sábado, 14 de diciembre de 2013

La Diosa y la creación sagrada: La Bruja que danzaba en las palabras.





Comencé a escribir cuando tenía seis años más o menos. Por supuesto, no hablo que escribía algo digno de leerse o lo suficientemente coherente como para que pudiera comprenderse como literario, pero si, mis primeros párrafos - a mano, con letra enorme, lleno de dibujos - nacieron durante esa infancia borrosa que he llegado a idealizar. Me encantaban las palabras: así, sin más. No me importaba carecieran de sentido o no tuvieran relación entre sí. Me fascinaba era la mera sensación de crearla. Me recuerdo sentada en el gran escritorio de mi Madre, pulido y ordenadísimo, copiando palabras como quien dibuja sueños: en desorden y con esa felicidad de lo absurdo. Apretando el lapiz entre los dedos, esforzandome por crearlas hermosas, por dotarlas de dulzura, por elevarlas de ese silencio de la hoja muda y brindarles significado. Era muy pequeñita para pensar en esos términos, claro está, pero si tenía claro un par de cosas: había algo liberador - magico - en esa deliciosa capacidad de construir ideas, de mirarlas nacer de mi mano hasta sonreírme desde el papel. Una especie de búsqueda de sentido que comenzaba en mi mente y terminaba en la palabra escrita. Me asombraba ese fino vinculo entre nacer y crear, mirar y construir que la palabra me brindaba. Era un pequeño milagro que no terminaba de comprender muy bien.

Tampoco lo comprendí después y probablemente por ese motivo, continúe amando su misterio. A los diez años, ya me escribía mis propios cuentos de Hadas: mis princesas tenían caballos y arcos y nunca esperaban al Principe. De hecho, mis princesas eran brujas que corrían por los bosques riendo, buscando la Luna y se enamoraban de árboles y espiritus de rio y mar. ¡Era tan extraordinario, ese poder de construir mundos! Las palabras eran mis amigas, mi manera de soñar. Jugaba con ellas de la misma manera que otras niñas podrían jugar con muñecas. Las moldeaba a mi manera, a veces sin sentido, otras intentando calzar unas con esfuerzo: pero siempre me sorprendía y me emocionaba lo que nacia de entre mis dedos. Valles y páramos de palabras, Montañas que se alzaban sobre esa quietud de lo que se crea con esfuerzo. Y soñaba, claro, lápiz en manos, en las historias por contar, en las que descubriría después. En las que deseaba conocer a través de mi lápiz y mi deseo de crear.

Por entonces, ya había descubierto que para la brujería, la palabra era simbolo de poder. Me había asombrado leer en los libros de las Sombras de mi abuela, que para las brujas de antaño, la palabra era un vinculo indeleble entre los sueños y el mundo real. Justo lo que yo había descubierto, a solas, pensé, con emoción. Pero había algo más: para las brujas, el poder de la palabra residía en lo que evocaba, creaba, construía, miraba, simbolizaba. Una bruja jamás escribía su nombre ni mostraba a nadie como escribirlo. Una bruja solo escribía los rituales e invocaciones en su libro de las Sombras, nunca más allá. La palabra era de hecho, el secreto camino entre lo divino y lo humano, ese lenguaje de Dioses que parecía residir en la imaginación del hombre. Una huella quizás de algún enigma divino oculto en el espiritu creador.

- Escribir es poderoso - dijo mi tia L., descreída y deslenguada - pero no porque sea mágico, no a la manera como lo entiendes. La magia de la palabra radica en su capacidad para expresar ideas complejas a través de simbolos directos. La mente del hombre construida a partir de palabras. Eso es poder, es una manera de comprender la visión del otro.

Tia L. siempre tenía opiniones muy duras sobre lo que llamaba "mi visión idealizada de las cosas". Tal vez se debía a que su férrea interpretación del mundo, o que para ella, la realidad era mucho más compleja de lo que yo podía verla. No podría decir el motivo, pero el caso era que tia L. siempre insistía en mirar cualquier idea desde una perspectiva directa y muy cruda. Algo muy extraño, viniendo de una artista cuyo mayor talento era interpretar la realidad a través de sus esculturas.

- Pero la palabra tiene un significado que la rebasa - comenté - se hace enorme en su capacidad para crear. La palabra es la sintesis de todo lo que una cultura mira y analiza. Y un escritor, es un atenta escucha de esa cultura, de ese sueño profundamente arraigado en la cultura.

