martes, 20 de agosto de 2013

Delirios e inquietudes: Las preguntas incómodas que me hago sobre Venezuela.





En Venezuela no nos gustan las preguntas. Al menos, no las incómodas, las que interrumpen conversaciones banales, las que congelan la risa. En nuestro país hablamos de mucho y de nada: nos gustan lo rumores, disfrutamos de las banalidad. Somos un país donde la realidad se hace difusa, se confunde entre lo trivial y lo que no lo es. Tal vez se deba a que somos sobrevivientes de la cultura caótica que nos heredó la historia o que simplemente, nuestra sociedad es aún muy niña para mirarse más allá de lo concreto, de lo real. Somos un país adolescente - eso siempre lo sostendré - pero también somos una nación que intenta construir su identidad a partes desiguales, en trozos robados y medio rotos de perspectivas muy viejas o ya inutiles. Venezuela es un país en eterna construcción.

De manera que, como comentaba, no nos hacemos muchas preguntas. Así que decidí hacerme algunas en voz alta, unas muy incómodas, para analizar las respuestas y quizás, intentar comprender al gentilicio, al que llevo con dolor y en ocasiones con preocupación, a través del cuestionamiento. Porque Venezuela necesita quien la quiera, eso es indudable, pero también quien la corrija, que la critique y la regañe. Venezuela necesita ira, pero no odio. Venezuela necesita amor, pero no resignación.

Así que ¿Cuales son esas preguntas tan dolorosas que creo Venezuela necesita hacerse? Estas:

1) ¿Hay Racismo en Venezuela?

Me lo pregunto con frecuencia. La respuesta inmediata sería no, por supuesto. ¿Como podría haberlo en un país mestizo? ¿en una nación creada por la combinación de un sueño de patria que compartimos entre muchos? Pero existe, claro. Y no es evidente, aunque se trata de un racismo clásico, del que lamenta el color del piel, del que empuja hacia un estereotipo que no existe. Porque el Venezuela, el racismo se disfraza, el racismo se disimula. El racismo es parte de la sociedad, una percepción sutil sobre la imagen, la identidad y la individualidad. En Venezuela el racismo se interpreta desde el margen de las cosas, los esquemas que parecen dominarlo todo:  el pobre es humilde e ignorante, el rico poderoso y arrogante. El blanco es europeo. El negro es afrodescendiente. El moreno es humilde y pobre. El blanco tiene dinero. Una visión deformada de las cosas, que analiza y tipifica en rígidos prejuicios no solo el color de piel sino la percepción que tenemos de nuestra cultura, de nuestra historia en común y más allá, de quienes somos y como nos percibimos como parte de esta visión de país.

Hace unos días, leía un artículo muy curioso que comentaba el triunfo que supuso que en las empresas Venezolanas se permitiera a los empleados llevar el cabello en Afro ( leelo aquí ) . Cuando lo leí, pensé en todas las mujeres de cabello rizado que conocía - incluyéndome - que por años hemos luchado por llevar el cabello lacio. ¿Un fenómeno cultural? ¿Una tendencia? Seguramente lo es, pero ese afán por erradicar cualquier rizo de la melena, por confundir nuestra raíz étnica parece tener otro origen. Un momento ¿Eso es racismo? Por supuesto que lo es. Lo es en la medida que exista un ideal estético - social -  que desvirtúe  a otro, que lo menosprecie y reste valor cultural.  También lo es la insistencia en un estereotipo físico, en intentar alcanzar un ideal de rostro y cuerpo concreto. En olvidar lo individual en beneficio de una visión abstracta de la belleza y lo real. Y es que el racismo no es algo tan simple como el rechazo por el color de piel, ni mucho menos la segregación étnica, es una idea que abarca la identidad, que la diluye en algo más, en una idea mucho más amplia y probablemente nociva.


Y sí, en Venezuela existe el racismo,  a pesar de esa variedad étnica que creó la Venezuela actual, la del "negrito" caribeño, la "catira"  y el "mulato" de piel de bronce. Los cientos de matices de piel, cultura y herencia que compartimos, que se diluyen en la historia, que se confunden en el planteamiento. Existe y lo que es peor, últimamente es una especie de rasgo cultural que parece crear su propia idea de discriminación: porque ahora el racismo no es solo una lucha social, sino también un enfrentamiento ideológico, una revalorización de la identidad cultural para menospreciar otra. El racismo en Venezuela no es solo se expresa en lo estético, en lo visible, sino además, en esa idea insistente del valor de una raza sobre otra, de una visión sobre otra. En Venezuela el  racismo mantuano, el heredado de una Europa decadente se transformó en algo más, en una idea incluso más perniciosa: en la destrucción de lo existente en favor de una idea cultural que intenta consolar los dolores de pasado con imposición y censura.


