ser o mejor dicho, quienes somos en realidad.

De adolescente, mi cuerpo volvió a cambiar y tampoco estuvo a la moda. No tenía ninguna curva, o las tenia en los lugares incorrectos. Eso me aterrorizaba de jovencita. Me producía una enorme ansiedad mi cuerpo chato y un poco desigual. Me miraba en el espejo y me preguntaba por qué no podía ser como mi amiga G., que tenía un escote considerable o incluso P., con sus caderas anchas y llamativas. Yo era del tipo discreto. Ya por entonces, estaba muy obsesionada con la lectura, la escritura y la fotografía. De hecho, casi no hacia otra cosa. Y eso aumentaba esa sensación de no encajar, no estar en esta cultura Venezolana que me miraba de reojo. Después de todo no me iba de "rumba", ni tampoco me echaba "rascas monumentales". Era lectora, aspirante a escritora, fotógrafa por accidente. No sabía cual era el modelo de zapatos de moda, pero si donde comprar el libro más reciente de mi escritor favorito. Y eso, en mi país, es toda una rareza. No es un asunto de sexo ni de feminismo, hablo que Venezuela no es un país cultural, no es un país que se conciba así mismo de manera profunda. ¿Herencia histórica? No lo sé. Supongo que hay mucho de esa herencia histórica de ser una sociedad muy joven, casi superficial.  Mi primera juventud transcurrió en medio de libros abiertos, hojas a medio escribir, instantáneas de todo lo que podía fotografiar. Toda una rareza. Recuerdo que en la Escuela, las monjas  bigotonas que me educaron no tenían idea de qué hacer con mi afinidad por la lectura, mis pequeños hobbies de solitaria, mi negativa constante y firme participar en todas esas actividades de la vida escolar que fomentaban lo social y lo que llamaban "la alegría juvenil". Y por supuesto, mis escasas amigas de la época, sabían que yo no formaba parte - ni lo formaría después - de las "bonitas y cheveres", grupo selecto que parecían reducirse a una escasísima representación de alumnado. Junto con todas las distintas, las gorditas, las bajitas o muy altas, las calladas y las tímidas, formábamos parte de esa fauna del extrarradio social que nadie miraba con mucha atención.


Un pensamiento extraño, porque por incómodo que pueda parecer, no resultaba violento. No había escenas de Bulying americano ni tampoco algun rechazo agresivo. Simplemente no formábamos parte de la "mujer" Venezolana, esa bealdad ideal que comenzaba a formarse desde la adolescencia. Eran tiempo complejos y dolorosos, donde la opinión que tenía sobre ti misma tenía muchísima relación con la portada de la revista, con la actriz en el programa televisivo, con la mujer que no podrías llegar a ser. Recuerdo que me producía una sensación de profunda inquietud saber de manera muy clara que no tendría jamás esa belleza exótica de la Venezolana o que no me interesaban las cosas que debían interesarme. Que mal esta eso, pensaba de vez en cuando.  Y es que la sociedad es cruel y directa, te deja bien claro que es lo que espera de ti: la mujer que gusta, la que llama la atención, la del grupo de las "bonitas y cheveres" ahora en otro nivel. Cuesta asumirlo, claro. Es complicado intentar comprender que elemento de la cultura que te presiona, que te hace avanzar en una dirección muy concreta.

La presión parece estar en todas partes. Viene de los lugares más imprevisibles. De la televisión que solo es un síntoma, de las vitrinas de las tiendas que solo reflejan lo que ocurre en la calle. De la ropa que se viste, que solo responde a lo que la cultura te presiona debes lucir. En todas partes, hay un mensaje, hay una idea clara: "Así debes verte, esta eres tu". ¿Suena exagerado? No lo es tanto, cuando te enfrentas a diario con comentario sobre tu peso y tu aspecto físico, que dejan de formar parte de esa linea de lo privado para formar parte de lo que la sociedad puede criticar en voz alta. No lo es, cuando la mirada de la cultura forma parte de tu autoestima, de ese sobresalto que sientes cuando tu imagen no parece encajar muy bien con esa otra, la general y muy ambigua en que insiste el deber ser. Eres anónima, en medio de una enorme visión de la mujer sin rostro, de la mujer a la que se le cuelgan epítetos para definirla. La explotada, la mami, la rica. No lo es, cuando en el subconsciente colectivo parece insistir en una idea subyacente. ¿Que ocurre si no formas parte de ese gran concepto? ¿donde encajas si no aceptas lo que se supone es parte de tu identidad? Una linea invisible parece dividir la realidad de la visión de la mujer culturalmente aceptable.