Mi tia sonrío. Nos encontrábamos en su taller, rodeadas de sus mujeres de arcilla. Tia L. estaba obsesionada con la figura de la mujer, con su construcción histórica, con la manera como la visión de la cultura parecía transformarla época con época. Tenía la extraña hipótesis que la sexualidad femenina y la opinión social sobre la estética de la mujer, eran un reflejo de la manera como la sociedad se percibía su propia fragilidad, su elemento más espiritual, por encima de la mecanicista concepción del mundo que brindaba el Patriarcado tradicional. Con catorce años, todas esas ideas me maravillaban, pero les encontraba muy poco sentido. Aún así, me encantaba mirar todas esas mujeres sin rostro que mi nacian de las manos de mi tia, que brotaban de sus dedos como si de sus pensamientos hecho forma y belleza se tratasen.

¿No era eso un poco lo que yo sentía al escribir? medité mirándolas a la luz brumosa de esa tarde de septiembre. Tal vez para tia, sus pequeñas esculturas era una manera de construir lo que consideraba real y verídico, de mostrar lo que habitaba en su mente y espíritu de una manera intima. Regordetas, con los brazos extendidos sobre la cabeza, con los genitales bien visibles y los enormes pechos delineando una silueta casi primitiva, las esculturas de tia tenían mucho de manifiesto y discurso. Quizás, mientras yo me esforzaba por explicar el mundo desmenuzandolo en palabras, Tía L. lo intentaba reconstruyendolo a través de esas pequeñas representaciones de lo consideraba real y venial.

- Es posible - comentó cuando se lo dije. Tomó una de sus pequeñas piezas y la miro detenidamente - la primera vez que quise esculpir era muy joven. Casi tanto como tu quizás. No sabía que quería decir, tampoco porque me obsesionaba la capacidad de hacerlo, pero lo hice. La arcilla tomó la forma que menos pensaba: la de una mujer rolliza. Los grandes pechos, las caderas anchas, me parecían tan significativos de mostrar como el hecho que no tuvieran rostros. Una mujer primitiva que puede ser cualquiera.

Pensé en lo que había leído sobre las palabra mágica. En como la Brujería creaba símbolos de poder a través de las letras. Una manera de concebir, de parir, literalmente una creación artística. Los rituales se copiaban a mano para ser transmitidos y la bruja que lo hacia, tenía el derecho - quizás el deber - de agregar una palabra nueva, de brindar una nueva visión a la energía que se creaba letra a letra. Una idea preciosa y que también parecía tener mucha relación con esa insistencia del artista - en cualquier época - de brindar valor a su trabajo. Recordé lo que había leído sobre la manera como Miguelangel Buonarroti mezclaba las pinturas que utilizaría solo en determinados momentos del mes y como pulía sus esculturas, unicamente con paños bendecidos por viejos rituales desconocidos. ¿Era una forma de brindar mayor poder a la creación o de reconocer que toda creación es mágica?

- De hecho, toda creación fue considerada mágica por muchísimo tiempo - me explicó mi abuela, cuando le expliqué lo que pensaba - La Diosa y la Divinidad fueron durante muchos tiempo atributos espirituales de la capacidad de crear de todo ser humano. Una forma de construir un mito y una visión elemental sobre lo que creemos posible y lo que no lo es. ¿Que podía haber más mágico que contar una historia, cantar, esculpir, pintar? Los artistas eran hijos de los Dioses y sus obras, una manifestación de la Divinidad.

- ¿El arte sagrado? - pregunté fascinada por la idea. Mi abuela me dedicó uno de sus guiños maliciosos.

- Tal vez, aunque no creo que eso agradara a la Iglesia que después se convirtió en protectora de las artes - dijo - hay una visión sobre lo artistico como simbólico y sacramental que brinda a quien la crea la categoría de traductor de lo Divino. Ya lo insistió Robert Graves,  hay muchísimos puntos en común entre diosa y bruja, bruja y poetisa. Para el escritor, la Diosa es la inspiración suprema, la capacidad de creación en estado puro. Probablemente por ese motivo, insiste en la relación poeta-musa y la relación poetisa-musa, intentaremos establecer con qué frecuencia, en los poemas escritos por mujeres, la poetisa se identifica con la bruja, la arpía, el principio de la destrucción. Más allá, para Graves, que fue el primer autor moderno en insistir que la palabra era de hecho Bendita, en su capacidad para evocar belleza, la Diosa era el simbolo de lo creativo en la palabra. El verbo creador.

