sábado, 23 de noviembre de 2013

La bruja que bailaba en el mar y otras historias de misterio y dolor: Celebrando la Luna Oscura.





El sueño siempre es muy parecido: corro en la oscuridad y escucho el sonido del mar. Tan cercano, tan exquisito. Lo escucho elevarse, hacerse enorme, casi inquietante. Y de pronto, solo el sonido de las olas al romper en rocas invisibles. Con corazón latiendome muy rápido, corro entre los árboles que apenas puedo ver, me tropiezo, resbalo. Caigo sobre barro oloroso a flores misteriosas. Me levanto de nuevo, entre temblores. Cuando levanto los ojos hacia el cielo, solo hay oscuridad. ¿Donde está la luna? Me pregunto, con los brazos cruzados sobre el pecho. ¿Por qué no está iluminándome?

Entonces siento miedo. Y despierto. Empapada en sudor, con las manos aferradas a las sábanas. Aún así, no es una pesadilla. Solo es un sueño. Sin embargo, hay algo inquietante en las imágenes, en la sensación. Aunque no sepa exactamente que es.

Pocas veces se lo he contado. Tal vez porque solo sean imágenes borrosas, extrañas, superponiéndose unas a otras. Una de las pocas personas a quien se lo dije, opino que tal vez se debía a mi necesidad de encontrar respuestas incluso en las ideas más confusas.

- No lo creo, el sueño no significa nada y aún así, me sobresalta - le expliqué. Me enamoré de F. nada más conocerlo, aunque como a mi sueño, no lo comprendía mucho. Era extraño, callado y sobre todo, inquietante. Había un rasgo suyo que nunca pude explicar, una predilección por el desastre y la angustia que me desconcertaba. En ocasiones pensaba que me había enamorado justo de esa grieta en su cordura, esa visión que tenía de si mismo y del mundo. Un hombre misterioso, le habría llamado mi abuela. A mi me gustaba no saber con cual nombre definirle. Un pequeño misterio cotidiano.

- Todo sueño significa algo - insistió - la mente humana siempre está construyendo ideas, absorbiendo información y expresandola de la manera que puede. Si te inquieta, es que esas imágenes están diciendote algo que no quieres mirar.

Suspiré. Extendí la mano y tomé la suya. Eramos desconocidos, en realidad. Con apenas veinte y tantos años cumplidos yo había tomado el riesgo de comenzar de nuevo mi vida: abandonar mi prometedora como abogada y comenzar a recorrer de nuevo, esta vez en el mundo de la literatura. Ese borde poco auspicioso de una madurez que parecía romperse con facilidad. Y a F. lo había conocido justo el primer día de clases en la Universidad desconocida, sentado al borde del pupitre, mirando a su alrededor con una evidente incomodidad. Después descubriría que simplemente, no soportaba su visión del mundo o más allá, su manera de mirar. Un idea curiosa.

De alguna forma, estábamos juntos. Pero no todo era evidente y amable. El amor tórrido tenía sus pequeños dobleces, sus silencios, sus temores, sus angustias. Y sobre todo, siempre parecía a punto de resquebrajarse. Con F. nada era sencillo: a las peleas a gritos le seguían largos períodos de furia, de lujuria y de un amor tan doloroso como destructor. Muchas veces, junto a él, me pregunté si el amor era algo entre la locura y el desencanto, con exquisitos momentos de simple sutileza. Nunca lo supe. Era muy joven aún, tal vez. Muy inocente e idealista. Y estaba enamorada, claro. Esperaba muchas cosas de ese sentimiento nuevo, que parecía opacar cualquier emoción anterior, crearse así misma. Un renacer extraño, en medio del mundo en blanco - sin estrenar - que comenzaba a recorrer.