De la pechonalidad, la mujer con tetas, la arruga y el botox: El reflejo distorsionado de la mujer actual.


 En una ocasión, una amiga me insistió en que debía se sometería a una cirugía para aumentarse los senos porque "no quedaba de otra". La escuché sin saber que responder a eso.

- Me hablas como si no tuvieras opciones - respondí, intentando ser educada. Ella me fulminó con una mirada casi ofendida.
- Es una manera de aumentarte la autoestima y quererte un poco - dijo.
- ¿Que tiene que ver la autoestima con el tamaño de tus senos? - pregunté.

Me miró con los labios apretados. Vamos, ¿que broma es esta? pareció decir su expresión dura, casi irritada. Vivimos en el mismo país. Vivimos en el país donde el tamaño de tus pechos indica un precio social, un valor fundamental dentro de la sociedad que los admira. Vamos chica, ¿como te haces la desentendida? En Venezuela el tamaño de tus pechos simboliza estatus, simbolizas que estás mucho más cerca de esa visión de la Mujer irrealizable, de la divina, de que gana concursos, de la que colma el sueño nacional. Porque olvídense, amigas, aquí el mayor logro de una mujer no es una licenciatura académica sino hacerse más deseable, más visible, mucho más símbolo que consistencia. ¿Esta eres tu? parecen decir los maniquíes de enormes tetas repartidos a lo largo y ancho de esta Caracas de máscaras y escasez. ¿Te pareces a ella? ¿formas parte de esta concepción de la mujer que todos los días gana nuevos adeptos?

- Tu lo sabes - responde al fin - este es el país que nos tocó vivir.

No tuve nada que responder al respecto. La frase me acompañó por días. Me miré en el espejo, una mujer pálida y joven, y me pregunté cual era mi lugar en medio de esta enorme necesidad de comprender a la feminidad a lo venezolano. La mujer que soy, que no forma parte de esa visión del mundo tan simple. Como tantas otras, como mi profesora de la Universidad que durante años llevó el cabello corto para protestar contra lo que llamaba "la visión elemental del macho vernáculo". O mi amiga L. que nunca se maquillaba para expresar la naturalidad de la belleza. Las mujeres clandestinas, pensé más de una vez. Las que no forman parte de ningún extremo, la que no odia al patriarcado por despecho ni se atiene al ideal de lo ultrafemenino que aplasta por necesidad. ¿Quienes somos? Me pregunté, mirándome desnuda frente al espejo, con mis senos pequeños, mis caderas anchas, mis curvas desiguales. ¿Quién soy más allá de lo que se espera de mi? No quiero casarme, no tener hijos. Quiero ser una eterna estudiante, entregarme a mis pasiones, a mis dilemas intelectuales. ¿Se me considera menos mujer por eso? ¿Lo soy quizás? ¿Quién lo dice? ¿Quién construye la linea rasante? ¿Quien la sustrae y la fuerza?

Un par de semanas después, visité mi amiga en la clínica privada donde se sometió a la mamoplastia. Se le veía pequeña y cansada, envueltas en vendas. Pero sonreía. Me senté a su lado, mirándola con una sensación agria que intenté disimular, pero al parecer sin lograrlo muy bien.

- Ya se me que vas a decir - comentó. Su madre, sentada en una de los muebles de visitantes de la habitación me dedicó una mirada fugaz. Era una mujer hermosa aún, de esas madres abnegadas, de las que proclamaban que no necesitaban un hombre del brazo para sacar adelante a su familia. Y lo había hecho. Me encantaba esa historia familiar: Como costurera, había logrado brindar estudios universitarios no solo a mi amiga sino a su hermano. Otra de las historias de triunfo femenino en nuestro país. De esas abundan. La madre que se sobrepone al abandone y enarbola su maternalidad como una cualidad fiera, primitiva. ¿La otra cara de la mujer Venezolana? Sin duda. Porque aquí no hay terminos medios.