 A veces, miro los rostros de la calle, la Venezuela real. Los rostros de narices anchas, de ojos claros, de cabello liso, de rostros gruesos, de manos amplias, de pieles claras y oscuras. Y me pregunto, ¿qué ocurre en la Venezuela que sueña y teme? ¿Qué ocurre con la Venezuela del racismo a dos bandas, del color de piel contra color de piel? ¿Que ocurre con la Venezuela que si sufrió el racismo y ahora se reinvidica o cree que lo hace? ¿Hay una reinvidicación real o solo se trata de un consuelo cultural, de una agresión a la medida del rencor social? No lo sé, y la pregunta preocupa. La posible respuesta, me duele aún más.




2) ¿Hay homofobia en Venezuela?

Claro que la hay. Y no solo por lo demostrado en pantallas de televisión nacional por el diputado Pedro Carreño. La homofobia en Venezuela es la de un país machista y prejuiciado, donde el diferente es tratado en el mejor de los casos, con cierta conmiseración. Porque en Venezuela se pide tolerancia, no respeto por la diferencia. Se pide igualdad y no inclusión. Vivimos en una sociedad donde la tendencia sexual define, pesa sobre los hombros como un estigma cultural que se lleva a todas partes, que oprime, que roba la identidad. Y es que de la homofobia se habla bajito, entre chistes. Todos presumen de "aceptar y comprender" - como si la sexualidad ajena fuera algo que necesitara la aprobación de alguien más - pero todavía utilizan las palabras "Gay" y "lesbiana" como insulto. Los que asumen que existe solo una manera de ver el mundo y que la sexualidad es una idea cultural más que individual. La homofobia en Venezuela se mueve al margen, de la burla, el chiste y la grosería. La homofobia se inculca, se insiste, se muestra. Y es que aún en nuestro país, en esta cultura donde se celebra la "hombría" como una forma de violencia, la homosexualidad no es una elección libre, sino una afrenta. ¿Cuantas veces tu que me lees, has utilizado la palabra "maricón" para insultar? ¿En cuantas ocasiones te sobresalta la idea que puedas ser considerado "gay"? El Diputado Carreño, en su elocuente ignorancia, lo dejó muy claro: "Cada quien puede hacer con su culo lo que quiera ( SIC ) pero que sean serios". Y es que la pantomima de tolerancia en Venezuela se cae muy rápido, se derrumba, se abre en infinitas variaciones de la misma idea. La tolerancia hacia lo que considero normal, lo que no me ofende, lo que no contradice lo que creo debe ser el mundo. La homofobia en Venezuela es la cultura de la segregación, de la negación del otro, del uso del concepto de moral como un arma para consolar el propio temor.

¿Lo más inquietante? Que la Homofobia puede pasar desapercibida en un país de humor burlón y de una visión superficial del prejucio. El mismo día que Pedro Carreño insultaba a una buena porción de la ciudadanía Venezolana micrófono en mano, escuché en un café el siguiente comentario:

- El desgraciado es un vulgar, pero tiene razón. Si eres maricón, al menos sé serio.

Me volví para mirar al que lo había dicho. Un hombre joven, anónimo, un Venezolano cualquiera. Rodeado de un grupo que no solo estalló en risas por sus palabras, sino que además, lo apoyó con comentarios semejantes, incluso algunos más desagradables.  Los continué mirando a todos, pensando en que el prejuicio en nuestro país es una manera de identidad, quizás. ¿Unidos por el odio? El pensamiento me produjo escalofríos.




3) ¿Hay machismo en Venezuela? 

Por supuesto que sí. El machismo es una visión moral tan vieja como la identidad cultual Venezolana. Y quien lo niegue, sufre de esa ceguera concreta y sustancial del que se considera - y muy probablemente pertenezca - a la mayoría que comparte una única visión del mundo. Venezuela es un país joven, un país tan joven que aún interpreta a la mujer a través de su función biológica. Venezuela es un país donde el machismo se viste de educación, se disfraza de esquema. Si eres mujer, la reconoces muy pronto. Desde muy chiquita te insisten que llevar la falda muy corta es de "putas" y que la mujer "es de la casa, y el hombre de la calle". Si eres hombre, desde niño se te educa para portarte como un "machito", para esconder los sentimientos, para tener bien claro que el hombre es quien manda y la mujer obedece. ¿Exagero? Leamos las cifras de femicidio en el país, en creciente aumento desde el año 2001 a pesar de los intentos gubernamentales por reducir la brecha. Pero es que el problema no es legal, pienso en ocasiones, cuando leo largos análisis sobre la postura del Gobierno de turno sobre la mujer y sus derechos. Una ley no enmienda la conciencia, una ley no restañe las heridas históricas. No hablamos de la mujer como sujeto jurídico, hablamos de la mujer como figura cultural. Hablamos de la Mujer que  se le educa para pensarse frágil, dependiente. Hablamos de la mujer que tiene la mitad de oportunidades de educarse que el varón. Hablamos de la mujer que percibe un salario inferior que al de su contraparte masculino haciendo lo mismo. Hablamos de la mujer que camina por la calle y debe asumir que tendrá que escuchar insultos sexistas disfrazados de piropos. Hablamos de la mujer que la cultura empujará a cumplir el papel que la sociedad encontró para ella incluso antes de nacer. Hablamos de la mujer que se encuentra culturalmente oprimida por una idea limitada sobre lo que podrá o no podrá hacer, sobre lo que se le permite como parte de la sociedad y lo que no. Hablamos de la figura de la mujer, deformada y reconstruida para consumo comercial, de la presión social para cumplir un ideal estético. Hablamos de una idea de la mujer que se debate entre lo que se le exige, desea y lo que asume, de lo que necesita, lo que aspira, lo que sueña, lo que necesita. Lo que obtiene. De manera que el machismo en Venezuela es una idea que se construye a diario, que se completa por la omisión, que se fortalece por la aceptación y se asume por ceguera.