En una ocasión, una de nuestras peleas había sido especialmente violenta. A gritos en mitad de una calle concurrida. Y de pronto, hubo un empujón. Algo fluido, espontáneo. Incluso, poco violento. Trastabillé, mirándolo asombrada, como si la violencia fuera algo que no pudiera comprender o que estuviera fuera de mi manera de mirar las cosas. El dolor palpitó un momento en mi hombro y me despertó de esa duermevela del asombro sin norte.  No sentí miedo. Sentí solo una profunda desazón, esa confusa mezcla de tristeza y desesperanza que te invade cuando comprendes que algo está comenzando a romperse, a derrumbarse lentamente en silencio. Lo sabía por supuesto: desde el primer beso codicioso y brusco, las lágrimas y las risas, los gritos y la furia. Siempre la furia. Solo que en esta ocasión comprendí su peso real. Su significado más allá de toda epopeya poética. Recuerdo haber corrido - huido - de él y de mi misma. Corriendo por las calles borrosas de una Caracas a medio recordar. No respondí sus llamadas y me negué a verlo por días. Cuando me tropecé de nuevo con él, en medio  de la Universidad solitaria, lo miré como un desconocido. Porque lo era. Un rostro borroso escondido bajo esa emoción incadescente que parecía unirnos como trozos mal encajados de un mecanismo que nunca llegó a funcionar.

La noche anterior, había tenido el sueño. La carrera a ciegas en el bosque silencioso. El cielo nocturno desnudo, salpicado del resplador púrpura de las estrellas. Las manos extendidas al frente, palpando la oscuridad a ciegas. Entonces decidí contarselo. Decidí escucharme decir en voz alta lo que mi mente intentaba susurrarme. Ese pequeño fragmento de lucidez escondiéndose en medio de una nada sorda.

Tomé un sorbo de café. El tiempo transcurrió muy despacio mientras saboreaba mi propia amargura, sentada frente a él, dejando el tiempo pasar. Cuando lo miré, ambos sonreímos. Sin rencores.

- Entonces, si lo comprendes - preguntó. Me encogi de hombros. Un gesto como de niña. Dejé la taza sobre la mesa. Quise tomar su mano otra vez pero no lo hice. No quería escucharme, no quería perderme de nuevo en esa sensación chirriante tan cercana a la angustia. Tan hermosa que dolía. Quise que el tiempo se detuviera allí mismo, que pudiera olvidar todos los momentos anteriores y solo comprender el presente borroso que compartimos. Ese momento, sin resolución. Sin otro nombre que ahora.

Me levanté sin decir nada, tal vez porque había mucho que decir. Quería haberle dicho que había aprendido que el amor podía ser devorador, duro y elemental. Que lo ideal del sentimiento siempre debe romperse con el olor de la piel, con la naturaleza misteriosa de ese deseo más allá de toda identidad. Quise decirle, a gritos, que la violencia y el dolor, el deseo y la lujuria, se confundían con tanta facilidad que en ocasiones parecian tener el mismo rostro. El suyo. Y sobre todo, quise decirle cuanto lo había querido, lo que había significado para el veneno y el resplandor, el sufrimiento y el éxtasis. Una escena movediza, enorme y espontánea en mi mente. Pero no dije nada. Nunca hubo tanto silencio que cuando caminé por el campus solitario de la Universidad, escuchándome respirar con esfuerzo. Una nada radiante con sabor a inquietud.

Esa noche, sentada en mi habitación, rodeada de velas encendidas, miré el cielo vacío. La luna no estaba allí para cobijarme, para escucharme, para consolarme. Pero incluso en ese silencio extraordinario, en esa infinita ternura de la oscuridad que asombra, había belleza. Y pensé, llorando con los labios apretados, que el dolor tiene pequeños abismos insoldables y el amor rostros desconocidos. Y que yo, en mi ingenuidad, había deseado conocerlos. Ahora me preguntaba si era así.

Un suspiro, en la oscuridad.