- ¿Que te voy a decir? - pregunté con inocencia.  Tomé un vaso de la mesita de noche cercana y le ayudé a tomar unos sorbos de agua. Intenté no mirar las vendas apretadas, la sonda médica que se clavaba en su piel a la altura del costado - si te estás satisfecha con el resultado, yo no tengo nada que opinar.

Me miró socarrona. Suspiré, un poco incómoda.

- Sí, me preocupa que te hayas sometido a una operación para sentirte mejor contigo misma - admití - pero...

La madre al fondo, carraspeó la garganta. Fue un buen momento para cambiar de tema rápidamente, para despedirme quizás y prometer la visitaría en casa unos días después. Cuando salí, la madre me acompañó. Caminamos juntas por el pasillo. Ella me pareció formidable, maciza, con su vestido de flores y sus sandalias coquetas. Se veía hermosa, un poco cansada, fuerte.

- Yo tampoco quería que se operara - dijo de pronto - pero quería hacerlo. Para sentirse más bonita, por su carrera. En este país no progresas si no te ves bonita.

No supe que responder, otra vez. Porque de hecho ¿Qué se le puede responder a algo semejante? De nuevo, el camino parece ser tortuoso, una serie de preguntas a medio responder. ¿Qué ocurre si no eres parte de esa imagen que todos parecen dar por sentada? ¿Que pasa si directamente no quieres serlo? Probablemente, como yo, estés esforzándote por crear tu propio espacio en esta visión de la Venezolana real, de la Venezolana que se mira así misma con mucha más amabilidad que critica, de la Venezolana más allá del derroche fisico y el sambenito de la más hermosa. La Mujer que se libera de esa atadura histórica de pertenecer, para mirar más allá de los limites de la cultura impone.

La mujer real.

C'est la vie.


domingo, 26 de enero de 2014

La bruja, el caldero y la escoba: Una historia de sueños y magia real.






Coloco la diminuta botellita en la mesa y espero. Mi amiga J. la mira con los ojos muy abiertos y asombrados. Por alguna razón no muy clara, su expresión me recuerda muchísimo a la niña que fue, chillona y divertida. Sonrío, cuando extiende las manos y sostiene el objeto casi en un gesto reverencial.

- Dices entonces que esta botella me protegerá de las pesadillas - pregunta. Y no hay ni un poco de ironía en su voz, solo genuina curiosidad. Le doy merito por eso: La primera vez que vi una botellita de protección de sueños, mi reacción fue un poco más escéptica que la suya.

Desde muy niña, he tenido muchos problemas para dormir. Mi mamá solía contarme que de bebé, lloraba por horas durante la madrugada en una especie de ritmo incomprensible que amenazaba con enloquecerla. De hecho, tengo un par de fotografías instantáneas de mi madre, sosteniéndome en brazos, en algunas de esas noches interminables de llanto. Tiene una expresión de desconcierto que parece resumir bastante bien toda la pequeña escena: El bebé que llora con los puñitos apretados, la joven madre que la sostiene entre brazos sin saber que hacer. Una vez me comentó que cuando le explicó a mi pediatra las noches en blanco que sufría por mi inquietud nocturna, el hombre sonrió con aire paternal.

- Ya se le pasará - dice mi madre le respondió - todos los bebés tienen ritmos de sueño erráticos. En un par de año, ya la niña tendrá el suyo.

Pues no se me pasó ni jamás encontré mi ritmo de sueño. Debido a un padecimiento hormonal crónico, he sufrido desde que recuerdo de ese insomnio pertinaz que ha sido una de las constantes en mi vida. Me recuerdo de niña - unos seis o siete años - sentada en la oscuridad, entre asustada e inquieta, escuchando al resto del mundo dormir. Es una sensación muy extraña, esa, de no poder compartir ese pequeño espacio de tranquilidad ultraterrena que parece tan natural para el resto de las personas que te rodean. Me hacia sentir un poco aislada, eso despertares súbitos para recorrer el pequeño apartamento de mi Madre en silencio, tropezando con muebles y mis propios temores mientras deambulaba de un lado a otro. En casa de mi abuela, la experiencia se hacia aún más incomoda y desconcertante. Más de una vez, las largas sombras de las habitaciones desconocidas, los corredores sumidos en la oscuridad, me hacían acurrucarme de cualquier manera en las esquinas, aguardando que llegara el día. Y allí me encontraba mi abuela, con los ojos muy abiertos, mirando el mundo nocturno con asombro.

