jueves, 26 de junio de 2014

La tragedia Venezolana en cuatro escenas: El abismo del poder por el poder.




La primera escena de la película “El Padrino” define el ritmo y el resto el metraje: Vito Corleone, entre la oscuridad y la sombra de su estudio privado, aguarda. La cabeza medio inclinada, el rostro aparentemente apacible. Sostiene un gatito entre las manos, que acaricia con gentileza. Se le ve tranquilo al Don, quizás porque afuera, se celebra con gran pompa, el Matrimonio de su hija Connie. Y como bien agregaría Mario Puzzo al comentar sobre el libro homónimo “No hay mejor día para un Siciliano que la boda de una hija”. Pero la imagen idílica, oculta lo esencial de una historia que parece contarse a palabras entrecortadas: Frente a él, Bonasera, amigo personal de Don Vito, inclina la cabeza, tenso y angustiado. Los hombros rígidos. Habla sin apenas despegar los labios. Un lamento monocorde que a Don Vito le cuesta escuchar. El temor y la vergüenza abrumándolo. Pero Don Vito espera, con el gatito entre las manos, paciente. Es una de sus cualidades.

— Y me pides eso hoy, en la boda de mi hija — responde por último, luego de escuchar lo que Bonasera tiene que decirle. El hombre lo mira, parpadeando. La piel cetrina pálida y seca. La humillación bordeando la expresión.

— Sí, porque sé que no me lo negarás.

— Hablas de matar a un hombre — insiste — eso es algo muy grave.

— Lo sé — responde Bonasera. Y espera. El Padrino inclina la cabeza. La oscuridad de la habitación se hace dolorosa, sofocante. No obstante, la tensión parece ser una respuesta en si misma. Porque Bonasera lo sabe, nadie tiene que decírselo, que el Padrino lo escuchó y responderá. De una forma u otra, recibirá lo que exigió, entre susurros y lágrimas en los ojos. Justicia.

En el mundo del Padrino, todas las decisiones se toman de esa manera: en medio de exigencias a medio decir, sin testigos, con el poder de Vito Corleone como único limite. Porque en el Mundo de la Mafia todas las decisiones están más allá del bien y del mal. Lo legal y lo moral parecen tener muy poca importancia ante la actuación de la mano de hierro de Vito Corleone, de su retorcida visión del mundo. El Padrino es la única válida y sus ordenes incuestionables.

Ayer Diosdado Cabello, Primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y presidente de la Asamblea Nacional, dedicó buena parte de una alocución pública a cuestionar la conocida carta de Jorge Giordani — publicada en la página web de corte oficialista aporrea.com — ,y dejó claro que en Venezuela, la preservación del poder se encuentra por encima del bien y del mal. Al referirse a las voces que exigen rectificación al Gobierno y sus personeros comentó ¿Acaso la crítica es más importante que la lealtad. La crítica es más importante que el humanismo. La crítica es más importante que el compañerismo? Bueno, yo creo que no”. Y es que para Cabello, la Revolución o mejor dicho, esa ideología abstracta y confusa a la que achaca sostener el discurso político en Venezuela, es mucho más importante que la terrible crisis económica que sufrimos. Mucho más preocupante que la violencia callejera cotidiana, que las cifras cada vez más alarmantes de inflación y escasez. Para Diosdado Cabello, sentado desde la Oscuridad del poder, mirando a cierta distancia la disputa dialéctica provocada no sólo por la carta de Giordani sino por el apoyo del El ex ministro de Educación y ex ministro de Energía Eléctrica Nestor Navarro a lo expresado en ella, no considera importante el propósito de enmienda. Tampoco aceptar la responsabilidad histórica que supone admitir que la corrupción y la política de la impunidad provocó a Venezuela como nación y proyecto. Lo realmente importante, es preservar el llamado “legado de Hugo Chavez” por encima de cualquier realidad pragmática, de cualquier interpretación sobre lo que ocurre en el país como una inmediata consecuencia a los manejos fraudulentos y la ineficacia administrativa. Y es que Diosdado Cabello, sentado a la sombra, observando, sabe, como también lo sabía Vito Corleone, que el poder real — no el de las bases, las discusiones, la intemperancia política — no necesita explicación ni justificación. Existe y se preserva a pesar de cualquier factor y requisito. Es una necesidad inmediata de ese monstruo elemental y primario que llamamos con tanta inocencia, ideología.

