sábado, 21 de junio de 2014

Danza en luz: Las brujas que elevaba los brazos al renacimiento.



Despierto, en medio de las sombras tenues del amanecer. El brillo de la noche aún se enreda entre las cortinas de mi habitación, pero reconozco el olor de la primera luz del día. ¿Como no hacerlo? Desde muy niña, me he acostumbrado a esa aroma de tierra que despierta, de cielo que arde, de viento que canta. Y allí está, exquisito y caliente, abriéndose paso en la oscuridad. Un aleteo en forma de pequeños fragmentos de luz que parece llenarlo todo, explotar lentamente en una lenta danza a mi alrededor.

Me levanto de la cama. Las manos me tiemblan cuando me pongo el vestido blanco de mi consagración. Ya me queda pequeño: la joven mujer que fui se transformó en una adulta, con las formas de una adulta, con esa embriagadora sensación de la bruja en que me convertí. Cuando me trenzo el cabello con dedos nerviosos, sonrío. ¿Cuando lo hice por primera vez? ¿Lo recuerdas? Era una niña, pienso. Pequeña y torpe que luchaba con los mechones de cabello rebelde. La hora era la misma, el silencio lleno de suspiros del amanecer.

Y recuerdo más: las puertas del pasillo de la casa  abiertas. La luz, siempre la luz, entrando a raudales. ¡El día más largo del año empezaba a despuntar! ¡Que sensación maravillosa esta! Los brazos abiertos para recibir el sol, para dejarme envolver en su lenta caricia. La niña corre por el pasillo, con el cabello mal trenzado sobre su espalda, el vestido blanco rozándole los tobillos. ¡Hoy es el día del Matrimonio del Sol y la luna!

El jardín de mi abuela resuma en verde, en olor a fresco y a belleza. ¡Vivo, tan vivo! Los pies de la niña se hunden en la tierra húmeda, los dedos en ese viento con olor a montaña que baja muy rápido desde el cielo. ¡El primer Rayo de sol ha nacido! El resplandor palpita en la copa de los árboles, los colorea con lentitud, como saboreando su rica textura. Y la niña, que soy yo, lo mira todo con los ojos muy abiertos. Porque hay magia en esto. Porque el día nace y florece a mi alrededor.

Ah, que recuerdos tan vivos, me digo. Las lágrimas acariciándome las mejillas. ¿Por qué lloro? ¿Quizás por esa imagen tan vívida de mi misma? ¿Por este poder que me llena las venas, la sensación de encontrarme tan viva que la luz se derrama en mi interior como un caudal copioso? No lo sé, me digo cuando tomo mi caldero, entre los brazos. Pero el llanto es bueno, el llanto es celebración. Mis lágrimas son un vinculo directo con esa llanura interminable de mi mente, donde acudo a reír y a cantar en medio del silencio de mi espíritu. Y ahora, es luz. La luz de la renovación. De una llama recién nacida que se abre paso entre mis dedos, entre esta sensación de pureza casi inocente. Y soy yo, en mitad de este pequeño silencio que tiene sabor a luz y a sombra, aguardando el nombre de la belleza, de la confianza y la paz enredado entre los diminutos rayos de sol.

Empieza la luz a latir. Un gran corazón sutil que parece provenir de todos los lugares, incluso de las cosas más pequeñas. Lo hace desde todas partes: desde el Ávila imponente que se levanta en una curva maciza contra el azul interminable de la Caracas que añoro y que aún existe en mis sueños. Lo hace desde cada refracción de luz, de los cientos de reflejos que se multiplican a mi alrededor. Lo hace desde los sonidos de la calle que despierta, de ese lejano eco de la ciudad que comienza  a retomar el curso de su vida cotidiana. Porque nacemos para mirarnos, con confianza y ternura, en cada pequeño detalle de un mundo que nace a la luz en colores, que es creación y magia desde su mismo origen. Agradezco al sol el regalo, allí de pie, con sus dedos invisibles rozandome las mejillas.

Este mágico despertar que anuncia vida.

Cuando enciendo el fuego en mi caldero su olor me sofoca. Tomo una bocanada de aire, sacudo la cabeza. Pero el olor del espliego y la artemisia, me rodean, me abrazan. Tan fuerte, nacido de la Tierra Fértil. Nunca he sido muy buena en esto, pienso. Cuando era niña, siempre temí acercarme el pequeño fuego de Beltane que encendíamos en casa para celebrar. Una pequeña hoguera de exquisito olor ardiendo ante el amanecer. Mi abuela siempre le enterneció mi temor y mi torpeza. Pero jamás dejó de insistirme en que lo intentara. Que venciera al temor y a mi propia prudencia para crear algo más, tan enorme y tan bello que pudiera sustituir al miedo.