Como es natural, a mi familia le preocupaba muchísimo aquel extraño rasgo mio. Mi madre se sentía impaciente y frustrada cuando no lograba hacerme dormir y la mayoría de las veces, terminaba admitiendo que la naturaleza inquieta de mi insomnio la sobrepasaba. ¿Quién podía culparla? Mi abuela, con algunas décadas de paciencia a cuestas, tenía muchos más recursos y los intentaba.  Echando mano a Juegos, lecturas de madrugada y una que otra vez, algún que otro truco de su propia autoria, lograba vencer mi vigilia. En una de esas noches, fue que me habló por primera vez sobre la botellita de protección.

Ya la había visto, claro. Había una muy bella de cristal azul en la cocina de mi abuela y una pequeñita y discreta en la ultra moderna y sofisticada del apartamento de mi madre. Entre ambas, había un remoto parecido, un leve aspecto mágico que siempre me asombraba. En mi imaginación inquieta, las discretas botellitas repletas de hierbas y pequeños objetos brillantes simbolizaban algo extraordinario, misterioso. Cuando se lo comenté a mi abuela, una de esas noches de insomnio, me dedicó una mirada casi picara.

- Hay algo misterioso, sin duda - comentó - pero no sé si tu puedas entenderlo, ahora.

Me desinflé de puro abatimiento. Nos encontrábamos en mi habitación, casi al filo de la medianoche y ambas leíamos algún libro párrafo a párrafo a la luz de la lampara. Golpeé con un puño la sábana, decepcionada.

- Pero...¿Por qué? eso no es justo - me quejé - siempre dices que la Brujería es para todos y que todos podemos comprenderla.

- Sí, pero para hacer una botella de protección necesitas dormir - me explicó muy ufana. No puedo evitar reirme mientras la recuerdo, con su rostro muy serio y la boca apretada en una linea dura, sin duda disimulando su risa estruendosa.

- ¿Dormir? Pero ¿Para qué? - pregunté. Mi abuela suspiró, muy ceremoniosa.

- Una botella de protección está hecha de sueños - explicó. Que bonito me soñó aquello - entre las hierbas, los clavitos de olor y las pequeñas piezas de metal, hay también esa sustancia extraña que forma los sueños que tenemos al descansar. Lo que crea las imágenes y las voces que escuchas al dormir.

- ¿Como los libros? - pregunté. Mi abuela me hizo un guiño.

- Aún más - sentenció. Me quedé boquiabierta. ¿Había algo más mágico que un libro? pensé incrédula. Pero si mi abuela lo decía, tenía que ser cierto. De manera que insistí. Quería saberlo todo sobre la dichosa botellita de protección.

- Pero y si duermo solo un rato ¿No puedo tener una?

- No - contestó mi abuela, cubriendome con las sábanas - necesitas mucho poder de sueños para llenar una botellita completa. Pero no te preocupes. Alguna vez lo harás.

¿Alguna vez? Eso me sonaba muy lejos, pensé con un resoplido. Eso me sonaba a semanas lejanas, a muchos meses de distancia. Y yo quería mi botella de protección ya. La quería en mi mesita de noche para ver el amanecer en ella, para mirar la manera como la luz se enredaba entre las ramitas y lanzaba pequeños destellos. Pero sobre todo, la quería por esa magia misteriosa que mi abuela me había explicado contenía. Un tipo de poder que yo solo pensaba poseían las palabras. ¿Sería verdad eso?

- Oh sí - dijo mi tia E., al día siguiente, mientras la acompañaba en la cocina - solo los sueños le dan poder a una botellita de Protección. Sino, solamente es una botella como otras con hierbas en su interior. Pero los sueños, le dan poder, le brindan belleza.

¡Caramba! ahora si tenía que saber en que consistía aquello. Enfurruñada y furiosa, miré la botella de mi abuela, brillando en la cocina y pensé que era extraordinaria, inquietante. Por supuesto, no era más que una botella tintada de azul donde flotaban hierbas tradicionales, pero para mi, todo ahora tenía un cariz de misterio que me confundía. ¿Como podían los sueños, tan enormes y hermosos, descansar en una botellita tan pequeña? Cuando mi abuela me encontró sacudiendo la botella junto al oido, me miró con severidad.