De manera que Cabello, deja claro que la Revolución no necesita perfeccionarse. Lo que sí necesita, como cualquier muestra de poder elemental y sobre todo fraudulento — es cohesionarse alrededor de una única idea, de esa llamada memoria “imperecedera” del Líder Carismático muerto. Eso, a pesar que la supuesta herencia histórica del “Gigante” sea cada vez más borrosa e imprecisa. Y es que su heredero, el hijo político designado para llevar adelante un proyecto irrealizable de origen, no las tienes todas consigo al momento de aglutinar esperanzas y lo que es peor, unificar criterios. El error dentro de ese cuidadoso entramado de componendas y estructuras de poder que el chavismo ha levantando durante casi quince años de encontrarse en el poder.

El Hijo torpe:

Fredo Corleone jamás fue el preferido de su Padre, Don Vito. Eso y a pesar que el gran Don siempre fue un hombre de familia y amó a todos sus hijos de la misma manera. Pero Fredo…nunca fue especialmente inteligente. Tampoco habil. Carecía de la salvaje energía de Santino y de la despiadada inteligencia de Michael. Así que Fredo siempre fue considerado un Corleone menor, un joven anónimo en una familia de hombres rudos y violentos. Una ficha poco importante en el tablero del poder, moviéndose de un lado a otro a conveniencia. Porque Fredo jamás representó una opinión a tener en cuenta para su padre ni tampoco, un apoyo confiable para sus hermanos. En el hogar Corleone, donde la verdad siempre parecía moverse bajo la superficie, deslizarse lentamente en una serie de hilos de poder que se movían quizás muy rápidos, Fredo siempre fue una especie de figura a las sombras. Una silueta marginal.

Eso, hasta que llegó a Las Vegas.

Allí, fuera de la Influencia de un padre fuerte y hermanos mucho más dotados intelectualmente para dirigir un pequeño imperio violento, Fredo Corleone brilló. Lo hizo como administrador deficiente e influencia en menos de componendas de poder mucho más complejas que la que nunca supuso. Incluso, comenzó a creer que había sido tratado injustamente durante toda su vida: ¿No era hijo de Don Corleone? ¿No había sufrido también los avatares de la violencia existencia de la familia? Con frecuencia, Fredo recordaría esos minutos que siguieron al atentado contra su padre en una calle de Nueva York. Aterrado, torpe y furioso, había intentando enfrentado a los matones de Sollozzo. Lo intentó de verdad, sacando el arma con manos temblorosas. Pero le traicionó el dolor o eso le gustaba pensar: el arma se le resbaló de las manos y fue incapaz de defender a su padre, que yacia gravemente herido en la calle. Pero no le dejo. Siempre estuvo allí, suele repetirse Fredo con frecuencia, incluso sentado a un lado de la calle, al lado de su padre inconsciente y llorando.

En Venezuela, Hugo Chavez lo fue todo para sus seguidores por quince años. Fue no sólo el lider político indiscutible, sino también el padre del proyecto ideológico que construyó con trozos prestados y mal encajados de otras propuestas. Fue también el único vocero, el símbolo, el hombre fuerte. La ley y la legalidad. Un monarca venido de las urnas electorales pero que disfrutaba de las prebendas del poder omnímodo. Egocéntrico y cada vez más seguro de su influencia absoluta, jamás pensó que tendría que fragmentar su poder, compartirlo. Asi que cuando enfermó, la posibilidad de morir y condenar también a la muerte a su proyecto, lo tomó desprevenido.