La Dama sin rostro:

Durante la fase de la Luna oscura, suelen llevarse a cabo rituales que propicien la fuerza de voluntad, el conocimiento de la energía interior como una dualidad que abarca todas nuestras decisiones y emociones: un equilibrio entre el poder espiritual creativo.  Uno de esos rituales es el siguiente:

Necesitarás:

2 velas blancas.
7 hojas de Laurel.
Un cuenco para quemar.

Disposición:


Coloca las velas a tu izquierda y derecha respectivamente y frente a ti, el cuenco para quemar con las hojas de Laurel en su interior. Ahora cierra los ojos y concéntrate en el ritmo de tu respiración. Toma largas y profundas bocanadas de aire, mientras te relajas. Intenta comprender  la forma como tu cuerpo reacciona a tu voluntad de expulsar toda sensación de cansancio y tensión de tus brazos y piernas, torso y cabeza. Imagina que el aire a tu alrededor se vuelve más cálido, incluso acariciante y toma una tonalidad opalina, palpitante y lleno de una suave luminosidad. Ahora,  abre los ojos y enciende la vela a tu derecha invocando de la siguiente manera:


"Gran Madre de plata,
Tu rostro está oculto hoy
en el velo el tiempo y la oscuridad
sin embargo, el secreto se revela
en mi voluntad de aprender
a través de mi convicción
y el valor de mi determinación"

Ahora encenderemos a nuestra derecha:

"Que el enigma que guarda las sombras
me sea revelado en la luz del conocimiento
Soy hijo de la Luna y el sol
De la danza de las mareas
del Suspiro del amanecer
y la canción del viento antiguo
Que está noche sea mí
el conocimiento de la divina dualidad
Asi sea"



Cierra los ojos de nuevo y concentrate en percibir tu fuerza interior. Imagina escenas de tu vida cotidiana donde puedas comprenderte tu propia mente, símbolos personales que te permitan interpretar tu propia manera de pensar y de soñar.   Visualiza con todo detalle como esa luminosidad vibrante y llena de fuerza, emula con sus destellos el ritmo de tu respiración, los latidos de tu corazón. Ahora, ve como la luz te rodea, envolviéndote lentamente, creando un espiral que se hace más consistente y poderoso a medida que se alza hacia el infinito. Siéntete conectado con la energía de la Tierra y el tiempo que se manifiestan en ti a través del poder de tu mente.

A continuación, abre los ojos y enciende las hojas que has colocado en el interior del cuenco para quemar. Cuando las llamas comiencen a consumir el Laurel, coloca tus manos sobre el fuego, impregnándote del humo que se eleva del fuego ( cuidando de no quemarte ) e invoca de la siguiente manera:

"Soy la voz de la fresca primavera en mi voz
el Conocimiento frutal del verano
La melancólica experiencia del otoño
La fuerza cerval del invierno
Muero y renazco en mi pensamiento y en mi convicción
Así sea"


Disfruta del penetrante olor de las hojas al quemarse, mientras imaginas que el humo se une al espiral de luz que has visualizado momentos antes. Ahora, la luz brilla con toda su fuerza, con toda su espléndida nitidez y el humor danza como pequeños anillos iridiscentes de él. Disfruta de la sensación de paz que te posee y calma tus pensamientos. Siente el intenso placer de encontrar un punto de equilibrio entre tu voz interior y el mundo que se manifiesta más allá de tu mente.

Cuando las hojas se hayan consumido por completo, daremos por finalizado la estructura energética que hemos llevado a cabo. Deja que la velas se consuman para completar el ritual que llevaste a cabo. Come y bebe algo para equilibrar la energía que invocaste.


Corro por la oscuridad. La respiración jadeante. El cuerpo temblandome de miedo y cansancio. Y de pronto, más allá de las sombras, la luz plateada de la luna parpadea. Y en medio del sueño, el alivio tiene el sabor del mar misterioso que no logro encontrar nunca y aun así me consuela, danza en mi mente, se abre en todas direcciones a través de mi imaginación.

Despierto. En la oscuridad sonrío. En medio de la simple tranquilidad que siento después, me dejo caer.

C'est la vie.

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