- No puedes hacer trampa, mi niña - me riñó - son mis sueños, no los tuyos.

Me quitó la botella con un gesto casi severo. La miré, dolida y ansiosa. ¡Yo quería una botella! ¿Cómo podía tenerla?

- Tia, quiero dormir bien - mi tia E. casi se le cae el enorme cucharon de madera en la olla de la sopa cuando me escuchó. Se volvió para mirarme.

- ¿De verdad?

- Sí - admití, con los brazos apretados contra el pecho - haré lo que el médico me indica y eso...pero me tienes que ayudar o Abuela no me dirá como hacer la botellita de protección.

Tia E., me dedicó una curiosa mirada. Muchos años después me diría que contenía las carcajadas de ternura que se le subían a la garganta. Al final, asintió con un gesto ceremonioso.

- Bueno, si es así, te ayudaré. Pero debes hacer un gran esfuerzo ¿Eh? O no servirá.

Hice un gran esfuerzo. Dejé de comer a escondidas los ponquesitos de merengue de prima M., de robar sorbitos de café de la taza de mi abuela, incluso me tomé las medicinas con regularidad, a pesar de su horrible sabor amargo. Finalmente, un par de noches después y mientras mi abuela me leía un libro, bostecé.

- ¿Tienes sueño? - preguntó. Asentí. De hecho, tenía tanto sueño que tenía la sensación todo parpadeaba a mi alrededor. Pero eso no se lo diría a mi abuela. Tenía muchas preguntas que hacerlo. Si podía recordar cuales eran, claro.

- Pero no mucho - le aseguré. Se me escapó otro bostezo - ¿Con así de sueño podemos hacer la botellita de protección? ¿Se puede?

Me acarició las mejillas con sus manos cálidas, que aún olian a galletas de vainilla. Sonreía, cuando salió de la habitación. Cuando regresó, traía una preciosa botella con una extraña forma sinuosa y su delantal de hierbas favorito. Miré maravillada mientras ella colocaba sobre mi mesita de noche las hierbas, los trocitos de metal y pequeños objetos, un tapón de metal y una vela azul marino.

- Una botellita de protección es la manera como una bruja simboliza sus buenos deseos - comentó. Me extendió la botella. La tomé entre las manos. A pesar que era muy bonita, se veía bastante corriente y volví a preguntarme como una botella podía ser mucho más magica que un libro, que las palabras que contenía. Pero al parecer, estaba a punto de saberlo, pensé emocionada. Volví a bostezar - es una forma de construir una idea que está en tu mente, pero conservarás aquí, entre tus manos.

La escuchaba desde muy lejos, con la cabeza pesada y somnolienta. Intenté prestar atención, pero lo cierto era que el olor de las hierbas, lo cómoda de las sábanas y la voz de mi abuela me arrullaban, en una sensación de bienestar que me envolvía como un cálido abrazo. Parpadeando, traté de prestar atención a lo que me decía, pero finalmente y sin que supiera como o cuando me dormí, sosteniendo mi botella.

Lo primero que pensé a la mañana siguiente fue ¡No hice mi botella!. Era un pensamiento triste, luego de esperar aquel momento durante tantos días. Entonces descubrí la botella en la mesa de noche, tan hermosa que me preguntó si era la misma botella de forma sinuosa y simple que había visto antes. ¡Era una botella de protección hermosa! las hierbas danzaban en su interior como impulsadas por vida propia, y pequeñísimos trozos de metal parpadeaban a la luz blanca de la ventaba abierta. Pero además había algo más: el agua parecía coloreada por algún tinte milagroso que la hacia brillar, tornasolada y exquisita. ¡Magia pura!

- Y lo hiciste tu - dijo mi abuela, sonriendo cuando corrí a mostrarsela. Sacudí la cabeza.

- No lo recuerdo - admití. Mi abuela se encogió de hombros.

- La hice yo porque te quedaste dormida para que pudiera llenarse de tus sueños.

¡Eso era magnifico! pensé mirando la botella por horas. Imaginé que en su interior, vivian los castillos y prados radiantes que imaginaba, los bellos parajes que me llenaban mi mente y eso me asombró. Imaginé que cada día se llenarían de muchos más sueños, flotando y brillando a la luz del mundo real. Magia, de la verdadera, me dije, acariciando con un dedo el cristal. De la verdad.