Fue entonces cuando Chavez, aterrorizado y confuso, miró a su alrededor en busca de un inmediato sucesor. Todavía no pensaba que iba a morir y de hecho, probablemente estaba convencido que su lucha contra el poder tenía algún elemento épico. Sobreviviría para demostrar que la Revolución era más fuerte que los achaques de la carne. Pero antes de eso, tendría que ocuparse de lo pragmático y lo inmediato: encontrar a quien pudiera sustituirlo, al menos durante los duros meses de lucha contra el cáncer y que no representara un riesgo para su perpetuidad en el poder. Un hombre leal, un hombre quizás, sin ambiciones propias. Un hombre que pudiera ser la hoja en blanco en la que se escribiera un nuevo capítulo de la Revolución, esa que podría enfrentarse incluso a esta eventualidad inesperada de la debilidad física de su ideologo y principal promotor.

Pero, a diferencia de Don Corleone, Hugo Chavez no comprendió que el límite del poder es humano. Y al momento de escoger a un sucesor, no pensó en las habilidades que pudiesen sostener la carga ideológica de un proyecto político basado esencialmente en lo emocional, en una conexión misteriosa y creciente del seguidor con la figura de poder. No pensó en más allá de la eventualidad y escogió, en consecuencia, al hijo menos dotado. Al silencioso, al que menos problemas podría ocasionar. Al manipulable. Y es que el líder carismático, envestido del terror de la realidad física de su muerte y en lucha contra la idea de su propia fragilidad personal, insistió hasta el último momento en mirar el poder como una perpetuación de si mismo, no de su mensaje, sino de su identidad. Escogiendo a Nicolas Maduro como su sucesor, Hugo Chavez dejó claro que en su Revolución, el poder lleva su impronta.

Pero incluso el mito, no pudo sobrevivirse así mismo. A su muerte, Nicolás Maduro, torpe, poco preparado para asumir un papel en la historia que le sobrepasó, se encontró que la principal exigencia era ser el testaferro de un legado histórico y político que no puede abarcar. No con su discurso dogmático y poco emocional. No con su necesidad de crear situaciones políticas a base de la torpeza y la presión de un poder cada vez más disminuido. No a base de decisiones basadas en un legado ideológico que sigue sin comprender. Y es que Maduro, no duda en admitirlo: Más que un político y un hombre que intenta llevar las riendas de un país con cierta habilidad y responsabilidad, es el hijo de Chavez. Es el hombre designado para llenar un lugar histórico que le viene grande y una figura deslucida que trata de usufructar — cuando puede y siempre que puede — la memoria de un criatura mediática que nació de la oportunidad y de la astucia política y que no puede imitar, aunque lo intenta. Y es que probablemente la mayor tragedia de Maduro sea ser el hijo de Chavez menos dotado, el menos capacitado para dirigir un Imperio construido a la medida de su creador.

La gran tragedia: ¿Qué ocurrirá después?

El Padrino Vito Corleone controló el crimen en los bajos fondos de Nueva York por décadas. Lo hizo con mano fuerte y audaz, pero sobre todo con inteligencia. Era respetado y sobre todo temido, por hombres tan peligrosos como él mismo, que sabían que el Don actuaría con violenta rapidez ante cualquier traición. Nadie tenía duda que Don Corleone haría lo que tuviera que hacer para preservar su Imperio privado, la tranquilidad de su pequeño feudo y de su familia. Y lo hizo, de hecho, todas las veces que alguien retó su poder, que se intentó menoscabar ese puño de hierro silencioso que representaba su durísima visión sobre sí mismo y lo que controlaba.

Tal vez por ese motivo, cuando el turco Virgil “El turco” Sollozzo le disparó y casi lo asesinó, el mundo criminal que lideraba, sufrió una importante sacudida. El turco atacó rápido: atacó a Don Corleone y luego se puso bajo la protección de las familias que sabían, querian enfrentar a los Corleone desde hacia unos cuantos años. Hubo nuevas componendas y complicidades, de inmediato el poder se reorganizó. Cuando Santino, furioso pero cauto tomó el poder, las facciones en disputa se replegaron, esperando. Y lo que ocurrió después, fue un necesario reacomodo: una búsqueda de lograr de nuevo ese precario equilibrio entre fuerzas igual de violentas y despiadas. Pero el poder de Don Corleone nunca sería el mismo. Herido y frágil, Don Vito se convirtió en una victima de su propia visión de las relaciones de poder y violencia. Desde la cama de enfermo, comprendió que acababa de perder el principal elemento que sostenía su identidad como Padrino: su cualidad invencible.