Y a usted, mi estimado lector, de este, su blog de confianza, ¿Le parece que exagero verdad? No dudo que pueda pensarlo. Le recomiendo entonces mirar a su alrededor, quizás al puesto de revistas más cercano que tenga y que analice algunas portadas de revista. La mujer superficial de grandes pechos y curvas artificiales que lo mira provocadora desde cada portada. ¿Es real esa mujer? ¿Se parece a la que comparte con usted casa y comida? ¿Se parece a la mujer que camina por la calle ahora mismo? Pregúntese el motivo por el cual la imagen de la femenino se ha deformado de una manera semejante, por qué es aceptable, incluso deseable. Tal vez, la respuesta a lo que planteo esté más cerca de lo que pueda pensar.



4) ¿Hay clasismo en Venezuela? 

Y del más rancio. Venezuela es una sociedad consumista, acostumbrada al lujo sin saber exactamente que es. Venezuela es una sociedad donde se fomenta el oportunismo y donde se asume, el rango social esta creado - y se sustenta - sobre símbolos de estatus. Así que la cultura Venezolana, tan joven como es, tan vulnerable en esa capacidad de reinventarse a través de ideas externas, se mira así misma como un producto de valor, como una percepción de lo que se muestra, bien evidente. De lo que se presume. Ya lo sabemos: Venezuela es un país Vanidoso. Un país muy preocupado por lo externo, por lo que se muestra, por lo envidiable. Una cultura donde se rinde culto - a diario, en todas las maneras posibles - a esa arrogancia simple de la vanidad, de la imagen barata, de lo que enseña bien a la vista lo que nos hace parte de esa cultura de lo deseable, lo que se puede envidiar. Es que esta cultura niña, esta cultura simple nos hace depender de lo que vemos y tenemos, más de lo que somos. Y en un país donde la inflación tiene dos dígitos, donde el poder adquisitivo es cada vez más exiguo, más limitado, eso es grave. En un país donde la apariencia lo es todo, donde lo que exhibes puede ser tu manera de triunfar, eso es preocupante. Y es que hasta la violencia, la de todos los días, se ha vuelto vanidosa, un reflejo de ese deseo barato y frugal de pertenecer a una jerarquía de lo hermoso, de lo frugal y lo valioso con sabor a superficial. El asesinato por arrogancia, el que castiga el lujo, el que deja bien claro que un artículo de valor simboliza la muerte.

Pero eso no es lo más grave: vivimos en un país donde el progreso social dejó de existir, donde la clase media agoniza aplastada por una burguesía recién nacida y una pobreza resentida. De manera que los símbolos de estatus se hacen abstractos, comienzan a sustituir a otros. Ya no hablamos de la ropa que se lleva, la marca  del teléfono que se usa, el viaje que se realiza. El estatus lo brinda a quien apoyas, la ideología, el símbolo de la creencia. Una definición extrañamente sectaria de quien es quien en una sociedad agrietada por su propio temor. Tal vez el clasismo en Venezuela no sea una idea social sino esa visión del país como una serie de circunstancias que no terminan de encajar entre si, mapas de un concepto mayor y abstracto la mayoría de las veces irreal.


Sí, son preguntas incómodas. Pero son necesarias supongo. Me las hago con frecuencia. Esas y otras tantas que intentan encontrar respuestas, aunque muchas veces solo me hagan hacerme otras tantas, una infinita variación de un mismo tema. Y son tantas las que podría incluir aquí. Tantos cuestionamientos a una sociedad en protesta, una cultura en definición, una perspectiva de país que se crea a diario, a medio camino entre la clausura y la racionalización.

¿Quienes somos? Me pregunto de nuevo. ¿Que es esta Venezuela recién parida en su propia brecha histórica? ¿Quienes seremos, luego de sobrevivir a esta visión errática de identidad que no podemos comprender aún? No lo sé. Es probable no lo sepa después. Pero cada vez que me pregunto al respecto, que me sobresalta la posible respuesta, comprendo que Venezuela aún es una incógnita, aún se construye a diario. Aún debe sobrevivir a su propia visión de nación.


C'est la vie.


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