La botella de la Bruja: Entre sueños y polvo de estrellas.

La botella de protección es un antiguo simbolo de poder utilizado en diversas tradiciones paganas Europeas. Consiste en llenar una botella con diversas hierbas aromáticas, agujas y alfileres y de acuerdo a la creencia, atribuirle cualidades como purificar ambientes y brindar sueños tranquilos y benéficos. Si quieres hacer una, necesitarás:

* Romero.
* Albahaca.
* Una taza de vino tinto ( de cualquier marca o cosecha )
* Granos de mostaza.
* Agujas y alfileres.
* Una cinta roja.
* Una vela Azul.
* Una botella de cristal de color y grosor de tu preferencia.

Llena la botella con el vino, e invoca de la siguiente manera:

"Consagro en la fuerza Universal
y en nombre de la Diosa
este vino
Que en el poder de la tierra me protejan del mal, las pesadillas
Todo pensamiento inquieto
Que sea el sueño benéfico el que brille en mi.
esta es mi voluntad, y enraizada en la tierra Madre está
Así sea"

Ahora, introduce las hierbas, los granos de mostaza, agujas y alfileres en la botella. Cierrala bien y ponle alrededor del tapón la cinta roja. Luego, colocaba la vela azul sobre la botella y enciendela. Déjala arder durante toda la noche, en lugar protegido. La cera se derretirá y caerá sobre la botella, sellando la tapa por entero.  Entonces invoca:

"En Nombre de la Diosa sin nombre
Que mis sueños se conserven
y Mi espíritu siempre vuele libre
Así sea"

Puedes colocar tu botella de protección donde quieras, pero procura que sea en un lugar soleado y cerca de una ventana que puedas abrir a diario.


Mi amiga J., me mira con curiosidad, aún sosteniendo la botella que le obsequié. Cuando me llama por mi nombre, comprendo que no es la primera vez que lo hace.

- Disculpa, me quedé pensando en cualquier cosa - me disculpé.
- Tenías...esa mirada - comenta. Sacudo la cabeza, desconcertada.
- ¿Cual?
- Esa mirada que tienes cuando hablas de brujería. Entre brillante y soñadora.

Reí en voz alta, la niña en mi mente sigue sosteniendo su botella de protección con los ojos llenos de asombro. Siento una emoción diminuta y dulce, difícil de describir.

- Es magia - le respondo entonces - la de verdad.

Un pequeño obsequio al mundo real.

C'est la vie.


sábado, 25 de enero de 2014

De la Luna al caldero: El nombre de la bruja y su herencia.




Mi abuela sonrío cuando me extendió la pequeño trozo de tela azul. La sostuve con las manos abiertas, sin moverme. Me pareció que sostenía algo tan raro y valioso que debía cuidarlo de mi natural torpeza.

- Ahora, extiéndelo sobre la madera - me indicó mi abuela. Con dedos temblorosos, le obedecí. La tela azul, tan liviana que parecía flotar, cubrió la pequeña mesa en un susurro. Después coloqué sobre ella un candelabro de hierro con una vela blanca y una diminuta estrella de plata. Lo miré todo con ojos muy abiertos.

Era mi primer altar. Durante meses, me había preparado para construirlo. Pieza a pieza, a la manera tradicional. Mi abuela me acompañó a comprar la mesa de madera que utilizaría, y ella misma cosió el mantel de muselina azul. Tía E. me acompañó a rebuscar entre las cajas de recuerdos familiares hasta encontrar el candelabros, platos de celebración y una pequeña estatuilla de la Diosa que heredé de algún pariente anónimo. Finalmente todo estuvo listo y coloqué la última pieza: un precioso cuenco de cristal, en donde vertí un poco de agua cristalina. Me alejé para mirar el resultado. Con sus velas encendidas lanzando destellos, mi altar tenía un aspecto espléndido.

Miré a mi abuela, que sonrió con cariño. Por supuesto, mi altar no se parecía demasiado al suyo: una esplendida obra de piedra, con velas de cera y miel, una enorme bola de cristal de color azul y piezas de verdadera plata. Pero aún así, el mio, con sus pequeños objetos de hierro forjado y su diminuta daga de metal batido, me seguía pareciendo asombroso. Un año atrás, no habría imaginado tendría uno. Un año atrás, aún no sabría si podría llamarme "Bruja", a la manera de las antiguas, como las mujeres de mi familia. Un privilegio que heredaba entre el asombro e incluso, un poco de inquietud. ¿Quién era una bruja? ¿Solo el hecho de nacer en una familia que practicara la brujería me hacia una?