Cuando Hugo Chavez enfermó, desató una peligrosa sacudida de la noción de poder que durante quince años imperó en Venezuela. Por década y media el poder tuvo un solo rostro y un único fin: preservar a Chavez como símbolo de la revolución. Y no obstante, con su convalescencia, se demostró que ese proyecto político disparejo y errático, necesitaba de su figura para sobrevivir. O eso fue lo que concluyeron sus herededos políticos una vez que se hizo evidente su decadencia física. Para la Revolución, Chavez era indispensable, pero aún más, era insustituible. ¿Cómo lograr que el sistema ideológico creado a su imagen y semejanza sobreviviera a su debacle física? ¿Cómo lograr que la llamada “Revolución Bolivariana” sobreviviera a su único rostro?

Suele llamarse “el Legado” de Hugo Chavez a toda una serie de visiones políticas, sociales y económicas relacionadas con su pensamiento y actuación como líder único, que se intentan perpetuar aún después de su muerte. Se insiste no sólo a nivel comunicacional, sino en una visión ideológica que tiene mucho de religiosa. Porque ya sea por necesidad política, urgencia coyuntural o devoción ideológica, la Figura de Chavez continúa siendo la única noción que parece unir a quienes heredaron a medias el poder. Y es allí, donde parece existir la mayor presión, el punto de ruptura entre las diferentes visiones del Chavismo — ahora reconvertido en Madurismo — en la búsqueda de la trascendencia política. La auto preservación del poder de un sistema político basado en el carísma de un Lider que continúa siendo la única referencia a tomar en consideración.

Y es entonces cuando la crítica se considera desleal, cuando la insistencia en la rectificación se asume como la más grave de las faltas políticas. Para el Chavismo, la inmediata necesidad es enfrentarse a ese re acomodo interno de fuerzas idénticas que se disputan las cuotas de poder, que necesitan encontrar un punto crítico donde puedan subsistir, sostenerse y crear algo nuevo que sea igualmente elemental. Pero continúan sin lograrlo. A pesar de la insistencia en la defensa del legado, de todas las voces que se atribuyen liderazgo y representatividad, el Chavismo parece enfrentarse al peor enemigo de todos o al menos para una visión política unitaria: la ambición por el poder y el control de los lideres que insisten en sostener la idea “revolucionaria”. La inevitable fragmentación del poder único en cuotas de poder personal.

El último Capítulo: Aún por escribirse.

Michael y Don Corleone disfrutan de una tarde soleada entre el huerto de tomates. El Don escuchó atentamente a su hijo: sus planes son brillantes, crueles y precisos. Cuando el hombre más joven se queda callado, el anciano le apoya la mano en el brazo, casi con cariño. Pero en el gesto hay algo más duro y significativo. Un llamado a la conciencia.

— ¿Estás seguro de todo esto? — pregunta. Michael no lo mira, pero aprieta los labios. El rostro duro y pétreo.

— Debo estarlo de ahora en más.

Ninguno de los dos hombres dice nada en un rato más. Pero el Padrino Corleone, el hombre que controló el crimen en Nueva York, sabe que su lugar en la historia terminó y su hijo, frío y cerebral le sustituye. Y quizás eso sea bueno, se dice, mirando el frondoso huerto de tomatos. Otra visión del poder.

En Venezuela, vivimos una inflexión histórica imprevisible. Las finas lineas de las grietas que dividen al país entre el antes y el ahora son más claras que nunca. Sólo nos queda observar hacia donde conducen, cual es la ruptura histórica que nos espera a no tardar.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente pelicula...magistral el paralelo sutil a esa realidad de la politica venezolana ...Maduro se mantendra hasta q Cabello ( su pistolero mas feroz) termine mordiendole el cuello.

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