- El fuego redime - solía decirme - el fuego purifica. Encuentra el valor del brillo que nace de la Tierra.

La primera vez que encendí las llamas del Solsticio, me quemé la punta de las dedos. Recuerdo el dolor, las lágrimas ardientes de miedo. Pero no retrocedí. Con las manos abiertas senti el calor rugiendo con las palmas, la piel percibiendo su movimiento sinuoso, ese misterio suyo ancestral. Y el miedo se transformó en otra cosa. En una ternura profunda, en una mirada asombrada de ese enigma de la luz y el calor. Como el día que nace, como la linea que resplandece en el borde mismo de la montaña impaciente. Como el fragor del fuego que se alza y danza en la oscuridad que muere, en los últimos fragmentos de la noche.

Arrojo al fuego las hierbas que fecundarán mi visión interior. Las arrojo con esa sensación que cada uno de mis gestos me une con algo muy intimo y antiguo: una historia que empezó con la sonrisa de la luna, con el tiempo de los árboles imperecederos. La danza de la Diosa sin nombre. Espliego para escuchar el mensaje del misterio, del que nace y redime mi nombre, ese vinculo interminable que me une a las brujas que me predcedieron, a cada mujer que celebra su femeninidad. Al nombre que bendice el poder de mi sangre, de mi sonrisa, de mi espiritu libre. Artemisa para que la visión del ojo de mi mente sea pura, poderosa y dura. Y finalmente canela, para proteger mi inocencia, esa necesidad de comprender y hacerme preguntas que me acompaña desde niña. El fuego arde, cada vez más alto, se confunde con la luz del sol que se eleva cada vez más alto.

Y nace el día, nace la promesa, nace el ciclo que de la Tierra y el Sol. Nace y recuerda los nombres de quienes estuvieron antes de mi, y para siempre, atadas por la luna. Mi nombre, que lo conoce el viento. Mi fe que danza en el mar. Mis manos que acarician el fuego. Mis pies que recorren las tierra en busca de paz.

Bailo entonces, con los brazos sobre la cabeza. Sacudiendo la cabeza, con el sabor de mi cabello entre los labios. Bailo entre el humo que se enrosca en mi cuerpo. Bailo contoneandome con el fuego que crepita, con el calor que me recorre, que me purifica. Soy la Bruja, la niña que creció asombrada por el poder de los misterios, la joven mujer que se hizo preguntas y la Dama que mira al cielo, con una sonrisa. Soy la Bruja, que renace con cada rayo de luz, que invoca su nombre y sus sueños. Que conoce el secreto de crear para creer y la posibilidad de construir el futuro a través del amor y el poder de la fe. Soy la Bruja que muere y que nace, a cada momento, con mi nombre entre los dedos, que mira al sol y la Luna con reverencia. Soy hija del viento sin nombre, del Agua que cuenta mi historia, del fuego que me purifica y la Tierra que canta mi canción.

Y el día llega,  con todo su poder, con el color que bulle a mi alrededor, con la vida tomando forma y sentido. Celebro su nacimiento con mi danza, celebro su llegada con mi convicción. Y soy, más que cualquier otra cosa, una niña sorprendida ante la majestuosidad de esta promesa, de la magia primigenia que me recorre, que me brinda el poder de la imaginación. La brisa en mi piel, el sol sobre mi cabeza, la Tierra que me sostiene como una promesa.  Soy la niña que creyó en el poder de las pequeñas maravillas y la bruja que lo recuerda, aquí, en el silencio de esta celebración solitaria, en el olor de su sudor, el calor de la piel. En el fuego brillante que se alza y me rodea. Bailo, a ciegas, la cabeza inclinada hacia atrás, sacudiéndome, la risa que me brota del pecho, el grito de pura satisfacción y felicidad.

En medio del circulo de fuego, recuerdo ese diminuto descubrimiento como si lo acabara de recordar: el poder de crear y creer en un momento de radiante y luminosa paz.

Soy la Bruja que celebra el nacimiento de la luz en sus sueños y su capacidad de crear.

Así sea.

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