Nunca conté a nadie de mis dudas y preocupaciones. No sabía como explicarlas en realidad. Durante los rituales, me sentaba junto a mi abuela y observaba su seguridad, la manera como las palabras de las invocaciones tenían en su boca una entonación distinta y hermosa. Me asombraba como tía E. y mi prima M. entonaban cánticos de enorme belleza. O la seguridad como mi bisabuela preparaba viejas recetas familiares que me parecían confusas. Todo eso me hacia pensar constantemente si yo era lo suficiente hábil como aprender siglos de historia, si yo era lo suficientemente sabia como comprenderla y más allá, si era lo suficientemente fuerte como para atesorarla. Sentada en la oscuridad del jardin antipático de mi abuela, sostenía entre los dedos mi pentáculo, preguntándome que se esperaba de mi, que tanto podía dar, cual era mi lugar en ese amplio ciclo de creencias y pensamientos que me incluía casi por accidente. En ocasiones, sentía ganas de llorar de pura angustia. ¿Quién era yo?

Era la chica de once años con el rostro cubierto de pecas, que le gustaba leer y escribir. La alumna respondona que solía ganarse la antipatía de las maestras. También era la hija más pequeña de una familia de mujeres, todas ellas extraordinarias. Era la niña que comenzaba a crecer, que apenas reconocía su cuerpo. Era el espíritu joven y vulnerable que sentía temor y desconcierto hacia toda esa nueva perspectiva que formaba parte de su historia incluso antes que lo supiera. Y también era la bruja, el rostro de una historia muy vieja o así insistía mi abuela, cuando le preguntaba al respecto.

- Pero no he hecho nada para merecerlo - le dije, en una ocasión en que no pude disimular mis pequeñas preocupaciones. Mi abuela me dedicó una mirada larga y callada que me inquietó.

Nos encontrábamos en su biblioteca, mi lugar favorito del mundo. Era una habitación no muy grande, atestada de libros, hojas, pequeños objetos curiosos, fotografías enmarcadas. Siempre pensaba que así debía ser una biblioteca, con sus libros amontonados en mesas y pequeñas repisas y hojas blancas esparcidas por doquier, como esperando que alguna mano las liberase del anonimato y escribiera algo en ellas. Me encanta la sensación de encontrarme segura entre los rostros de las fotografías, entre las estatuillas de Dioses y Diosas que me observaban desde las repisas y paredes. Era como un refugio fuera del tiempo, aislado de la ciudad ruidosa más allá de la casa e incluso, de las voces cotidianas en el corredor que la rodeaba.

- ¿Por qué crees que debes merecer ser una bruja? - preguntó mi abuela. Suspiré.

- Siempre hablas de las mujeres que nos precedieron, las que lucharon para evitar que la historia de la Diosa se olvidase como grandes heroínas - expliqué con vergüenza. Me sentía pequeña, torpe, con mi uniforme de colegio sucio y mis rodillas llenas de raspones. La sensación de no encajar en ninguna parte era más fuerte en ese momento que en cualquier otro - no soy ni fuerte, ni la más lista. Tampoco poderosa, o...

Hasta a mi me sonó un poco ridículo lo que decía. De manera que me callé, sin saber que más añadir. Mi abuela ladeó la cabeza con una de sus sonrisas maliciosas, medio ladeadas. El cabello cobrizo le rozaba los hombros y a la luz de la ventana entreabierta, tenía un brillo muy bello.

- La brujería no es una demostración de fe ni de poder, mi niña - comentó - tampoco lo es formar parte de su historia. La brujería es una manera de crear, de soñar y de construir ideas. Es una visión del mundo que se forma con tu experiencia, con tu manera de ver el mundo. La sabiduría de asumir las lecciones que forman parte de tu vida y crear con ellas algo totalmente nuevo, poderoso y radiante. ¿Y de donde brota ese poder? ¿Lo sabes?