Recordé uno de los pasajes más extraños de la biblia Católica: el Evangelio Según San Juan. En su primera línea, el libro Sagrado deja muy claro "En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho." ¿Tenía relación con esa primitiva idea del verbo creador - y por tanto sagrado - que mencionaba mi abuela? Era una idea sugerente, pero más allá, eso podría poner en perspectiva la tradicional idea del artista como constructor de un lenguaje divino.

- Si y no - respondió mi abuela - porque esa divinidad que se manifiesta a través de la creación, tiene una relación directa con la visión que construye. Tal vez por ese motivo, el artista es considerado divino por algunas culturas y también transgresor por otras. Lo que se asume como creador es también destructor para otras ideas sobre el símbolo y la metáfora que expresa.


Suspiré. En una ocasión, había leído algo parecido: se insistia que la poesía  para varón manifiesta un principio con "La Belle Dame Sans Merci". En otras palabras, la visión del hombre como parte de lo Natural, pero como observador. La muerte está afuera, en vez que dentro de la conciencia. La creación que observa e interpreta lo que le rodea, pero no involucra lo que asume como personal e intimo. La muerte es la tentadora, la seductora, la musa. Al contrario, Para la poetisa, la muerte está frecuentemente dentro de la conciencia, se identifica frecuentemente dentro de la creatividad poética... un arte peligroso para las mujeres. Y se consideró peligroso desde la perspectiva que brindaba una visión amplia y probablemente durísima, sobre ese yo inquieto y creador femenino. Sin duda, que puede también ser una consecuencia directa de esa percepción de la creatividad de la mujer como elemento disgregador: en una cultura patriarcal que les provee poquísimas imágenes positivas de ellas mismas, poquísimas imágenes positivas de la feminidad, hayan terminado con identificar su propia creatividad (la cosa que las diferencia de las otras personas, de las otras mujeres) con la destructividad.

Mi abuela me miró largamente mientras le explicaba todo aquello. Había una idea coherente que parecía sugerir el poder de la creación simbolizaba ese misterio que rodeaba al mismo hecho de construir ideas, como elementos de la conciencia. Y sin embargo, el mismo planteamiento parecía contradecirse: ¿No es la expresión de mayor identidad humana crear y construir a partir de las puertas abiertas de la imaginación? ¿Era parte de su identidad divina o lo que se suponía podía serlo o parte del sueño creador que aspira a la Divinidad?

- Es un poco de ambas cosas - dijo mi abuela. Tomó una de los Libros de las Sombras de su biblioteca y lo abrió en una página cualquiera. La página, escrita en la letra pequeña e intrigada, llenaba la página, se extendía en todas direcciones como un pequeño diorama. En los bordes, pequeños dibujos a tinta parecían confundirse con las frases a medio escribir, con las lineas abiertas de las letras que se extendían de un lado a otro como ramas de un árbol antiquísimo. Cuando me lo extendió, lo tomé con un gesto casi reverencial - hay un poco de belleza y tragedia en todo lo que creamos. Hay una idea de ternura y poder en todo lo que asumimos como peculiar y poderoso que brinda poder a lo que creamos. ¿Es divino ese sentimiento de comprensión y supremo éxtasis al crear? Seguramente. ¿Es un atributo Sagrado? Depende como lo mires.

Miré la Hoja abierta en el libro de las Sombras. Un ritual conservado por décadas, incluso quizás un siglo: las palabras repetidas una y otra vez, una manera de trascendencia, el nacimiento en el sueño y la construcción de la memoria. Pensé en el taller de tia L., lleno de sus mujeres rebosantes de vitalidad e historia. Un pequeño altar para su visión del Mundo, para su concepción de la realidad.  Me hizo sonreír la idea, a mi abuela también.

Y es que quizás, crear tenga tanto de bendito como de profano, si el término puede aplicarse. Una necesidad de mirarnos en el espejo de lo que hacemos, asumimos como propio e incluso, elaboramos como discurso personal. Pienso estas cosas mientras escribo, plena e impulsiva, con los dedos doloridos de esfuerzo y el mundo en mi mente rebosante de pasión. La Divinidad que soy bajo mis propios términos y la medida del sueño, de lo que deseo crear a través del valor de lo que sueño. Una manera de soñar.

C'est la vie.


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