Sacudí la cabeza, confusa. Mi abuela se levantó y se acercó a la ventana que daba al jardin. El sol entraba a raudales entre las rendijas de madera y cuando abrió las hojas por completo, una ráfaga de luz entró a raudales, impregnando todo de un brillo amarillo y espléndido que me hizo parpadear. ¡Que hermoso! Pensé, un poco sorprendida. No era la primera vez que disfrutaba del espectáculo, pero por alguna razón, esa tarde me pareció particularmente hermoso. Sonreí.

- Una bruja aprende del día a día, de todo los errores y de las lecciones cotidianas. De la belleza que la rodea y también, de lo que la hiere y la entristece - dijo mi abuela - no hay nada en el mundo que no tenga una lección que darte, desde la ráfaga de viento más sutil al hombre más ilustrado. Tu paso por el mundo, está lleno de infinitas variaciones de sabiduría y conocimiento. Una bruja es un espiritu educado para comprender cada aprendizaje, para asumir su responsabilidad, para crecer a medida que cada error y cada acierto le brindan una opinión sobre el mundo. El mundo es de quienes lo miran con detenimiento, de quienes asumen el poder de sus manos abiertas, de quienes crean y construyen. Una bruja lo sabe y lo practica a diario.

Sus palabras parecian flotar en esa brillante luz verspertina de una Caracas olvidada. El cielo azul se recortaba sobre la ventaba y más allá, una ciudad plácida, un poco somnolienta en el brillo de la tarde. Recordé mis caminatas en solitario por calles y avenidas. Llevaba siempre mi pequeña cámara Kodak en el morral y fotografiaba todo lo que podía. Me gustaba también escribir, hacer preguntas, soñar. Disfrutaba enormemente imaginar un mundo floreciente a mi alrededor, coloreado con los tonos brillantes de mi imaginación. ¿A eso se refería mi abuela? me pregunté ¿Tan simple era?

Pensé también en mi tia E., que cocinaba mejor que nadie. Era famosa en la familia por sus sazón. Recuerdo los días en me quedaba contemplando ese ritual intimo de convertir los alimentos en algo espléndido, exquisito. Había una atención al detalle, una observación meticulosa que mi tia siempre atribuía al éxito de sus platillos.

- Hay que saber mirar - decía siempre - es el primer paso para construir.

¿Era lo mismo? Recordé los rituales que compartiamos, donde abuela entonaba cánticos que había aprendido décadas atrás pero incluyendo palabras y frases suyas. También lo hacia mi bisabuela y tatarabuela. La brujería crece, se construye día a día. La brujería no es solo una invocación en un viejo libro o la manera como combinas las hierbas. Es algo más poderoso, sustancial. Es una forma de mirar, es las cientos de lecciones que te brinda el cielo abierto y el sonido del viento. La palabra escrita que tropiezas, la imagen que atesoras. La brujería es el árbol que nace, la Tierra que lo sostiene. El poder de crear.

Pensé en esas ideas la noche en que inicié en la brujeria, unos meses después. Mi abuela me abrazó, en medio del círculo de velas, recibiendo en el circulo de la familia y de la historia que compartiamos y sentí el poder de la experiencia que compartíamos, del olor del mar que nos envolvía. Un pequeño tesoro en la memoria.  Lo pensé años después, cuando la adolescencia con todas sus confusiones y contradicciones me dejó abrumada. De pie, a mitad de la niña que había dejado de ser y la mujer joven en que me convertiría, pensé en esa capacidad de construir ideas, de mirarme más allá de mis limitaciones y mis pequeñas angustias. La recordé, ya adulta, enfrentándome a mi misma, al temor del mundo que parecía ondular a mi alrededor, transformarse en algo más en mi experiencia. La bruja que aspiré ser y la bruja en que me convertí, reflejo de un espejo de mil significados. El rostro de una nueva generación de mujeres que creen en el sueño de las ideas.


Mi altar ha crecido. Quizás refleja las creencias de la mujer que soy, con sus velas multicolores, la vieja bola de cristal astillada que conservo con amor, los antiguos candelabros de mi abuela, la figura exquisita de la Diosa de brazos alzados sonriéndome entre el parpadeo del fuego encendido. Y siento la fe, esa convicción de construir y mirarme a través de los que sueño, como una sensación viva que me sobrepasa, me desborda, me envuelve, forma parte de mi pensamientos más íntimos y profundos. La bruja que soy sonríe, con la herencia que atesoro entre las manos. Una palabra amor y creación.

Así sea.